Es impactante llegar a muchas de nuestras iglesias y verlas vacías
de obras de arte. Templos que antaño poseyeron maravillas góticas,
renacentistas y barrocas, muestran sus paredes desoladamente vacías,
o quizás con pequeños retablos de los años 50 del siglo pasado. Algunas
parroquias conservan aún fotos en blanco y negro de la riqueza artística
que poseyeron, ya que sus archivos históricos también fueron quemados.
Ahora, que son tiempos de Memoria Histórica (en singular no en plural),
algunos ayuntamientos rehacen las torres de sus iglesias o los peirones,
que, como hitos religiosos en los caminos, fueron destruidos en la pasada
guerra. Todavía en muchos pueblos me señalan los ladrillos ennegrecidos,
del suelo de la iglesia, donde se efectuó la pira. También descubro como
muchas parroquias, o incluso el museo diocesano, recuperan trozos
de la destrucción masiva del patrimonio religioso de todo un pueblo.
Miro al alto coro de una iglesia y descubro unas cuantas tablas colocadas,
a modo de silueta, como el que comienza el puzle, de lo que fue la caja de
un órgano. Es lo único que quedó, me dicen con cierto conformismo.
Ahora, que nos vamos acercando al siglo de lo que supuso la mayor
guerra fratricida de nuestra historia moderna, y que muchos han intentado
recolocar en su corazón para poder vivir en paz, veo como resurgen, de
una parte y de otra, los viejos fantasmas del miedo y la revancha. Cuando
hablas con la gente de nuestros pueblos como sin querer sale el tema de la
guerra. Solo los pueblos que fueron golpeados por las dos partes hablan
de la sinrazón y la visceralidad que generó tanto mal.
También hubo alcaldes que supieron defender a su pueblo cuando vinieron
a asesinar (sólo por sus ideas) a algunos de los suyos. Del mismo modo
que párrocos que no quisieron dar listas de su feligresía cuando se
les pidió. Todos ellos son admirados en la memoria colectiva de sus
pueblos. A los que vivieron o se aprovecharon de la revancha, a esos
debe sepultar la losa del olvido.
Las personas sencillas de nuestros pueblos, nos dan clases magistrales
de cordura. Cuando me enseñan los pocos libros que pudieron salvar
del saqueo de su archivo histórico, o la estatua recompuesta de mil
pedazos para que siga sirviendo para la devoción, cuando me dicen aquí
hubo un gran retablo y me muestran una foto ajada donde tan solo se vislumbra
la magnificencia de aquella monumental obra, cuando veo los vacíos dejados
tan solo ocupados por tres pequeñas tallas de escayola, cuando me señalan
las baldosas con la huella abrasada por el fuego, … me reconforta ver
cómo estas personas hablan con paz, ni siquiera un mal gesto, una palabra
más alta, no anidan ni odio ni nada que se lo parezca, lo único que piden
es que no repitamos la historia.
¡Ánimo y adelante!
+ Antonio Gómez Cantero
Obispo de Teruel y Albarracín
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