miércoles, 30 de septiembre de 2020
Las exigencias del Maestro
martes, 29 de septiembre de 2020
HERIDAS SIN CICATRIZAR
Directa o indirectamente todos conocemos a alguien que de una forma u otra ha sido participe de alguna muerte por aborto. Muchas de estas personas o más bien todas ellas: padres, madres, sanitarios, inductores...etc., llevan en lo más profundo de su ser heridas que se resisten a desaparecer. Los hay quienes incluso volviéndose a Dios y habiendo sido perdonados por Él por el Sacramento de la Confesión aún sienten como un puñal que les destroza por dentro.
A estos especialmente van dirigidas estás palabras. A todos los que aún arrastran su culpabilidad les digo que el perdón de Dios elimina toda secuela, toda herida que hace gemir sus conciencias.
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lunes, 28 de septiembre de 2020
Cuando la provocación se hace camino
Es
el abrazo más conmovedor por parte de ese Dios que nos hizo sus hijos, y que
nos confió a los demás como nuestros hermanos. No hay condicionantes ni
cláusulas menores: el hambre y todas sus formas, la sed con todas sus ansias,
la inmigración y todas sus intemperies, la desnudez y todas sus indignidades,
la cárcel y todas sus mazmorras. Ahí encontramos a este Dios humanado en
Jesucristo. Y ahí ha cifrado Él la bendición de quienes han entendido tamaño
abrazo bendito y secundan el mismo, alargando sus brazos, abriendo sus ojos,
palpitando los mismos latidos de un Corazón infinito.
En
estos días hemos celebrado la festividad de la Virgen de la Merced, patrona de
las cautividades y de la pastoral penitenciaria. En Asturias tenemos una
Hermandad cuyo titular es Jesús Cautivo. Y un área pastoral que tiene que ver
con el mundo de la cárcel, donde se trabaja por parte de sacerdotes, religiosas
y voluntarios laicos de una manera hermosa y muy comprometida. No es el ámbito
bello y necesario de la catequesis infantil que tiene su ingrediente de ternura
y de tanta gratificación viendo a nuestros pequeños crecer en su fe, en el amor
a Dios y a los hermanos como hijos de la Iglesia. Aquí hablamos de ese otro
mundo que es el de las periferias broncas donde hay detrás tanto dolor y
desgarro por errores y delitos, algunos terribles, cometidos por la debilidad,
el deterioro de la libertad mal usada, y no pocos desgarros que se originan en
los que delinquen, en sus familias, y en quienes sufren las consecuencias en
sus vidas.
Pero
Jesús nos dijo eso precisamente: yo estuve encarcelado y tú viniste a
visitarme. No es una presencia que reprocha, abronca y culpabiliza con
sentencias. La Iglesia se hace presente con un mensaje de esperanza, donde
ayudando a reconocer las penúltimas palabras que pueden haber sido muchas y muy
graves en la vida de una persona encarcelada, queda una palabra última que
tiene que ver con la reconciliación, la petición de perdón y el sincero deseo
de volver a empezar una vida nueva. Porque el cumplimiento de una pena termina
cuando se sale de la cárcel, pero ¿qué ocurre si nadie les ha ayudado en este
proceso de rehabilitar el corazón y la conciencia desde el perdón y la
misericordia? Trabajar pastoralmente como hace nuestra Hermandad de Jesús
Cautivo, Cáritas, y especialmente el extraordinario grupo de la Pastoral
Penitenciaria, es acercar la luz que no declina en un amanecer para la
esperanza, que Dios saca al sol cada mañana.
Hemos
de estar agradecidos y muy contentos a quienes viven las palabras de Jesús que
hemos recordado más arriba. Así, como hijos de la Iglesia, hacemos creíble
también el humilde beneficio a la sociedad de nuestra presencia cristiana.
+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
sábado, 26 de septiembre de 2020
Domingo XXVI del T. O.
Vemos primeramente al necio. Es tan soberbio, está tan cegado por "sus cumplimientos", que no se le ocurre pensar que lo de: "Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí"(Mt 15,8) tenga que ver con él. En su ceguera no cree que el Evangelio de Jesús sea la plenitud de su vida, sino una vuelta más de tuerca y "se planta".
P. Antonio Pavía
viernes, 25 de septiembre de 2020
“Como Jesucristo, obligados a huir”. Acoger, proteger, promover e integrar”
Este último domingo de septiembre celebramos la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado con el lema “Como Jesucristo, obligados a huir”. El Papa Francisco nos envía un mensaje para esta Jornada, y los Obispos españoles nos dan pautas para su celebración.
Desde 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el Papa san
Pío X invitó a la oración por los migrantes que tenían que desplazarse por
causa de la guerra. Su sucesor el Papa Benedicto XV instituyó el “Día del
Migrante” y los Papas sucesivos nos hacen recordar continuamente a todas estas
personas que por diversas razones se ven obligados a desplazarse. A partir de
1985, san Juan Pablo II envía un mensaje para esta Jornada, iluminando con su
Magisterio esta realidad sangrante. En 2004 se añade el colectivo de
“Refugiados”, los que son obligados a huir por razones políticas. El Papa
Francisco ha situado esta Jornada el último domingo de septiembre, desde hace
dos años.
Este año toma como referente el pasaje bíblico en el que
Jesucristo aparece en su infancia perseguido para ser eliminado, mientras es
salvado por el aviso de Dios a san José, que huyen a Egipto por la persecución
de Herodes. Jesús, María y José experimentan esa situación de desplazamiento
obligatorio de su casa para vivir en otro país con todas las circunstancias que
ello supone, “marcadas por el miedo, la incertidumbre, las incomodidades” (cf
Mt 2, 13ss). El Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, ha “tocado” esta
realidad y la ha santificado, haciéndola redentora. Y este Hijo de Dios por la
encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre. También hasta cada
uno de estos migrantes o refugiados nos acercamos reconociendo en ellos el
rostro de Cristo, nuestro Señor, y queremos servirle.
Recordemos algunas frases del Papa Francisco para esta Jornada:
“Es necesario conocer para comprender”. No son números, son personas.- “Hay que
hacerse prójimo para servir”. Como el buen samaritano que se acercó para vendar
las heridas. Esto supone un riesgo, pero también en esto nos precede Jesús, que
en el lavatorio de los pies, se quitó el manto, se arrodilló y se ensució las
manos.- “Para reconciliarse se requiere escuchar”. Sólo a través de una escucha
humilde y atenta podremos llegar a reconciliarnos de verdad.- “Para crecer hay
que compartir”. Desde la primera hora, la comunidad cristiana aprendió a
compartir.-“Es indispensable colaborar para construir”. La construcción del
Reino de Dios es un compromiso común, y todos tenemos parte en ello.
Es muy complejo este fenómeno a escala mundial, pero se concreta a
escala local en cada uno de nuestros pueblos y ciudades, y por tanto, en cada
una de nuestras comunidades cristianas. Personas que se cruzan en nuestra vida,
obligadas a migrar por razones de trabajo, buscando un futuro mejor para sus
hijos, o víctimas de la trata de personas, que son esclavizadas para el trabajo
esclavo, para la servidumbre sexual, o migrantes que giran por el mar como
marionetas de las mafias y objetos de mercadeo, hasta encontrar un puerto
seguro donde empezar de nuevo. La inmensa mayoría hubiera preferido permanecer
donde estaba, pero han sido obligados a huir como Jesucristo, buscando su
seguridad, otra vida posible, que a veces se convierte en peor que la anterior.
La Jornada Mundial del Migrante y Refugiado es una llamada a
nuestra conciencia para salir al encuentro de todas estas personas, en la
medida de nuestras posibilidades. En esta acción social resuenan las palabras
de Jesucristo: “Lo que hicisteis con cada uno de estos mis humildes hermanos,
conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Os invito en cada parroquia a tener alguna
acción concreta en este campo de atención a los migrantes y refugiados.
Saldremos ganando todos.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Demetrio Fernández,
Obispo de Córdoba
jueves, 24 de septiembre de 2020
LA PALABRA
Queridos amigos, durante unas semanas hemos disfrutado del Padre, Hijo y Espíritu Santo; vivos y presentes en la Palabra.
Escuchando nuestro vídeo "Jesús nos enseña a intimar con Él" encontraremos toda la información para realizar esta experiencia maravillosa.
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miércoles, 23 de septiembre de 2020
Samaritanus bonus
“Incurable
no es nunca sinónimo de ‘in-cuidable’”: quien sufre una enfermedad en fase
terminal, así como quien nace con una predicción de supervivencia limitada,
tiene derecho a ser acogido, cuidado, rodeado de afecto. La Iglesia es
contraria al ensañamiento terapéutico, pero reitera como “enseñanza definitiva”
que «la eutanasia es un crimen contra la vida humana», y que «toda cooperación
formal o material inmediata a tal acto es un pecado grave» que “ninguna
autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo”. Esto es lo que leemos
en «Samaritanus bonus», la Carta de la Congregación para
la Doctrina de la Fe «sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y
terminales de la vida», aprobada por el Papa Francisco el pasado mes de junio y
publicada hoy, 22 de septiembre de 2020.
La
actualidad del Buen Samaritano
El texto,
que reafirma la posición ya expresada varias veces por la Iglesia sobre el
tema, se ha hecho necesario debido a la multiplicación de noticias y al avance
de la legislación que en un número cada vez mayor de países autoriza la
eutanasia y el suicidio asistido de personas gravemente enfermas, pero también
que están solas o tienen problemas psicológicos. El propósito de la carta es
proporcionar indicaciones concretas para actualizar el mensaje del Buen
Samaritano. También cuando “la curación es imposible o improbable, el
acompañamiento médico y de enfermería, psicológico y espiritual, es un deber
ineludible, porque lo contrario constituiría un abandono inhumano del enfermo».
Incurable,
pero jamás ‘in-cuidable’
“Curar si
es posible, cuidar siempre”. Estas palabras de Juan Pablo II explican que
incurable nunca es sinónimo de “in-cuidable”. La curación hasta el final,
«estar con» el enfermo, acompañarlo escuchándolo, haciéndolo sentirse amado y
querido, es lo que puede evitar la soledad, el miedo al sufrimiento y a la
muerte, y el desánimo que conlleva: elementos que hoy en día se encuentran
entre las principales causas de solicitud de eutanasia o de suicidio asistido.
Al mismo tiempo, se subraya que «son frecuentes los abusos denunciados por los
mismos médicos sobre la supresión de la vida de personas que jamás habrían
deseado para sí la aplicación de la eutanasia». Todo el documento se centra en
el sentido del dolor y el sufrimiento a la luz del Evangelio y el sacrificio de
Jesús: «el dolor es existencialmente soportable sólo donde existe la esperanza
» y la esperanza que Cristo transmite a la persona que sufre es «la de su
presencia, de su real cercanía». Los cuidados paliativos no son suficientes “si
no existe alguien que ‘está’ junto al enfermo y le da testimonio de su valor
único e irrepetible”.
El
valor inviolable de la vida
“El valor
inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento
esencial del ordenamiento jurídico”, afirma la Carta. “Así como no se puede
aceptar que otro hombre sea nuestro esclavo, aunque nos lo pidiese, igualmente
no se puede elegir directamente atentar contra la vida de un ser humano, aunque
éste lo pida”. Suprimir un enfermo que pide la eutanasia “no significa en
absoluto reconocer su autonomía y apreciarla”, sino al contrario, significa
“desconocer el valor de su libertad, fuertemente condicionada por la enfermedad
y el dolor, y el valor de su vida”. Actuando de este modo “se decide al puesto
de Dios el momento de la muerte”. Por eso, “aborto, eutanasia y el mismo
suicidio deliberado degradan la civilización humana, deshonran más a sus
autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador”.
Obstáculos
que oscurecen el valor sagrado de la vida
El
documento menciona algunos factores que limitan la capacidad de acoger el valor
de la vida. El primero es un uso equívoco del concepto de «muerte digna» en
relación con el de «calidad de vida», con una perspectiva antropológica
utilitarista. La vida se considera «digna» sólo en presencia de ciertas
características psíquicas o físicas. Un segundo obstáculo es una comprensión
errónea de la «compasión». La verdadera compasión humana «no consiste en
provocar la muerte, sino en acoger al enfermo, en sostenerlo», ofreciéndole
afecto y medios para aliviar su sufrimiento. Otro obstáculo es el creciente
individualismo, que es la raíz de la «enfermedad más latente de nuestro tiempo:
la soledad». Ante las leyes que legalizan las prácticas eutanásicas, «surgen a
veces dilemas infundados sobre la moralidad de las acciones que, en realidad,
no son más que actos debidos de simple cuidado de la persona, como hidratar y
alimentar a un enfermo en estado de inconsciencia sin perspectivas de
curación».
El
Magisterio de la Iglesia
Ante la
difusión de los protocolos médicos relativos al final de la vida, existe la
preocupación por «el abuso denunciado ampliamente del empleo de una perspectiva
eutanásica» sin consultar al paciente o a las familias. Por esta razón, el
documento reitera como enseñanza definitiva que «la eutanasia es un crimen
contra la vida humana», un acto «intrínsecamente malo, en toda ocasión y
circunstancia». Por lo tanto, cualquier cooperación inmediata, formal o
material, es un grave pecado contra la vida humana que ninguna autoridad «puede
legítimamente» imponer ni permitir. «Aquellos que aprueban leyes sobre la
eutanasia y el suicidio asistido se hacen, por lo tanto, cómplices del grave
pecado» y son «culpables de escándalo porque tales leyes contribuyen a deformar
la conciencia, también la de los fieles». Por lo tanto, ayudar al suicidio es
«una colaboración indebida a un acto ilícito». El acto eutanásico sigue siendo
inadmisible aunque la desesperación o la angustia puedan disminuir e incluso
hacer insustancial la responsabilidad personal de quienes lo piden. «Se trata,
por tanto, de una elección siempre incorrecta» y el personal sanitario nunca
puede prestarse «a ninguna práctica eutanásica ni siquiera a petición del
interesado, y mucho menos de sus familiares». Las leyes que legalizan la
eutanasia son, por lo tanto, injustas. Las súplicas de los enfermos muy graves
que invocan la muerte «no deben ser» entendidas como «expresión de una
verdadera voluntad de eutanasia», sino como una petición de ayuda y afecto.
No
al ensañamiento terapéutico
El
documento explica que “tutelar la dignidad del morir significa tanto excluir la
anticipación de la muerte como el retrasarla con el llamado ‘ensañamiento terapéutico’”,
que es posible gracias a los medios de la medicina moderna, que es capaz de
«retrasar artificialmente la muerte, sin que el paciente reciba en tales casos
un beneficio real». Y por lo tanto, ante la inminencia de una muerte
inevitable, «es lícito en ciencia y en conciencia tomar la decisión de
renunciar a los tratamientos que procurarían solamente una prolongación
precaria y penosa de la vida», pero sin interrumpir el tratamiento normal
debido al enfermo. La renuncia a los medios extraordinarios y desproporcionados
expresa, por lo tanto, la aceptación de la condición humana frente a la muerte.
Pero la alimentación y la hidratación deben estar debidamente garantizadas
porque «un cuidado básico debido a todo hombre es el de administrar los alimentos
y los líquidos necesarios». Son importantes los párrafos dedicados a los
cuidados paliativos, «un instrumento precioso e irrenunciable» para acompañar
al paciente: la aplicación de estos cuidados reduce drásticamente el número de
los que piden la eutanasia. Entre los cuidados paliativos, que nunca pueden
incluir la posibilidad de eutanasia o de suicidio asistido, el documento
también incluye la asistencia espiritual al paciente y a su familia.
Ayudar
a las familias
En el
tratamiento es esencial que el paciente no se sienta una carga, sino que «tenga
la cercanía y el aprecio de sus seres queridos. En esta misión, la familia
necesita la ayuda y los medios adecuados». Por consiguiente, es necesario, dice
la carta, que los Estados “reconozcan la función social primaria y fundamental
de la familia y su papel insustituible, también en este ámbito, destinando los
recursos y las estructuras necesarias para ayudarla”.
Cuidados
en edad prenatal y pediátrica
Desde su
concepción, los niños que sufren malformaciones o patologías de cualquier tipo
«son pequeños pacientes que la medicina hoy es capaz de asistir y acompañar de
manera respetuosa de la vida». La Carta explica que «en el caso de las llamadas
patologías prenatales ‘incompatibles con la vida’ – es decir que seguramente lo
llevaran a la muerte dentro de un breve lapso– y en ausencia de tratamientos
capaces de mejorar las condiciones de salud de estos niños, de ninguna manera
son abandonados en el plano asistencial, sino que son acompañados hasta la
consecución de la muerte natural» sin suspender la nutrición y la hidratación.
Son palabras que también pueden referirse a varias noticias recientes. Se
condena el uso «a veces obsesivo del diagnóstico prenatal» y el afirmarse de
una cultura hostil a la discapacidad que a menudo conduce a la elección del
aborto, que «nunca es lícito».
Sedación
profunda
Para
aliviar el dolor del paciente, la terapia analgésica usa drogas que pueden
causar la supresión de la conciencia. La Iglesia «afirma la licitud de la
sedación como parte de los cuidados que se ofrecen al paciente, de tal manera
que el final de la vida acontezca con la máxima paz posible». Esto también es
cierto en el caso de los tratamientos que «anticipan el momento de la muerte
(sedación paliativa profunda en fase terminal), siempre, en la medida de lo
posible, con el consentimiento informado del paciente». Pero la sedación es
inaceptable si se administra para causar “directa e intencionalmente la
muerte”.
Estado
vegetativo o de mínima consciencia
Siempre
es engañoso «pensar que el estado vegetativo, y el estado de mínima
consciencia, en sujetos que respiran autónomamente, sean un signo de que el
enfermo haya cesado de ser persona humana con toda la dignidad que le es
propia”. Incluso en este estado de “falta persistente de consciencia, el
llamado ‘estado vegetativo’, y la del enfermo en estado ‘de mínima
consciencia’”, el enfermo “debe ser reconocido en su valor y asistido con los
cuidados adecuados”, y tiene derecho a la alimentación y la hidratación.
Aunque, como se reconoce en el documento, «en algunos casos, tales medidas
pueden llegar a ser desproporcionadas», porque ya no son eficaces o porque los
medios para suministrarlas crean una carga excesiva. El documento afirma que
«es necesario prever una ayuda adecuada a los familiares para llevar el peso
prolongado de la asistencia al enfermo en estos estados».
Objeción
de conciencia
Por
último, la carta pide posiciones claras y unificadas sobre estos temas por
parte de las iglesias locales, invitando a las instituciones sanitarias
católicas a dar testimonio, absteniéndose de comportamientos «de evidente
ilicitud moral». Las leyes que aprueban la eutanasia «no crean ninguna
obligación de conciencia» y «establecen una grave y precisa obligación de
oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia». El médico «no es nunca un
mero ejecutor de la voluntad del paciente» y siempre conserva «el derecho y el
deber de sustraerse a la voluntad discordante con el bien moral visto desde la
propia conciencia». Por otra parte, se recuerda que «no existe un derecho a
disponer arbitrariamente de la propia vida, por lo que ningún agente sanitario
puede erigirse en tutor ejecutivo de un derecho inexistente». Es importante que
los médicos y los trabajadores de la salud se formen en el acompañamiento
cristiano de los moribundos, como han demostrado los recientes acontecimientos
dramáticos relacionados con la epidemia de Covid-19. En cuanto al
acompañamiento espiritual y sacramental de quien pide la eutanasia, «es
necesaria una cercanía que invite siempre a la conversión», pero «no es
admisible ningún gesto exterior que pueda ser interpretado como una aprobación
de la acción eutanásica, como estar presentes en el instante de su realización.
Esta presencia sólo puede interpretarse como complicidad».
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2020/09/22/carta.html
martes, 22 de septiembre de 2020
ÉL NO PREGUNTÓ
Él no preguntó cómo me llamaba.
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domingo, 20 de septiembre de 2020
¡Pregúntame Señor!
Jesús Resucitado va al encuentro de Pedro y mirándole a los ojos le pregunta: ¿Me amas? Acariciamos en la sencillez evangélica de su respuesta !Señor sabes que te amo! Si grande fue estremecimiento interior de Pedro ante esta pregunta mayor aún fue la ternura de Jesús al decirle: Apacienta mis ovejas. El mayor milagro que el Hijo de Dios hace a una persona es el de darle Sabiduría para apacentar sus ovejas; significa que pone en su corazón y en sus labios sus mismas Palabras de Vida y Espíritu (Jn 6,63) para que las ovejas que le confía crezcan hasta alcanzar el Discipulado.
San Agustín dice que apacentar las ovejas de Jesús supone el mayor grado de amor hacia Él. Hacemos nuestra la pregunta-propuesta de Jesús, más divina que humana y creo que solo podemos decirle: Señor, sabes que no estoy a la altura de esta misión que me confías...pero no dejes de preguntarme que si te amo. Cada vez que me lo preguntas mi alma salta de gozo apretándose contra ti.
Pregúntamelo una y otra vez. Sé muy bien que en el lecho de mi muerte me lo preguntarás por última vez y también sé que entonces -con la misión de apacentar ya cumplida - mi alma saltará exultante de gozo hacia ti y tú te apretarás contra mí. Podremos decir entonces juntos..." Bienaventurados los que mueren en el Señor" (Ap 14,13).
P. Antonio Pavía
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El amor de Dios es gratuito
El Evangelio nos desvela este domingo que en la viña de nuestro corazón es Dios el verdadero dueño y nosotros somos los operarios, llamados personalmente por Él para trabajarla. A lo largo de toda nuestra vida va saliendo a nuestro encuentro y nos llama, no busca su provecho, sino el nuestro y no se cansa, cualquier hora es buena para comenzar. En este texto resalta la justicia de Dios, a nadie le faltará lo necesario para vivir con la dignidad de un hijo de Dios, de eso ya se preocupa Él; aunque a nuestro alrededor se oigan voces de crítica, sin embargo, Dios no hace ninguna injusticia, porque les ha pagado lo que acordaron, lo que se creía correcto por jornada. A los “cotilleos” no les hace caso el Señor, lo que le interesa es que no nos falte lo necesario y la paga que nos regala es la vida eterna. A todos nos paga más de lo que merecemos, aunque hayamos comenzado a primera hora, así es el corazón de Dios, esa es su bondad. El amor es lo que hace a Dios salir al encuentro de los necesitados y no los abandona; como siempre, Él lleva la iniciativa, va en su busca, incluso cuando no se le ha pedido, porque el amor de Dios es muy grande y su misericordia es lo que nos salva.
Los
textos de la Palabra de Dios nos están abriendo a un horizonte exigente de
vida, porque nos preparan para ponernos en marcha y buscar al Señor, se nos
pide hacer un éxodo, un abandono de todo lo caduco, de todo pecado, para volver
el rostro a Dios, a ponernos en camino para un reencuentro con Cristo. En esto
insiste san Pablo cuando nos hace valorar la cercanía, el poder y la ternura
del Señor, por eso pudo decir que, «para mí, la vida es Cristo». Así de
directo, sin rodeos, convencido y avalado por su misma historia y con una
contundente seguridad nos dice que «lo importante es llevar una vida según el
Evangelio». La noticia de la presencia de Dios en nuestra vida nos anima: «Yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20) y todavía
hay algo más que considerar, la razón más importante que nos debe acercar a
Cristo: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).
Jesucristo
es la respuesta para toda persona que tenga sed de un amor infinito, para el
que busque la verdad. Ya nos ha preparado el Señor para que podamos sentirlo
muy cerca de nosotros, para que aprendamos a reconocerlo como Padre. Lo cierto
es que Dios está cerca de todos los que lo invocan, al alcance de quien lleva
una vida entregada en fidelidad a Él y visible para el que se alejó, porque
Dios siempre se hace cercano, ya que es misericordioso y fiel a su palabra de
salvación; Dios tiende siempre la mano, es especialista en establecer puentes
para que nos sea más fácil el acceso. Dios es amor.
La
Palabra nos lleva a confiar en Dios, porque tenemos la seguridad de que los
sistemas, las ideologías, las consignas… todo eso cae, se derriten en el
camino, pero el Señor permanece para siempre y nunca dejará de salir a nuestro
encuentro, desde la madrugada hasta el atardecer.
Ruego por
vosotros y pido por los que andan por otros caminos que no son los del Señor,
para que todos tengan la gracia de conocer y amar a Dios. Ánimo,
evangelizadores. Con mi bendición.
+ José
Manuel Lorca Planes
Obispo de
Cartagena
sábado, 19 de septiembre de 2020
Domingo XXV del T.O.
TARDE TE AMÉ
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viernes, 18 de septiembre de 2020
CUANDO DIOS PERDONA, PERDONA
Cuando Dios perdona nuestros pecados, no queda en nosotros rastro de culpa y por lo tanto tampoco de castigo y sabemos que Jesús dio este poder de perdonar los pecados a su Iglesia : "A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados" (Jn 20,23).
Sin embargo Satanás, maestro en infundir zozobras en nuestro interior hace resonar en nosotros el grito angustioso de Caín al matar a su hermano Abel: "Mi culpa es demasiado grande para soportarla"(Gn 4,13).
Satanás el Gran Ponzoñoso siembra la incertidumbre del perdón de Dios en nuestros corazones recordándonos pecados anteriores. Frente a Satanás, acusador infame, Dios proclama que su misericordia y su bondad son infinitas..." (Sl 89,1) y para que estas palabras no queden en un simple titular intrascendente, insiste en su perdón absoluto; le oímos por medio de Isaías: " Aunque vuestros pecados fuesen como la grana quedarán blancos como la nieve" (Is 1,18) Volvemos al grito angustioso de Caín !No puedo soportar- cargar con mi culpa!! Es cierto...y por eso mismo Dios mismo interviene enviándonos a su Hijo, "El Cordero que carga con el pecado del mundo" (Jn 1,29 )
El sacramento de la Confesión instituido por Jesús como vimos antes (Jn 20,23) no es un Tribunal sino el Atrio Santo en el que somos perdonados, en ella descargamos nuestros pecados en el Cordero que haciéndose con ellos los suprimió en la Cruz como dice Pablo ( Col 2,14) Si ,con su muerte Jesús blanqueo nuestros vestidos inmundos por medio de su Sangre. ( Ap 7,14b )
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
jueves, 17 de septiembre de 2020
Cuidado paliativos, sí. Eutanasia, no
Vuelve a primera línea el tema de la vida, ahora con la nueva ley de eutanasia. ¿Qué es la eutanasia? –La muerte provocada en aquellas personas que ya no valen. A ello se añade el suicidio asistido, que consiste en favorecer la muerte a la persona que lo pida. En uno y en otro caso, se trata de eliminar la vida en la fase en que ya se considera de poca calidad. Con la eutanasia, la vida humana es despojada de toda su dignidad, sobre todo por parte de quien la ejecuta.
Rebrota
esa lucha que está en el fondo de la historia humana, la lucha entre el bien y
el mal, la lucha entre la Mujer portadora de la vida y el Dragón rojo que
quiere eliminarla. Y en la que la Mujer, que representa a María y a la Iglesia,
salva a la humanidad de las garras del Dragón rojo, el diablo, Satanás (cf Ap
12). Rebrota de esta manera la acción fratricida de Caín que mató a su hermano
Abel, introduciendo en el mundo el odio como fruto del pecado y de la envidia.
Cuando
el hombre se aparte de Dios, es capaz de todo lo malo, es capaz incluso de ir
contra el hombre, de destruirlo. Estamos viviendo con el covid-19 una de las
pandemias más duras de la historia, que está haciendo temblar los cimientos de
nuestra época, la sanidad, la actividad económica y laboral, el bienestar
social. Y en medio de esta situación, el gobierno de turno saca a la palestra
el tema de la eutanasia, la matanza de los débiles, con una ley demoledora.
Se
cumplen aquellas palabras del Papa Juan Pablo II, el gran defensor de la vida
en todas sus etapas: se trata de una guerra de los poderosos contra los
débiles, se trata de una verdadera conjura contra la vida, se trata de una
verdadera cultura de la muerte. Y que el Papa Francisco actualiza en sus
alocuciones y escritos: “No es compatible la defensa de la naturaleza con la
justificación del aborto” (Laudato sì 120).
Hemos
vivido ya varios envites en esta misma dirección. A estas alturas casi que nos
hemos acostumbrado a que se practiquen en España más de cien mil abortos cada
año. Y nos doran la píldora apelando a la libertad de la madre para elegir
tener su hijo o matarlo en el seno materno, si es un embarazo no deseado. Sin
embargo, la vida es sagrada, sigue siendo sagrada y nadie puede eliminar a un
ser inocente. El claustro materno debiera ser el lugar más seguro y acogedor
para el ser humano, y se ha convertido en el lugar más amenazado y agresivo en
millones de casos concretos.
Y
ahora, propaganda por todas partes sobre la eutanasia hasta llevar una ley al
Congreso, que probablemente será aprobada. Se intenta dorarnos la píldora con
una falsa compasión hacia el que sufre, “para que no sufra” lo eliminamos.
Ciertamente, el sufrimiento no es plato de gusto para nadie. Y cuando el
sufrimiento es insoportable, llega a desearse la muerte. Pero para eso están
los cuidados paliativos que consisten en aliviar el dolor mediante el
acompañamiento personal, el cariño y la atención al que está sufriendo y el
recurso a la medicina, que hoy cuenta con remedios que alivian e incluso
eliminan el dolor. Cuando el dolor es aliviado o eliminado, nadie quiere
morirse.
Entonces,
¿por qué prospera la eutanasia? Sencillamente porque es más barata que los
cuidados paliativos. Es más económico eliminar a los ancianos que mantenerlos
bien atendidos. Es más barato eliminar a los discapacitados que mantenerlos
durante años hasta su muerte natural. En la Seguridad Social es más rentable
eliminar vidas que cuidarlas y extender a toda la población los cuidados
paliativos hasta que llegue la muerte natural. Es cuestión de egoísmo llevado a
su extremo.
Si
se nubla el horizonte de Dios, se nubla el horizonte de la dignidad humana, se
nubla el valor de la vida humana en todas sus fases. En medio de esta situación
brilla el testimonio abundante de muchos familiares que cuidan a sus enfermos
con todo esmero hasta el final. Yo lo he visto. En medio de esta situación, me
he encontrado con discapacitados que son atendidos con todo cariño por sus
familias y con toda profesionalidad por parte de personas dedicadas. Ese amor es
el que salvará al mundo, de la mano de la Mujer (María, la Iglesia) que protege
al ser humano.
Recibid
mi afecto y mi bendición,
+
Demetrio Fernández,
Obispo
de Córdoba
miércoles, 16 de septiembre de 2020
Todavía a vueltas con la pandemia
Estamos aun padeciendo la pandemia del Covid-19, que irrumpió a principios de marzo de manera abrupta, causando estragos en vidas humanas, comunicación social, limitaciones laborales, confinamiento en las casas y lugares de residencia. Los más débiles por el paso de los años o por previas enfermedades padecieron particularmente el contagio. Desde entonces nuestra vida personal y familiar, laboral y pastoral, está seriamente condicionada por la pandemia. Estamos cansados de su presencia e influjo. Hablando cristianamente podemos decir que es una cruz pesada, prolongada y destructiva. No está en nuestras manos sacudirla como un insecto molesto ni eliminarla del camino como un obstáculo que nos hace tropezar. Estamos bajo su influjo, del que no podemos evadirnos. No sirve de nada, más bien hace más insoportable la carga, ponernos nerviosos y acusarnos unos a otros. ¡Pongámonos todos bajo la providencia de Dios cuyos designios son inescrutables! “Confía en el Señor, sé valiente y Él actuará”. Después de rezar el “Padre nuestro” en la Eucaristía, prosigue el Sacerdote: “Líbranos, Señor, de todos los males”, también del mal presente y peligroso de la pandemia. La confianza en Dios y la oración no son alternativa ni excluyen la actuación responsable que todos debemos asumir. Por la oración se pone el hombre como creyente ante Dios para descargar sus inquietudes, serenar su corazón y renovar las fuerzas sin desfallecer en las pruebas, ni desistir de sus esfuerzos y perder la esperanza.
La
pandemia, que tanto se prolonga, que recorta nuestras actividades y proyectos,
gravita sobre la humanidad entera. Antes o después, con mayor o menor
virulencia, afecta a todos. Por eso, todos debemos aportar nuestra colaboración
para superarla. Saldremos de ella con la aportación de todos y cada uno, de
cada persona y de cada institución. Quienes presiden la sociedad, las
autoridades sanitarias y otras, deben prestar servicio a la sociedad suscitando
la participación y decidiendo con normas para actuar y con oportunas
recomendaciones. Pueden y deben los constituidos legítimamente en autoridad
cumplir esa responsabilidad porque poseen la información, el asesoramiento y la
capacidad jurídica para custodiar el bien común. Es preciosa la colaboración de
investigadores con sus tanteos, experimentos, hallazgos y pruebas para vencer
el coronavirus y despejar incertidumbres de la humanidad. También es importante
la relación de unos países con otros para comunicarse experiencias; el que
formemos parte de un área social y cultural amplia, como es Europa, con sus
instrumentos y posibilidades es una ayuda valiosa. La colaboración de las
autoridades estatales, autonómicas y locales tranquiliza a todos y lo contrario
irrita. La actuación disciplinada de los ciudadanos es insustituible para esa
aspiración tan anhelada alcanzar esta ingente tarea.
La
distribución justa y equitativa de cargas, costes, empobrecimientos y
limitaciones forma parte de esta lucha contra un enemigo poderosísimo. ¡Que la
pandemia no ahonde la brecha entre pobres y ricos! Los medios de comunicación
de que dispone hoy una sociedad avanzada y democrática como la nuestra impiden
el ocultamiento; al contrario, la transparencia es un signo de respeto que
suscita colaboración. La comparación con lo que hacen otros Estados del entorno
suministra información que favorece los aciertos y evita las equivocaciones. La
pandemia, que es global, exige colaboración de todos según las diversas
posibilidades y responsabilidad. Es una oportunidad para crecer en solidaridad
y para ejercitar la corresponsabilidad. Solo unidos podemos salir de esta
pesadumbre.
Produce
tristeza y desaliento contrastar cómo en ocasiones hay más reproches que manos
tendidas a la ayuda. Cabe la crítica fundada, razonada y convenientemente
comunicada; las desacreditaciones personales, en cambio, no son argumentos,
predisponen al rechazo, impiden la unidad en la tarea que a todos incumbe. Los
insultos son indicio de la debilidad de las razones y de la inseguridad
personal. ¡Fuera pendencias, cuando hay tanto que padecer juntos y que reconstruir
unidos!
De cara al futuro nunca tenemos seguridad plena ni el riesgo es nulo. A la vida
humana personal y social aguardan sorpresas en un sentido y en otro, o gratas o
desagradables. Forma parte de la trama de la existencia el convivir con
peligros. No somos señores del futuro. Existen numerosos factores que nos hacen
vulnerables, que nos exponen al riesgo. Desde esta perspectiva pido a los
sacerdotes, religiosos y laicos que afrontemos las tareas pastorales con
decisión y confianza. La incertidumbre no es motivo para la paralización. En la
acción pastoral hay actividades que pueden ser realizadas “virtualmente”, pero
la comunicación “presencial” es más elocuente.
Ante este
tiempo, condicionado seriamente por la pandemia, invito a todos a vivir humildemente
ante Dios, a no “confinarnos” por miedo en nuestro pequeño mundo, a actuar
serenamente, a dedicar el tiempo disponible a lo fundamental, a compartir con
otras personas experiencias y esperanzas.
El Padre
Bernardo de Hoyos murió el día 29 de noviembre 1735, con apenas 24 años,
víctima de una epidemia de tifus, que había invadido la ciudad de
Valladolid. ¡Que el Beato Bernardo interceda por nosotros!
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Cardenal Ricardo Blázquez
Arzobispo
de Valladolid