ADÁN Y LA
ENFERMEDAD COMO ACONTECIMIENTO DE TENTACIÓN. (Gn. 3, 1-24)
La enfermedad,
como expresión de la fragilidad del hombre, constituye terreno propicio para
los embates del maligno que aprovecha para irrumpir en
la vida del enfermo susurrando razonadamente su interpretación torcida de los
acontecimientos.
Como se
describe en el relato del Génesis (Gn. 3, 1-24), el diablo introduce dentro del
corazón del hombre una sospecha: “si no puedo comer del árbol que está en
medio del jardín, en el fondo es como si no pudiera comer de ninguno de los
árboles”. Trasladada la propuesta a la vida del enfermo, resultaría de la
siguiente forma: “Si no puedo andar porque debo pasar el resto de mi vida en
una silla de ruedas o postrado en una cama, en realidad es como si no
pudiera hacer nada”.
Aprovecha el
tentador el sufrimiento del hombre para insinuar la afirmación más
falsa de cuantas nunca se hayan formulado: “No es verdad que morirás,
es que Dios sabe muy bien que el día que comas de ese árbol serás como Dios.”
Es decir, sigue insistiendo el malvado, la enfermedad es una maldición porque
te impide ser feliz, te limita, te imposibilita ser Dios. Y concluye su cortejo
diabólico afirmando: si Dios permite que te acontezca tal enfermedad es que no
te ama. Si realmente Dios te quisiera no te sucedería semejante
fatalidad. Esta es la gran tentación que nos propone el demonio, la
mentira primordial: Dios no es amor.
Aquel que
acepta este engaño experimenta la separación de Dios, conoce, como Adán, el
miedo, saborea la agonía de su ser, la sequedad, el sin sentido del
sufrimiento, de la vida misma y de la enfermedad.
Procede evocar
en este punto las tentaciones a las que fue probado Jesús en el desierto o las
que sufrió colgado del madero cuando los sacerdotes se burlaban de él
instándole a que si era el hijo de Dios, bajase de la cruz.
San Agustín se
hacía la pregunta de por qué Cristo no mostró que era el Hijo de Dios a quienes
se burlaban de él. Y él mismo contestaba repreguntando de esta forma: “¿Qué
exige, en efecto, más poder: bajar de la cruz o resucitar? Prefirió sufrir
a los que se mofaban de él. Afrontó la cruz, no como señal de poder, sino como
ejemplo de paciencia. Curó tus llagas en el mismo lugar en que sufrió por tanto
tiempo las suyas. Te libró de la muerte eterna allí mismo donde él se dignó
morir temporalmente. ¿Murió él o fue más bien la muerte quien recibió
de él el golpe mortal? ¿Qué muerte es esta que da muerte a la muerte
misma?” Sobre la íntima relación de la enfermedad con la cruz, sin embargo, nos
detendremos más adelante.
Raúl Gavín | Iglesia en
Aragón /
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