Tras
una somera lectura de este fragmento evangélico (Lc 9, 57-62) se le
queda a uno un cierto mal sabor de boca. A primera vista las contestaciones del
Maestro son secas y ásperas, quizá molestas para sus interlocutores –máxime que
da la sensación de que se le habían acercado con buenas intenciones–, se
quedarían sin palabras, no sabrían reaccionar.
Pero
dado que Jesús era de naturaleza no solo agradable, sino amorosa –a las pruebas
nos remitimos– habrá que profundizar en ellas para darnos cuenta de que su
mensaje es que no quiere mediocridades, que los cristianos no podemos ser
ambivalentes, sino de total entrega y en toda circunstancia; que siguiendo el
dicho popular los que respondan a su llamada no pueden poner una vela a Dios y
otra al diablo, hay que tomar partido y significarse. El cristiano es cristiano
siempre, en todas circunstancias y con todas las de la ley y para que no nos
llamemos a engaño nos deja las cosas muy claras desde el primer momento.
Además,
si en el orden humano somos, y con razón, exigentes con los profesionales,
pongamos por ejemplo los docentes o sanitarios, y buscamos e indagamos, por
nuestro bien y el de los nuestro, los mejores; nunca nos ponemos en manos de
desconocidos, sino que para entregarles a nuestros hijos seleccionamos, siempre
que podemos, los que mejor garantía nos ofrecen.
En
el orden espiritual ¿como Jesús no va a hacer lo mismo con los seleccionados
para transmitir su mensaje? Y ¿cómo el electo o mensajero no se va a esforzar
en ser el mejor? Si en lo humano nos avergüenza ser vistos como mediocres o no
tenemos el más mínimo miramiento en publicar los errores cometidos por tal o
cual profesional para que los vecinos y amigos no caigan en el fraude, ¿por qué
no vamos a usar la misma vara de medir en el orden espiritual? Debemos exigir y
exigirnos muchísimo más los mismos parámetros en nuestra misión como
anunciadores y testigos de la Nueva Buena.
Por
tanto mi extrañeza o desconcierto de esa superficial lectura, que decía al
comienzo, es solo fruto de la irreflexión, pues en la escala de valores siempre
tienen que estar por encima los espirituales sobre los materiales y si para
estos somos exigentes ¿cuánto más para aquellos?
Pedro
José Martínez Caparrós
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