“…Para que
no me engría con la sublimidad de estas revelaciones, me fue dado un aguijón a
mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este
motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: “te basta mi gracia, que mi fuerza se
realiza en la flaqueza”… (2 Cor 12, 7-11)
Pablo no explica en qué consistía este “aguijón”.
La Biblia de Jerusalén habla de una posible enfermedad, otros han querido ver
en ese aguijón una lucha que Pablo experimenta contra la lujuria…Nos quedamos
sin saber.
Pero ya que nos quedamos sin saber, podemos tratar
de imaginar que pudo ser, no tanto por conocer la personalidad del Apóstol,-
siempre interesante, por cierto-, sino para tratar de encontrar en nuestra vida
ese posible aguijón que quizá tengamos, o que, quizá, no lo hayamos descubierto
aún.
En la Carta a los Corintios, dice Pablo: “…Yo soy el último de los apóstoles, indigno
del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Más, por la
Gracia de Dios, soy lo que soy; y la Gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he
trabajado más que todos ellos, pero no yo, sino la Gracia de Dios conmigo…” (1
Cor 15,9-11)
Este pensamiento de “trabajar más que todos los
demás apóstoles”, - quizá no exenta de orgullo-, es lo que le hace ser engreído
en la Revelación de Jesús. Y es por lo que el Señor le permite que haya “un
ángel de Satanás” que le abofetee constantemente.
Este pensamiento me induce a pensar que son los
remordimientos de su vida pasada de persecución a los cristianos lo que
constantemente le recuerdan sus pecados, y le hacen sufrir. Pero el Señor, aun
permitiendo que esto le ocurra, para depurar su alma y su conciencia, le da
esta enorme esperanza: “Te basta mi
Gracia”.
Ante estos acontecimientos de aquel entonces, el
episodio también es actual en nuestra vida: ¿quién no tiene remordimientos de
su vida pasada? Aquello que hicimos en algún o algunos momentos de nuestra
vida, no nos pueden aplastar. Dios permite este “aguijón”, como el de Pablo, no
para castigarnos, sino para sanarnos. Para sanar el alma.
El demonio nos tentará diciéndonos: ¡mira tus
pecados! No tienes perdón de Dios. Te vas a condenar!!
¡NO! nos basta la Gracia de Dios. El salmista nos
lo recuerda: “…tu Gracia vale más que la
vida, te alabarán mis labios… ” (Sal 62)
Pues que este Canto de alabanza del Salmo de David,
nos haga reconocer que la Gracia de Dios vale más que todo lo que la vida nos
pueda dar, y que “donde abundó el pecado
sobreabundó la Gracia”(Rom 5,20)
Alabado sea
Jesucristo.
Tomas Cremades Moreno
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