jueves, 29 de noviembre de 2012
miércoles, 28 de noviembre de 2012
OS ANUNCIO QUE COMIENZA EL ADVIENTO
Alzad la vista, restregaos los ojos, otead el
horizonte.
Daos cuenta del momento. Aguzad el
oído.
Captad los gritos y susurros, el viento, la
vida...
Empezamos el Adviento,
y una vez más renace la esperanza en el
horizonte.
Al fondo, clareando ya, la Navidad.
Una Navidad sosegada, íntima, pacífica,
fraternal, solidaria, encarnada,
también superficial, desgarrada,
violenta...;
mas siempre esposada con la esperanza.
Es Adviento esa niña esperanza
que todos llevamos, sin saber cómo, en las
entrañas;
una llama temblorosa, imposible de
apagar,
que atraviesa el espesor de los
tiempos;
un camino de solidaridad bien
recorrido;
la alegría contenida en cada trayecto;
unas huellas que no engañan;
una gestación llena de vida;
anuncio contenido de buena nueva;
una ternura que se desborda...
Estad alerta y escuchad.
Lleno de esperanza grita Isaías:
"Caminemos a la luz del Señor".
Con esperanza pregona Juan Bautista:
"Convertíos, porque ya llega el reino de
Dios".
Con la esperanza de todos los pobres de
Israel,
de todos los pobres del mundo,
susurra María su palabra de acogida:
"Hágase en mí según tu palabra".
Alegraos, saltad de júbilo.
Poneos vuestro mejor traje.
Perfumaos con perfumes caros. ¡Que se
note!
Viene Dios. Avivad alegría, paz y
esperanza.
Preparad el camino. Ya llega nuestro
Salvador.
Viene Dios... y está a la puerta.
¡Despertad a la vida!
(Ulibarri, FI)
TIEMPO DE ADVIENTO
"Solo por hoy cambia tú en vez de esperar que cambien los
demás.
Solo por hoy expresa gratitud en vez de juicios y
críticas.
Solo por hoy escoge disfrutar lo que hay en vez de
preocuparte por lo que no hay.
Solo por hoy reconoce y valora lo que haz logrado en vez de
lamentarte por tu pasado.
Solo por hoy expresa y disfruta tu calidez en vez de irradiar
dureza.
Solo por hoy decide alimentar los pensamientos de perdón en
vez de envenenarte con rabia.
Solo por hoy haz tus deberes con entusiasmo y alegría de un
ser libre y no con los lamentos y quejas de un esclavo.
Solo por hoy elige pensamientos y emociones positivas, te
harán mucho bien.
Solo por hoy elige pensar y sentir lo mejor de la vida,
notarás la diferencia y los que te rodean, también."
[Tomado del boletín informativo del Voluntariado de la obra
Apostólica Social de Santa María Soledad Torres Acosta ‘Sierva de María’].
sábado, 24 de noviembre de 2012
CREO
Avanzamos en este Año de la fe llevando en el corazón la esperanza de
redescubrir el gozo de creer y el entusiasmo de comunicar a todos la verdad de
la fe. Ésta conduce a descubrir que el encuentro con Dios valoriza, perfecciona
y eleva lo que hay de verdadero, bueno y bello en el hombre. Nos permite conocer
a Dios en el encuentro personal, pues Él se ha revelado a sí mismo y no se ha
limitado a darnos una información sobre Él. De este modo abre el corazón y la
mente humana a horizontes nuevos, inconmensurables e infinitos. La fe no es
ciega, trata de entender y demostrar que es razonable. Por eso es un impulso
para la razón y la ciencia, porque abre sus ojos a una realidad más grande, que
permite conocer mejor el verdadero ser del hombre en su integridad. Fe y razón
se necesitan y complementan, no sólo para una comprensión meramente intelectual
sino también para alimentar verdaderas esperanzas en la humanidad y orientar las
actividades hacía la promoción del bien de todos. El testimonio de quienes nos
han precedido y han dedicado su vida al Evangelio siempre lo confirma: es
razonable creer” (Benedicto XVI, Audiencia General, miércoles 21 noviembre del
2012)
viernes, 23 de noviembre de 2012
EL TARRO PRECIOSO
El tarro precioso
Es más que
evidente que todo esto que estamos diciendo no tendría en absoluto ningún valor
si no estuviese apoyado, más aún, testificado, por hechos concretos y palabras
textuales del mismo Hijo de Dios; sólo bajo su autoridad nos atrevemos a llevar
adelante estas reflexiones catequéticas que por sí mismas marcan indeleblemente
el carisma y el ministerio pastoral. En el corazón y la mente de Jesús, sus
pastores serán también maestros, ya que han de enseñar a los hombres a guardar
en su corazón la Palabra que ellos mismos guardan.
Buscando,
pues, la autoridad del Hijo de Dios, nos unimos al grupo de los apóstoles, y,
con ellos, compartimos mesa alrededor del Maestro y escuchamos su bellísima
catequesis durante la última cena. De ella entresacamos esta cita: “Si alguno
me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras…” (Jn 14,23-24a).
Puesto que
nos hemos colocado, junto con los apóstoles, alrededor de Jesús, vamos a
intentar recrear el cuadro de aquella cena para poder apreciar mejor sus
palabras. Les está hablando de la vida eterna que van a recibir como don suyo
(Jn 14,1-3), y sobre todo les habla del Padre. Lo que los apóstoles oyen son
palabras inefables, intraducibles a cualquier parámetro de belleza y
profundidad. Veamos, si no: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es
el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me
manifestaré a él” (Jn 14,21).
No sabemos
hasta dónde pudo llegar la comprensión de estos hombres ante estas confidencias
de su Señor y Maestro. Sin duda que pesaba demasiado la casi certeza de su
muerte ya próxima; recordemos que Judas había salido de la sala para consumar
su traición. Aun así, uno de ellos, Judas Tadeo, se preocupa de todos los
hombres y mujeres de la tierra. De ahí su pregunta: Te estás manifestando a
nosotros, y ¿qué pasa con el mundo entero? La respuesta de Jesús es toda una
declaración de intenciones acerca de la misión de estos hombres que están junto
a Él y que alcanza a la Iglesia entera. Su mayor servicio al mundo consistirá
en ser anunciadores de sus palabras. Por ellas –su Evangelio- el hombre llegará
a saber que Dios le ama, que se le manifiesta, incluso que convive con él.
También sabrá que su llegar a amar a Dios no tendrá que ver nada con un
espejismo o delirio patológico; no hay ninguna sublimación puesto que es Dios
mismo quien se abre al hombre. La respuesta que Jesús da al apóstol que acaba
de preguntarle ya la vimos anteriormente (Jn 14,23).
“Guardará mi
Palabra”, le dice Jesús. En ella está encerrado, contenido, el amor de Dios:
“Mi Padre le amará”. En ella, nos dice Juan, está la Vida (Jn 1,4). Ésta se
abre desde la Palabra y da su fruto: el amor. Un amor a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a sí mismo. He ahí encerrado todo camino de perfección
y toda la moral, pues, como dice Pablo, el que ama –así, desde Dios- a su
prójimo, ha cumplido la Ley, no le hace daño (Rm 13,8-10). El que así ama -nos
parece seguir oyendo al apóstol- no miente a su hermano, ni le engaña; no se
sirve de él, ni le roba; no le calumnia, ni le ofende; le ayuda sin juzgarle…
Esto es lo que hace el que ama a su hermano, tanto al que tiene a su lado como
al que vive más allá de sus ojos y fronteras.
Así es como
ama Dios y los que suyos son… Y suyos son los que guardan su Palabra. Lo son
por pertenencia que, por encima de todo, es compañía y convivencia con Él:
“vendremos a él y haremos morada en él”. En este sentido podremos hacer nuestra
la sublime intuición de Paul Jeremie: “El Evangelio es el tarro precioso de
donde Dios saca sus ternuras para con nosotros”.
domingo, 18 de noviembre de 2012
viernes, 16 de noviembre de 2012
lunes, 12 de noviembre de 2012
viernes, 9 de noviembre de 2012
PASTORES Y MAESTROS
“El
Señor es mi Pastor, nada me falta”. Esta feliz intuición del salmista, que
hacemos nuestra, no es un principio
moral, ni siquiera el resultado de un camino ascético, sino una constatación,
fraguada por la experiencia de fe, que
crece conforme el Evangelio -que
es la misma savia de Dios- va empapando
nuestra alma.
Pastores y maestros
Pastores y maestros
Las últimas
palabras que Jesús lega a sus discípulos antes de subir al Padre, tal y como
nos refiere Mateo, definen la misión de la Iglesia así como su razón de ser:
“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo
os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo” (Mt 28,19-20).
El anuncio
del Evangelio de la gracia (Hch 20,24) y de la salvación (Ef 1,13) no es algo
superfluo en lo que respecta a la identidad de la Iglesia, como podría ser, por
ejemplo, que un sacerdote se limitase a impartir clases en un centro educativo.
El anuncio del Evangelio es lo que podríamos
llamar el elemento por excelencia identificador de los pastores llamados por el
Hijo de Dios. Pastores que son reconocidos como tales en la medida en que la
luz del Evangelio brilla en sus ojos, convirtiéndose en palabras de vida (Hch
7,38) en sus bocas.
Hay, sin
embargo, un aspecto en la cita que hemos recogido de Mateo que es fundamental
para comprender la relación entre Evangelio, Iglesia y Misión. Si nos fijamos
bien, al tiempo que el Hijo de Dios pone ante el corazón de sus discípulos el
mundo entero como campo de misión, les exhorta a que enseñen a los hombres a
guardar el Evangelio que de Él han recibido “…enseñándoles a guardar todo lo
que os he mandado”.
Tengamos en
cuenta que en Israel el verbo mandar no tiene el mismo significado que en
nuestra cultura occidental. Nosotros asociamos el mandato a toda una serie de
elementos que conforman la legalidad: ley, mandamiento, obligación, deber… No
así para los israelitas. Estos identifican los términos mandamiento o mandato
con la fuerza de la palabra, antes que cualquier otra connotación. El mismo
Jesús llama mandamientos a las palabras que su Padre le hace oír en orden a su
misión; asimismo llama mandamientos al Evangelio que proclama a sus discípulos:
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado
los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15,10).
Es muy
importante esta aclaración para poder comprender que el Evangelio, dado por el
Hijo de Dios al mundo al precio de su sangre, no es en absoluto un listón o
medida para ser sus discípulos, sino, por encima de todo, un don. Pablo lo
llama “fuerza de Dios para la salvación” (Rm 1,16).
Quizá ahora
entendamos mejor la puntualización del Señor Jesús a sus discípulos al
enviarlos con su Evangelio al mundo entero. No les impulsa a convencer a nadie
y, menos aún, a que se comprometan con una serie de normas hasta alcanzar la
idoneidad exigida para formar parte de la inmensa multitud de discípulos. La
aptitud llegará en su momento y como fruto de la fuerza de la Palabra que
escuchan y ¡guardan en el corazón! De ahí -vuelvo a insistir- su apreciación:
“enseñándoles a guardar”.
Con esta
puntualización, el Hijo de Dios nos revela uno de los rasgos esenciales de la
misión de la Iglesia y que, como ya señalé, no es superfluo u optativo. Guardar
la Palabra no es una faceta o corriente de la espiritualidad de la Iglesia. El
mismo Jesucristo subraya que este guardar su Palabra es la prueba cristalina y
diáfana de que una persona ama realmente a Dios; el amor tal y como es, sin
sugestiones ni sublimaciones generadas o sobrevenidas por carencias
humano-afectivas o por otras causas.
miércoles, 7 de noviembre de 2012
domingo, 4 de noviembre de 2012
sábado, 3 de noviembre de 2012
TE PRESENTO MI SÚPLICA
Cuando todo lo que tengo entre mis manos ya no importa, cuando ya se llega a la conclusión de que lo único que tiene valor es si estamos viviendo ante Ti o ante Nadie, es entonces cuando empiezan a sonar melodiosamente los acordes de la libertad.
Te presento mi súplica
Nuestro buen
amigo Pablo se encuentra entre la espada y la pared. Por una parte, no resiste
más, está al límite de sus fuerzas; y por la otra, no puede dejar de anunciar
lo que a él mismo le da la vida. Está en la misma situación en la que su propio
pueblo se encontró al salir de Egipto: con el ejército del faraón a sus
espaldas, y por delante el mar Rojo cerrándole el paso (Éx 14). Bien sabe que,
así como la salida que se le abrió a Israel fue obra de Dios, el mismo Dios se
la abrirá a él. A Él, pues, recurre; a sus manos se acoge, como única
posibilidad de mantener la fidelidad a su llamada. Oigamos su recurso al Señor
Jesús, cómo se abandonó a Él: “Por este motivo tres veces rogué al Señor que se
alejase –el Satanás que le abofeteaba- de mí. Pero él me dijo: Mi gracia te
basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la debilidad. Por tanto, con sumo
gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis debilidades, para que habite en mí
la fuerza de Cristo” (2Co 12,8-9).
Por tres veces
supliqué al Señor, nos dice confidencialmente con una limpieza de alma que nos
estremece. En la cultura de Israel tres es un número simbólico que indica
pluralidad. No se está, pues, refiriendo a tres ocasiones concretas, sino a
unas súplicas constantes, habituales. Habitual y constante es también la
respuesta de Dios. Nos parece ver en Pablo al salmista que, cada mañana, acudía
a Dios con la absoluta confianza de que le iría a responder: “Atiende a la voz
de mi clamor, Dios mío. Porque a ti te suplico; ya de mañana oyes mi voz, de
mañana te presento mi súplica, y me quedo a la espera” (Sl 5,3-5).
Pablo recurre,
ora, gime, suplica al Señor, por quien está recibiendo en las mejillas de su
alma las bofetadas ininterrumpidas del odio del mundo. Jesús, su Señor y
Maestro, le oye –de hecho había profetizado este odio- (Jn 15,18-19); recoge en
su espíritu su dolor y consuela su corazón asegurándole: ¡Te basta mi gracia!
Te basta con mi
gracia, la misma que hice descender sobre ti y con la que te envié a los
gentiles para que, con tu predicación, les abrieses los ojos y se convirtieran
de las tinieblas a la luz (Hch 26,1-18). La misma gracia que se hizo voz y te
dijo: “No tengas miedo, sigue hablando, no te calles, porque yo estoy contigo”
(Hch 18,9). Así, con estas palabras, le confortó Jesús cuando los judíos de
Corinto quisieron obstaculizar su anuncio del Evangelio.
Así fue cómo
Pablo fue comprendiendo que su fe y su amor sólo podían crecer bajo la gracia.
Gracia que se hace más patente y fuerte cuanto más las fuerzas del mal se
confabulan contra él y, por supuesto, contra su misión. Tanto y tan bien lo
entendió que nos dejó este legado de incalculable valor para todo aquel que
haya sido o sea llamado al pastoreo: “Por eso me complazco en mis debilidades,
en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias
sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte”
(2Co 12,10).
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