Oración de un fiel israelita; fiel porque acoge la Palabra que lee o
escucha en su corazón permitiendo así a Dios crear en él la fidelidad. Esta no
se alcanza solo con buenos propósitos.
Nuestro amigo sufre interiormente
pues sus conciudadanos, cegados por la envidia provocada por su fidelidad,
descargan con furia su mediocridad contra él. Es tal su desvalimiento que se
dice a sí mismo: "Quien me diera alas de paloma para volar y posarme, me
iría lejos, al desierto esperando al que puede salvarme". Este
israelita, aún sin saberlo tiene su corazón lleno de Dios, por la Palabra
guardada en él. (Jn 14,23).
De su fidelidad brota una profecía
bellísima acerca de Jesús y sus discípulos: los que mantienen en sí su Palabra,
a pesar del odio del mundo (Jn 15,18).
Volvemos al salmista: ¡Quién me diera alas de
paloma para volar y posarme! Alas como las que Yahvé desplegó sobre Israel para
librarle de Egipto. (Ex 19,3-4).
Jesús agonizando en la Cruz vio con
los ojos de su corazón en las manos de su Padre, las alas que le rescatarían
del sepulcro y le elevarían junto a Él; de ahí su grito de victoria que anuló
todos los insultos y oprobios recibidos: Padre, ¡en tus manos encomiendo mi espíritu!
(Lc 23,46)
P. Antonio Pavía
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