Cuando Moisés conoce a Yahvé, en el Sinaí, y es enviado a su pueblo,
éste le pregunta por el Nombre con que le debe presentar. La demanda de Moisés
es de todo punto lógica, ya que nadie puede subrogarse un poder de anunciar a
Dios si antes no lo ha recibido de Él. Y Moisés lo entiende, y entiende, a su
vez, que lo pueda demandar su pueblo.
“…Si voy a los israelitas y les digo: “el Dios de
vuestros padres me ha enviado a vosotros”, y ellos me preguntan:” ¿Cuál es su
Nombre? ¿Qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy” “Así dirás
a los israelitas: “Yo Soy me ha enviado
a vosotros”…” (Ex 3, 13-16)
Y de esta manera, les fue dado el Nombre a los israelitas; “Yo soy”. El
que tiene en sí mismo la fuerza de su ser. Nadie ha creado a Dios, porque
existe desde siempre. El hombre, en cambio, ha sido creado por Dios. Tiene un
principio, y su alma no tendrá fin, así como su cuerpo, desde el día de su
resurrección.
Cuando el Hijo, Jesucristo, se hace presente en el mundo, nos revela
algo muy hermoso que no puedo por menos de anunciar: nos revela el Nombre de
Dios. Nos revela el “Padrenuestro”. Nos revela que Dios es nuestro Padre. Ya no
tenemos que llamarle: “Yo soy”. Ya no tenemos que decir: “Yo Soy me envía”.
Ahora decimos: “MI Padre me envía”, “Dios me envía”.
Lo que no reveló a Moisés nos lo ha revelado por su Hijo, de forma que
desde su llegada a nosotros, somos hermanos de Jesucristo e hijos del Padre por
adopción.
Cuando los discípulos ven la forma de orar de Jesús, y la comparan con
la suya a Yahvé, comprenden la distancia infinita que separa a Jesucristo de
los hombres, y les es revelada por Él la forma de orar al Padre.
Le dicen: “enséñanos a orar, como
enseñó Juan a sus discípulos.”(Lc 11)
¡Hermosa petición que no pudo
salir de su corazón, sino de una revelación del Padre. Eso ya era rezar!
Ese deseo de poder dirigirse al Padre, no sale de la boca ni del corazón
de un hombre. Tuvo que ser el mismo Señor quien infundió su Espíritu que
clamaba la necesidad de entrar en comunicación con el Eterno. Y es cuando Jesús
les enseña la oración de oraciones: el Padrenuestro.
“No llaméis a nadie: padre; porque uno solo es
vuestro Padre: el del Cielo…” (Mt 23, 9)
Ya está diciendo Jesús quién es
nuestro verdadero Padre: Dios; nos está reconociendo como hermanos, e hijos del
único Dios. Y nos comunica nuevamente nuestra filiación divina, al anunciar: “Vete a mis hermanos y diles: “subo a mi
Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 20, 17)
Y también “…Id y avisad a mis hermanos que vayan a
Galilea…” (Mt 28,9)
Alabado sea Jesucristo
Tomás Cremades Moreno