Jesús nos ayuda a
caminar a la plenitud de la vida.
El evangelio narra un doble signo de Jesús en los que
presenta el Reino de Dios como plenitud de la vida y él se presenta a sí mismo
como sabio pedagogo que nos ayuda a caminar hacia esa meta.
Jairo cree que Jesús puede curar una enfermedad gravísima y
pide ayuda a Jesús. Cuando más adelante le anuncian que su hija ha muerto, sus
siervos opinan que ya es inútil la ayuda del Maestro, pues es impotente ante la
muerte. Aquí interviene Jesús pidiendo a Jairo que continúe creyendo y
revivifica a su hija. Este signo es un anuncio de que el Reino de Dios implica
la destrucción de la muerte, que como enseña la primera lectura, ha entrado en
este mundo por envidia del diablo (cf. Gén 3), pues, aunque el hombre es mortal
por naturaleza, en los planes primitivos de Dios entraba mantenerlo en vida
“comiendo del árbol de la vida” (cf. Gén 2). En nuestra situación actual Jesús,
muriendo y resucitando, ha quitado el sentido negativo a la muerte física y la
ha convertido en puerta para la resurrección. El cristiano, por la fe y el
bautismo, tiene una vida con sentido, sabiendo que ahora le toca compartir la
muerte de Jesús, viviendo como servicio todas las vicisitudes de la vida
cristiana, y participando después de su resurrección (cf. Rom 6,1-11).
El relato de la curación de la hemorroísa está intercalado en
el relato de la hija de Jairo, por motivos literarios y teológicos. Literarios
para dar “tiempo narrativo” a que muriera la hija de Jairo, y teológico, para
afirmar que es verdad que Jesús puede curar de una enfermedad como signo del
anuncio del Reino de Dios. Dios nos ha creado para la vida plena; la llegada
del Reino pleno significará la desaparición de todo dolor y enfermedad.
Mientras tanto algunos pocos pueden recibir el don de una curación, pero a
todos capacita la fe para dar un sentido redentor al dolor.
En ambos relatos
aparece Jesús como buen pedagogo de la fe. Si a Jairo ayudó a pasar de la fe en
lo difícil a la fe en lo imposible, ayuda también a la hemorroísa a pasar de
una fe mágica, caracterizada por el “tocar”, a una fe cristiana que se
caracteriza por una relación personal de confianza con él. La hemorroísa sufría
una larga y costosa enfermedad. El relato enfatiza la gravedad de la situación.
Oyó hablar del poder de Jesús y se acerca a él para “tocarlo” con una actitud
mágica, y quedó curada. Pero a continuación Jesús provoca que establezca con él
una relación personal y lanza una pregunta que en aquel contexto de masas que
se apretujan no tenía sentido: ¿Quién me ha tocado? Repetida varias veces la
pregunta, la mujer se acerca a Jesús y habla con él y Jesús certifica la curación:
“tu fe te ha salvado”.
Dios es el Dios de la
vida, la felicidad y la alegría. Nos ha creado para que la compartamos con él.
Ser cristiano es tener una vida con sentido y colaborar en la defensa y
promoción de la vida, que sigue siendo signo de la presencia del Reino de Dios
hasta que llegue a su plenitud. Como colaboradores del Reino, hemos de
compartir el amor pedagógico de Jesús ante la religiosidad popular, con
frecuencia mágica e incrédula ante la resurrección, ayudando a los hermanos a pasar
de la fe mágica a la cristiana y de la fe en las cosas difíciles a la fe en la
resurrección, que es lo específico cristiano. Desgraciadamente no son pocos los
cristianos que no creen en la resurrección.
La Eucaristía es el sacramento
de la vida en que participamos de forma especial la resurrección de Jesús y nos
alimentamos para participarla plenamente.
Dr. Antonio
Rodríguez Carmona