Situación
Las personas
necesitamos valoración social. Esto no es malo. Si no hubiésemos sido
importantes para nuestros padres, nos faltaría ese mínimo de autoestima que nos
permite tener dignidad y nos capacita para crecer. Si no somos mínimamente
valorados en nuestro trabajo, en las relaciones, terminamos cerrándonos sobre
nosotros mismos.
El Evangelio
presupone este equipamiento básico de la persona. Está dicho a
otro nivel. Cuando la valoración social se constituye en fundamento y sentido
de la propia vida (lo que se traduce en búsqueda de prestigio social, en
necesidad de «status» más alto, en la ansiedad del poder), el «test» es muy
claro: insensibilidad para acercarse a los despreciados, alejamiento del mundo de
los pobres.
El Evangelio
trae un mensaje claro: Porque hay tantos sin valoración social, sin ese
equipamiento básico, y precisamente, porque nosotros somos los privilegiados,
que lo tenemos, carecemos de derecho a aupamos sobre los demás y humillarnos. Al
contrario, somos los llamados a liberarnos de la mentira del prestigio social y
hacernos solidarios con los desechados, construyendo un mundo nuevo, fraternal
e igualitario.
Contemplación
La Palabra
emplaza al discípulo ante la figura del Mesías-Siervo. El que representa a Dios
en la tierra, el Importante se hizo despreciable.
La primera
lectura refleja el contraste entre los malvados poderosos, que acechan
al inocente porque desenmascara su mentira y pecado. A su luz, adquieren
contenido realista las palabras de Jesús que anuncian su próxima pasión en
Jerusalén (Evangelio).
Hacer mía la
oración de Jesús, el perseguido y despreciado por los poderosos, con el salmo
responsorial. Ahí experimentamos «el corazón manso y humilde de
Jesús», en su actitud radical de pequeñez ante Dios y ante los hombres.
Que la escucha
de la Palabra me haga celebrar la Eucaristía sintiéndome uno más en la
comunidad cristiana, cercano a los más sencillos.
Reflexión
Hay gente que
sigue a Jesús sin saberlo. Les ha tocado ser los siervos de todos. El discípulo
(cada uno de nosotros) es llamado a seguir a Jesús voluntariamente. Tiene que
llegar a ser pequeño por proceso de conversión, por gracia de Dios.
No olvidemos
que la naturaleza se resiste con uñas y dientes. Perder prestigio nos hace
sentirnos inseguros. Lo notamos en cosas muy elementales: la necesidad de
excusarnos cuando algo hemos hecho mal o de justificarnos cuando se nos
atribuye algo que no hemos hecho.
Hay que luchar
contra corriente, porque lo que cuenta alrededor nuestro es subir de «status
social», codearse con gente de bien, tener fama… Si el prestigio social viene
de lo económico, lo importante es ganar mucho, tener un apartamento en la
costa… Si el prestigio está en lo profesional, hay que escalar puestos en la
empresa… Y si en el contexto se valora lo cristiano, hay que demostrar la
propia virtud y competir en las prácticas religiosas o en las tareas de ayuda a
los marginados.
Seguir a Jesús
en la vida ordinaria es un buen criterio para liberarse del prestigio social.
No tiene sentido optar por los pobres si buscamos, inconscientemente, prestigio
social.
·
Habrá que comenzar por casa. ¿Por qué ocultar nuestras
debilidades? ¿Qué actitud adoptamos ante los más vulnerables? Siempre hay
alguno a quien le toca soportar más peso: la «oveja negra», el «chivo
expiatorio», el «no adaptado»…
·
En nuestro ámbito de trabajo, allí, en un rincón,
haciendo un trabajo oscuro, hay alguien «poco importante».
·
En las relaciones sociales, ¿con quiénes me gusta rozar?,
¿a quiénes imito en el vestir, en los gustos? ¿Por qué?
El Evangelio
pone atención especial en los niños. En aquel contexto, eran los menos
importantes. Hoy, con frecuencia, son los pequeños tiranos. Siguen siendo, sin
embargo, muy vulnerables. Valorarlos no significa realizar todos sus caprichos,
auparlos a señores, sino ayudarles a crecer como personas.
Existen,
además, otros muchos «pequeños» que se nos cruzan cada día: la dependienta de
la tienda, el solitario malhumorado, el adolescente que necesita ser escuchado…
Javier Garrido