sábado, 29 de diciembre de 2012
jueves, 27 de diciembre de 2012
ORACIÓN PARA FIN DE AÑO
En estos últimos momentos del año que ya termina,
heme aquí, Señor, en el silencio y en recogimiento
para decirte GRACIAS,
para solicitarte: AYUDA,
para implorarte: PERDÓN.
GRACIAS,
Señor por la paz, por la alegría,
por la unión que los hombres, mis hermanos, me han brindado,
por esos ojos que con ternura y comprensión me miraron.
Por esa mano oportuna que me levantó,
por esos labios cuyas palabras y sonrisa me alentaron,
por esos oídos que me escucharon,
por ese corazón que amistad, cariño y amor me dieron.
Gracias, Señor por el éxito que me estimuló,
por la salud que me sostuvo,
por la comodidad y diversión que me descansaron.
Gracias, señor... me cuesta decírtelo...
por la enfermedad, por el fracaso, por la desilusión,
por el insulto, por el engaño, por la injusticia,
por la soledad, por el fallecimiento del ser querido.
Tu lo sabes, Señor, cuán difícil fue aceptarlo;
quizá estuve al punto de la desesperación,
pero ahora me doy cuenta
que todo esto me acercó más a Ti.
¡Tú sabes lo que hiciste!
Gracias, Señor, sobre todo por la fe
que me has dado en Ti y en los hombres.
Por esa fe que se tambaleó
pero que Tú nunca dejaste de fortalecer
cuando tantas veces encorvado bajo el peso del desánimo
me hizo caminar en el sendero de la verdad
a pesar de la oscuridad.
AYUDA
Te he venido también a implorar
para el año que muy pronto va a comenzar.
Lo que el futuro me deparará, lo desconozco Señor.
Vivir en la incertidumbre, en la duda,
no me gusta, me molesta, me hace sufrir.
Pero sé que Tú siempre me ayudarás.
Yo te puedo dar la espalda. Soy libre.
Tú nunca me la darás. Eres fiel.
Yo sé que me tenderás la mano.
Tu sabes que yo no siempre la tomaré.
Por eso, hoy te pido que me ayudes a ayudarte,
que llenes mi vida de esperanza y generosidad.
No abandones la obra de tus manos. Señor.
PERDÓN
No podría retirarme sin pronunciar
esa palabra que tantas veces,
te debí de haber dicho,
pero que por negligencia y orgullo he callado,
perdón, Señor, por mis negligencias,
descuidos y olvidos, por mi orgullo y vanidad,
por mi necedad y capricho,
por mi silencio y mi excesiva locuacidad.
Perdón, Señor, por prejuzgar a mis hermanos,
por mi falta de alegría y entusiasmo,
por mi falta de fe y confianza en Ti,
por mi cobardía y mi temor en mi compromiso.
Perdón, porque me han perdonado
y no he sabido perdonar.
Perdón por mi hipocresía y mi doblez,
por esa apariencia que con tanto esmero cuido
pero que en el fondo no es más que engaño a mi mismo.
Perdón por esos labios que no sonrieron,
por esa palabra que callé,
por esa mano que no tendí,
por esa mirada que desvié,
por esos oídos que no presté,
por esa verdad que omití,
por ese corazón que no amó
... por ese Yo que se prefirió.
Señor, no te he dicho todo.
Llena con tu amor mi silencio y cobardía.
GRACIAS por todos los que no te dan gracias.
AYUDA a todos los que imploran tu ayuda.
PERDÓN por todos los que no imploran perdón.
Me has escuchado... ahora,
Señor por la paz, por la alegría,
por la unión que los hombres, mis hermanos, me han brindado,
por esos ojos que con ternura y comprensión me miraron.
Por esa mano oportuna que me levantó,
por esos labios cuyas palabras y sonrisa me alentaron,
por esos oídos que me escucharon,
por ese corazón que amistad, cariño y amor me dieron.
Gracias, Señor por el éxito que me estimuló,
por la salud que me sostuvo,
por la comodidad y diversión que me descansaron.
Gracias, señor... me cuesta decírtelo...
por la enfermedad, por el fracaso, por la desilusión,
por el insulto, por el engaño, por la injusticia,
por la soledad, por el fallecimiento del ser querido.
Tu lo sabes, Señor, cuán difícil fue aceptarlo;
quizá estuve al punto de la desesperación,
pero ahora me doy cuenta
que todo esto me acercó más a Ti.
¡Tú sabes lo que hiciste!
Gracias, Señor, sobre todo por la fe
que me has dado en Ti y en los hombres.
Por esa fe que se tambaleó
pero que Tú nunca dejaste de fortalecer
cuando tantas veces encorvado bajo el peso del desánimo
me hizo caminar en el sendero de la verdad
a pesar de la oscuridad.
AYUDA
Te he venido también a implorar
para el año que muy pronto va a comenzar.
Lo que el futuro me deparará, lo desconozco Señor.
Vivir en la incertidumbre, en la duda,
no me gusta, me molesta, me hace sufrir.
Pero sé que Tú siempre me ayudarás.
Yo te puedo dar la espalda. Soy libre.
Tú nunca me la darás. Eres fiel.
Yo sé que me tenderás la mano.
Tu sabes que yo no siempre la tomaré.
Por eso, hoy te pido que me ayudes a ayudarte,
que llenes mi vida de esperanza y generosidad.
No abandones la obra de tus manos. Señor.
PERDÓN
No podría retirarme sin pronunciar
esa palabra que tantas veces,
te debí de haber dicho,
pero que por negligencia y orgullo he callado,
perdón, Señor, por mis negligencias,
descuidos y olvidos, por mi orgullo y vanidad,
por mi necedad y capricho,
por mi silencio y mi excesiva locuacidad.
Perdón, Señor, por prejuzgar a mis hermanos,
por mi falta de alegría y entusiasmo,
por mi falta de fe y confianza en Ti,
por mi cobardía y mi temor en mi compromiso.
Perdón, porque me han perdonado
y no he sabido perdonar.
Perdón por mi hipocresía y mi doblez,
por esa apariencia que con tanto esmero cuido
pero que en el fondo no es más que engaño a mi mismo.
Perdón por esos labios que no sonrieron,
por esa palabra que callé,
por esa mano que no tendí,
por esa mirada que desvié,
por esos oídos que no presté,
por esa verdad que omití,
por ese corazón que no amó
... por ese Yo que se prefirió.
Señor, no te he dicho todo.
Llena con tu amor mi silencio y cobardía.
GRACIAS por todos los que no te dan gracias.
AYUDA a todos los que imploran tu ayuda.
PERDÓN por todos los que no imploran perdón.
Me has escuchado... ahora,
lunes, 24 de diciembre de 2012
FELIZ NAVIDAD
Es mejor callar
y ser
que hablando, no ser,
Dios es. Y calla.
Dios es amor. Y el amor
tiene su silencio.
¡Oh Palabra,
hecha carne
sin bullicio!
Silencio de Belén,
tu llenas el vacío
que dejan
nuestras palabras.
miércoles, 19 de diciembre de 2012
NAVIDAD - EL GRITO
Navidad
– El Grito
¿Dónde está Dios? He ahí la pregunta que todo hombre se
ha hecho mil y una veces ante el mal que, como bandadas de asesinos, recorre la
tierra entera segando cuerpos y almas. ¿Dónde está Dios?, se preguntaban
horrorizados los que sufrieron en su carne los horrores de la barbarie nazi
expuestos, como estaban, como animales desollados en los campos de
concentración. ¿Dónde está Dios?, nos preguntamos todos ante la violencia
desatada entre padres e hijos, esposos y esposas, miembros de distintas
religiones, etc. ¿Dónde está Dios?, nos preguntamos todos ante los esclavos y
oprimidos, los niños obligados a trabajar en las minas o a empuñar un fusil…
¿Dónde, dónde? He ahí el grito de la humanidad doliente.
¿Dónde está nuestro Dios?, se pregunta el pueblo de
Israel con sus profetas al frente cuando yace postrado bajo el pesado yugo de
Babilonia. De entre todos los gritos lanzados hacia el cielo por los
desterrados, sobresale el del profeta Isaías. Su grito es tan estremecedor que
perfora hasta los mismos cielos. El profeta no se limita a gritar dónde está
Dios, sino que va más allá. Le interpela de tú a tú, casi, como quien dice,
dejando de lado todo miramiento y clamándole más que suplicándole. “Dónde está
tu celo y tu fuerza, la conmoción de tus
entrañas… ¿Por qué el enemigo ha invadido tu santuario, tu santo Templo ha sido
pisoteado por nuestros opresores? Somos desde antiguo gente a la que no
gobiernas, no se nos llama por tu nombre.” (Is 63,15b-18).
Una interpelación así, tan descarnada, nos da a conocer
la impotencia del pueblo elegido –en realidad todo hombre- para ser fiel a
Dios. Por eso el profeta culmina su clamor con un grito desgarrador: Mira,
Señor, que no somos capaces de reconocerte y amarte como nuestro Dios. ¡Baja,
pues, desciende del cielo y ven entre nosotros! Oigamos textualmente lo que le
gritó: “¡Ay si rompieses los cielos y descendieses!”
Dios le oyó, se estremeció y descendió. Se hizo hombre,
y desde entonces es Emmanuel, Dios con nosotros. Fue enviado por el Padre no
para “juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,17). El
Emmanuel nos miró, sufrió la conmoción de sus entrañas, “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades” (Mt 8,17).
Emmanuel, Dios con nosotros, siempre a nuestro lado,
nos encuentra, como buen samaritano, tendidos a lo largo del camino de la vida
(Lc 10,33) y hace suyas nuestras heridas. “…ya que también Cristo sufrió por
vosotros… con cuyas heridas habéis sido curados” (1P 2,21-24). Él, el Emmanuel,
es el especialista en convertir nuestras heridas y fracasos en manantiales de
vida. En realidad todo esto ya había sido profetizado por el salmista: “Él sana
a los de roto corazón y venda sus heridas” (Sl 147,3).
Si bien es cierto que el hombre no deja de gritar
porque el mal no solamente existe sino que también le aprieta inmisericordemente,
más cierto es que Dios no deja de ser Emmanuel para todos. Allí donde hay un
discípulo del Hijo de Dios amando, ayudando, sosteniendo, levantando,
perdonando deudas, animando, dando de comer a los hombres
y mujeres que llevan impreso en su rostro la devastación del mal, ahí está Dios
con ellos.
Gritos, más gritos, estremecimiento de Dios, historias
personalizadas de amor del Emmanuel con cada hombre: Esto es la Navidad. Más allá del
mal, los discípulos del Emmanuel somos o queremos ser “el perfume, el buen olor
de Jesucristo para el mundo” (2Co 2,15).
martes, 18 de diciembre de 2012
viernes, 14 de diciembre de 2012
viernes, 7 de diciembre de 2012
LIBERTAD Y DIGNIDAD
Cuando la Palabra nos arrebata hacia
Dios, es tal la sabiduría que alcanza al alma que ésta se siente traspasada por
la divinidad; es entonces cuando todas nuestras mediocridades se desvanecen
aunque sigan estando ahí. Están pero ya no nos condicionan ni nos atan a nada.
Dios ganó la partida.
Libertad y dignidad
Todo
aquel que ha sido llamado por Jesucristo a ser pastor y que hospeda en su
corazón su Evangelio está viviendo algo asombroso e inaudito: ¡convive con
Dios! La Palabra
albergada en su interior forma en él un corazón apto para conocerle, como nos
dicen los profetas (Jr 24,7). Es un conocer con toda la riqueza afectiva que conlleva
este verbo en la espiritualidad bíblica. Hablamos, pues, de pastores que
conocen a Dios, y de Él reciben la capacidad de enseñar a sus ovejas a convivir
con el Trascendente.
Estos
pastores viven sumergidos en una existencia al mismo tiempo mundana y
extramundana. Están en el mundo –su campo de misión- sin ser del mundo (Jn
17,15-16). Son pastores para todos los hombres no porque sean mejores que
ellos, sino por Aquel que vive en sus
entrañas (Gá 2,20). Viven –si se me permite una especie de metáfora- al ritmo
de una prodigiosa aleación de cuerpo y espíritu.
Esta
forma de existir no les repliega sobre sí mismos, más bien al contrario, les
impulsa a abrirse -con los tesoros que de Dios han recibido- al mundo entero
sin excepción alguna; a un mundo pobre, carente y escaso de vida por la
inmisericorde y brutal opresión que ejerce sobre su alma el dios-dinero (Mt
6,24); no en vano Jesús ofreció a todos los hombres esta invitación tan
especial como necesaria: “Venid a mí los que estáis cansados y sobrecargados, y
yo os daré descanso… Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y
hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,28-29). El drama que cargan
tantos y tantos hermanos suyos impide a estos pastores hacer oídos sordos a sus
gritos de auxilio, por lo que, al igual que Pablo, se exhortan a sí mismos: ¡ay
de mí si no evangelizare! (1Co 9,16).
Bien
saben estos pastores que su alianza con Dios, con el que conviven por la Palabra guardada, sólo es
válida y real si se desdobla en alianza con los hombres todos, los lejanos y
los cercanos. Por eso están prontos a partir adonde su Señor les envíe. No hay frontera que se
resista a una alianza tejida con los hilos del amor eterno e indestructible de
Dios.
Estos discípulos son pastores según el corazón
de Dios, lo que les hace insultantemente libres. No están sujetos ni
condicionados por “la última lumbrera”, cuyo esplendor no pocas veces “es como
flor de hierba que se seca y desaparece” (1P 1,24). Son auténticos hombres de
Dios que Él regala al mundo; se identifican con aquellos discípulos de los que
habla Jesús. “Todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es
semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mt
13,52).
En
su misión conjugan libertad con dignidad, propias de su Maestro y Señor, quien
les parte la Palabra.
Él es la Fuente
de donde sacan, con gozo indescriptible, las aguas de la salvación (Is 12,3).
Su ministerio refleja la libertad y la dignidad en estado puro, no en vano ambas son creación de Dios.
domingo, 2 de diciembre de 2012
INMACULADA CONCEPCIÓN
Tuvo 'gracia' sin duda el seráfico Duns Scoto, al resumir así el
argumento de tu beneficio de redención antecedente: "Potuit, voluit...
ergo fécit", el Inefable Dios pudo hacerlo, quiso hacerlo... luego lo
hizo. Tuvo también suerte para que prosperase su simpático alegato, porque
todos los pastores según tu corazón, los padres de la Iglesia , obispos,
arzobispos, fieles y hasta enemigos, ya lo sabían desde siempre, desde que
existe la Iglesia
sobre la tierra cuando nació tu Hijo, Dios te había hecho inmaculada desde
siempre. Incluso nueve meses antes de seguir ella Virgen tras el parto, ya lo
sabían sabían los ángeles y arcángeles. El que te dijo "kejaritomene", Gabriel, no te
saludó como María, sino con tu nombre del cielo, "Llena en plenitud de
Gracia" "Kejaritomene". (1)Nosotros te llamamos hoy la Inmaculada , por agotar
todos los sentidos de tu gracia original, "sin pecado alguno", ni
siquiera el que a nosotros nos doblega desde los genes de Adán (ADN). Pero creo
que cuando te nombramos en la intimidad, Madre nuestra, María In-maculada, no
pensamos en algo negativo, oscuro y negro, que nos destroza el alma desde
aquella mancha original de pecado, aunque siquiera sea para negarlo, para decir
que tú no tienes eso, sino que todos al nombrarte pensamos en algo blanco y
claro, que huele a rosas limpias y frescas, aunque sean rojas por nuestra
sangre, como esa que llevas sobre las manos de tu imagen. Incluso creo que
todos, pensamos al recordar tu Concepción Inmaculada, que eres la más hermosa,
llena de gracia, especial entre todas las criaturas por tu relación exclusiva,
irrevocable, con la obra salvadora de tu Hijo en todos y cada uno de nosotros.
Superas en dones de la gracia a todo lo creado.
En la sencillez de la piedad de los que te amamos y aprendemos a
amar al pronunciar tu nombre, nos queda el regusto de tu plenitud, y el resumen
de toda teología en la oración "Bendita sea tu pureza, y eternamente lo
sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza, a ti celestial
princesa, Virgen sagrada María, yo te ofrezco en este día de tu Inmaculada
Concepción, alma vida y corazón". No me dejes Madre mía hacer otra cosa
que vivir tu bendición bendiciéndote, cantando las glorias de tu Hijo que hay
en ti.
Manuel Requena
----
(1) El
término de Lucas 1,28 "Kejaritomne"
es el participio pasivo del pretérito perfecto de Verbo griego jaritoo, que es un verbo causal o
causativo, por su terminación en "oo", y el tiempo en que se usa,
expresa plenitud. Lucas nos quiere decir así, que la plenitud de gracia en
aquella Virgen Santa, era desde 'el principio' de su ser y para siempre. Además
la primera palabra del saludo angélico, "jaire", parece decir que no solo era para ella, sino fuente
para toda la historia de gracia del hombre, para nosotros cada vez que decimos
María Inmaculada, 'Tota pulchra'.
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