La
eucaristía, sacramento de la nueva alianza y la solidaridad
Las
lecturas de este ciclo B invitan a presentar la Eucaristía como fiesta de la
nueva alianza y la solidaridad: Jesús instituyó la Eucaristía como sacramento
de la nueva alianza y por ello, al consagrar el vino, hizo alusión a su sangre
como la sangre que crea la nueva alianza (Evangelio). Para explicar el alcance
de esta afirmación la primera lectura recuerda cómo la primera alianza se
ratificó con un sacrificio a base de sangre de animales y la segunda cómo la nueva alianza se hizo
también con un sacrificio, pero esta vez
no con sangre de animales sino con el sacrificio existencial de Cristo a base
de su propia sangre.
El
hombre no puede vivir solo ni humana ni religiosamente. Humanamente necesitamos
de nuestros padres, de nuestra familia, de la sociedad. Religiosamente
necesitamos de Dios y de la comunidad cristiana. Para llenar esta necesidad
nace la alianza, institución antigua que pretende unir fuerzas entre personas o
naciones para conseguir determinados fines. Los miembros de una alianza se consideran
solidarios en la obtención de esos fines. La alianza de Dios con Israel fue
especial, pues fue un pacto entre desiguales en que realmente el beneficiado
era el pueblo israelita: Dios le ofrece ser su Dios, acompañarlos, ayudarlos a
realizarse como pueblo y defenderlos a cambio de que sólo adoren y sirvan a él.
La primera lectura recuerda cómo, al pie del Sinaí, se leyeron las cláusulas de
la alianza, se levantaron un altar y doce estelas representando a Dios y a las
doce tribus, se mataron animales en
sacrificio y su sangre –signo de la
vida- se derramó sobre el altar y sobre las estelas, diciendo: Ésta es la sangre de la alianza que Dios
contrae con vosotros. Todos –Dios y pueblo representados en el altar y las
estelas- han recibido la misma sangre, ¡comparten la misma sangre y son un solo
pueblo! Todo esto en forma simbólica.
En
Jesús todo es real. Ha creado una nueva alianza con toda su existencia, desde
la encarnación a su muerte y resurrección. Se encarnó, se solidarizó con
nosotros y se convirtió en nuestro representante. Todo lo que haga vale para él
y para nosotros. La segunda lectura recuerda cómo fue su sacrificio
comparándolo con el del sumo sacerdote judío en la fiesta de la expiación:
éste, pasando por el santo o vestíbulo, entraba en el santo de los santos,
lugar de la presencia de Dios, con sangre de animales, y realmente no conseguía
nada. Cristo, en cambio, muriendo y resucitando, llegó a la presencia de Dios y
consiguió para todos el perdón de los pecados y con ello la nueva alianza que
nos une a Dios. Desde entonces todos somos un solo pueblo, Dios y todos los
unidos a Cristo, un pueblo abierto a todos, con vocación universal.
En la
institución de la Eucaristía, que recuerda el Evangelio, se insiste en esta
realidad. La Eucaristía es presencia real de Jesucristo, creador de la nueva
alianza en la que se unen Dios y la humanidad. Jesús es cabeza de un cuerpo en
el que Dios se une con nosotros. La Eucaristía es sacramento que celebra, hace
presenta y alimenta para vivir solidariamente unidos como miembros de la nueva
alianza, cuya ley fundamental es el amor. La liturgia invita a hacer un breve
acto de fe inmediatamente antes de comulgar: “El Cuerpo de Cristo” dice el
sacerdote, y se responde “Amén”,
aceptando esta realidad en la que Cuerpo se refiere a la cabeza y los miembros.
El que comulga ha de ser consciente de que se une a la cabeza y al cuerpo a la
vez y que no puede comulgar con la cabeza si no lo hace con los miembros. Por
eso la comunión afianza nuestra unión en el cuerpo de Cristo. No podemos
unirnos a Cristo-cabeza sin estar unidos a Cristo-cuerpo. Una Eucaristía que no
se traduce en solidaridad y preocupación
por los hermanos no es verdadera.
Con
toda razón hoy invita la Iglesia a
recordar la institución Caritas, que no es una ONG más, sino el brazo de la
Iglesia que celebra la Eucaristía y es
consciente de su obligación de sentirse solidaria con todos los
necesitados. La “verdad” de una celebración solemne de la Eucaristía se comprueba
en la “verdad” de una Caritas eficiente y de unos cristianos realmente
comprometidos en los problemas sociales.
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona
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