O cómo practicar la virtud de la constancia,
también lo podríamos llamar. Es frecuente, sobre todo entre los estudiantes,
pero también entre otro tipo de colectivos, de “padecer” lo que podríamos
denominar “el síndrome del apretón del vago”.
Consiste en “sestear” durante todo el curso, y un poco antes de los exámenes,
dar un apretón a los libros para aprobar. Cuando esto sucede, es posible que el
estudiante en cuestión apruebe…otra cosa es que al día siguiente o en un breve
espacio temporal, recuerde y asimile lo estudiado. Una cosa es estudiar para
aprobar y otra es estudiar para saber.
Y así, el que os escribe, comprueba que muchos
ilustres colegas (en este caso ingenieros), pero válido para cualquier
profesión, no recuerdan muchas cosas aprendidas en su juventud, y olvidadas por
la falta del uso de la materia, o porque cuando lo estudiaron se dieron el
consabido “apretón”, no amando lo que tenían entre manos.
Pero esto pretende ser una “catequesis” sobre temas
religiosos. ¿Adónde vamos, pues? Pues en nuestra vida podemos escuchar frases
tan desafortunadas como estas: “…ya me convertiré…”; “…no tengo tiempo, a ver
si me jubilo, y entonces…”.
Otras son más peligrosas: “…Cuando muera, si es que
hay algo detrás de la muerte, ya me apañaré con Dios, que hay muchas cosas en
las que no estoy de acuerdo…”. ¡Claro!, es que sin saberlo, yo pongo la ley por
encima de la Ley de la Palabra de Dios: es el típico pecado de Adán.
No pensamos en la muerte más que con terror. Miedo
a lo desconocido, cuando realmente es un encuentro maravilloso con Jesucristo.
Miedo por falta de fe; si miramos nuestros pecados, - y de eso se encarga ya el
Maligno -, estamos perdidos. Pero es que
contamos con la Misericordia de Dios. ¿Tanto cuesta todos los días, en acudir a
los pies de Jesús, a hablar un cuarto de hora con Él? ¿No habéis podido velar conmigo una hora? (Mt 26,40). Recordará
Jesús en la noche del prendimiento en el monte de Los Olivos.
Lo que sí es seguro que todos los días a la hora
que sea, alimentamos nuestro cuerpo; no se nos olvida. Pero, ¿Y el alma?
¿Alimentamos el alma? ¿Y cómo se alimenta el alma? A estas alturas de la
película, es obvio que sabemos cómo: con los sacramentos, sobre todo el de la
Reconciliación y el de la Eucaristía; con la oración constante, con la lectura
de libros piadosos, con la ayuda al hermano en sus necesidades corporales y,
sobre todo, espirituales; con mirar hacia dentro no para observar de forma
masoquista nuestras miserias, sino para mirar lo que Dios hace cada día en
nosotros…Alimentamos nuestra alma meditando – no leyendo -, la Palabra de Dios
en su Santo Evangelio.
Tratemos de no padecer el síndrome del apretón del vago: rezar en el último momento…rezar
siempre, no por rutina, como una carga que soportar para que Dios no se enfade.
Rezar es hablar con Dios. Rezar es alabar a Dios con los Salmos, su oración
preferida. Rezar es estar atento a la escucha de su Palabra: su Evangelio.
Rezar es vivir en su Presencia todos los momentos de la vida.
Alabado sea Jesucristo,
Tomas Cremades Moreno
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