Fijamos nuestros ojos en el Calvario. Elevado en la Cruz, Jesús está consumando la salvación del mundo. A sus pies, María su madre con Juan; junto a ellos María Magdalena y María mujer de Cleofás. Miramos primero a María de Nazaret, sobrecogida bajo el peso de un dolor inhumano. Una espada atraviesa su alma como le profetizó Simeón.(Lc 2,35).
No puede contener sus lágrimas, pero si sus gemidos; los contiene porque está pendiente de los de Juan. Al discípulo amado le duele todo. No comprende el brutal escarnio del pueblo elegido sobre Jesús pero creo que puedo decir que le duelen más aún sus propios pecados. No consigue asumir cómo pudo ser capaz de pelear no una ni dos veces con los demás Apóstoles por ser el primero, el mayor, el más importante de todos y por si fuera poco, en la misma cara de Jesús. ¿Cómo iba María a dar rienda suelta a su dolor ante el desgarramiento de Juan? En esto resonó el grito de Jesús: ¡Padre Perdónales...!
P. Antonio Pavía
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