Vimos que Dios decide encarnarse
para ser Emmanuel, el Dios con nosotros, para que, ofreciéndose en el Calvario
como Cordero inocente pudiéramos amar a Dios "con todo nuestro corazón,
alma y fuerzas" (Dt 6, 4…). Podemos decir que Jesús vino al mundo con este
letrero en la frente, que después "copió" San Pablo:
"Donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia" (Rm 5,20b). La cuestión es que no hay praxis ni
ascesis por muy intensa que sea, que pueda anular nuestra enfermiza querencia
al pecado. Lo dijo San Pablo de sí mismo: "Estoy vendido al poder del pecado..."
(Rm 7,14).
Evidentemente, con el tiempo, se dejó cambiar
el corazón por la Fuerza de la Gracia. Gracia alcanzada por Jesucristo, que,
en la Cruz, aplastó la cabeza de la serpiente, como estaba profetizado (Gen
3,15).
En el texto anterior vimos que Dios
enviaría al mundo su Palabra - Jesús, y que no volvería a Él, sin haber
cumplido su misión (Is 55,10-11). En su muerte Jesús dio cumplimiento a la
súplica de este salmista: "Si llevas cuenta de nuestros pecados,
Señor, ¿quién podrá resistir? pero de ti procede el perdón..." (Sl 130,
3...).
Así fue y así es; Jesús proclamó en la Cruz el
perdón para todos... "Padre, perdónales, no saben lo que hacen".
Ojalá nos acojamos al perdón de Dios, concedido en el Calvario, sean los que
sean, nuestros pecados.
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com