viernes, 31 de agosto de 2018

Los talentos



 Leyendo atentamente esta parábola (Mt. 25, 14-30) nos damos cuenta de que todos los seres humanos tenemos varios tipos de talentos sobre los que tendremos que presentar balance el día en el que vuelva “Aquel” que nos los entregó para que se los administráramos en su ausencia.


Con suma frecuencia se asume y se da por descontado que los talentos están referidos a las riquezas materiales; incluso nos llevaría a pensarlo las propias palabras evangélicas: “Pues haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con intereses”. Efectivamente el día del juicio tendremos que dar cuentas del aprovechamiento físico de nuestro patrimonio, veremos claramente si lo hemos dilapidado o si por el contrario hicimos un uso correcto y adecuado del mismo.

Pero también se puede deducir que los talentos evangélicos están referidos a las cualidades y habilidades adquiridas y realizadas en nuestras vidas profesionales. Mis talentos son cómo y de qué manera respondo de y en mi trabajo; tendremos que dar explicaciones de si hemos puesto empeño y ganas en el desarrollo del trabajo o, por el contrario, lo hemos hecho de mala gana y solo para salir del paso. Habrá que ver si el prójimo obtuvo de nuestra labor lo que esperaba de nosotros o, por el contrario, tendrá reproches y decepciones por nuestra falta de entrega.

Igualmente cada cual tenemos nuestras capacidades innatas, las que llevamos dentro, por genes podíamos decir ‒bien podría referirse el evangelista a estas cuando habla del talento enterrado, y que sin embargo quizá no las explotamos suficiente y generosamente. También de ellas tendremos que dar cuenta porque… “…a cada cual según su capacidad”. Así que estamos obligados a desarrollar estas capacidades de forma que los que hay a nuestro alrededor obtengan un cierto fruto de las mismas. Tenemos que pararnos a pensar muy detenidamente qué tenemos dentro que guardamos para nosotros solos y que sin embargo los demás deberían ser partícipes de sus frutos. ¿Tenemos capacidad para cualquier tipo de arte? ¿Tenemos suficiente buen humor para transmitir alegría? ¿Tenemos una gran voluntad? ¿Tenemos un cierto poder de convencimiento con nuestro verbo? ¿Tenemos madera de líder? ¿Tenemos un sexto sentido por el que nos percatamos antes de que lleguen los riesgos o peligros? ¿Tengo tiempo libre?

Tenemos la obligación de averiguar cuál es nuestro don especial y particular. Quizá estos talentos sean los más difíciles de explotar o de llevar a nuestra relación con los demás porque los consideramos de nuestra exclusiva propiedad, pertenecen a mi intimidad; ¡a algo propio tendré derecho!, pensamos. No por casualidad a esas capacidades también se refería Jesús. Esos son los bienes que al irse de viaje nos dejó encargados, de esos nos pedirá intereses. Precisamente esos que tenemos enterrados para que no nos los roben, esos que son para uso y disfrute de mi propia persona, los que tengo dedicados a mi particular atención, justamente de estos también habrá que dar explicaciones.

Ilumínanos, Señor, para que descubramos y pongamos a trabajar todos los talentos que nos has entregado para su útil administración. Danos sabiduría y voluntad para su correcta explotación.

Pedro José Martínez Caparrós

martes, 28 de agosto de 2018

A vos, mártires por la FE





                                                   
¿Qué hicisteis? Solo el odio puede contestar… No erais políticos, tampoco soldados ni os protegían las armas. Decidme ¿Qué os envió al martirio, la violación y la muerte?

Solo el odio puede contestar, solo la envidia a la Fe puede hablar en nombre de la barbarie.

Fuisteis punto de mira de fusiles en manos de anticristos. Una Hostia Consagrada, una Imagen Consagrada, una Copa Consagrada, un hombre Consagrado, una esposa de Dios, provocaron el odio de los endemoniados hijos del mal.

Siempre contra la Fe y el Crucifijo, los dioses de la carne y del tiro fácil al que reza y perdona…  

¡Cuántas manos manchadas de sangre y pólvora se condenaron, cuántas! Pero no fue inútil para la nación de Dios, porque vuestra Fe reforzaría la nuestra.
   
Mártires como Cristo, perdonando como Cristo, en brazos del Padre como Cristo, os pedimos la fuerza que tuvisteis, para estos tiempos de vuelta al odio y la blasfemia.  
   
Y a vosotros, capos de la subversión y el rencor, mal que os pese, seguimos ahí adorando a Dios, pidiendo por vosotros y siempre, mal que os pese… Lo hicisteis en Roma ¡idólatras!, en Jerusalén ¡incrédulos!, en el mundo misionero y civilizado ¡ateos! No os han exorcizado y tenéis un grave problema. Vuestra apariencia no invita al rito de liberación ¡qué mala suerte! 

Convivimos y crecemos hombro con hombro en el mismo campo, pero no os vamos a arrancar no sea que perdamos la más pequeña espiga de trigo y eso, nunca. 

Qué quiten cruces, que conviertan Basílicas en museos, que profanen tumbas, que mi País se convierta en un amasijo de renegados… ¡No da igual y lo siento! Pero nada amedranta  sino une a mi pueblo en la FE. Es la contrapartida al juego del odio.

¡Ganasteis  mártires de la Iglesia Universal! Y ganaremos nosotros, mal que les pese…

  Emma Díez Lobo  

sábado, 25 de agosto de 2018

XXI Domingo del Tiempo Ordinario






Opción  por el Cristo real, el eucarístico

La Eucaristía resume todo el cristianismo. Es la presencia real y efectiva, pero encarnada del Hijo de Dios que se entrega a los hombres. Por ello optar por la Eucaristía implica una religiosidad específica, caracterizada por:

* El amor total al Padre y la entrega incondicional para hacer su voluntad.
* Una unión efectiva y afectiva con Jesús, cuya vida se comparte.
* El amor total al hermano, con una entrega hasta la muerte.
* Una actitud de servicio oculto y humilde.
* Un espíritu comunitario y eclesial, pues la Eucaristía ha sido encomendada a la Iglesia.
* La prontitud para compartir.
* El uso de medios pobres.
* La opción por los pobres.

Por todo ello toda deformación de la Eucaristía es un ataque a la esencia del cristianismo. La tentación constante del cristiano es rebajar y deformar el concepto de Eucaristía para conformarlo con su mediocridad, de forma que la Eucaristía no le cree problemas de conciencia y se convierta en premio de su vida. Pero de esta forma está negando que la Eucaristía sea alimento pues él de hecho no necesita de ninguno; la Eucaristía sería el premio que Dios concede a sus buenas obras...

Jesús se hace presente en la Eucaristía como alimento, lo que implica que necesitamos  alimentar nuestras fuerzas para vivir como hijos y hermanos. El destinatario de la Eucaristía es el pecador arrepentido, que quiere vivir en el amor total, pero se siente débil y necesita constantemente fortalecerse para pensar, sentir y actuar como Jesús. Es una necesidad, no un lujo y menos un premio.

Por todo ello la Eucaristía pertenece al mundo del Espíritu, que capacita para comprender estos valores y para llevarlos a la vida. Con el poder del Espíritu todo es posible. Sin él todo esto resulta “un lenguaje duro” y sin sentido.

En la celebración de la Eucaristía hay dos momentos importantes: el primero tiene lugar en la consagración, cuando Jesús se hace dinámicamente presente, ofreciéndose al Padre. Es el momento en que pedimos al Espíritu que nos conceda unirnos a su entrega al Padre (segunda epíclesis). El segundo es la doxología final, momento cumbre, en que, unidos a Cristo, glorificamos al Padre. Participar vitalmente estos momentos es realmente participar la Eucaristía.

        Hoy la liturgia recuerda dos opciones, la que hicieron los israelitas en Siquén (primera lectura), después de la conquista y antes de separarse e irse cada uno a su territorio, eligiendo dar culto a Yahvé y rechazar a los ídolos, y la que hizo Pedro en nombre de los Apóstoles. En este contexto invita a cada uno de los celebrantes a renovar la opción por el Cristo eucarístico

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 24 de agosto de 2018

El apretón del vago





O cómo practicar la virtud de la constancia, también lo podríamos llamar. Es frecuente, sobre todo entre los estudiantes, pero también entre otro tipo de colectivos, de “padecer” lo que podríamos denominar “el síndrome del apretón del vago”. Consiste en “sestear” durante todo el curso, y un poco antes de los exámenes, dar un apretón a los libros para aprobar. Cuando esto sucede, es posible que el estudiante en cuestión apruebe…otra cosa es que al día siguiente o en un breve espacio temporal, recuerde y asimile lo estudiado. Una cosa es estudiar para aprobar y otra es estudiar para saber.

Y así, el que os escribe, comprueba que muchos ilustres colegas (en este caso ingenieros), pero válido para cualquier profesión, no recuerdan muchas cosas aprendidas en su juventud, y olvidadas por la falta del uso de la materia, o porque cuando lo estudiaron se dieron el consabido “apretón”, no amando lo que tenían entre manos.

Pero esto pretende ser una “catequesis” sobre temas religiosos. ¿Adónde vamos, pues? Pues en nuestra vida podemos escuchar frases tan desafortunadas como estas: “…ya me convertiré…”; “…no tengo tiempo, a ver si me jubilo, y entonces…”.

Otras son más peligrosas: “…Cuando muera, si es que hay algo detrás de la muerte, ya me apañaré con Dios, que hay muchas cosas en las que no estoy de acuerdo…”. ¡Claro!, es que sin saberlo, yo pongo la ley por encima de la Ley de la Palabra de Dios: es el típico pecado de Adán.

No pensamos en la muerte más que con terror. Miedo a lo desconocido, cuando realmente es un encuentro maravilloso con Jesucristo. Miedo por falta de fe; si miramos nuestros pecados, - y de eso se encarga ya el Maligno -,  estamos perdidos. Pero es que contamos con la Misericordia de Dios. ¿Tanto cuesta todos los días, en acudir a los pies de Jesús, a hablar un cuarto de hora con Él? ¿No habéis podido velar conmigo una hora? (Mt 26,40). Recordará Jesús en la noche del prendimiento en el monte de Los Olivos.

Lo que sí es seguro que todos los días a la hora que sea, alimentamos nuestro cuerpo; no se nos olvida. Pero, ¿Y el alma? ¿Alimentamos el alma? ¿Y cómo se alimenta el alma? A estas alturas de la película, es obvio que sabemos cómo: con los sacramentos, sobre todo el de la Reconciliación y el de la Eucaristía; con la oración constante, con la lectura de libros piadosos, con la ayuda al hermano en sus necesidades corporales y, sobre todo, espirituales; con mirar hacia dentro no para observar de forma masoquista nuestras miserias, sino para mirar lo que Dios hace cada día en nosotros…Alimentamos nuestra alma meditando – no leyendo -, la Palabra de Dios en su Santo Evangelio.

Tratemos de no padecer el síndrome del apretón del vago: rezar en el último momento…rezar siempre, no por rutina, como una carga que soportar para que Dios no se enfade. Rezar es hablar con Dios. Rezar es alabar a Dios con los Salmos, su oración preferida. Rezar es estar atento a la escucha de su Palabra: su Evangelio. Rezar es vivir en su Presencia todos los momentos de la vida.

Alabado sea Jesucristo,

Tomas Cremades Moreno

jueves, 23 de agosto de 2018

Parábola del gran banquete





Otra parábola (Mt 22, 1-14) dirigida a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, responsables y tesoreros de la guarda y custodia de la religiosidad de Israel. En este contexto  se muestra mediante la alegoría del banquete la alianza de Dios Padre con la humanidad. Una primera y segunda invitación de los siervos del rey (profetas y el propio hijo) al pueblo de Israel y ante la negativa, desprecio y maltrato de estos hay una invitación universal (los gentiles, nosotros): los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos.

Está claro que la invitación última al banquete está referida a todos nosotros buenos y malos, es la invitación a la Eucaristía, pero no solo a esta, sino al banquete del amor a Dios y al prójimo y a todo signo de religiosidad profunda. Nos invita al banquete celestial de la vida eterna. En este caso también hay rechazo, si no tan directo y trágico como aquel que llegaron hasta matar al novio, sí que recibe por nuestra parte una cierta indiferencia, posponemos la religiosidad poco a poco en la actualidad. Como aquel pueblo de Israel seguimos haciendo una diferenciación entre lo importante y lo inmediato y urgente. En esta dicotomía nos inclinamos por lo urgente con un claro abandono y postergación de lo más importante. Ponemos más interés en las cosas de esta vida, también importantes y necesarias para el día a día, que en lo sustancial y trascendente: la otra vida. Vivimos en una época en la que todo es correr; corremos acelerada y vertiginosamente para que nos dé tiempo a terminar el excesivo cúmulo de obligaciones que nos hemos impuesto y posponemos para otro momento la tranquilidad de espíritu y el sosiego tan necesarios para la reflexión y meditación de la vida espiritual.

Ya en la niñez los padres agobian a los niños con las actividades extraescolares, infundiéndoles ansiedad y desasosiego en vez tranquilidad, tan importante esta para el desarrollo de valores y virtudes, esenciales para fundamentar la futura vida espiritual. En la juventud por la inconsciencia, la vorágine propia de la edad nos lleva a creernos que nos comemos el mundo; todo tiene que ser inmediatez con la falta de tiempo para la reflexión; los estudios o la busca de ese primer trabajo no dejan tiempo para el Señor. Después la vida de casado con todas las responsabilidades que acarrea; las responsabilidades familiares, la casa, los hijos, la vida laboral, el abarcar más de lo que puedes… te arrastran a un vivir tan rápido que casi siempre falta tiempo para lo importante. Entonces lo posponemos para cuando nos jubilemos que tendremos todo el tiempo del mundo y cuando llega esta ya estás cansado y no tienes ganas de nada o vienen las obligaciones para el cuidado de los nietos, tienes que echarle una mano a los hijos para que puedan seguir esa misma cadena y forma de vivir que los humanos de este siglo nos hemos impuesto.

Esta es mi visión actualizada de la parábola. En cada época de la historia respecto a la relación del hombre con Dios hay una forma y manera específica para rechazar la invitación al banquete. La actualización de la parábola a nuestras circunstancias y época es que atendemos a lo urgente para postergar lo importante y hemos intercambiado el significado verbal de “rechazar” por el de “posponer”, para el caso que tratamos los hemos igualado como sinónimos por la vía de los hechos.

Pedro José Martínez Caparrós

lunes, 20 de agosto de 2018

Advirtamos del peligro


                                                            
 

Sé que lo cristiano es hablar del amor de Dios, pero cuando solo hablas del amor, la gente no pone atención, no les impacta en absoluto. Entonces, hablemos de las graves consecuencias advertidas por Jesús, si no hay Evangelio.

Y… La atención surge, la mirada es desafiante, has tocado la fibra del “YO”, del yo me basto a mí mismo, del yo no soy un asesino, del infierno no existe… ¡Qué cómodo es no Leer a Dios!  

El mundo ha llegado a creer que el infierno es una invención de la Iglesia. Pero por desgracia -causa de nuestra libertad inalienable- es REAL Y VERDADERO. Dios lo nombra cuando:
     
El mundo no Le cree, habiéndole conocido (Juan 3:36; 2:24); cuando no se va a su “Banquete vestido de Fiesta” (Mt 22,1-14); cuando es retado (Gl 6:7; Job 9:4; S 17:10); cuando se blasfema contra el Espíritu Santo (Mt 12:22-31); cuando profesas en iglesias inventadas posteriores a Jesús o vives sectas y prácticas del solo YO (Apoc. 22:18); cuando se hace daño a un pequeño (Mt 18,6)… Cuando no adquieres la Misericordia de Dios.

Un asesino de mil muertes, arrepentido ante Dios, se salva; pero uno cualquiera de nosotros sin remisión del Espíritu Santo, no es posible. Jesús Resucitado dijo a los 11 apóstoles: “Id y perdonad los pecados… Dicho esto, sopló sobre ellos infundiéndoles el Espíritu Santo” (Juan 20,22-23). 

Somos libres para creer o no, pero también lo somos para condenarnos o no. 

Emma Díez Lobo


viernes, 17 de agosto de 2018

XX Domingo del Tiempo Ordinario









La Eucaristía es verdadero alimento

El Evangelio de hoy continúa las enseñanzas de Jesús sobre el pan de vida, que es él. Hoy continúa diciendo que este pan se nos da en la Eucaristía y precisa cómo alimenta la Eucaristía.

La Eucaristía es verdadero alimento, es decir, alimento que puede mantener y hacer crecer nuestra vida espiritual y capacitarla para llegar a la plenitud eterna. Es además alimento necesario, no se trata de un lujo espiritual que se puede permitir una persona sino de una necesidad real para alimentarse y llegar a la plenitud: “Os aseguro que si no coméis mi carne y bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros, el que come tiene vida eterna, (porque) yo lo resucitaré en el último día”.

Jesús explica esta necesidad mostrando cómo alimenta: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.  La palabra “comunión” expresa muy bien lo que sucede: se llega a una intimidad mutua con Jesús, que consuma la unión que ya creó el bautismo (por eso la Eucaristía es posterior al bautismo): el bautismo injerta en Jesús y crea comunión de vida con él, de forma que el bautizado  queda inmerso en  su vida y la tiene que reproducir, ahora su vida terrena  con su muerte y después la resurrección. La Eucaristía alimenta este proceso vital. La última razón es que Jesús posee la fuente de la vida que es el Padre, ahora bien, estar unido a Jesús, es compartir con él esta fuente de vida, de felicidad y plenitud, que viene del Padre.

Esto exige digerir la Eucaristía, como en toda comida se exige digerir el alimento. Podemos ser “tragones de hostias” que no alimentan si no se digieren adecuadamente. La Eucaristía no es una comida mágica, que obra sin contar con la persona. La primera exigencia es estar en estado de  comunión con Jesús, es decir, en gracia de Dios. Es imposible que el que se encuentre en estado de ruptura con Jesús llegue a una intimidad con él si previamente no se arrepiente y pide perdón. Otra exigencia en esta línea es estado de renuncia y lucha contra el pecado venial. Una buena digestión implica comunión personal con Jesús, estableciendo una relación personal con él, de persona a persona, compartiendo sus sentimientos y deseos; esto implica igualmente unirse a su entrega al Padre. Hay que recordar que el Jesús, presente en la Eucaristía, es el que se hace presente en la consagración en su dinamismo pascual, entregándose al Padre. Comulgar implica por eso unirse a este movimiento pascual poniendo en sus manos nuestra vida concreta para que la entregue al Padre.
Por todo ello la Eucaristía es culmen y centro de la vida cristiana. Todo ello implica una preparación previa, leyendo las lecturas y preparando el compromiso concreto que vamos a poner en manos de Jesús. La Eucaristía es sacramento de la fe. Lo normal es celebrarla desde la oscuridad de la fe y esto exige preparación remota e inmediata para evitar la rutina.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

jueves, 16 de agosto de 2018

Dadles vosotros de comer (Lc 9,13)







El episodio narra el Evangelio que conocemos de la “Multiplicación de los panes y de los peces”. El pueblo hambriento de la Palabra de Jesucristo, se olvida de comer, pero Él, que ama al hombre y conoce sus necesidades, corporales y espirituales, se ocupa de aquellas, sin desatender lo más importante, que es el Pan de su Palabra. Y ante la llamada de los Apóstoles a Jesús para despedir a la gente que le escuchaba, Él les dice: “… Dadles vosotros de comer…”. Y desde entonces, por el poder que Jesucristo ha dado a los sacerdotes de consagrar el pan y el vino para que, por medio del Espíritu Santo se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios, y se repartan a los fieles.

Hasta aquí, todo ello es conocido por los fieles que son llamados por Él a gozar ya en la tierra de los Bienes del Cielo, bajo la forma de las Especies Consagradas.

Pero hay algunos sacerdotes, en algunas iglesias, incluso con el beneplácito de los fieles, que dejan sobre el altar el Copón  y el Cáliz con las sagradas Formas, de tal manera que los mismos fieles se las administran. En la instrucción Immensae caritatis (1973), la Iglesia autoriza a algunos laicos a ejercer como ministros extraordinarios de la Eucaristía, para facilitar el acceso al Sacramento. Pero en los tratados de Liturgia se dice explícitamente que:”…No se puede dejar el cáliz o la patena sobre una mesa o altar para que los fieles se acerquen a la Comunión y vayan tomando para sí la Eucaristía. El servicio es de persona a persona, y forma parte de la sacramentalidad de la Eucaristía. (Peter J. Elliott. Tratado de Liturgia nº 605 pag 189)”.

Este ministerio SOLO se puede realizar por el sacerdote, diácono o ministro extraordinario de la Eucaristía.

Amemos nuestra Liturgia, muy rica en expresiones y signos que nos ayudan a comprender el Misterio que Dios ha depositado en manos de las personas autorizadas, representantes de los apóstoles, y cumplamos su mandato: “…Dadles vosotros de comer…”

Sin  embargo, todos somos llamados a poder repartir el Pan de su Palabra, al anuncio del Evangelio. Y, como dice san Pablo: “… A tiempo y a destiempo…” 
(2 Tim 4,2)

Nos urge el tiempo que se nos va; no podemos perder la ocasión del anuncio del Evangelio, - el Kerigma -, el anuncio de su Palabra. Y este anuncio no solo es con nuestras palabras, sino, sobre todo, con nuestra vida.

Alabado sea Jesucristo,

Tomas Cremades Moreno

miércoles, 15 de agosto de 2018

La Asunción de María





















A la Asunción de Nuestra Señora


 ¿Adónde va, cuando se va, la llama?
¿Adónde va, cuando se va, la rosa?
¿Adónde sube, se disuelve airosa,
hélice, rosa y sueño de la rama?

¿Adónde va la llama, quién la llama?
A la rosa en escorzo ¿quién la acosa?
¿Qué regazo, qué esfera deleitosa,
qué amor de Padre la alza y la reclama?

¿Adónde va, cuando se va escondiendo
y el aire, el cielo queda ardiendo, oliendo
a olor, ardor, amor de rosa hurtada?

¿Y adónde va el que queda, el que aquí abajo,
ciego del resplandor se asoma al tajo
de la sombra transida, enamorada?



La Asunción de María

No se nos pierde, no,
se va y se queda,
coronada de cielos,
tierra añora
y baja en descensión
de Mediadora,
rampa de amor,
dulcísima vereda.

Recados del favor
nos  desenreda
la mensajera,
la reveladora,
la paloma de la paz,
heridla ahora
ya se acabó
el suplicio de la veda.

Hoy, sobre todo,
que es la fiesta en Roma
y se ha visto volar
otra paloma
y posarse
en la nieve de una tiara
la Asunción de María
-vitor, cielos-
coronada ayer
de mis abuelos,
en luz, luz
luz de dogma se declara.

Gerardo Diego

martes, 14 de agosto de 2018

Asunción de la Santísima Virgen



 María, madre de la esperanza

En medio del descanso veraniego, esta fiesta de la Virgen nos recuerda que existe un verdadero descanso, pleno y eterno, que Dios tiene destinado a los que le aman. Jesús nos abrió el camino y nos capacitó para gozarlo, María, su madre, es la primera que lo ha conseguido plenamente. Ella, como madre y modelo, nos recuerda el camino y nos ayuda para conseguirlo. Por ello es madre de nuestra esperanza.

Dios nos ha creado y destinado a participar plenamente de su felicidad, pero ¿cómo conseguirlo? El camino abierto por Jesús para conseguirlo y llegar a Dios es el amor total. Y es lógico, porque si Dios es amor, el único camino para llegar a él es el amor. Ya se había anunciado en el Antiguo Testamento: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, toda tu alma...  (Dt 6,5), pero la humanidad, debilitada por el pecado original, era incapaz de recorrer este camino de amor total. Por ello el Hijo de Dios se hizo hombre y recorrió el camino en nombre de todos nosotros. Su humanidad fue la primera que goza del descanso creado por el Padre. Imitando sus huellas, cada uno de nosotros somos capaces de llegar también a él (segunda lectura).

Pero hay un orden de llegada (segunda lectura) y este está determinado por el amor. Hoy celebramos que María, el ser humano que amó más después de Jesús, fue la que la siguió en compartir la glorificación.

El Evangelio ofrece pistas sobre la forma concreta del amor de María: la fe, la alabanza divina y el servicio. Cuando se entera de la situación de su prima, va “a prisa” a servirla y con ella estuvo hasta el momento en que dio a luz. Su prima alaba su fe, porque ha creído que se realizará todo lo que ha dicho la palabra de Dios y ella retorna la alabanza a Dios, el Dios revolucionario que transforma la virginidad en fecundidad, la pobreza en riqueza y la humillación en realeza (Magnificat).

La primera lectura presenta la vocación de la humanidad, participar la gloria de Dios. La mujer glorificada, adornada con atributos cósmicos –la luna a sus pies, el sol como vestido, las estrellas como corona-  es la Iglesia del Antiguo y Nuevo Testamento, que da a luz al Salvador y es protegida y salvada por Dios. De ella forma parte María, que es el miembro privilegiado que dio a luz al Salvador.
En la Eucaristía la Iglesia realiza de forma especial su tarea de dar a luz a Jesús en nuestro tiempo para salvación de todos los hombres, alimentándonos para que, unidos a él, actualicemos su vida consagrada al amor y así podamos también compartir su resurrección. En ella recordamos a María y a toda la Iglesia triunfante, pidiendo su intercesión.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



lunes, 13 de agosto de 2018

Asunción al cielo




Lo que a continuación expongo es solo y exclusivamente un punto de vista personal, lo que me dicta mi pobre y humilde naturaleza humana. Exponer, opinar o hablar de un misterio superior desde una óptica terrenal y que lo escriba alguien que no tiene grandes conocimientos teológicos, conlleva el grave riesgo de que su torpeza le lleve a derivas erróneas, mas mi intención no es pontificar, sino exponer con un modo de hablar llano y humano lo que a mi mente se le presenta como lo que es: un misterio.

Jesús ascendió y aquí dejó a sus amigos y colaboradores más íntimos, incluyendo a su madre. Pero, claro, una madre es una madre, y, aunque Él, una vez cumplida su misión, se incorporó a su puesto junto a las otras dos personas de la Santísima Trinidad, su humanidad echaría de menos a esa mujer buena con la que compartió los treinta y tres años de vida intensa. Lo más natural es que a esa añoranza de madre le quisiera poner remedio. ¿Qué mejor que traerla aquí junto a mí?, pensaría. Así es como tomó aquella decisión y así llegó la Asunción.

Los apóstoles y discípulos se quedarían tristes por la ausencia de aquella mujer que tantas fuerzas les insuflaría en el día a día. Tras la Ascensión se aglutinarían en torno a ella para darle ánimos y, a su vez, para que ella fuera la consejera en la continuación de la obra de su hijo. Tras la Asunción se quedarían también huérfanos de María.

Pero en otro lugar, ¿cielo? se presentó el motivo de una gran alegría. Allí llegó esa misma mujer y madre a la que el hijo en cierto modo le debía su humanidad, soporte necesario para la salvación humana. Madre con la que había compartido alegrías y tristezas. Madre que había sido su confidente y consejera. La llegada de ella pondría culmen a su dicha. Jesús haría las presentaciones oportunas… ¡Qué menos que celebrar el reencuentro con una fiesta! Toda la corte celestial, arcángeles, ángeles y santos se pondrían manos a la obra y como súmmum la coronaron Reina y Señora de todo lo creado.

Ella, en su humildad, como demostró en sus pocas intervenciones que nos cuentan los evangelios, estaría totalmente aturdida y desconcertada con aquellos agasajos. Al principio hasta podría encontrase como fuera de lugar, pero muy segura agarrada de la mano del hijo. Acostumbrada a estar y actuar a la sombra de Jesús en su pobre vida  terrenal, aquel enaltecimiento turbaría y haría temblar, entre emoción y sorpresa, a aquel grácil y frágil cuerpo. Seguramente enrojecería de vergüenza, bajaría la mirada; su temblorosa y sudorosa mano apretaría la de Jesús en busca de apoyo, fuerza y ánimo. Él  volvería su sonriente rostro para mirarla y, clavando sus ojos en sus ojos, le infundiría la fortaleza y tranquilidad que ella necesitaba en aquel trance. Volvería a darle un beso en la frente, como tantas veces lo había hecho durante su experiencia terrenal, acariciaría su bello rostro, la agarraría con delicadeza por los hombros, para acabar atrayéndola y apretándola contra su misericordioso corazón. Se fundirían en un tierno y eterno abrazo bajo la bendición paternal del Padre, la mirada ardiente de amor del Espíritu Santo y el aplauso de infinidad de criaturas que gozaban con la visión de aquella estampa.

Esta es mi imagen y visión humana de los dos últimos misterios gloriosos del Santo Rosario.


Pedro José Martínez Caparrós



Que Él nos dé vocaciones


sábado, 11 de agosto de 2018

XIX Domingo del Tiempo Ordinario




La fe en Jesús, pan del cielo y don de Dios,  alimenta para la resurrección

        Los que celebramos la Eucaristía somos creyentes en Jesús. La palabra de Dios nos invita hoy a celebrar y agradecer nuestra situación y a reflexionar sobre ella para vivirla con más entrega.

¿Por qué creemos?  Jesús nos dice que nuestra fe es un regalo que le ha hecho el Padre, que nos ha puesto a todos en sus manos, y que él no dejará nunca a los que el Padre le ha regalado, sino que los acompañará hasta darles a cada uno la vida eterna. Por eso Jesús es pan de vida, porque unidos a él los creyentes alimentan sus deseos de infinito y recibirán vida eterna, en un proceso que ya ha comenzado.

        La fe es un regalo. Dios creador está por encima del orden natural de la creación. Nos ha creado como simples creaturas, capacitadas para todo lo referente a la creación: creced, multiplicaos, dominad la creación, es el mandato que el Creador ha grabado en el corazón de sus criaturas y que estas se afanan en obedecer: están descubriendo los secretos de la creación con el bosón de Higgs, han enviado una máquina a Marte… pero no tienen fuerzas para subir y participar del mundo de Dios, pues,  para llegar a él, no basta el simple esfuerzo humano, es necesario que Dios mismo nos abra la puerta y nos capacite para el paso que permita entrar en su mundo y participar de su vida. Para hacer posible esto, Dios creador ha dotado a sus criaturas de inteligencia y libertad  y ha puesto en su corazón una puerta especial, la apertura a lo trascendente, un hambre de felicidad infinita que no puede saciar ninguna criatura.

Sobre esta puerta actúa Dios Padre ante el hombre libre atrayéndolo a Jesús, haciendo apetecible su aceptación. Así, respetando su libertad, el hombre aprende la enseñanza de Dios. Se trata de una atracción que ofrece a todo el mundo, pues quiere la salvación de todos (1 Tim 2,4), aunque nosotros no sepamos quiénes son los que realmente responden. El término de la atracción es Jesús, el Dios-hombre, la única persona capaz de enlazar la humanidad con la divinidad y darnos la vida eterna.

El hombre responde libremente con la fe y el bautismo, en que se hace fuerte en Jesús, participa su vida, comenzando un proceso de vivir con él que culminará en la resurrección. Jesús alimenta hasta llegar a la meta (primera lectura).
Pero existe el peligro de cerrar la puerta a la trascendencia, embotándola  y haciéndola insensible a la atracción  de Dios. Es lo que sucede con algunas  malas disposiciones, como son absolutizar los bienes pasajeros, incapacitando a la persona para desear lo trascendente, querer que Dios actúe de acuerdo con criterios de grandeza humana (escándalo de Nazaret, Jn 6,41 cf. Mc 6,1-6a par), buscar la gloria humana, la vanidad y el orgullo (Jn 5,41.44). La autosuficiencia es enemiga de la fe. Para llenar es necesario previamente vaciar. La aportación básica del hombre es dejarse hacer por Dios, como el niño, que es el destinatario privilegiado del Reino.

Toda la vida cristiana es vivir unidos a Jesús. Para facilitarnos esta vivencia, el mismo Jesús ha querido convertirse sacramentalmente en pan, en la Eucaristía que estamos celebrando. Los que ahora la celebramos, hemos sido atraídos por Dios. Ahora nos toca agradecer este don y corresponder, haciendo de Jesús el gran amor de nuestra vida.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

jueves, 9 de agosto de 2018

El grano de trigo




“…si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda infecundo” (Jn 12, 24). Señor, qué metáfora más natural elegiste para explicar tu muerte. Eso lo entiende cualquiera a poco que observe la naturaleza: la semilla que cae al suelo y es enterrada de una u otro forma bien intencionadamente por el hombre, bien por los agentes meteorológicos‒, tras el tiempo oportuno y con las condiciones propicias se pudre y germina, a la vez aquel grano se convierte en una espiga de muchos granos. La muerte paradójicamente  produce vida. Parece una contradicción, pero ahí está la práctica del agricultor. Algo altamente demostrado.

Tú, Señor, quisiste demostrarnos algo superior a este milagro de las plantas (muerte/vida). Diste un paso y lo practicaste con tu propia vida: había pecado y con tu muerte lo transformaste en gracia. Tú tuviste que morir para que germinara el perdón, la gracia y la salvación para todos los hombres. Nunca te lo agradeceremos lo suficiente. Pocos seres humanos tienen la ocasión de dar la vida por otros bien porque no se da la circunstancia, bien porque, aunque se dé, estemos dispuestos a afrontarla. Sin embargo tú te presentaste voluntario. No cabe mayor amor.

En consecuencia y siguiendo esta paradoja de muerte que engendra vida, también en nuestras vidas podemos ponerla en práctica en otros varios aspectos, ya que, seguramente, no vamos a tener la ocasión de llevar a cabo esta permuta (morir para que otro viva). Mas creo, Señor, que sí podemos conseguir esta otra forma de santificarnos, como si dijéramos a plazos, por entregas, pero con un final también fructífero.

Así para que abunde, florezca y se multiplique el amor habrá que enterrar y dejar que se pudra el odio. Necesitamos sepultar el rencor y el odio en el olvido para que brote el amor.

¿Y qué pasará, Señor, con mis vicios si pongo en práctica esa misma experiencia? Pues claro, se convierten en virtudes. Será cuestión de tomar nota y sobre todo hacerlo vida.

Si me trago mi soberbia, si me doy cuenta de que no soy tan importante ni de que me necesita tanta gente y que soy prescindible, cuando tenga claro que soy un don nadie, estaré enterrándola y seguramente me convertiré en un hombre humilde.

Cuando ese afán por tener, ese gusto por poseer y atesorar bienes lo deseche, haré que me transforme en un ser generoso. Si mis cosas las cambio por nuestras cosas habrá brotado la generosidad en mi vida.

Si en vez de dejar las obras para después o escurrir el bulto para que otro haga mi trabajo, si hago lo debido en el momento oportuno y necesario y no lo postergo con una vaga escusa y menos se lo endoso a otra persona, estaré adquiriendo la virtud de la diligencia o, al menos, estaré poniendo las primeras piedras en su cimiento.

Si mi dolor físico o moral lo asumo como la cruz que cada cual tiene como medio de santificarse, lo llevo con elegancia y no a rastras, lo convertiré, si no en felicidad física, sí en la paz interior que proporciona la fuerza necesaria para tirar para adelante sin amargura.

Gracias, Señor, por haberme dado la pista de cómo morir un poquito cada día y que esa muerte produzca otra vida más acorde contigo.

Pedro José Martínez Caparrós