La Eucaristía es verdadero alimento
El Evangelio de hoy continúa las enseñanzas de Jesús
sobre el pan de vida, que es él. Hoy continúa diciendo que este pan se nos da
en la Eucaristía y precisa cómo alimenta la Eucaristía.
La Eucaristía es verdadero
alimento, es decir, alimento que puede mantener y hacer crecer nuestra vida
espiritual y capacitarla para llegar a la plenitud eterna. Es además alimento necesario, no se trata de un lujo
espiritual que se puede permitir una persona sino de una necesidad real para
alimentarse y llegar a la plenitud: “Os aseguro que si no coméis mi carne y
bebéis mi sangre, no tendréis vida en
vosotros, el que come tiene vida
eterna, (porque) yo lo resucitaré en
el último día”.
Jesús explica esta necesidad mostrando cómo
alimenta: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. La palabra “comunión” expresa muy bien lo que
sucede: se llega a una intimidad mutua con Jesús, que consuma la unión que ya
creó el bautismo (por eso la Eucaristía es posterior al bautismo): el bautismo
injerta en Jesús y crea comunión de vida con él, de forma que el bautizado queda inmerso en su vida y la tiene que reproducir, ahora su vida
terrena con su muerte y después la
resurrección. La Eucaristía alimenta este proceso vital. La última razón es que
Jesús posee la fuente de la vida que es el Padre, ahora bien, estar unido a
Jesús, es compartir con él esta fuente de vida, de felicidad y plenitud, que
viene del Padre.
Esto exige digerir
la Eucaristía, como en toda comida se exige digerir el alimento. Podemos
ser “tragones de hostias” que no alimentan si no se digieren adecuadamente. La
Eucaristía no es una comida mágica, que obra sin contar con la persona. La
primera exigencia es estar en estado de
comunión con Jesús, es decir, en gracia de Dios. Es imposible que el que
se encuentre en estado de ruptura con Jesús llegue a una intimidad con él si previamente
no se arrepiente y pide perdón. Otra exigencia en esta línea es estado de
renuncia y lucha contra el pecado venial. Una buena digestión implica comunión
personal con Jesús, estableciendo una relación personal con él, de persona a
persona, compartiendo sus sentimientos y deseos; esto implica igualmente unirse
a su entrega al Padre. Hay que recordar que el Jesús, presente en la
Eucaristía, es el que se hace presente en la consagración en su dinamismo
pascual, entregándose al Padre. Comulgar implica por eso unirse a este
movimiento pascual poniendo en sus manos nuestra vida concreta para que la
entregue al Padre.
Por todo ello la Eucaristía es culmen y centro de la
vida cristiana. Todo ello implica una preparación previa, leyendo las lecturas
y preparando el compromiso concreto que vamos a poner en manos de Jesús. La
Eucaristía es sacramento de la fe. Lo normal es celebrarla desde la oscuridad
de la fe y esto exige preparación remota e inmediata para evitar la rutina.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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