En este Evangelio, Jesús Resucitado se aparece a sus discípulos llenándoles
de alegría. Han sido demasiadas horas de zozobra e incluso miedo. La Paz de
Jesús desciende sobre ellos y la penumbra de sus corazones da paso a la Luz
podríamos decir que también a la Fiesta, pero no...falta Tomás. Cuando llega
este, por más que todos le dicen: ¡Hemos visto al Señor!, se resiste a creer.
Ante esta situación los Apóstoles llenos de Sabiduría deciden esperar a que
Jesús les visite de nuevo.
Resumo el encuentro. Tomas reconoce en las heridas visibles de Jesús el
precio de su conversión y salvación (Ap 5,9) Entonces desde su corazón hasta
sus labios brotó como Manantial de Vida la mayor confesión de Fe en Jesús que
tenemos en el Evangelio: ¡Señor mío y Dios mío!, declaración que revela la
mutua pertenencia entre Jesús y el discípulo y la del discípulo con Él, el Buen
Pastor que salió en su búsqueda en sus noches de dudas y tinieblas.
Prestemos atención: Gracias a la confesión de Tomás, cuantas veces los
Apóstoles, desalentados por tantas pruebas y sufrimientos en su predicación del
Evangelio (1 Pe 4, 12- 14) se recogerían sobre sí mismos buscando la Fortaleza
en Jesús diciéndole: ¡Señor mío y Dios mío!.
Damos gracias a Dios por Tomás ya que al igual que él, nos nace gritar a
Jesús en nuestras pruebas y tinieblas: ¡Señor mío y Dios mío!
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario