En el mismo contexto profético que nos muestra a Jesús apoyándose en el
Padre, ante la maquinación de Satanás, que movió a Israel a socavar su misión,
abordamos la profecía de otro salmista, que anuncia la postración extrema del
señor, en el Huerto de los Olivos.
Escribe el Salmista: Desde lo más profundo a ti grito mi Dios. ¡Escucha mi clamor! Estén tus oídos atentos a
mi súplica. (Sl 130,1-2...) Así, hundido hasta lo más hondo, en la fosa de las
humillaciones oró Jesús al Padre, en el Huerto de los Olivos. Judas, ya había
ido donde los Sumos Sacerdotes a consumar su traición; sus discípulos,
aparentemente no se habían enterado de nada, e incluso los tres en quienes
podría albergar algo de ayuda, se quedaron dormidos, como ajenos a su
intensísimo dolor. ¡No tiene a nadie en quien apoyarse…o si…! ¡Su Padre! Su
Padre a quien con un infinito Amor filial susurra. ¡Padre mío! Si es posible,
que pase de mi este cáliz... (Mt 26,39...).
! Dejo a vuestra imaginación, cómo tuvo que resonar en los oídos del Padre,
el gemido lastimero de su Hijo: ¡Padre mío! Jesús lo dijo, también, para que
sus discípulos lo hagamos nuestro, cuando el mal y también el desprecio del
mundo nos "crucifica". Ojalá entonces nos salga del alma el mismo
gemido de Jesús:
¡Padre mío!
P. Antonio Pavía.
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