Volvemos al clamor del autor del
Salmo 55. "Quién me diera alas de Paloma para volar y reposar en el
desierto...".
En el texto anterior vimos que Jesús
reconoció en las manos de su Padre, las alas que le elevaron a Él desde el
sepulcro. Hablemos de nosotros, de las
alas que Jesús ha dispuesto para asentarnos en el regazo de nuestro Padre; las
alas que nos rescatan, como a Él de la muerte.
Jesús llamó a sus discípulos para
que estuvieran con Él. (Mc 3,13-14). Un estar "junto a Él” como primicia,
esto es el Discipulado, que culmina con nuestro paso de la muerte a la Vida.
¡No somos seres anónimos ante Dios Padre! ¡Somos discípulos de su Hijo! Por eso
el Apocalipsis proclama así nuestra victoria sobre nuestra muerte:
"Bienaventurados los que mueren en el Señor" (Ap 14,13) "Volveré
y os llevaré conmigo" dijo Jesús a los suyos la noche de su Pasión (Jn
14,3).
Jesús, murió y fue elevado al Cielo por las alas de su
Padre; nosotros al morir, también somos rescatados por las manos-alas de Dios.
Son las alas que se abren desde las entrañas del Santo Evangelio que Jesús, nos
legó como Herencia Eterna, y que hemos acogido en nuestras entrañas.
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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