Hace varios meses, conversando con una
adolescente, recibí una de las lecciones más significativas de mi
vida. Después de compartir la delicada situación que estaba viviendo
en casa, donde sus padres acababan de separarse, su falta de concentración
en los estudios, su gran ansiedad e irritabilidad… se echó a llorar diciéndome:
Ángel, ¡no me quiere nadie! En casa soy un estorbo y mis
amigos/as me ignoran. Hoy sólo me han clicado cinco «I like it»
(me gusta) en Facebook.
Nunca había
reparado que el contador «me gusta» de Facebook fuera el termómetro
más fiable para medir el cariño o la relevancia de las personas. Al
terminar la entrevista abrí mi Facebook y estuve clicando «me gusta»
a todos/as los que me habían escrito aquel día. No quería ser causa
de baja autoestima de nadie ni de cualquier incipiente depresión.
Bromas aparte,
la trasparencia y sinceridad de aquella muchacha me ayudó a dar con
la clave de lo que realmente significaba «ser santo», o lo que es lo
mismo, «ser feliz», «vivir en GRACIA», «sentirse pleno, fecundo, libre…»
Y me imaginé a Dios, desde el cielo, en su Facebook, con miles de millones
de amigos/as, clicando los 365 días al año, incluido el bisiesto, las
veinticuatro horas del día, a cada uno: «me gusta», «te quiero», «me siento
orgulloso de ti», «eres mi hijo amado»… para que logremos entender de
una vez por todas que la dignidad de la persona humana, aunque algunos
traten de usurpártela o mancillarla, es un regalo inmarcesible que
Dios nos otorga a cada uno de sus hijos. Y tu nombre, aunque lo ignores,
está escrito eternamente en su corazón.
Cuando leí
hace unos días la Exhortación Apostólica «Gaudete et exsultate»
(«alegraos y regocijaos») del Papa Francisco, al que se le enrasaron
los ojos fue a mí. Ser santo, según refiere el Papa, está al alcance de
tu mano y de la mía… aunque muchos exclamen: «¡anda ya!» «¡de qué vas!» Basta,
refiere el Papa Francisco, con que aciertes a conectar con Dios, es decir,
a entrar en relación personal con Jesucristo. Él es quien ofrece a
cada persona, hoy igual que ayer, plenitud de sentido en su vida, autenticidad,
alegría, libertad, creatividad, fecundidad, sinceridad, felicidad…
Son los valores que Él mismo encarnó en su vida. Y que siguen siendo tan
actuales como necesarios hoy día.
Esta es la apasionante tarea que nos ha confiado el Señor a los sacerdotes,
ofrecer a cada persona su «contraseña» para que se pueda conectar con
Dios. Por si alguno la hubiese perdido o no se acordase, le ofrezco la
que nunca me falla: «angelperezpueyo [AT] setumismo [DOT] siempre» Imagino que bastará con cambiar
mi nombre por el suyo. Desconozco si a los más alejados o a quienes reniegan
de Dios también les pueda servir. ¡Probadlo! Y me decís. ¡Ojalá lográsemos
soñar entre todos un mundo de santos de carne y hueso, como propugna
el Papa, coherentes, auténticos, evangélicos, como Dios nos creó…! Y logremos
entender que no podemos conformarnos con menos. Que tenemos que apostar
por la excelencia. Que tenemos que hacer visibles todas las gracias
con que Él nos ha adornado por dentro y por fuera. Muchas personas están
tan preocupadas por ir al gimnasio para ganar musculación que, sin embargo,
no reparan que tienen flácido el corazón y fofa el alma. O que el lugar
privilegiado para encontrarte con Cristo siempre será el más desheredado,
tu próximo (prójimo).
Al tratar de
soñar la santidad de nuestra Diócesis de Barbastro-Monzón, regada
por la sangre de tantos mártires, venía a mi mente la historia de aquel
jefe de una tribu india que, gravemente enfermo, llamó a sus hijos y
les dijo: «Subid a la montaña santa. Quien logre traerme el mejor regalo
me sucederá como jefe. Al atardecer, el primero de sus hijos le trajo
una flor que era única en su especie. El segundo le entregó una hermosísima
piedra multicolor. Y el más pequeño le confesó muy apenado: Padre,
no he podido traerte nada. Desde la cumbre de la montaña divisé en su
otra vertiente maravillosas praderas y un lago cristalino. Quedé fascinado
pensando en ese nuevo emplazamiento para nuestra tribu. Se echó la noche
encima y tuve que regresar con las manos vacías. Tú serás quien me suceda,
hijo mío, replicó el padre, porque me has traído el regalo más hermoso,
la visión de un futuro mejor para nuestro pueblo.
El mejor regalo
que el Señor nos podría hacer, como fruto de esta Exhortación Apostólica
que iré desentrañando en las próximas semanas, sería que nos ayudase
a entender cómo la santidad de sus hijos se cristaliza más que en un
modo inflexible de actuar en la manera de ser y de vivir con coherencia
los valores del Evangelio.
Que la llena
de GRACIA, bajo cuya protección está puesta nuestra Diócesis, nos ilumine
y nos guíe para llegar a ser santos.
Con mi afecto y bendición,
+ Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón