domingo, 30 de abril de 2023

Tras los incendios cenicientos

 

Atrás quedaron los incendios que semanas atrás nos asolaron. La chamusquina queda patente en nuestros bosques y campos, en las casas y ermitas que quedaron arrasadas. Pero especialmente en el fondo de tristeza que se imprimió en los ojos de cuantos veían arder su pasado, dejando incierto y difícil el futuro mientras el presente quedaba en el entredicho de no saber qué hacer.

 Un incendio arroja siempre el pánico y el miedo. Las llamas se hacen indómitas y esquivas cuando deciden devorar sin compasión todo lo que encuentran a su paso. Nuestros excelentes y heroicos bomberos, tantas veces con recursos insuficientes que ponen en riesgo sus vidas, así como los generosos voluntarios que también se arremangan para inventarse mangueras improvisadas mientras, como saben y pueden echan una mano, todos ellos han sido testigos de esa debacle. No en vano el fuego es sinónimo también del castigo fatal cuando se quiere infligir una pena ejemplar, decretando la hoguera impía al disidente. Más aún, el eterno castigo se llama “infierno”, como una tortura irredenta e irredimible para quienes han cometido un pecado de mortalidad inmensa.

 Si, además, esas llamas no son fruto de un accidente natural con la chispa de un rayo, sino más bien como consecuencia de una calculada opción de destruir campos, incendiar bosques, a pesar de poner en riesgo máximo la vida de las personas, la destrucción de sus haciendas, sus casas, y las ermitas o iglesias que cobijaban sus esperanzas, entonces hablamos de una tragedia añadida por tener la firma malvada de quien así se las toma tan a despecho, ofendiendo a Dios y maldiciendo de este modo a los hermanos. No es fácil entenderlo. No se entiende, de hecho. Es incomprensible tanta maldad cuando viene provocada por las acciones humanas, que se constituyen en jueces de la vida para disponer de la misma en aras de sus intereses vengativos y rencorosos, o de dudosos objetivos de unas presuntas ganancias empobreciendo tan cruelmente a los otros.

 Pero, más allá de la tragedia en sí misma, la vida sigue adelante. Hay que beberse las lágrimas que tan dolorosamente se vierten, hay que levantarse de nuevo en tamaña postración que nos ha dejado tan tocados y hundidos, y lograr reponerse con Dios y ayuda (sí, con los dos). Porque los incendios, ya sean naturales o ya sean provocados, arrasan de cruel manera todo un pasado: archivos y bibliotecas, enseres y aperos, campos y casas, todo cuanto representaba el diario paisaje de una vida cotidiana tejida de escenarios, de recuerdos, de patrimonio heredado, cuidado y trabajado. Todo eso sucumbe irremediable en el fragor de unas llamas que reducen a cenizas tantas cosas justas y necesarias.

 En ese pasado ceniciento, estaba en ciernes nuestro presente, porque éste consiste en el recorrido actualizado hoy de todo ese ayer que nos preside en el recuerdo y en el agradecimiento. No hay manera de desvincular estos dos momentos: el pretérito de nuestras herencias y el presente de nuestro patrimonio, y cuando son alcanzados por las llamas traicioneras, nos dejan pobres de la noche a la mañana.

 Pero hay algo que las llamas no podrán nunca alcanzar. Se trata del futuro que se dibuja humilde por delante. Porque atrás quedan nuestros llantos y nuestra pena, pero la esperanza es lo que queda pendiente de nuestro esfuerzo ilusionado, acompañado y sostenido por el Dios de la esperanza que hace nuevas todas las cosas, y por las personas buenas que Él ha puesto a nuestro lado para ayudarnos de mil modos al deseado recomienzo. Poco a poco se irán superando los soponcios, se irán restañando las precariedades, se irán redimiendo tantos sofocos, pero con Dios y ayuda (sí, con los dos), se hará sitio la esperanza que nos permita de nuevo trabajar y soñar.

 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

sábado, 29 de abril de 2023

Partiendo la Palabra Domingo IV de Pascua (Jn 1,10) Señor, dame tu mano.

 


Evangelio de Jesús, el Buen Pastor. A la luz del Salmo 23 sabemos que quien acoge a Jesús como su Buen Pastor, un día podrá decir como el Salmista: Nada me falta.

 Después de este testimonio, el autor va explicándonos porque no le falta nada. Dice que El Señor le apacienta en prados de hierba fresca; los prados de las Santas Escrituras nos hacen saber San Agustín. Prados de hierba fresca; es decir Palabras de Vida nuevas, jamás oídas, que Jesús nos parte cada día y que provocan estremecimientos en nuestra alma.

 Volvemos al salmista; su Buen Pastor le conduce a las aguas de reposo, a Dios, Manantial de Aguas, vivas como le llama Jeremías (Jr 2,13) Jesús promete que hará brotar en las entrañas de sus discípulos, una Fuente perenne de Agua Viva (Jn 7,37-38) El Salmista añade que su Buen Pastor conforta su alma.  Dios Padre, El Buen Pastor de su Hijo, confortó su alma desolada en el Huerto de los Olivos (Lc 22, 43).

 Todo esto y muchísimo más es lo que nos tiene preparado Jesús cuando le acogemos como nuestro Buen Pastor.

 

P. Antonio Pavía

comunidadmariamadreapostoles.com

 

jueves, 27 de abril de 2023

Jornada Mundial de oración por las vocaciones

 


Si siempre tiene sentido rezar por las vocaciones, en estos momentos lo tiene de manera especial. Por eso la Iglesia ha instituido esta jornada de oración por las vocaciones consagradas.

 Estamos viviendo en toda la Iglesia una situación de verdadera sequía vocacional. Una nación como España, que en otros tiempos ha sido un verdadero vergel de vocaciones a la vida consagrada, un verdadero semillero y tierra fecunda de vocaciones, hoy está atravesando por un momento de verdaderas dificultades. Esta sequía de vocaciones a la vida consagrada que sufre toda la Iglesia, reclama de todos los que la formamos una oración especial por el cultivo de estas vocaciones, que den respuesta a las necesidades que tienen nuestra Iglesia y nuestro mundo.

 Entre los factores que pueden estar contribuyendo a la actual situación de sequía, de escasez y de raquítica respuesta de los jóvenes a embarcar su vida por las distintas opciones que la vida consagrada ofrece, podríamos mencionar, entre otras, tres que yo considero especialmente significativas:

 A. La reinante situación de falta de fe que domina la sociedad actual.

 El materialismo, el secularismo, la descristianización reinante en nuestra sociedad, la crisis de valores, el menosprecio de quienes se plantean para sí la vida consagrada; hacen sentir al joven un peso tan grande que difícilmente puede surgir en dicho ambiente el interrogante por la vocación al sacerdocio o a la vida religiosa.

 Este ambiente de falta de fe y de valoración de Dios y de la vida del Espíritu lo hemos ido creando entre todos, y todos tenemos la responsabilidad de restituir a la sociedad los valores del evangelio y la valoración de la fe como el ambiente desde el que pueda haber personas que se planteen su vida de entrega radical a Dios y al servicio de los hermanos.

 No se trata solo de un problema de la Iglesia o de los seminarios o de las distintas congregaciones religiosas a las que les faltan las vocaciones, es un problema de todos los que formamos esta sociedad y de todos los que nos decimos cristianos. Nos hemos dejado arrebatar la valoración de Dios y de la fe de nuestra vida y, sin dicha valoración, ciertamente es muy difícil que surjan vocaciones a la vida consagrada.

 B. La descristianización de la familia.

 Estamos asistiendo hoy, en las familias, a una ausencia casi total de la inquietud religiosa. Incluso las familias que nacieron del sacramento del matrimonio y que, en otro tiempo, fueron las que alimentaban y transmitían la fe de unas generaciones a otras.

 Esta falta de inquietud religiosa lleva a las familias a animar a sus hijos por otras profesiones con mayor prestigio social y económicamente más valoradas y rentables y a poner dificultades cuando un hijo manifiesta una inquietud vocacional de entrega a Dios y al servicio de los hermanos, sin pensar en la felicidad de los mismos, que tantas veces está en juego.

 Cuando falta el apoyo, la ilusión y el empuje de la familia, el clima familiar en el que se respira la valoración de Dios y su llamada, y solo se valora los contante y lo sonante, es muy difícil que surjan en los hijos planteamientos de este camino al sacerdocio o a la vida consagrada como vocación posible para ellos.

Hemos de ir, no solo a lamentar la realidad de la escasez de vocaciones a la vida consagrada, hemos de ir a las raíces, a lo que origina dicha situación y, desde luego, a preguntarnos cómo estamos transmitiendo en las familias la valoración de Dios en nuestra vida, cómo está presente Dios en nuestros hogares, cómo se vive y se transmite la fe de padres a hijos y cómo estamos creando una familia en la que pueda surgir la pregunta por la vocación en la que una persona va poder servir mejor a Dios y a los hermanos.

 C. La falta de testimonio que, a veces, podemos estar dando las personas consagradas.

 Todas las personas consagradas tenemos que preguntarnos si nuestra vida está siendo realmente un reclamo para otros en el que vean que, consagrando su vida a Dios en la vida religiosa o en el sacerdocio, se puede ser muy feliz.

 La vivencia alegre de nuestra consagración motiva a otros a plantearse su vida por este camino, lo mismo que la tristeza, la desgana y la forma de vivir nuestra consagración de cualquier forma, con poca ilusión y con menos alegría desanima cuando alguien se lo plantea.

 Es verdad que Dios puede sacar hijos de Abraham de las piedras, pero no es menos verdad que el testimonio de la vida religiosa y sacerdotal vivida con alegría, como lo mejor que nos ha podido pasar en la vida, es también un elemento muy importante para mover en el corazón de los jóvenes la llamada a seguir al Señor por el camino que ven en nosotros, para ser felices, como ven que lo somos nosotros.

 Todos debemos tener muy claras estas tres realidades bien concretas: A. Que Dios sigue llamando hoy. B. Que el mundo y la Iglesia necesitan que siga habiendo personas que entreguen su vida al servicio de Dios y de los hombres. C. Que, hoy, como siempre, sigue habiendo jóvenes sensibles a la llamada de Dios y de las necesidades del mundo, pero que necesitan de apoyos, de mediaciones, de alguien que les haga la propuesta, la anime y la alimente con su testimonio de vida para que ellos puedan responder con generosidad.

 Pidamos al Señor por todas las vocaciones, pero especialmente pidamos por las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio, para que siga habiendo quien rece por los que no rezan y quienes entreguen su vida a llevar el evangelio de Cristo al corazón del mundo, para que este siga creyendo y valorando la presencia de Dios en el mismo.

 + Gerardo Melgar Viciosa

Obispo de Ciudad Real

 

miércoles, 26 de abril de 2023

Partiendo la Palabra El que ama a Jesús, se fía de Él (Gal 2,19-20)

 


 En el texto anterior vimos a Pablo rindiéndose al amor que Jesús le tuvo por ser un amor totalmente desconocido para el “sentido común del mundo” Lo que realmente le desarmó fue que, casi podríamos decir, en un " arrebato de locura de amor “Jesús confiase en él, hasta el punto de regalarle la misión de predicar su Evangelio a lo largo y ancho del Imperio Romano.

 Leamos lo que escribió casi confidencialmente a Timoteo su compañero de misión: " Doy gracias a Dios que me revistió de fortaleza; se fio de mí, me hizo capaz y me confió este ministerio. (I Tm 1,12) Seguimos leyendo y nos parece ya entrar en la " ciencia- ficción…"a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor, un insolente.  Que Jesús se fiara de él, algo tan inaudito, le impactó tan profundamente que ¿Como no iba a poner en El toda su confianza, depositando su vida en sus manos?

 Oigamos su confesión, también a Timoteo, tan llena de amor y entrega: " Estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien de quien me he fiado y sé que es poderoso para guardar mi Depósito hasta aquel día..." Se está refiriendo al Depósito (como en un banco) de la Vida Eterna que le ofrece Jesús:  su lugar junto a Él. (Jn 14,1-3)

Verdaderamente no hay nada imposible para Dios...de hecho puede y quiere hacer de ti otro Pablo...o Paula.

  

P. Antonio Pavía

comunidadmariamadreapostoles.com

 

martes, 25 de abril de 2023

«Raíces cristianas de Europa»

 


 Algunos acontecimientos recientes han traído a mi memoria aquel memorable discurso que san Juan Pablo II pronunció sobre la identidad europea, en Santiago de Compostela, el 9 de noviembre de 1982, al término de su primer viaje a España. Hay un párrafo que quedó grabado en mi mente y en mi corazón: “Desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”.

 Sé tú misma, aviva tus raíces, revive los valores auténticos, reconstruye tu unidad espiritual. En torno a Santiago se fue constituyendo el alma europea en los mismos siglos en los que se construía como continente, por eso la identidad europea es difícil de comprender sin el cristianismo; de ahí emanan los valores de la dignidad de la persona humana, del sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad e iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia, de cooperación y de paz. El Papa constataba también las divisiones en la sociedad, las crisis sociales, culturales y religiosas, consecuencia de ideologías secularizadas, que niegan a Dios y limitan la libertad, o que ponen en el centro de la actividad económica el beneficio en lugar de la persona.

 El Papa Wojtyla hacía ejercicio de realismo respecto a la contribución que la Iglesia está llamada a aportar a la comunidad europea afirmando que la Iglesia es consciente del lugar que le corresponde en la renovación espiritual y humana de Europa, que no reivindica ciertas posiciones que ocupó en el pasado, que en la actualidad se ven como totalmente superadas, y que se pone al servicio del bien común para contribuir a un auténtico bienestar material, cultural y espiritual a las personas y a las naciones.

 La constitución pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, presenta la cuestión de la Iglesia en medio del mundo, solidaria del género humano y de su historia porque no existe nada humano que no encuentre eco en su corazón; con una visión positiva del mundo que contempla, constituido por toda la familia humana con el conjunto de realidades en las que ésta vive; el mundo con sus afanes, sus logros y fracasos; el mundo, creado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, a fin de que se transforme según la voluntad de Dios y llegue a su plenitud.

 La Iglesia peregrina en diálogo con los hombres, al servicio de las personas concretas, para renovar la sociedad, continuando la obra de Cristo, dando testimonio de la verdad, con actitud de servicio. Se trata de un diálogo intraeclesial en primer lugar, pero también ecuménico, interreligioso y diálogo con los no creyentes. Un diálogo de la fraternidad, que nos lleva a colaborar en la construcción de la paz. La Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el mundo futuro podrá conseguir plenamente, pero también está presente en la tierra, está formada por hombres y mujeres, comparte los avatares de la humanidad, de la que forma parte, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios.

 Europa, sé tú misma, aviva tus raíces, en un clima de respeto. Respetemos la creación, respetemos a las personas, respetemos, sobre todo, lo más sagrado, a Dios Nuestro Señor y a María Santísima.

 

+ José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

 

lunes, 24 de abril de 2023

Partiendo la Palabra (Gal 2,19-20) Amar a Jesús es fiarse de Él

 

 

Una de las mayores aportaciones de Pablo a nuestra espiritualidad como discípulos de Jesús, fue y es descubrir que su amor hacia Él no se apoyaba en pasos que dio en su búsqueda sino en que aun siendo como era, soberbio, idolatra por adorar su propia gloria, violento...etc., fue Jesús el que le amó y salió a su encuentro.

 Fue tal el impacto que recibió en su alma que desde lo más profundo de sus entrañas nos confesó:   

 " Me amó y se entregó por mí..." La prepotencia de Pablo, madre de todos los vacíos del corazón, fue vencida por el Amor que está a años luz de nuestra capacidad de amar. Testigo privilegiado de este Amor, Pablo nos deja auténticas piedras preciosas como por ejemplo esta: " La prueba de que Dios nos ama es que siendo nosotros todavía   pecadores, murió por nosotros (Rm 5,8) Pablo no está disertando desde una cátedra; está abriéndonos su alma herida por un Amor hasta entonces desconocido.

 Todos somos Pablo por lo que todos podemos decir con San Agustín: "No hay Santo sin pasado ni pecador sin futuro " Y para que el amor al Señor no se diluya en palabras por muy emotivas que sean, tendrá que crecer en la Roca que supone fiarnos de Él. Pues bien: Pablo amó a Jesús y se fio de Él.

                       Hablaremos de ello el miércoles si Dios quiere.

 

 P. Antonio Pavía

comunidadmariamadreapostoles.com

 

domingo, 23 de abril de 2023

Una santa montaña con encanto

 


 Hay bosques que saben guardar secretos. Sobre todo, cuando dentro de su foresta se levantan las piedras centenarias de algún monasterio. Suenan sus campanas y todo el valle queda lleno del mensaje discreto que nos invita a la plegaria litúrgica. En su sentido rezo cabe el mundo entero, ese universo que Dios quiso hacer bueno y bello, por más que demasiadas veces se haya trocado en afeado y truncado en perverso. El tañido lejano desde la espadaña de un humilde convento, nos invita a soñar un mundo diverso al que a diario pintan nuestros recovecos. La bondad del origen se puede haber envilecido por nuestros retorcimientos. La belleza original se puede haber manchado fatalmente. Pero la palabra final no la secuestran nuestros desafueros, sino que Dios la hace suya para poner su punto postrero con el sabor de su primer aliento que devuelve el encanto primero.

 Así estábamos el domingo pasado en ese lugar cercano y fraterno en las Asturias de Liébana, celebrando la apertura del año jubilar lebaniego junto a nuestros hermanos cristianos de Santander. No faltaron tampoco algunos que desde la Asturias de Oviedo nos allegamos para hacer homenaje agradecido a un nuevo regalo que nos da la divina Providencia para enderezar nuestros entuertos, allanar las altiveces y como mendigos de la gracia de Dios, acoger en toda su hondura una propicia ocasión para la reconciliación de nuestras almas. Era hermoso el rito sencillo de la apertura de la puerta del perdón. Tres golpes con el martillo labrado hicieron de aldaba bendita que nos abría de par en par aquella iglesia de sabor románico que nos acogía con sus brazos abiertos. Y así fuimos pasando por aquel dintel bendecido lentamente: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, y muchos laicos. Todo el Pueblo de Dios que se ponía en la fila de los verdaderamente pobres para recibir lo que no amasan nuestras manos: el perdón de un Dios que con semejante pretexto festivo hace de esa efeméride una ocasión para darnos su esperado abrazo. La puerta de esa perdonanza se abría a todos cuantos fuimos pasado por ella.

 No es una rebaja este regalo jubilar, ni tampoco pasar por esa puerta del perdón era someterse a un túnel de lavado como alguno comentó entre bromas e ignorancias. No es una baratija donde se ponen de saldo lo que cabalmente hablando no tiene precio cuando viene nada menos del mismo Dios. Y, por ese motivo, las gracias que en un año jubilar como el que se inauguraba el otro día en Liébana, suponen una actitud de parte de los creyentes que implica la colaboración y el compromiso de cada uno de ellos. Será Dios quien regale su gracia, pero serán los cristianos quienes deberán desearla, esperarla y recibirla con las debidas condiciones que nos marca la Iglesia para ayudarnos.

 Tenemos todavía reciente en nuestra memoria lo que significó para nosotros el año jubilar en Covadonga con motivo del primer centenario de la coronación canónica de nuestra querida Santina. Allí la puerta del perdón era otra, y tenía forma de túnel que acababa en una santa cueva donde una imagen de María nos recordaba cómo la vida es un hogar habitado, en donde hay siempre una Madre que nos acoge y espera para conducirnos al buen Dios.

 En Liébana la remembranza es otra: un fragmento, el mayor de los que se conocen en el mundo entero, de la Cruz del Señor. Venerar esa reliquia es rendirse con inmenso agradecimiento a lo que costó nuestra salvación, nuestra libertad, nuestra posibilidad de vivir hasta el fondo la palabra para la que nacimos. Jesús se entregó muriendo en aquella Cruz, cuya reliquia extraordinaria se venera en Liébana, para que la Palabra que eternamente Dios silenció para decírmela a mí y decirla conmigo, no fuera un hablar por hablar, sino el regalo inmenso de que se la siga escuchando. Allí peregrinaremos en breve los cristianos astures. Feliz jubileo.

 

+ Jesús Sanz Montes

Arzobispo de Oviedo

 

sábado, 22 de abril de 2023

Partiendo la Palabra Dom. III de Pascua (Lc 24,13-35) El Fuego de Dios en ti.

 


Dos discípulos de Jesús, desanimados y tristes abandonan el grupo de Apóstoles. Estaban decepcionados de Jesús, porque Satanás padre de la mentira (Jn 8,44) les había hecho creer que el Mesías establecería el Reino de Israel y que ellos tendrían un gran puesto en él. Jesús que es el Buen Pastor sale a su encuentro; ¡no está dispuesto a que sus ovejas se pierdan, se les une en su “huida “y les dice! ¡Necios de corazón! Bien sabéis por las Escrituras que el Mesías debía de padecer, ser condenado a muerte y resucitar, pero no habéis creído en ellas. Al llamarles necios de corazón les está recordando la denuncia del salmista: "Dice el necio en su corazón: ¡Dios no existe!

Abierta, para curarla, la herida de su incredulidad, les va interpretando-partiendo la Palabra que les regenera. Llegados a Emaús, Jesús, que, por nuestra libertad, quiere que la última palabra sobre el Discipulado la tengamos nosotros, hace ademán de seguir adelante, pero los dos le retienen: ¡¡Quédate con nosotros!!

 Jesús entró en su casa y al partir el pan se abrieron sus ojos y le reconocieron. Entonces se fue y ellos dijeron: ¿No ardía nuestro corazón cuando nos interpretaba-partía la Palabra? He ahí como llegamos a la Fe adulta, por medio de la Palabra hecha Fuego de Dios en nuestras entrañas.

 

  

P. Antonio Pavía

comunidadmariamadreapostoles.com

 

jueves, 20 de abril de 2023

«Somos administradores, no propietarios»

 


 El próximo sábado, 22 de abril, se celebra el Día Internacional de la Tierra. Con este motivo, la Comisión Diocesana de Ecología Integral presenta su Plan Diocesano de Acciones Laudato Si’. Me alegra presentar este documento que nace con la vocación de ayudarnos a transformar los estilos de vida dentro de las parroquias y de las comunidades eclesiales de la archidiócesis de Madrid. Ante todo, queremos avanzar de la mano del Evangelio y cultivar una cultura en defensa de la vida humana en toda su extensión y de la custodia de la creación, como nos pide explícitamente el Papa Francisco en la encíclica Laudato si.

 La vida es el don divino más preciado que poseemos. Mediante él, entramos a formar parte de la creación de Dios y nos relacionamos con otras personas y con un entorno vivo, visible e invisible, con el que estamos estrechamente interrelacionados. Ante esta imponente realidad, nos tenemos que preguntar: «¿Qué mundo deseamos dejar a quienes vienen detrás de nosotros?».

Somos peregrinos en la tierra y estamos llamados a disfrutar del jardín de la creación. Tenemos el deber de obedecer el mandato de Dios, ya enunciado en el libro del Génesis: el Creador nos otorga el poder a título de administradores —no de propietarios— sobre buena parte de la naturaleza. Tenemos que cuidarla con primor y gestionarla en favor del ser humano, sin olvidarnos de los más pobres. El Papa Francisco nos recordaba en su encíclica que todo está interconectado y forma una red vital. A ella queremos servir, recuperando una cultura del cuidado y del encuentro que nos ayude a descubrir un nuevo paradigma de convivencia que ponga a la persona en el centro en armonía con todo lo creado.

Desde la Iglesia de Madrid queremos fomentar particularmente la cultura del «cuidado de la vida». Ello reclama una sincera conversión del corazón, también a la dimensión ecológica integral. Solo así se asegurará la calidad de vida de todos los seres humanos y podremos desplegar una actividad sostenible y responsable que permita reducir drásticamente los efectos del cambio climático. También minimizaremos los efectos devastadores de una actividad productiva depredadora que genera múltiples descartes. Nuestra «calidad de vida» no puede basarse en el deterioro o destrucción de la vida de los demás, especialmente de las personas más vulnerables y descartadas de nuestra sociedad.

El Plan de Acciones Laudato Sí’ (PALS) que se presentará quiere ser una humilde contribución al deseo del Papa, expresado a través del dicasterio dedicado a esta cuestión. La archidiócesis de Madrid, avanzada en dar respuesta a los desafíos planteados desde su Comisión Diocesana de Ecología Integral, propone unas líneas de actuación pastoral que pueden ayudarnos a gestionar de forma más sostenible la vida comunitaria e individual dentro del ámbito de nuestras parroquias, comunidades y hogares. Tienen un contenido fundamentalmente educativo, porque, como me gusta insistir, solo enseñando a cambiar la mirada de las nuevas generaciones podremos respetar el don de la creación.

Finalmente, estamos llamados a ejercer la fraternidad universal desde una ciudadanía responsable y solidaria que nos permita caminar juntos hacia una paz duradera entre nosotros, con Dios y con la hermana naturaleza. Solo así acabaremos siendo verdaderos «custodios de la Vida».

Os invito a la lectura y puesta en práctica del plan completo. Será una forma de que nuestra Iglesia local muestre a la sociedad la coherencia de nuestro compromiso evangélico. En efecto, porque así lo quiere Dios, apostamos por aunar el cuidado de nuestra casa común, el cuidado de la vida y de las condiciones en que viven las personas que más sufren.

Con gran afecto, os bendice,

+ Carlos Osoro Sierra

 

Cardenal arzobispo de Madrid

 

miércoles, 19 de abril de 2023

Partiendo la Palabra Hemos visto y oído II (Hch 4, 18-20)

 


El "Hemos visto y oído" de Pedro y Juan ante el Sanedrín trasciende por completo la experiencia sensorial. La Gracia de Dios que configura el Evangelio activa lo que los Padres de la Iglesia llaman “los sentidos del alma". Es la Gracia creadora que nos permite sondear el Misterio de Dios oculto en el trasfondo de las palabras de Jesús como bien sabían las primeras generaciones de cristianos.

  Leemos el testimonio de San Melitón Obispo de Sardes, siglo II. "La ley se convirtió en la Palabra y de antigua se ha hecho nueva. El mandamiento se transformó en Gracia..." Por eso San Pablo hablará del “Evangelio de la Gracia” (Hch 20,24) y también del Evangelio " que es Fuerza de la Salvación de Dios..." (Rm 1,16).

  O sea que es Fuerza y Gracia de Dios que nos capacitan para ser discípulos de Jesús, cuyas palabras son como dijo Pedro, movido por el Espíritu Santo..."  Palabras de Vida Eterna " (Jn 6,68) El mismo Pablo dirá que su predicación del Evangelio era un Anuncio que " ni el ojo vio, ni el oído oyó jamás." (1 Co 1,9) Sin duda Pablo era consciente de que su predicación salía del corazón de Dios hacia su boca, y de su boca al oído de quienes le escuchaban.

 Hemos visto y oído a Dios con los sentidos del alma: he ahí el sello Divino de los que saben escuchar la Palabra de Dios. ¡¡Se escucha...!! ¡¡Con todo el corazón y con toda el alma!! (Dt 30,2).

 

 

P. Antonio Pavía

comunidadmariamadreapostoles.com

 

lunes, 17 de abril de 2023

Partiendo la Palabra Hemos visto y oído

 

Testigos fidedignos de la muerte y resurrección de Jesús, los Apóstoles impulsados por el Fuego del Espíritu Santo sienten el impulso irresistible de anunciar el Evangelio a todos los pueblos empezando por Jerusalén.

 Muchos judíos, incluso sacerdotes y escribas acogen su predicación lo que provoca un gran malestar en la cúspide religiosa de Jerusalén que deciden llevar a juicio a Pedro y a Juan. En el juicio los miembros del Sanedrín les prohíben seguir anunciando a Jesús Resucitado pues ponían en evidencia su gran error al condenarle a muerte. La respuesta de Pedro y Juan a estos "letrados" de las Escrituras no tiene desperdicio:

 "No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (Hch 4,20). Está es la Fuerza Divina de la misión de la Iglesia. No se basa en una serie de tratados, documentos o tesis sino en lo que vieron y oyeron del propio Jesús a pesar de los miedos, dudas, debilidades e incluso negaciones que les golpearon en su condena y muerte en la Cruz. Todo ello quedó atrás, muy atrás cuando le vieron y oyeron en su resurrección... y al constatar que no les pidió cuentas, no siquiera a Pedro de sus cobardías y deserciones.

 Han pasado 2000 años y la Misión de la Iglesia es más vigente que nunca. En un mundo que "ama más las tinieblas que la luz" (Jn 3, 19-20) anunciamos la Vida y Espíritu que afloran en las palabras de Jesús (Jn 6,68) a los hombres, no para maniatarlos sino para que se abran a la mayor e inmortal dignidad que un hombre puede llegar a tener: ¡Llegar a ser hijo de Dios! (Jn 1,12).

  

 

P. Antonio Pavía

comunidadmariamadreapostoles.com

 

sábado, 15 de abril de 2023

¡¡Señor mío y Dios mío!! Dom. II Pascua (Jn 20,19-31)

 

En este Evangelio, Jesús Resucitado se aparece a sus discípulos llenándoles de alegría. Han sido demasiadas horas de zozobra e incluso miedo. La Paz de Jesús desciende sobre ellos y la penumbra de sus corazones da paso a la Luz podríamos decir que también a la Fiesta, pero no...falta Tomás. Cuando llega este, por más que todos le dicen: ¡Hemos visto al Señor!, se resiste a creer.

 Ante esta situación los Apóstoles llenos de Sabiduría deciden esperar a que Jesús les visite de nuevo.

 Resumo el encuentro. Tomas reconoce en las heridas visibles de Jesús el precio de su conversión y salvación (Ap 5,9) Entonces desde su corazón hasta sus labios brotó como Manantial de Vida la mayor confesión de Fe en Jesús que tenemos en el Evangelio: ¡Señor mío y Dios mío!, declaración que revela la mutua pertenencia entre Jesús y el discípulo y la del discípulo con Él, el Buen Pastor que salió en su búsqueda en sus noches de dudas y tinieblas.

 Prestemos atención: Gracias a la confesión de Tomás, cuantas veces los Apóstoles, desalentados por tantas pruebas y sufrimientos en su predicación del Evangelio (1 Pe 4, 12- 14) se recogerían sobre sí mismos buscando la Fortaleza en Jesús diciéndole: ¡Señor mío y Dios mío!.

 Damos gracias a Dios por Tomás ya que al igual que él, nos nace gritar a Jesús en nuestras pruebas y tinieblas: ¡Señor mío y Dios mío! 

  

P. Antonio Pavía

comunidadmariamadreapostoles.com

 

viernes, 14 de abril de 2023

CARTA AL DOLOR

 


Querido dolor: He dudado entre escribir “querido” o “despreciable” y tras una breve meditación ya ves por lo que me he decantado, al final te explicaré tal decisión.

Despreciable sí que lo eres por tu presencia en sí y por tus formas. Eres muy hábil al manifestarte pues lo haces de miles de maneras y siempre, siempre de doble forma conjunta: física y moral, para quien te padece y para el que está a su alrededor.

Eres tan hábil como desvergonzado, tan cruel como astuto porque te presentas sin invitación, por las bravas y sin dejar resquicio para rechazarte.

Exasperas. Lo mismo apareces para breves minutos que para un tiempo indefinido o infinito. Te inmiscuyes en nuestras vidas de repente, sin previo aviso o lo anticipas con tiempo, si malo es aquello; peor, esto. Vamos a un viaje de placer y zas, tras una curva allí estás en pie enarbolando la guadaña o sentado en una silla de ruedas. Te muestras bajo la forma de una cama de hospital en una enfermedad incurable. Lo mismo te sufre el joven que el anciano, los padres que los hijos, no haces distinción entre pobres y ricos. Es más, incluso parece que te encarnizas con el más débil. Irrumpes inopinadamente en cualquier hogar y dejas al paciente marcado por tu acción física y a los suyos en sus facultades de espíritu. Siempre la doble forma: física y moral. Malo eres en lo físico, que a veces ni el analgésico más específico puede contigo, pero ¿y el moral?

A cuántas personas les “duele hasta el alma”, que diría el poeta, en el sufrimiento propio -léase el que padece una depresión, por ejemplo- o en el que está alrededor de ese ser depresivo, obsesionado por el falso abandono ajeno, falso, pero para él, patente. Gentes que se creen obstáculos en este mundo, hacen mutis por el foro voluntariamente y dejan un hueco que nadie podrá llenar nunca jamás. Personas que no se sienten queridas cuando están recibiendo todo el amor de sus allegados. Ambas partes sufren. ¡Cuánta dolorosa conmiseración!

Llegado a este punto te desvelaré mi inclinación por el vocablo “querido” cuando el cuerpo me pedía “despreciable”.

Muy sencillo: no hay resurrección sin cruz. O, dicho de otra manera, esperanza para los no creyentes. Virtud que todos la queremos y ansiamos, a ella nos aferramos porque la desesperación es peor que tú. Por ello concluyo pensando que eres un mal, si no necesario, sí, al menos, imprescindible para los esperanzados. Para los cristianos, subjetivamente así lo creo, una de nuestras principales cruces. No pienses que soy masoquista, pero quizá sí un poco estoico, pues intento sacar provecho de tu dolor, aquello de “hacer virtud de la necesidad”.

 

Valencia, abril de 2023.

 Pedro José Martínez Caparrós

jueves, 13 de abril de 2023

«Cristo resucitado, certeza de nuestra resurrección»

 


Hay unas palabras de san Agustín en las que afirma así: «La fe de los cristianos es la Resurrección de Cristo». Y con qué claridad y fuerza nos lo explica el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando nos dice: «Dios dio a todos los hombres una prueba segura sobre Jesús al resucitarlo de entre los muertos» (Hch 17, 31). Y es que no era suficiente la muerte para demostrar que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías esperado. Muchos a través de la historia han consagrado su vida a una causa considerada justa y han muerto y han permanecido muertos.

Sin embargo, la muerte del Señor muestra el inmenso amor con el que nos ha amado hasta sacrificarse por nosotros; pero solamente su Resurrección es prueba segura, es certeza de que lo que afirma es verdad, que vale también para nosotros y para todos los tiempos. Recordemos lo bien y admirablemente que nos lo explica san Pablo en la carta a los Romanos, cuando nos dice: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm 10, 9).

Esta noche (en este Domingo de la Resurrección) nos reunimos para celebrar la Resurrección de Cristo, ella es el quicio de la vida cristiana. Os convoco a todos con las mismas palabras que nos dice san Lucas: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Lc 24, 34). Celebramos con alegría el triunfo sobre la muerte. Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está muy ampliamente documentada. Cuando se debilita nuestra fe en la Resurrección de Cristo, se debilita fuertemente nuestra fe y por supuesto el testimonio de los cristianos. Queridos hermanos, ¿no ha sido la certeza de que Cristo ha resucitado lo que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia a todos los cristianos en todas las épocas? ¿No ha sido en todo tiempo el encuentro con Jesús vivo el que ha convertido y fascinado a tantos hombres y mujeres que desde los inicios de la vida de la Iglesia siguen dejándolo todo para seguirlo y promoviendo su vida al servicio del Evangelio? Qué palabras tan certeras y de tanta hondura nos dice el apóstol san Pablo: «Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y es vana también nuestra fe» (1 Cor 15, 14). Pero, queridos hermanos y hermanas: Cristo ha resucitado.

Ha sido el Señor quien nos ha dicho: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás» (Jn 11, 25-26). Esa afirmación, «yo soy la resurrección», deseo vivamente que la acojáis en vuestro corazón, pues beber en la fuente de la vida, que es el mismo Jesucristo, es entrar en comunión con el amor infinito que es la fuente de la vida. Os lo aseguro: es al encontrarnos con Jesucristo cuando entramos en contacto, cuando entramos en comunión, con la vida misma. Y ya hemos cruzado el umbral de la muerte, porque entramos y estamos en contacto, más allá de la vida biológica, con la vida verdadera.

Damos gracias a Dios una vez más en estos días porque Jesús muerto en la Cruz ha resucitado y vive glorioso, ha derrotado el poder de la muerte, ha introducido al ser humano en una nueva comunión de vida con Dios y en Dios. Y esta es la victoria de la Pascua, nuestra salvación. Así podemos cantar como dice san Agustín: «La Resurrección de Cristo es nuestra esperanza, porque nos introduce en un nuevo futuro». Hermanos, ¡qué fuerza y belleza adquiere la vida del ser humano con Cristo! La Resurrección de Jesús funda nuestra firme esperanza e ilumina nuestra peregrinación terrena, incluido el enigma humano del dolor y de la muerte. Hermanos, la fe en Cristo crucificado y resucitado es el corazón de todo el mensaje evangélico, es el núcleo central de nuestro credo. Por eso, «alegraos queridos hermanos y hermanas, Cristo resucitado es nuestra resurrección». Estos días le pedimos a nuestra Madre la Virgen María que nos ayude a cultivar en nosotros y en nuestro entorno el clima de alegría pascual para ser testigos vivos de Jesucristo.


En la Vigilia Pascual el sentido profundo que tiene se nos indica y manifiesta con tres palabras que son símbolos elocuentes: la luz, el agua y el canto nuevo, el Aleluya. Hermanos, «¡es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Lc 24, 34).

Con gran afecto, os bendice,


+ Carlos Osoro Sierra

Cardenal arzobispo de Madrid

 

miércoles, 12 de abril de 2023

Partiendo la Palabra Resucitó ll (Jn 5,24)

 

 

En el texto anterior vimos a Jesús enviando a sus discípulos a todas las naciones para " engendrar " discípulos suyos por la predicación del Evangelio.

 Respecto a la primera generación de discípulos de Jesús, nos fijamos en Pablo, llamado directamente por Él e instruido en el Discipulado por la comunidad de Damasco presidida por Ananías. (Hch 9,1-20). Pablo empieza a predicar el Evangelio de Jesús y enseguida sufre el descrédito y persecución   por parte de aquellos que antes tanto le admiraban, pero no se desanima, al contrario, se siente orgulloso de poder sufrir por causa de Jesús a quien tanta ama. Bien sabe que su vida no está en manos de quienes le odian, sino en las de Jesús que le rescató de tantas vanidades. 

  Leamos sobrecogidos la confidencia que hace a su compañero de misión Timoteo: "No te avergüences pues, ni del testimonio que has de dar de Jesús, ni de mí, su prisionero - está en la cárcel - al contrario, comparte conmigo los sufrimientos del Evangelio. (2 Tm 1,8).

  Nos preguntamos: ¿De dónde le viene a Pablo y a todos los que predican el Evangelio de Jesús, tanta Fuerza en la tribulación?  Pablo nos lo aclara en el mismo pasaje. “…Por este motivo padezco estos sufrimientos, pero no me avergüenzo: sé bien en quien he puesto mi confianza." (2 Tm 1,12). Sucede que Pablo vive ya las primicias de su resurrección gracias a Jesús Resucitado (Jn 5,24).


  

P. Antonio Pavía 

 comunidadmariamadreapostoles.com