Cuando
nos acecha y hasta nos puede acosar la apatía espiritual todo se convierte en
pena, en queja, en negatividad, en falta de esperanza, en descontento crónico
que seca el alma. “La acedia o la apatía espiritual es un cansancio más allá de
lo razonable por actividades que parecen excesivas que son mal vividas, sin las
motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que las impregne; se trata de un
cansancio tenso, pesado, insatisfecho, no aceptado; la acedia no sabe esperar y
quiere dominar el ritmo de la vida; es un inmediatismo ansioso que no tolera
contradicción alguna, un aparente fracaso, una crítica, una cruz” (Papa
Francisco, Evangelii Gaudium, n. 82). Este modo de vivir arropa a la falta de
sentido en la vida, cobija la depresión existencial y se pone en peligro el ser
persona por la despersonalización.
Si hay
apatía espiritual se debe achacar a que se pone el corazón en otras cosas muy
distintas a la vida espiritual. “Porque donde está tu tesoro allí estará tu
corazón” (Mt 6, 21). Se busca con ansiedad ser felices y no se llega a serlo
puesto que las fuentes donde se acude no tienen agua, están vacías y secas. Es
normal que ante tal decisión equivocada se busque con ansiedad las fuentes de
agua viva. “El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino
que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida
eterna” (Jn 4, 14). Aquí tenemos la experiencia de la samaritana (cfr. Mt 4,
1-29) que se siente admirada por Jesucristo que le pide: “Dame de beber”, lo
que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura.
Cristo tiene sed de amor que significa que nos necesita para extender su Reino;
no lo quiere hacer sólo y exclusivamente él, quiere que nosotros colaboremos.
Madre Teresa de Calcuta lo entendió muy bien y al observar que su vida estaba
en peligro al poder caer en la apatía espiritual, se lanza a mirar cara a cara
a los pobres donde descubre el rostro de Cristo y dice: “Dios ha sido tan
grande con nosotros que se nos ha dado en el Pan de la Eucaristía para
alimentarnos. Pero qué grande es Dios que se ha hecho presente en los pobres
para que le alimentemos”. Esta es la fortaleza espiritual que se identifica con
el Dios vivo y verdadero.
Para
superar la apatía espiritual conviene dejarse llevar por la vida interior que
dialoga con el Creador y trata con él como el mejor Amigo que nos muestra su
corazón de entrega por Amor. Es la oración que cambia la apatía en gozo vital:
“La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde
vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es
el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su
petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración,
sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre, Dios
tiene sed de que el hombre tenga sed de Él” (San Agustín, Quest. 64, 4). El
amor que emana de la oración no es cansino sino resolutivo puesto que armoniza
la vida de la persona y la conduce con seguridad por los caminos de la vida.
+ Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
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