sábado, 29 de septiembre de 2018

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario





el cristiano no tiene la exclusiva en el reino de dios

Es importante la lección que Jesús da a Juan, celoso porque un exorcista que no pertenecía al grupo de los Doce, expulsaba demonios invocando el nombre de Jesús. No hay que impedirlo, porque “el que no está contra nosotros, está con nosotros”, es decir, el que no está contra nuestros valores, está a favor de ellos. Con ello Jesús enseña que lo importante no es el prestigio de la Iglesia sino la tarea asignada a ella y esta consiste en promover la presencia del reino de Dios, anunciándolo y combatiendo a Satanás y todas sus manifestaciones, como son el pecado, la enfermedad, la miseria. La Iglesia no tiene razón de ser en sí misma sino que nace al servicio del Reino de Dios; sus miembros deben integrar los valores del reino y trabajar por difundirlos.

En la tarea del reino Jesús se sirve de forma especial de su Iglesia, pero no de forma exclusiva. Cristo resucitado ejerce su poder salvífico mediante el Espíritu Santo en toda la humanidad, sobrepasando las fronteras de la Iglesia. Esto significa que actúa en todas las creencias religiosas, culturas, razas y tiempos. Como dice el Concilio Vaticano II, en el hombre  se oculta “una semilla divina” (GS 3), “semilla de eternidad” (GS 18), que es la gracia de Cristo resucitado, pues en “todos los hombres de buena voluntad, en (su)... corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual (GS 22). Esto implica que la gracia de Cristo resucitado, presente en el corazón de todos los hombres, los capacita para pensar, desear y llevar a cabo el bien. Reconociendo esta realidad, Pablo exhorta a los filipenses a integrar en su síntesis cristiana todos los valores que encuentren en la cultura pagana: “Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros” (Flp 4,8-9).

En esta situación el cristiano no tiene que tener celos ante las obras edificantes a favor de un mundo más humano realizadas por personas no cristianas. Como dijo Moisés (primera lectura), ¡ojalá todos fueran profetas! Ojalá todo el mundo trabajara por un mundo más justo y humano, como Dios quiere. Al contrario, el cristiano ha de cultivar el espíritu ecuménico y ha de estar pronto para colaborar con todos los hombres de buena voluntad en la construcción de los valores del reino de Dios en este mundo. Lo importante no es quién lo hace o en nombre de qué institución se realiza el trabajo sino que se haga la voluntad de Dios, que es el bien del hombre.

Alguno puede decir: si todo hombre puede hacer el bien, ¿de qué sirve pertenecer a la Iglesia? La pregunta en el fondo deja entrever que no se valora la gracia de pertenecer a la Iglesia. Primero, pertenecer a la Iglesia responde a la voluntad explícita de Cristo, porque es la mejor situación para el hombre; segundo, pertenecer a la Iglesia responde a nuestra condición racional que debe saber lo que hace y con qué fuerzas lo hace; finalmente, si los que pertenecemos a la Iglesia y contamos con muchas ayudas tenemos dificultades para trabajar por el reino, ¡cuántas más las tendrán los que carecen de estas ayudas!

Hoy en concreto la palabra de Dios (segunda lectura) invita a luchar contra todo tipo de abuso del trabajador, invitación importante en esta época de paro abundante, que se presta a abusar de la persona necesitada de trabajar como sea; por el contrario, hay que ayudar al necesitado, especialmente al pobre que no tiene defensas (evangelio). El texto se refiere “al pequeño que cree”, es decir, al cristiano sin formación, al que hay que evitar escandalizar o hacerle caer y salir de la comunidad, que está para ayudar a todos. Jesús invita a ser supereminentes en este punto.

Las bienaventuranzas ofrecen una pauta interesante en esta tarea: hay dos que hablan de la acción del cristiano, hacer la paz y hacer misericordia. Se trata de anverso y reverso de la misma acción, que, por una parte, es crear la paz o armonía que Dios quiere en el mundo y, por otra, hacerlo con misericordia. El trabajo por la paz tienen que realizarlo los cristianos unidos a todos los hombres, pero hacerlo con entrañas de misericordia es lo típico del cristiano, es decir, hacerlo con constancia, con gratuidad, sintonizando con las personas y haciendo todo lo que está de nuestro parte.

        En la Eucaristía damos gracias al Padre por la vocación recibida de ser miembros de su Iglesia y renovamos el propósito de trabajar por los valores por los que murió y resucitó Jesús, que son los valores de Dios Padre.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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