Ya vimos que la Voz del Señor es más fuerte que la de las aguas
embravecidas, símbolo de la muerte.
Fijémonos ahora en la Voz de Jesús que resonó con fuerza sobre la tumba de
Lázaro, cuyo cuerpo estaba ya en fase de putrefacción. Leemos el texto: "Jesús
gritó con fuerte voz:” ¡Lázaro, sal fuera! ¡Y el muerto salió atado de pies y
manos! (Jn 11,43...) La muerte había sometido a Lázaro a la descomposición y
Jesús con su Voz descompuso a la muerte.
Vemos ahora la Voz que resonó con fuerza de la boca de Jesús Crucificado.
Voz que nos libra a todos de la muerte como fruto de nuestros pecados como dice
San Pablo: "El salario del pecado es la muerte"(Rm 6,23). Con este
salario letal, se juntaron en el Calvario todos los pecadores del mundo
representados por el pueblo de Israel y el Imperio más poderoso de entonces: el
de Roma. Todos se aunaron para dar muerte al Hijo de Dios y Él abriendo
el Tesoro inagotable de su corazón gritó con fuerte Voz al Padre: “En tus manos
encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46).
Su Voz potente abrió el Cielo a su Espíritu... y a todos; y en su
resurrección encargó a María Magdalena que dijese a sus discípulos de todos los
tiempos: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"
(Jn 20,17).
¡Bienaventurados los que, gracias al
Evangelio, encuentran en el Padre de Jesús, a su propio Padre”!
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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