Damos un paso
más. Nos acercamos al profeta Daniel y nos hacemos eco de su experiencia. Dios
llama sus predilectos a aquellos a quienes se revela, teniendo en cuenta -como ya hemos dicho- la enorme
riqueza que tiene el verbo revelar en la Escritura. Fundamento el título dado a
Daniel basándome en que Dios mismo le hace saber que es el hombre de las
predilecciones, y da la razón del porqué de este elogio. “Vino y me habló.
Dijo: Daniel, he salido ahora para ilustrar tu inteligencia. Desde el comienzo de
tu súplica, una palabra se emitió y yo he venido a revelártela, porque tú eres
el hombre de las predilecciones…” (Dn 9,22-23).
Tremendamente
pobres y desvalidos nos quedaríamos si fijásemos esa predilección de Dios
solamente en Daniel, y no la abriéramos hacia su plenitud, es decir, hacia su
propio Hijo. Dios mismo testificó su predilección primeramente en su bautismo a
la orilla del río Jordán. Recordemos que se abrieron los cielos y que todos los
presentes pudieron escuchar la Voz: “Éste es mi Hijo amado, en quien me
complazco” (Mt 3,17).
De esta forma
testificó Dios su predilección sobre su Hijo y volvió a hacerlo en el monte
Tabor en su Transfiguración. Nuevamente resonó la Voz: “Él es mi predilecto”.
Sólo que en esta ocasión el Padre muestra el camino cierto para todos los
buscadores de la Verdad al añadir: “¡Escuchadle!” (Lc 9,35). Sí, escuchadle, Él
es “mi y vuestra” Palabra. ¡Escuchadle!
Podríamos añadir, como fue profetizado: y vivirá vuestra alma. “Aplicad el oído
y acudid a mí, escuchad y vivirá vuestra alma…” (Is 55,3).
He aquí el
testimonio grandioso de Dios sobre su Hijo. Escuchadle, sí, a Él que es mi
Palabra. A la luz del testimonio de Dios sobre su Hijo, quiero decir algo
acerca de los buscadores de Dios. De la misma forma que Él muestra nítidamente
que su Hijo es el Amado, el Predilecto, el Revelador trasparente de su
Misterio, del mismo modo, Él da un discernimiento, una sabiduría especial a
todos los que le buscan con un corazón sincero.
Esta sabiduría
y discernimiento, lleva a estos hambrientos de vida a distinguir entre pastores
y pastores; entre los que hablan desde Dios revelándole por medio de la
predicación, y los que hablan desde sí mismos, desde sus egos, aunque estén
empapados de agua bendita, los que hablan desde la sabiduría humana, tan dejada
de lado por los apóstoles como -por ejemplo- Pablo (1Co 2,4-5).
Los verdaderos
buscadores de Dios distinguen entre la Voz encarnada en los pastores del Señor
Jesús y las voces de los pastores hechos a la medida de la sabiduría humana.
Los primeros son reconocidos por las
ovejas de Jesús; los segundos son ignorados. “Cuando ha sacado todas las suyas,
va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no
seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen –ignoran- la
voz de los extraños” (Jn 10,4-5).
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