Estrenar nuevo año llena el corazón de esperanza y gratitud. De gratitud por lo recibido, que es mucho y de esperanza por lo prometido que es más todavía. Vivimos en la historia, en la sucesión de los días y los años hasta llegar a la meta, que es el encuentro definitivo con el Señor. Estrenar un año nuevo es una oportunidad de empezar de nuevo, de renovarnos acogiendo el don de Dios, que supone esta nueva etapa de nuestra vida. Feliz año nuevo a todos, es decir, que este nuevo año nos ayude a seguir creciendo en el amor a Dios y a los demás.
El día de año nuevo coincide con la
octava de Navidad, a los ocho días del nacimiento del Señor, cuando celebramos
la fiesta más importante de María Santísima: Santa María Madre de Dios. Este es el punto clave de su
figura y de la misión que Dios le ha encomendado, ser la Madre de Dios (Theotokos), tal como lo ha definido
el concilio de Éfeso (a. 431). Para ser Madre de Dios, Dios la hizo purísima,
librándola de todo pecado, incluso del pecado original, preparando así para su
Hijo una digna morada. Y porque es la Madre de Dios, su cuerpo no ha conocido
la corrupción del sepulcro, sino que ha sido elevada en cuerpo y alma a los
cielos, en el misterio de la Asunción.
María es Madre de Dios, porque le ha dado
al Hijo su cuerpo humano. A ese cuerpo tomado de María, Dios unió el alma
humana creada para Jesús. De María ha tomado Jesús su carne y su sangre, que un
día entregará por nosotros y por nuestra salvación, crucificado en la Cruz.
Cuerpo y sangre de Jesús que se nos da como alimento en la Eucaristía. El
misterio de la encarnación ocupa el centro del misterio cristiano, y ahí está
María dando carne a este misterio. El misterio de la encarnación se ha
realizado físicamente en el vientre virginal de María.
María es, por tanto, virgen y madre. Su
virginidad es sobreabundancia de vida, es fecundidad superlativa, es
transparencia de la vida de Dios para toda la humanidad. Su virginidad no es
una merma, una tara, una falta de algo. Su virginidad es una participación de
la virginidad del Padre, que engendra virginalmente a su Hijo en la eternidad.
Y de ello es un eco la virginidad de María, que engendra a su Hijo sin concurso
de varón, porque ella tiene plenitud de vida que le viene de Dios, del Espíritu
Santo.
Se trata de una maternidad misteriosa,
que tiene su última explicación en la virginidad. Y se trata de una virginidad
misteriosa, porque tiene una fecundidad incluso física en el Hijo de sus
entrañas hecho hombre. “En la zarza que Moisés vio arder sin consumirse,
reconocemos tu virginidad, milagrosamente conservada; Madre de Dios intercede
por nosotros”, rezamos en la antífona de vísperas de esta fiesta. Esa
virginidad es por tanto alusiva a la plena fecundidad de Dios, que arde sin
consumirse. Verdaderamente es un milagro el de ser madre sin dejar de ser
virgen.
Y en este primer día del de año
celebramos la Jornada mundial de
la Paz, que tiene como lema para este año: “Nadie puede salvarse
solo. Recomenzar desde el Covid-19 para trazar juntos caminos de paz”.
Necesitamos más que nunca crear juntos caminos de paz. La paz es un don de
Dios, que hemos de pedir todos los días; y pidiéndola a Dios, comprometernos en
construirla entre todos. Se necesita un cambio de corazón para ser
constructores de paz. Las situaciones de guerra por todo el mundo, la tercera
guerra mundial de la que habla Francisco, los egoísmos exacerbados en la
prepotencia, en el consumismo, en la injusticia tienen que ser transformados en
una solidaridad y fraternidad que brota de un Padre común, que nos hace
hermanos.
Feliz año nuevo 2023, que nos traiga la
paz a todos los niveles de nuestra vida.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio
Fernández
Obispo de Córdoba