la vida tiene sentido
Históricamente la festividad de Todos los Santos
nació para recordar a todos los
cristianos que ya están en el cielo, gozando de la presencia de Dios, y que no
han sido recordados de manera especial durante el año. En Occidente se celebra
el 1 noviembre desde la época de Gregorio IV (siglo IX) para suplantar a la
fiesta pagana, de origen irlandés, Haloween, que recuerda que en la noche del
31 octubre los difuntos vuelven a la tierra asustando a los vivientes. Para la
Iglesia los difuntos no se dedican a asustar a nadie. Unos gozan de Dios
(fiesta de Todos los Santos), otros necesitan de purificación (fiesta de Todos
los Difuntos), otros han rechazado a Dios y Dios respeta su opción.
El
día 1 los católicos recordamos a Todos los Santos, millones de personas que ya
gozan de Dios y forman la Iglesia triunfante. Entre ellos hay familiares y
amigos de todos. Algunos han sido canonizados oficialmente por la Iglesia y
propuestos como ejemplos de virtud, incluso algunos recientes conocidos por
todos, como san Juan XXIII, san Juan Pablo II, Sta Teresa de Calcuta, otros, la
gran mayoría no lo han sido, pero han llegado a la meta y gozan de Dios, que es
lo importante. Por ello se trata de una fiesta eclesial y familiar, eclesial
porque la Iglesia la integramos todos los miembros de Cristo, los que
peregrinamos y los que ya han dejado este mundo, unos purgando y otros gozando
de Dios, familiar porque entre ellos hay familiares y amigos nuestros.
Esta fiesta recuerda uno de los
artículos del credo: “Creo en la vida eterna y en la vida del mundo futuro”. No
se trata de una evidencia natural, por eso creemos,
es objeto de fe. Creemos porque Cristo ha resucitado como nuevo Adán y
primogénito de entre los muertos. Si nosotros no resucitamos, tampoco Cristo
resucitó y es vana nuestra fe (1 Cor 15).
Creer en la vida eterna implica que la vida tiene sentido. No nacemos
para morir, sin más, sino para compartir la felicidad de Dios. El nacimiento
nos coloca al comienzo de un camino que hemos de recorrer libremente con la
ayuda de Dios hasta llegar a la meta, un camino que presenta muchos desvíos, por
lo que hay que recorrerlo con atención, no sea que se yerre la ruta.
Las tres lecturas de hoy ofrecen pistas
sobre la meta y el camino que hay que recorrer. Son una invitación a imitar el
camino que han recorrido los que han llegado a la meta y a afianzar nuestra fe
en la meta. A veces se presenta el cielo como vida feliz aislada sin relación
con los demás. Es una imagen falsa. Jesús emplea para referirse a él la imagen
del banquete, que implica satisfacción plena existencial en compañía de los
seres queridos, amando y sintiéndose amados. Las bienaventuranzas (Evangelio),
en sus segundos miembros, ofrecen diversas imágenes: será vivir plenamente bajo
el “Reino de Dios”, es decir, bajo el influjo total de Dios que es amor y por
ello sentirse infinitamente amado; será poseer la tierra, es decir, la
seguridad existencial sin ningún tipo de temor; será la plenitud del consuelo
divino, que excluye todo tipo de dolor y lágrimas; será ver a Dios cara a cara
en comunión plena con él (también la segunda lectura); será la plena
conformidad con la voluntad de Dios; será la plenitud de la misericordia
divina, que olvida nuestros pecados y nos concede gozar de su felicidad; será
gozar plenamente en comunión con todos los hijos de Dios. Finalmente, la
primera lectura presenta la meta como el triunfo de los perseguidos. Por otro
lado, todas las lecturas aluden al camino como camino de dificultades que hay
que afrontar con ánimo, pues Dios nos ha marcado con su protección (primera
lectura), como camino que hay que recorrer en la oscuridad de la fe (segunda
lectura) y con un corazón nuevo (Evangelio).
Creer en la vida eterna tiene que
estimular a afrontar las dificultades de la vida cristiana, sabiendo que nos
espera una meta de plenitud (primera lectura), invita igualmente a relativizar
los bienes y realidades de este mundo, es decir, a verlos con mesura, en sus justas dimensiones,
colaborando con seriedad en las tareas de este mundo, pero sin absolutizarlas
ni divinizarlas. Para el cristiano el primer valor es Dios amor, porque sabe
que al final será examinado de amor.
Las
paredes de los templos suelen estar llenas de imágenes o cuadros de santos, con
varias finalidades, servirnos como modelo en nuestra vida cristiana y pedir su
intercesión por nosotros ante Dios; pero una tercera, importante, y es
recordarnos que los miembros de la Iglesia peregrina que nos encontramos en ese
templo estamos rodeados de la Iglesia triunfante y, junto con ellos, ofrecemos
Cristo al Padre. Nuestro culto terreno es el mismo que el culto celestial.
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona