Hoy hablamos de un buscador de Dios, Pedro, de quien es muy fácil
encariñarse quizás porque nos parecemos bastante a él. Vamos a verle después de
sus tres negaciones a Jesús. Nos lo imaginamos en su noche de lágrimas, noche
con su corazón quebrantado por tanto dolor. Noche de abatimiento, también de
amor a Jesús, que nos permite ver su gigantesca grandeza. Lo más fácil para él,
después de sus caídas, habría sido desaparecer; poner tierra por medio y volver
a Galilea, a su barca y sus redes. No lo hizo: ¿Por qué? Porque a pesar de sus
traiciones a Jesús, las huellas que Él había dejado en su corazón, eran su
tesoro, y no quería perderlo...
Decidió esperar para comprobar si era verdad que Jesús iba a resucitar, o
no. Esperar, suponía para él, la humillación de volver al grupo de los
Apóstoles que sin duda conocían su cobardía. No, no era fácil para él, volver
junto a ellos. Jesús, le había nombrado cabeza del grupo, y su amor propio,
todos sabemos lo venenoso que puede ser, le frenaba. En la imponente grandeza
de su amor a Jesús, volvió, posiblemente, muerto de vergüenza, al grupo. Jesús,
sabedor de su terrible combate, también de los nuestros, se sentó junto a él en
la arena del mar y abriendo su corazón, le preguntó tres veces: ¿Me amas?
¿Sabéis una cosa? Estas tres
preguntas de Jesús: ¿Me amas? es el Patrimonio de infinita riqueza, que tenemos
los Discípulos de Jesús. No nos lo dejemos arrebatar.
P. Antonio Pavía
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