Durante los primeros días del próximo
mes de agosto se celebrará en Lisboa la Jornada Mundial de la Juventud, que ha
sido convocada y, si Dios quiere, será presidida por el papa Francisco. Un
grupo significativo de jóvenes de nuestra diócesis acudirá a Lisboa para
participar en los actos de este encuentro eclesial. Yo tendré la alegría de
poder acompañarlos y compartir con ellos esta experiencia de gracia que siempre
nos anima para seguir anunciando el Evangelio. A todos los que no podáis
asistir, os invito a que os unáis espiritualmente orando por los frutos de esta
jornada.
El lema elegido por el Papa para este
encuentro está tomado de unas palabras del relato de la visita de María a
Isabel. El evangelista san Lucas nos narra que “María se puso en camino de
prisa” (Lc 1, 39) para encontrarse con su pariente. Después de haber recibido
el anuncio de que Dios la había elegido para ser la madre del Mesías y de que
Isabel también esperaba un hijo, María siente la necesidad de encontrarse con
ella y se pone en camino sin pensarlo, como impulsada interiormente por el
Espíritu Santo. Esta docilidad a la Gracia de Dios es un signo de autenticidad
en la vida cristiana. Cuando pensamos más en nosotros mismos que en lo que Dios
nos pide; cuando nos dejamos guiar por nuestros cálculos e intereses; cuando no
somos generosos en nuestra entrega a Dios o respondemos al Señor sin
espontaneidad, sin alegría y sin generosidad es que no somos dóciles a la
acción del Espíritu en nosotros. Pidamos al Señor que el fruto más importante
de esta jornada en el corazón de todos los que participaremos en ella,
especialmente de los jóvenes, sea el deseo de responder al Señor con
generosidad, con prontitud y con alegría.
María se dirigió hacia la montaña de Judá
para compartir con Isabel el gozo que sentía interiormente por lo que Dios
había hecho en ellas y por lo que, a través de sus hijos, quería ofrecer a toda
la humanidad: su salvación y su misericordia. Las jornadas mundiales de la
juventud son un momento para compartir la alegría que los cristianos sentimos por
haber conocido a Cristo y, sobre todo, porque sabemos que su amor es para toda
la humanidad. La fe de los jóvenes se refuerza en el encuentro con los otros.
Si sentimos necesidad de compartir con los demás nuestra fe, eso es signo de
que esa fe está viva. Una fe que no se comunica es una fe débil.
Entre las palabras
que Isabel dirigió a María hay unas que me resultan especialmente sugerentes:
“Dichosa tú que has creído” (Lc 1, 45). Aquí se nos indica donde está la fuente
de la verdadera felicidad y de la verdadera alegría: en la confianza absoluta
en Dios y en la obediencia a su palabra vividas con la humildad de esas
mujeres, que nunca se ensalzaron a sí mismas, sino que juntas proclamaron la
alegría que sentían en Dios su salvador. Pidamos al Señor que esta Jornada
Mundial de la Juventud ayude a los jóvenes que participarán en ella a encontrar
el camino que los llevará a descubrir dónde se encuentra la verdadera alegría;
a vivir la fe sin ningún tipo de orgullo o sentimiento de superioridad; a
proclamar juntos la alegría que compartimos por haber conocido al Señor; a
darle gracias por el don de la fe y a ser testigos ante el mundo de la alegría
del Evangelio.
† Enrique Benavent Vidal
Arzobispo de Valencia
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