domingo, 5 de julio de 2020

La Virgen del Mar en la Historia de Nuestra Salvación (III)


Cada  primero  de  mes  y  año  tras  año  venimos asistiendo, en  Madrid, a  la  Virgen  del  Mar, que quiere residir por siempre con nosotros, por ello la acogemos y la veneramos clamorosamente

La Virgen del Mar es la brisa del espíritu de Dios, el reflejo de la Luz eterna que ilumina nuestras sombras, el preludio de la gloria del Señor, la roca donde edificar nuestros proyectos, el brillo de su bondad infinita, la suave y serena intimidad con Dios y celebrada por los almerienses como un don y como un signo para la esperanza del mundo. Mirándola a Ella se deja vislumbrar los signos de su historia, luz, consuelo y llamada para todos aquellos que nos esforzamos para querer ser verdaderamente más humanos.
Nuestra Patrona es un cielo abierto donde puedes saborear esa sabiduría escondida, donde otros solo verán nubes de tormenta. La Virgen del Mar es ese susurro suave y sutil que musita a nuestro espíritu la voluntad de Dios.
“…la estrella que es guía en la noche del navegante”, porque “el mar, son los propios pensamientos, que a veces están en bonanza y en ocasiones se agitan tempestuosamente poniendo a prueba la habilidad del piloto”. Tras haberlo vivido así, nos aconseja: “No te agobien las cosas de la tierra”. Aún en las más negras borrascas del mundo, si elevas los ojos a la Virgen..., algo verás”, queriendo decir que mirando a la Virgen del Mar, nunca se queda uno a oscuras.
De hecho, la Virgen María nunca estuvo ausente de su pensamiento y de su corazón; nada emprendió sin contar con Ella; le acompañó todos los días de su vida. No hay en sus anotaciones una sola página donde no aflore el nombre dulcísimo de María: “La Virgen todo lo puede”, “todo está en sus manos”, “todo se hace con su ayuda y la de Dios”. Y un día memorable, San Rafael Arnaiz, consigna sus vivencias en estos términos:“¡Qué bien conoce Dios el corazón del hombre, pequeño y asustadizo! ¡Qué bien conoce nuestra miseria que nos pone ese puente... que es María! […] No sé si diré algo que no esté bien, […] pero creo que no hay temor en amar demasiado a la Virgen. Creo que todo lo que en la Señora pongamos, lo recibe Jesús ampliado... Yo creo que, al amar a María, amamos a Dios y que a Él no se le quita nada, sino todo lo contrario”. “¡¡¡Cómo no amar a Dios teniendo a María!!!”.
Dios ha puesto a la Virgen “entre el cielo y la tierra” como intercesora, para que alcance del mismo Dios, todo aquello que nos da: guía, aliento, amparo, fortaleza, consuelo, compasión y dulzura”.
María es el espejo del rostro materno de Dios, su imagen más perfecta en una criatura humana, porque Ella es la única “llena de gracia”, es decir, llena del Espíritu Santo. Por eso escribe: “Dios nos ofrece el corazón de María como si fuera el suyo”.
Virgen María, Tú presides nuestras horas y nuestra vida acompañas. Nos enseñas a decir: “Hágase en mí tu palabra”.
En Ti vemos a la Iglesia, de Ti prendemos a amarla. Cantas el “cántico nuevo”, y el “Magníficat”. Proclama la grandeza del Señor y la humildad de su Esclava. Todos los pueblos pregonan que eres bienaventurada.
Madre de Dios, Madre nuestra, llena de amor y de gracia, Dolorosa en el Calvario y jubilosa en la Pascua, ya en cuerpo y alma en el cielo y de estrellas coronada.
Cada primero de mes y año tras año venimos asistiendo, en Madrid, a la llamada de la Virgen del Mar, que quiere residir por siempre con nosotros, por ello la acogemos y la veneramos clamorosamente.
Esta es la experiencia que hizo María de Nazaret y que el evangelista Lucas nos describe de forma magistral: María guardaba y meditaba en su corazón la Palabra. ¡Qué cosa más humana la memoria! Ella tenía memoria - guardaba las cosas en su corazón-.
Guardar y meditar, que no significa un proceso mental, sino acogerla hasta hacerla tuya. Pienso que Nuestra Señora está contenta, tuvo que aprender en el cielo primero griego (para entender bien lo que decidieron los de Éfeso, que hablaban y rezaban en griego) y luego, latín. Han sido tantos siglos oyendo como le decían sus hijos mil y millones de veces: “Ora pro nobis” “Virgo gloriosa et benedicta”. Incluso sonríe complacida por el acierto del adjetivo que le hemos añadido a su nombre de Dulce nombre de María. Qué lo es. Inútil investigar quién lo inventó, seguro que san José por la manera de llamarla “María”, tan dulcemente.
Yo he ido aprendiendo que hace falta hablar con la Virgen despacio, seria y delicadamente, sin impacientarse. Es tan cercana, con tanta ternura, confianza, una paz, un gusto que es difícil disfrutar tanto si no estamos a su lado.
Yo quisiera hoy mostrar mi amor a la Virgen, a Almería y mi gratitud a vosotros lectores de este libro conmemorativo, promulgando a la Virgen del Mar todas las glorias que tienen hoy cabida en su figura. Yo quisiera que las letras de este texto, alcanzasen o no finalmente vuestra benevolencia, fuesen sobre todo testimonio de ese amor que aprendimos de nuestros padres. Dejadme ser, en la torpeza de mi pluma, un portavoz ilusionado de las nuevas generaciones cofrades, que quieren dejar escrito un nuevo capítulo en esa gloriosa historia almeriense de amores a la Virgen, en su advocación del Mar.
Somos responsables de preservar un legado de creencias en un marco de bellísimas formas y tradiciones. Pero nuestra fe viva tendrá que alumbrar un entorno de tibieza religiosa, y, en ocasiones, de materialismo ciego. Hoy estamos llamados, más que nunca, a dar autenticidad a nuestro culto, a profundizar nuestra vida espiritual y nuestro compromiso social, haciendo de nuestras hermandades un cauce específico para vivir como verdaderos cristianos.
Consciente de ello solo quiero invitaros a recrear esas vivencias, reviviendo cada momento emotivo, cada ilusión renovada, en ese tiempo que la sabiduría de nuestro pueblo almeriense quiso y quiere dedicar a su excelsa Patrona: La Virgen del Mar. Despuntan esas alabanzas en el corazón mismo de la ciudad. Atardecer de agosto, apenas transcurran unas jornadas habremos de bajar por el recorrido de costumbre para encontrarnos con la serenidad de otra imagen, gentes ansiosas de acompañarle en procesión. También encontraremos viva nuestra herencia futura de los jóvenes con la devoción mariana y que terminará germinando por toda la ciudad.
También, en nuestra hermandad nos hacemos eco de todas estas vivencias, el primer domingo de junio, día de nuestra celebración en Madrid. La devoción escondida de tantos jóvenes quedará grabada por siempre en nuestra memoria colectiva, como la emoción desbordada y el gozo íntimo de los más puros sentimientos del pueblo a esta llamada, que os propongo, y, una vez que la encontréis, daréis gracias por haber atravesado el mar del mundo sin zozobrar en sus remolinos. Y seguimos a la espera de esa juventud, que traerá agua desbordada de amores, rezumando entusiasmo y esplendor cuando la tarde agosteña nos traiga a la calle la presencia de María, que sale a prender la llama del amor en esos corazones jóvenes.
Hay un nombre de María que repiten a porfía hasta las olas del mar. Su estela llegó a nuestra costa y Almería y los almerienses han querido embarcarse con ella, con su Virgen del Mar, en la tierra de sus amores.
El que escribe tiene la dicha de haber recibido su luz en el camino de la vida. Su amparo es, para mí, recuerdo entrañable de mi niñez y juventud, como seminarista; el más elemental deber de gratitud me obliga a hablar de mi etapa en el seminario -feliz memoria– pues fue sin duda el que marcó más hondamente mi vida y mi amor a la Virgen María, el que iba a llevarme de la mano hacia una paz interior, como debo confesar que después no he conocido otra semejante y que hoy mantengo junto al testimonio de pertenecer a la hermandad de la Virgen del Mar en Madrid. Gozos de agosto y junio, de fidelidad y fiesta entrañable mariana. Cofrades de Almería, de Sevilla, de Barcelona y Madrid, los actuales y los jóvenes que vendrán ¡conservad por siempre la hermandad que mejor refleja vuestro sentimiento! Que no se pierda entre las nuevas generaciones aquel espíritu de hermandad que hizo enriquecer a nuestros antepasados, sabiéndose precursores de la misma.

Miguel Iborra Viciana




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