Dios, me piden que te escriba una carta. Pero, ¿cómo escribirte una carta a ti,
que no eres “otro” de mí? Solo mi necedad y mi pobreza, que son el
enclaustramiento en mí mismo, me hacen sentirme a mí como “otro” de ti y a ti
como “otro” de mí.
Desde
mi juventud te busqué, y los caminos que he recorrido han ido siempre por donde
ni esperaba ni era capaz de imaginar. Cada tramo del camino fue distinto de mi
expectativa.
Todo lo que yo podía concebir de mi itinerario que va de mí a ti estaba
estructurado y pensado desde el supuesto de que hay una distancia entre tú y
yo, de que debía sufrir un proceso, de que tú cumplirías con todos mis anhelos
y deseos, Tuve que ir comprendiendo, poco a poco, que entre tú y yo no hay ninguna
distancia, que no hay que recorrer ningún proceso al término del cual
estuvieras tú. Tuve que comprender, y esta vez fue más difícil, que, mientras
me acercara a ti con anhelos y deseos, no podría entender jamás que tú no eres
“otro” de mí, ni yo “otro” de ti.
Tuve
que comprender que tus caminos transitan por paisajes inimaginables, La vía
circula por los campos de silencio de todo lo que yo pueda concebir,
planificar, imaginar y desear. Solo el silencio que calla todo el pensar y
sentir que hace de mí algo, y algo distante de ti, puede guiarme.
El
camino es tu don, tu gracia; y tu gracia está más allá de mis intenciones, de
mis planes y de mi misma capacidad de imaginar.
Cuando me pues a caminar por los campos del silencio tuve que entender que ahí
yo no podía conducirme a mí mismo. El “yo”, con sus criterios y proyectos, se
quedó al lado de acá de la frontera del silencio. Te pedí que me guiaras, y lo
hiciste en una época de grandes cambios, pero no lo hiciste desde fuera, sino
desde dentro, como “no otro” de mí mismo.
Ahora,
mirando hacia atrás, puedo decir que en mi caso hubo guía. Pero la guía que me
condujo no fue la guía de mis criterios, ni tampoco nada fuera de mí. Tú, como
“no otro” de mí, fuiste la guía.
Pronto
tuve miedo al miedo, porque el miedo es el gran enemigo de la verdad en el
camino, especialmente en época de cambios. No sé cómo pude superarlo. Tú me
hiciste caminar por encima del miedo.
Lo
que a lo largo de los años fui encontrando no era nada de lo que yo esperaba,
porque lo que yo esperaba era lo que mis ojos ya habían visto, mis oídos habían
ya escuchado, lo que el deseo de mi corazón podía representar. Tú me condujiste
más allá de mis expectativas, proyectos y concepciones.
Donde
estoy no me he traído yo, ni nada fuera de mí. No podía esperar llegar donde he
llegado, no podía sospechar el camino interior como lo he vivido y como lo
vivo.
Con
frecuencia me inquieto pensando dónde he ido a parar, sobre todo cuando me
comparo con todos los que han sido mis compañeros y han vivido mis mismas
circunstancias. Me inquieto, aunque no quiera, cuando les veo como una piña,
pensando y sintiendo igual, y yo solo, y yo solo lejos de todos ellos. Sé, por
otra parte, que mi inquietud es necia, porque parte de un falso supuesto que se
traduce en preguntas como: “¿Dónde he ido yo a parar? ¿Qué he hecho yo para
estar dónde estoy? Lo que he hecho, ¿ha sido lo correcto? Si es lo correcto,
¿por qué estoy solo?
El
supuesto de todas estas inquietantes cuestiones es siempre que “donde estoy y
la dirección que llevo es obra mía”. Y no lo es. Otro me trajo acá. Otro me
llevó por una vía que ni mis colegas ni yo podíamos concebir.
Creí
que la religión era sumisión y me entregué a ella, y he ido a parar a la
libertad.
Creí
que la vía era un camino trazado, paso a paso, y no hay camino.
Creía que había de creer, y el camino libera de las creencias.
Creía que la religión era el encuadramiento en un ejército bien organizado y
compacto, donde sentías el aliento y el roce de los que marchan contigo, y he necesitado
entender que hay que ir completamente solo.
Creía
que sabía lo que tenía que pensar y sentir, y he ido a parar a comprender que
la vía transita por una luz y un fuego silencioso.
Creía que sabía lo que había que hacer, y he ido a comprender que no hay nada
que hacer.
Creía
que caminaba hacia ti, y he tenido que comprender que, a medida que la vía
aproxima a ti, te sume a ti en la niebla y me disuelve a mí como un tenue
vapor.
Creía
que el camino de Jesús era el camino de la salvación, y he tenido que
comprender que no hay nada que salvar.
Creía que debía esforzarme, con tu ayuda, y he tenido que comprender que el
trabajo que hay que hacer es más tenue y más sutil que esforzarse, porque es un
acertar misterioso, que más que hacer es un peculiar “no-hacer”.
Creía
que recorrer el camino era cultivar el espíritu y alejarse de la carne, y he
ido a comprender que la vía del silencio es la transformación del sentir y de
la percepción.
Creía
que el camino alejaba del mundo, y he tenido que comprender que el mundo es su
discurso, su manifestación, su ángel de luz.
Creía
que tú y yo éramos dos, y he tenido que comprender que “no hay dos”.
Creía
que creer en ti era creer en lo que no se ve, y he tenido que comprender que
eres el Patente, el Manifiesto.
Creía
en la Iglesia católica, apostólica y romana, y he terminado por creer a los
cristianos, los hindúes, los budistas, los musulmanes, a todos y a ninguno de
ellos.
Tu
camino es un camino que va de perplejidad en perplejidad. Por eso es un camino
secreto.
Buscaba
en ti la Verdad, y he tenido que comprender que la Verdad no es ninguna
formulación. La Verdad, que es tu verdad, es silencio, presencia y certeza. Esa
es también mi verdad.
Dios, líbrame del miedo en el tramo de camino que me queda, y libera del miedo
a todos los que te buscan. El miedo está descarriando a los pastores y a los
rebaños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario