el cristiano no tiene la exclusiva en el reino de
dios
Es importante la lección que Jesús da a Juan, celoso
porque un exorcista que no pertenecía al grupo de los Doce, expulsaba demonios
invocando el nombre de Jesús. No hay que impedirlo, porque “el que no está
contra nosotros, está con nosotros”, es decir, el que no está contra nuestros
valores, está a favor de ellos. Con ello Jesús enseña que lo importante no es
el prestigio de la Iglesia sino la tarea asignada a ella y esta consiste en
promover la presencia del reino de Dios, anunciándolo y combatiendo a Satanás y
todas sus manifestaciones, como son el pecado, la enfermedad, la miseria. La
Iglesia no tiene razón de ser en sí misma sino que nace al servicio del Reino
de Dios; sus miembros deben integrar los valores del reino y trabajar por
difundirlos.
En la tarea del reino Jesús se sirve de forma
especial de su Iglesia, pero no de forma exclusiva. Cristo resucitado ejerce su
poder salvífico mediante el Espíritu Santo en toda la humanidad, sobrepasando
las fronteras de la Iglesia. Esto significa que actúa en todas las creencias
religiosas, culturas, razas y tiempos. Como dice el Concilio Vaticano II, en el
hombre se oculta “una semilla divina”
(GS 3), “semilla de eternidad” (GS 18), que es la gracia de Cristo resucitado,
pues en “todos los hombres de buena voluntad, en (su)... corazón obra la gracia
de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en
realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que
el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo
Dios conocida, se asocien a este misterio pascual (GS 22). Esto implica que la
gracia de Cristo resucitado, presente en el corazón de todos los hombres, los
capacita para pensar, desear y llevar a cabo el bien. Reconociendo esta realidad,
Pablo exhorta a los filipenses a integrar en su síntesis cristiana todos los
valores que encuentren en la cultura pagana: “Por lo demás, hermanos, todo
cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable,
todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Todo
cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el
Dios de la paz estará con vosotros” (Flp 4,8-9).
En esta situación el cristiano no tiene que tener
celos ante las obras edificantes a favor de un mundo más humano realizadas por
personas no cristianas. Como dijo Moisés (primera lectura), ¡ojalá todos fueran
profetas! Ojalá todo el mundo trabajara por un mundo más justo y humano, como
Dios quiere. Al contrario, el cristiano ha de cultivar el espíritu ecuménico y
ha de estar pronto para colaborar con todos los hombres de buena voluntad en la
construcción de los valores del reino de Dios en este mundo. Lo importante no
es quién lo hace o en nombre de qué institución se realiza el trabajo sino que
se haga la voluntad de Dios, que es el bien del hombre.
Alguno puede decir: si todo hombre puede hacer el
bien, ¿de qué sirve pertenecer a la Iglesia? La pregunta en el fondo deja
entrever que no se valora la gracia de pertenecer a la Iglesia. Primero,
pertenecer a la Iglesia responde a la voluntad explícita de Cristo, porque es
la mejor situación para el hombre; segundo, pertenecer a la Iglesia responde a
nuestra condición racional que debe saber lo que hace y con qué fuerzas lo
hace; finalmente, si los que pertenecemos a la Iglesia y contamos con muchas
ayudas tenemos dificultades para trabajar por el reino, ¡cuántas más las
tendrán los que carecen de estas ayudas!
Hoy en concreto la palabra de Dios (segunda lectura)
invita a luchar contra todo tipo de abuso del trabajador, invitación importante
en esta época de paro abundante, que se presta a abusar de la persona
necesitada de trabajar como sea; por el contrario, hay que ayudar al
necesitado, especialmente al pobre que no tiene defensas (evangelio). El texto
se refiere “al pequeño que cree”, es decir, al cristiano sin formación, al que
hay que evitar escandalizar o hacerle caer y salir de la comunidad, que está para
ayudar a todos. Jesús invita a ser supereminentes en este punto.
Las bienaventuranzas ofrecen una pauta interesante
en esta tarea: hay dos que hablan de la acción del cristiano, hacer la paz y
hacer misericordia. Se trata de anverso y reverso de la misma acción, que, por
una parte, es crear la paz o armonía que Dios quiere en el mundo y, por otra,
hacerlo con misericordia. El trabajo por la paz tienen que realizarlo los
cristianos unidos a todos los hombres, pero hacerlo con entrañas de
misericordia es lo típico del cristiano, es decir, hacerlo con constancia, con
gratuidad, sintonizando con las personas y haciendo todo lo que está de nuestro
parte.
En la Eucaristía damos gracias al Padre por la vocación
recibida de ser miembros de su Iglesia y renovamos el propósito de trabajar por
los valores por los que murió y resucitó Jesús, que son los valores de Dios
Padre.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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