sábado, 22 de septiembre de 2018

XXV domingo del Tiempo Ordinario






los valores del corazón condicionan el conocimiento de Jesús

Jesús anuncia de nuevo su muerte y resurrección y los discípulos no entienden nada. Más adelante se explica por qué no entendían: estaban discutiendo sobre quién era el más importante. El evangelista invita con esto a plantearse cómo se conoce a Jesús, qué facilita el conocimiento y qué lo impide. Responde diciendo que facilitan o impiden los valores o antivalores  que dominan en el corazón. En este caso concreto Jesús aparece hablando de muerte y ellos hablando de honores... ¡imposible entenderse! Realmente es el entendimiento el que tiene capacidad de comprender, pero está fuertemente condicionado por los valores y antivalores del corazón: cada uno entiende lo que le conviene. Por ello, después de cada uno de los anuncios de la muerte y resurrección de Jesús, ninguno comprendido por los discípulos, Marcos expone enseñanzas de los valores que facilitan la comprensión y de los antivalores que la impiden. De entre todos ellos se subraya positivamente la necesidad de una decisión firme por Jesús – no jugar a seguirle- y negativamente el orgullo y la ambición.

Es Importante vivir en la verdad siguiendo al auténtico Jesús, superando el engaño de crearnos un Jesús a nuestra imagen y semejanza, a quien decimos seguir sin que nos complique la vida. El auténtico Jesús, el que habla de muerte y resurrección, siempre complica la vida. Los destinatarios primitivos para los que san Marcos escribió su evangelio, estaban a punto de caer en esta tentación, creándose un Jesús triunfante que libra a sus seguidores de todo problema. Esta falsa creencia solo fue causa de problema para ellos, pues el Cristo real no solo no libera de los problemas que trae consigo el seguimiento sino que crea más. El Jesús real ofrece felicidad ¡con persecuciones! y después la vida eterna (Mc 10,30).

Si Jesús es el Mesías sufriente (primera lectura), que entrega su vida por los demás, su seguidor tiene que seguir este camino. De aquí la enseñanza contenida en la escena del niño: ser como niño y servir a los niños. El niño es naturalmente pequeño, es decir, es pura debilidad y la primera conciencia que adquiere es precisamente de que es débil, por lo que depende con naturalidad de los demás. Así debe ser el discípulo de Jesús: por una parte, ha de ser humilde como niño y, por otra, ha de dedicarse a servir a los niños.

Debe ser radicalmente humilde, consciente de su debilidad física y moral, por lo que evita la autosuficiencia y sabe depender de los demás y recibir su ayuda. No significa esto perder la autoestima, que es necesaria, sino valorarse en la justa realidad, ni más ni menos,  y no andar en pos de grandezas postizas. “Quién no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc 10,15).

Por otra parte, ha de servir al niño. En el relato de hoy Jesús besa al niño y lo coloca en el centro, el puesto de honor, enseñando que el pequeño tiene que estar en el centro de honor de la comunidad cristiana. “Quien quiera ser primero, que sea el último y el servidor de todos”. La comunidad cristiana tiene que desechar todo tipo de honores humanos, porque no es una sociedad de honores e inciensos mutuos, sino una sociedad de servicios mutuos en la que la categoría de la persona se mide por su capacidad de servicio.  Cuando Jesús habla de niño se refiere naturalmente a los niños, pero también a todo tipo de pequeños en la comunidad, pequeños en la fe y pequeños sociológicos. Todos ellos son destinatarios privilegiados de la misión de la Iglesia, como lo fue de Jesús. La opción por los pobres es connatural con la Iglesia. Al comienzo de curso es importante para todos plantearse el servicio a los niños y a todos los miembros débiles de la comunidad, los pobres sociológicos y los débiles en la fe, necesitados de un acompañamiento paciente. En la medida en que lo hagamos, iremos conociendo al auténtico Jesús.

        En la celebración de la Eucaristía nos unimos y compartimos el servicio de Jesús, el que da su vida por nosotros,  el que se dirige especialmente a los “niños” y el que es ahora el primero porque en su ministerio terreno fue el último, hasta morir en la cruz.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

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