Seguro que la mayoría de los que
inicien la lectura de esta mi reflexión sobre este versículo evangélico se ha
perdido alguna vez, se han encontrado inmersos en la angustia de haberse
desorientado, bien en una excursión por el campo, bien en una ciudad. Incluso
con el GPS en la mano o en el salpicadero del coche, a veces, no hemos
encontrado el camino. ¿Quién no ha visto alguno de esos vídeos que circulan por
las redes sociales en los que un conductor ha llegado al sitio más inhóspito o
insospechado siguiendo la orientación de esa monótona voz? Se ve que somos más
torpes de lo que nos creemos.
Pues bien, en el caminar diario por la
vida espiritual alguna vez nos ha podido pasar que nos hayamos desviado del
itinerario emprendido, pero jamás será porque el GPS haya fallado. Siempre,
siempre que hayamos acudido a Jesús nunca nos ha perdido, continuamente tiene
el buen consejo orientador. Además, no sé cómo se las apaña, con la cantidad de
personas que le piden orientación y consejo a la vez y a todas atiende en el
instante, nunca nos deja a la espera porque está atendiendo un caso muy
urgente. Cuando lo llamamos nunca tiene el teléfono apagado o fuera de
cobertura. ¿Por qué? Porque él es el camino,
siguiéndolo nunca erramos nuestros pasos. Pero no un camino, no, sino el camino
por antonomasia, el camino de verdad, el
que no nos falla en la vida. Pues ya estamos perdiendo tiempo para
reiniciar el GPS que nunca nos desorientará, ése que siempre tiene cobertura
estemos donde estemos. Por difícil que sea nuestra desorientación nos
encontrará la única salida verdadera.
Y no digamos si hablamos de la verdad. Cuántos bulos. Él no nos engaña.
Ni siquiera tiene medias verdades o mentiras piadosas a las que nosotros tantas
veces nos acogemos y además queremos convencer de que es por el bien del
engañado. Por no hacerle sufrir. Mentiras para no vernos en la vergüenza de
quedar desairados ante la verdad. Pues con Jesús tampoco nunca nos pasará eso
porque también él es la verdad por
antonomasia.
¿Y vida?
Con la poca salud que tenemos, que un mal resfriado nos lleva. También él es la
vida por antonomasia. Estando con él
nuestra alma rebosará salud. Pero como somos humanos tan débiles con suma
frecuencia pillamos las enfermedades más insospechadas, a veces hasta mortales.
Pues también para estos casos nos ha dejado el remedio. La medicina se llama
confesionario. Acudimos sin cita y salimos sin rastro de enfermedad.
Y es que no nos falla en nada, está en
todo y nosotros tan torpes creyéndonos… dándonoslas…
Pedro
José Martínez Caparrós