Hay un episodio en el
Libro de los Reyes, concretamente en el capítulo 19 que profetiza lo que
después en diversos episodios evangélicos podríamos llamar como “el paso de
Yahvé”.
Sucede que el profeta
Elías ha matado a los cuatrocientos cincuenta Baales y es perseguido por el
ejército de la reina Jezabel para matarlo. Él ha dado testimonio público de que
el verdadero Dios es Yahvé, y se ha ganado el odio y la persecución de todo un
pueblo. Elías sale huyendo y se refugia en Berseba de Judá, como nos narra el versículo
3: “…anduvo por el desierto una jornada de camino hasta llegar y sentarse bajo
una retama…”. Se recostó y quedó dormido, pero un ángel le tocó y le
dijo:”…Levántate y come…”Miró a su cabecera y vio una torta cocida sobre
piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar. El
ángel de Yahvé volvió por segunda vez, le tocó y dijo: “…Levántate y
come pues el camino ante ti es muy largo…”. Se levantó, comió y bebió y con la
fuerza de aquella comida caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta
el monte de Dios, el Horeb.
Elías se sienta bajo
una retama; es la imagen del que está vencido, derrotado, no tiene fuerzas para
continuar. Son tan graves los acontecimientos que le esperan que se desea la
muerte y no puede seguir. La imagen de “sentarse” ya nos indica que es un
perdedor, se identifica con la muerte que intuye le espera, y está como el
ciego de Jericó, al borde del camino, aceptando su mala suerte y el abandono de
Yahvé.
Quizá a veces nos
encontremos en esos momentos ante una
determinada situación de nuestra vida. Probablemente en los tiempos actuales
nadie nos persigue para matarnos, pero los problemas del día a día se nos hacen
tan pesados y la solución, si existe, es tan lejana, que deseamos “apartar de nosotros ese cáliz
amargo”. Nos recuerda algo ¿verdad? Hasta el mismo Jesucristo tuvo que pasar
por este trance para redimirnos.
Aparece en la escena el
ángel de Yahvé, que le toca. Lo dice dos veces. Y le pide levantarse y
comer. Por decirlo de otra forma, le exige “ponerse en pie”. Es decir, tomar la
postura del Resucitado, el estar en pie. Y le ordena comer para coger fuerzas.
No un alimento cualquiera, le presenta una torta-suponemos de pan- y un jarro
de agua.
Con este alimento se
alimentaban tradicionalmente los presos a quienes se les mantenía a pan y agua
para que no muriesen en la cárcel. “A pan y agua”.
En este texto hay algo
mucho más fuerte: Este pan y esta agua son los alimentos que el Señor Jesús nos
da como alimento cuando nos dice YO SOY EL PAN VIVO, YO SOY EL AGUA VIVA.
Es pues una imagen
preciosa que ya profetiza lo que ha de ser para nosotros el alimento para el
camino de nuestra vida, camino muy largo, como nos indica el texto.
En la Escritura vemos
que no sobra ni falta ni una sola palabra. Ya decía Jesús: “…mientras duren el
cielo y la tierra no dejará de estar vigente ni una i ni una tilde de la
Ley…”(Mt 5,18).
Y el ángel de Yahvé- que no es sino el mismo
Dios-le toca.
Entrando en una ciudad,
se presentó un leproso que, al ver a Jesús, se echó en tierra, y le rogó
diciendo: “…si quieres puedes limpiarme…”Él extendió la mano, le tocó, y
dijo: “Quiero, queda limpio”(Lc 5,12-26) Y al instante quedó curado.
Veamos ahora la
curación de dos ciegos que narra Mateo en (Mt 9, 20-29):
“…Cuando Jesús se iba
de allí, le siguieron dos ciegos gritando: ¡Ten piedad de nosotros, Hijo de
David! Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice:
¿creéis que puedo hacer eso? Dícenle: Sí, Señor. Entonces les tocó los
ojos diciendo: Hágase en vosotros según vuestra fe. Y se abrieron los ojos.
Son impresionantes las palabras de Jesús. Aunque
el interés de esta catequesis es reflexionar cómo Dios toca al hombre en
el paso de Dios por su vida, no puedo por menos de detenerme en el cuadro que
nos pinta el Señor.
Los ciegos le piden a
Jesús su curación, y da la impresión de que Él no les hace caso, puesto que le
siguen hasta casa. No les cura inmediatamente. Nosotros, dentro de este
“cuadro” también estaríamos solicitando urgentemente el milagro. ¡Cuántas veces
pedimos sin saber!
Dios sabe lo que nos
hace falta, y nos lo da por añadidura cuando pedimos lo que Él quiere darnos.
(Mt 6, 25-34): “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará
por añadidura”. Y esta justicia no es tanto la justicia distributiva como la
entendemos nosotros, de dar a cada uno la recompensa que corresponde, sino la
forma de “ajustarnos” a Dios, como una mano se entrelaza o ajusta a la otra. Así
hemos de ajustarnos a Él buscando su justicia.
El Señor les pide fe;
sólo eso, que crean en Él. Igual te pide a ti y a mí. Tener fe, que nos fiemos
de Él; sabemos que todo lo puede, nos fiamos de su Bondad y Misericordia en
grado tal, que sabemos que nos dará lo que pedimos si lo hacemos con fe y con
la seguridad de que ya lo hemos conseguido. “…Cualquier cosa que pidáis al
Padre en mi Nombre Yo lo haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo…” (Jn,
14,13)
Al ver la fe de los dos
ciegos, les tocó los ojos diciendo, como hemos visto: Hágase en vosotros
según vuestra fe.
Entre los innumerables
textos del Evangelio en que Jesús toca a la gente, me detengo en el
conocido de la curación de la hemorroisa, según relata Marcos en (Mc 5, 21-43). Y dice así: “…Una mujer que
padecía flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le
tocó el manto diciendo: si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me
salvaré…”La sangre, en el contexto del pueblo de Israel, representa la vida;
esta mujer perdía su vida sin poderla contener. Y llevaba doce años padeciendo
este problema. Y nos podemos preguntar: ¿importa tanto que sean doce, o diez o
siete? Los números, en la espiritualidad del pueblo de Israel, tiene
significado. El número doce es el número de la plenitud: Las doce tribus de
Israel, los doce Apóstoles, los doce años de padecimientos de la hemorroísa
perdiendo su vida…
En este caso es el ser
humano representado en la hemorroisa la que se acerca a Jesús para tocar
su manto. El manto, en la espiritualidad bíblica representa el espíritu o la
personalidad del que lo lleva. Recordemos las palabras del profeta Eliseo
cuando le pide su manto a Elías antes de ser éste arrebatado a los cielos. (2R
2, 1-18) Y observad sobre todo el versículo 13, en el que el manto de Elías se
parte en dos, quedándose Eliseo con una parte.
Jesús, entre las
apreturas del momento, se siente “tocado “de una manera especial; tanto
que pregunta a su alrededor: ¿quién me ha tocado? La hemorroisa confiesa
su acercamiento y Jesús, al ver su fe, le dice: “Hija tu fe te ha salvado, vete
en paz”. Y quedó curada la hemorroisa.
¿Cuántas veces nos toca
Jesucristo? No nos damos cuenta. Él tiene infinita paciencia, nos espera hasta
el fin. Nos toca o nos llama a la conversión, sigue enviando profetas a la
tierra; profetas-anunciadores de su Palabra. Ahí estamos nosotros, los que le
buscamos, los que queremos ser sus discípulos. Somos por el Bautismo un reino
de SACERDOTES, PROFETAS Y REYES, y esa gracia que Dios nos ha concedido gratuitamente,
no la podemos enterrar como el siervo perezoso que enterró sus talentos. Hemos
de hacerla producir, a la manera de Dios, contando a los demás sus maravillas,
las que hace en cada uno de nosotros cada día. La hemos de contar con palabras
y con hechos, con lágrimas y con sonrisas, llorando con los que lloran y riendo
con los que ríen (Rom 12,15). Llevando la cruz de cada día al hombro, no
arrastrándola.
Mi yugo (la Cruz) es
suave y mi carga ligera (Mt 11,30).El yugo lo llevan los animales enlazados
entre dos; así unen sus fuerzas y, avanzando, les cuesta menos.
Jesús toma este ejemplo
para indicarnos que en nuestra vida, con nuestro yugo, (nuestra cruz, pero la
llama yugo), al otro lado, Él nos acompaña y tira con nosotros. ¿Te imaginas a
Jesús a tu lado acompañándote en todos tus problemas? Si lo pensamos así, como
nos lo ha prometido, ¡qué liviana se nos convierte nuestra carga!
Si un día, cuando te
levantes por la mañana para los quehaceres de cada día, recibes una llamada que
te dice: ¡no te preocupes por el pago de tu hipoteca! O te llama el Banco para
decirte. ¡Tu deuda la han pagado, no me debes nada! Primero no te lo creerías,
y después saltarías de gozo.
El Señor Jesús pagó con
su sangre y su muerte la deuda que teníamos contraída clavándola en la Cruz. Él
pagó por nosotros. ¿Hay AMOR más grande? Tanto amó Dios al mundo que entregó a
su único Hijo (Jn 3,16).
¿Alguien te amó así
alguna vez? Este es Jesús de Nazaret, nuestro Dios, Jesucristo el Hijo único
del Padre.
Que sea Él quien en
este día haya tocado tu corazón, como tocó el mío, cuando, en mi
pobreza, me inspiró estas reflexiones.
Alabado sea Jesucristo
Tomás Cremades