Es una gracia del Señor poder escrutar la Escritura desentrañando los misterios que en ella guardan la Revelación.
Me refiero al paralelismo que
existe entre este Salmo 91 y el Salmo 137. Y así, se va formando el maravilloso “puzle” con el que Dios se
comunica con su pueblo.
Dice el Salmo 91:”…Tus acciones
son mi alegría y mi júbilo las obras de tus Manos…”, y el Salmo 137 en su
versículo 8 termina diciendo: “…no abandones, Señor, las obras de tus Manos…”
Siguiendo con el Salmo 91, el
salmista nos recuerda la magnificencia y profundidad de sus enseñanzas, y nos
pone en guardia cuando dice que el ignorante no entiende ni el necio se da
cuenta.
Quería parame a meditar un poco
sobre este versículo que me ha llamado la atención. Cuando en la Escritura hay
algo que “llama la atención”, algo que se sale del contexto, que “no pega”
diríamos con leguaje actual, hemos de detenernos un poco a pensar qué nos ha
querido decir el Señor. Él nos habla con la Escritura, pues Palabra viva es.
El ignorante es el que no conoce
algo; lo ignora, lo desconoce. Pero existe lo que llamamos ignorancia culpable;
cuántas veces no habremos “ignorado” algo por miedo a conocerlo. Por ejemplo:
¡No quiero ir a la Iglesia, o a catequesis, o a determinada charla, porque me
voy a comprometer! Y así, me mantengo en la ignorancia, y tapo con la bufanda
del desconocimiento la llamada de Dios.
El Príncipe de la Mentira
(Satanás) tiene el poder de hacernos ver bien lo que está mal y viceversa. Es
verdad que cuando entras en la fe, se te complica la vida; ves tus
miserias y crees en una religión donde todo es pecado. Entras por el moralismo.
Este no es un buen camino. A la religión se entra por el Amor. Con mayúsculas.
Dice san Pablo que la fe viene por la predicación del Kerigma, por el anuncio
de la Palabra, por la escucha. No en vano somos nosotros, herederos del pueblo
de Israel, el nuevo pueblo elegido por Dios. Somos el pueblo de la escucha:
Shema Israel! Escucha Israel! Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma, con todas tus fuerzas (Dt 6, 5-15).
Sí, se te complica la vida;
pero donde aumentó el pecado sobreabundó la gracia, nos dirá Pablo. Cuanto más
necesitado es un hijo, más caricias recibe de su madre. Así es nuestro Dios: un
Dios Padre y Madre, que no está esperando nuestro pecado para castigarnos y
llevarnos al infierno. Es un Dios TODO AMOR, que te busca y me busca todos los
días. Jesucristo es fiel, lo que quiere decir que cumple sus promesas. “Yo
estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”( Mt 28,19).
La fidelidad de Dios ya está
profetizada en el libro de Ezequiel: “Os infundiré mi Espíritu y viviréis, y
sabréis que Yo, Yahvé, LO DIGO Y LO HAGO” (Ez37,14)
Efectivamente, nos lo dijo con
Moisés en el Sinaí, y lo hizo con Jesucristo, su Hijo.
Esta es su fidelidad: cumple sus
promesas.
Me viene a la memoria el cuadro
del hijo pródigo, que en tantas partes hemos visto y que yo he presenciado en
el museo de l`Hermitage en San Petersburgo. Si nos fijamos en la escena, el
hijo está de rodillas frente al padre, que, de pie,( postura que nos recuerda
la imagen de Jesús en la visión de Esteban martirizado), lo abraza. Una mano es
fuerte, ruda, viril de un Padre; la otra no es igual, es más pequeña. Es suave,
blanda, tierna, más bella, lo recoge con ternura, es la mano de DIOS-MADRE.
Pero luego se te simplifica.
Empiezas a conocer a Dios, y Él se te revela cada día: en un pobre que te pide
en un semáforo, en un amigo que espera un consejo, en una sonrisa al vecino con
el que te cruzas, o cuando pides perdón, aun cuando creas que tienes razón.
Hemos de encontrar a Dios en cada uno de los pasos del día, de cada día de
nuestra vida.
A veces decimos que los árboles
no nos dejan ver el bosque. Dios es al revés: El bosque (el mundo y sus
miserias, guerras, hambre, violación de los derechos humanos) no le impide ver
el árbol que somos cada uno de nosotros. Y de la misma manera que cuenta el
número de las estrellas (otra vez cada uno de nosotros), cuenta a sus ovejas
una a una (nosotros) como nos recordará el Evangelio del Buen Pastor.
Así es nuestro Dios. Si el mundo
lo conociera, habría cola en la calle para escuchar su Palabra, trasmitida por
la Iglesia. Si el mundo siguiera los preceptos del Evangelio, no sería
necesaria la política, se acabaría el hambre, las guerras, los odios, los
desencuentros.
Y Dios nos pide que seamos sus
mensajeros, que anunciemos su Palabra a todo el mundo, para que ella “corra
veloz” como nos dice el Salmo 147: “…Él envía su mensaje a la tierra y su
Palabra corre veloz…”
Pidamos pues, que nos enamoremos
de Jesús, de su Palabra que es el Evangelio, Palabra revelada por el Padre, de
la Escritura, de los Salmos, la oración de Jesucristo.
Alabado sea Jesucristo
Tomás Cremades