Iniciamos con Abraham una serie de Testigos de la Escritura que reflejan a lo largo de su vida su fidelidad a la misión confiada por Dios. Abraham es un hombre muy bien situado económicamente (Gn 13,1-2) pero le faltaba lo que nos falta a todos, hasta que nos encontramos seriamente con Dios, es decir hasta que no nos situamos junto a Él.
La dimensión catequética del encuentro real de Abraham con Dios, es
paradigma universal del crecimiento de la Fe. Abraham alcanzó el culmen de la Fe,
cuando de la mano de Dios - de su Palabra - aprendió a esperar y confiar en Él,
"contra toda esperanza" como dice San Pablo ( Rm 4,18).
Recordemos cuando Dios le dijo que
sacrificase a Isaac, el hijo que Él mismo le había concedido, anciano él y
anciana Sara, su mujer. Abraham libró un portentoso combate en su corazón. No
era "comprensible" que Dios le diese un hijo, para arrebatárselo
después sangrientamente. Sin embargo, a esa altura de su vida, Abraham ya
conoce bien a Dios; si bien sabe que no se vuelve atrás en sus promesas, e
Isaac es hijo de una promesa suya. Por ello, se encamina con Isaac hacia el
monte del sacrificio. Isaac le pregunta: Llevamos el fuego y la leña, pero ¿Dónde
está el cordero para el sacrificio? Abraham solo sabe una cosa: que no bajará
del monte solo sino con Isaac por eso, al pie del monte dijo a los criados:
Quedaos aquí...el muchacho y yo volveremos. (Gen 22,5 ).
Abraham el hombre de fe por
excelencia: no sabía "como se las ibas a arreglar Dios" pero si
estaba totalmente seguro de que Isaac no iba a morir por eso dijo a los criados,
de paso lo oyó también Isaac: ¡Volveremos!
P. Antonio Pavía
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