domingo, 31 de julio de 2016

Enmascarar la insensatez. Crisis de ambición ……. Lc 12, 13-21



El protagonista de la pequeña parábola del «rico insensato» es un terrateniente como aquellos que conoció Jesús en Galilea. Hombres poderosos que explotaban sin piedad a los campesinos, pensando solo en aumentar su bienestar. La gente los temía y envidiaba: sin duda eran los más afortunados. Para Jesús, son los más insensatos.

Sorprendido por una cosecha que desborda sus expectativas, el rico propietario se ve obligado a reflexionar: «¿Qué haré?». Habla consigo mismo. En su horizonte no aparece nadie más. No parece tener esposa, hijos, amigos ni vecinos. No piensa en los campesinos que trabajan sus tierras. Solo le preocupa su bienestar y su riqueza: mi cosecha, mis graneros, mis bienes, mi vida…

El rico no se da cuenta de que vive encerrado en sí mismo, prisionero de una lógica que lo deshumaniza vaciándolo de toda dignidad. Solo vive para acumular, almacenar y aumentar su bienestar material: «Construiré graneros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come y date buena vida».

De pronto, de manera inesperada, Jesús le hace intervenir al mismo Dios. Su grito interrumpe los sueños e ilusiones del rico: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?». Esta es la sentencia de Dios: la vida de este rico es un fracaso y una insensatez.

Agranda sus graneros, pero no sabe ensanchar el horizonte de su vida. Acrecienta su riqueza, pero empequeñece y empobrece su vida. Acumula bienes, pero no conoce la amistad, el amor generoso, la alegría ni la solidaridad. No sabe dar ni compartir, solo acaparar. ¿Qué hay de humano en esta vida?
La crisis económica que estamos sufriendo es una «crisis de ambición»: los países ricos, los grandes bancos, los poderosos de la tierra… hemos querido vivir por encima de nuestras posibilidades, soñando con acumular bienestar sin límite alguno y olvidando cada vez más a los que se hunden en la pobreza y el hambre. Pero, de pronto nuestra seguridad se ha venido abajo.

Esta crisis no es una más. Es un «signo de los tiempos» que hemos de leer a la luz del evangelio. No es difícil escuchar la voz de Dios en el fondo de nuestras conciencias: «Basta ya de tanta insensatez y tanta insolidaridad cruel». Nunca superaremos nuestras crisis económicas sin luchar por un cambio profundo de nuestro estilo de vida: hemos de vivir de manera más austera; hemos de compartir más nuestro bienestar.

Ed. Buenas Noticias


¿Lo entendemos?

                                                             
                                 
 A simple vista ¡ni flores!, porque no “se compaginan” la felicidad con el llanto. Me refiero a lo que Dios desea de nosotros ¡Qué seamos felices!!!

No… sí ya… Pero la vida no coincide con su deseo, ¿a vosotros sí?, pues a mí no, ni a Él tampoco.

Hay que descifrar ésta gran frase de Dios, voy a explicarla como Él me da a entender después de tantos acontecimientos macabros (Niza, Estambul, Múnich, Normandía…).

Cuando Dios nos habla de felicidad, no se refiere a que tengamos una estupenda y maravillosa vida sin atentados ni conflictos, sino a una tranquilidad espiritual cuando la desgracia se cierne en nosotros. No al desamparo ni a la tristeza, no a la depresión ni a la venganza, sino a vivir los acontecimientos con la certeza de saber que Él está ahí ofreciéndote sus brazos, diciéndote que no temas nada, que CONFÍES en la OTRA VIDA dónde el amor es más grande que el universo.

Si la fe nos invadiera, os puedo asegurar que nuestra “felicidad” pasara lo que pasara, sería constante, porque Dios se encarga del tema y no tú.

Sabemos que la pena y el dolor son humanos pero la PAZ del alma, sólo la da Dios; si dudamos de Él, estamos dando paso al mal, cual se cierne y arrastra dónde quiere: La desesperación y alejamiento de Dios. 

La frase: “Nunca sabes cómo reaccionarás ante…” Pues deberíamos saberlo.

El terror es una realidad, pero si somos hombres de fe, todo cambia en nuestro sentir: Jesús, COBIJO Y PADRE del inocente que vuelve a Él; Jesús, CONSUELO Y PADRE del que se queda.  
  
¡Sólo tenemos que estar preparados!  

Emma Díez Lobo


sábado, 30 de julio de 2016

¿Adónde camina el mundo?



En el martirio del Padre Jacques Hamel

Todo asesinato es abominable, venga de quien venga, y sea a la persona que sea. Pero llama la atención que, cuando recientemente se produjeron los ataques al periódico Charly Ebdo, todo el mundo salió a la calle diciendo: “Yo también soy Charly”.

Ahora se produce este vil asesinato y aún estoy esperando que haya una manifestación similar. Nos contentamos con dar la noticia periodística, aunque las redes sociales sí han comentado el ruin acontecimiento.

Y me pregunto:

¿Es que la vida de un sacerdote vale menos que la de cualquier otra persona?

¿Es que el trabajo de un determinado periódico, es más honorable que el trabajo ministerial, actuando como representante de la Iglesia de Dios?

¿No será que no valoramos como “trabajo” el que tantos y tantos sacerdotes, religiosos y misioneros, así como seglares comprometidos,  dejen su vida para ganar la Vida? El mundo ha perdido el norte; Europa ha perdido sus raíces cristianas.

Dios ha recompensado al padre Jacques con la corona del martirio. Él sabe el fruto que esto dará en la Iglesia, ya repleta de mártires.

Y me sale del alma rezar: “…Ilumina, Señor, a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte…” (Canto del Benedictus, Lc 1, 68-79)

¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen! (Lc 23,34)

Tomas Cremades Moreno


Beber en el hontanar


 Estos días está haciendo mucho calor. A las cuatro de la tarde no hay nadie por las calles de la ciudad ni por las de los pueblos. Algunos en las piscinas, y la mayoría en sus casas buscando el lugar más fresco, echando la siesta y venciendo el sopor.
Pero no existe solo el sopor del calor, existe también el sopor de la vida. En nuestra sociedad de las prisas, del stress, el ser humano entra en un cierto sopor. A veces nos quema el trabajo, las circunstancias sociales, políticas, culturales y económicas. Piensa, por ejemplo, en el atentado de Niza, en el “golpe de estado o autogolpe” de Turquía, en la subida de impuestos que se avecina, etc. A muchas personas les produce un estado de frustración, de sentir la incapacidad de que algo cambie, se sienten vacíos, perdidos y quemados. Y, ¿qué hacer? Muchos se refugian en la diversión (volcarse fuera), en la dispersión y diseminación (sembrarse fuera) y se sientes divididos. Esperan que lleguen las fiestas, o la noche de los viernes y los sábados para “salir a divertirse”, beber, etc. Buscamos la quietud en las cosas inquietas, queremos devorar los tiempos y somos devorados por lo temporal.

Vivimos volcados hacia fuera y hemos olvidado el interior del hombre. Muchos damos la razón a San Agustín cuando dice: «los hombres saber hacer turismo para admirar las crestas de los montes, el oleaje proceloso de los mares, el fácil y copioso curso de los ríos, las revoluciones y los giros de los astros. Y, sin embargo, se pasan de largo a sí mismos. No hacen turismo interior». Y en el interior del hombre habita la verdad. Los griegos decían: «Hombre, conócete a ti mismo».
Hoy te propongo beber en el hontanar fresco, fecundo y revitalizante del interior. Vuelve a ti mismo, a tu interior. Piensa en ti, en tu realidad. Ya sé que es difícil, que no es fácil, pero es feliz, te encontrarás mejor, como cuando uno puede refrescarse en un manantial de aguas frescas.
Para eso te propongo unos pasos.
1. Dedícate media hora cada día de vacaciones, o más. Tú verás si puedes más.
2. Apaga la tele, deja la serie, el móvil, el ordenador, etc.
3. Busca un lugar tranquilo en tu casa.
4. Ámate a ti mismo y dedícate a conocerte.
5. Cierra los ojos y piensa: ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Soy feliz y hago felices a los que están a mi lado en la familia, en el trabajo, en el vecindario? ¿Dónde pongo el tesoro de mi vida? Si quieres, puedes anotar tus respuestas, y dentro de un tiempo repasar y repensar.
5. Da gracias a Dios, a los que te precedieron o a los que conviven contigo en tu misma casa por lo positivo que hay en tu vida, tus cualidades, tus virtudes y valores, por lo que has recibido de ellos. Valóralo y agradécelo.
6. Si has visto fallos, inconsecuencias e incongruencias, pecados, etc., no de reprimas. Reconócelo -nunca es más grande el hombre que cuando reconoce sus faltas con humildad ante Dios, ante sí mismo y los demás-, sin engañarte a ti mismo y sin culpar ni a los tiempos, ni a la sociedad, ni a los demás, y perdónate a ti mismo, disponte a pedir perdón a los demás y a Dios, que siempre está dispuesto a la misericordia y al perdón.
7. Comprométete a cambiar algo. Tú verás. Algo se puede cambiar, algo puede mejorar siempre si te lo propones. Que no te pase como aquel que se miró en el espejo, se vio la cara manchada y sucia, y no se lavó. Para ese viaje no hacían falta las alforjas.
8. Y por último, si me lo permites, te sugiero que hables con otro, con tu esposo o esposa, con un sacerdote amigo, o con un grupo de amigos que te puedan escuchar, comprender y animar. Así lo hacen muchos grupos y da resultado.
9. No olvides que Dios te ama como eres; que para Él eres su hijo o hija en quien se complace y que hace y te desea lo mejor.
10. Reza esta oración que oí una vez y no se me olvidado: «Señor, concédeme SERENIDAD para aceptar las cosas que no puedo cambiar; VALOR para cambiar las que puedo, y SABIDURÍA para reconocer la diferencia».

+ Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia



viernes, 29 de julio de 2016

XVIII Domingo Tiempo ordinario



Necesidad de la austeridad

        San Lucas subraya la originalidad de la salvación cristiana frente a un ambiente de salvación pagana que pone su esperanza en el dinero, el poder, el placer, la fama. El dinero no salva. El Evangelio de hoy forma parte de sus enseñanzas sobre el uso cristiano de los bienes.

        Ya en el AT el libro del Eclesiastés (1ª lectura) pone en guardia ante el engaño de absolutizar los bienes de todo tipo. Ninguno da la salvación, y expone un caso con cierto paralelismo al de la parábola del Evangelio, uno que trabaja muy bien y lo deja a un hijo que lo destroza. La segunda lectura afirma cuál es nuestra verdadera riqueza y ofrece la clave que debe iluminar nuestra postura ante los bienes: somos hijos de Dios, ciudadanos del cielo y tenemos que usar de todas las cosas como ciudadanos del cielo. Pero, ¿no es esto una alienación, invitándonos a mirar al cielo y cerrarlos ante las realidades de este mundo? De ninguna manera, sino que es una invitación a atesorar en el cielo por medio de las realidades de este mundo, usándolas según el plan de Dios.

        Los bienes de todo tipo entran en el plan de Dios, que los ha creado como medios y  para todos. Por una parte, necesitamos comer, vestir, bienes de diverso tipo para poder realizarnos como personas en nuestra sociedad concreta y para esto necesitamos dinero, pero tanto cuanto realmente es necesario en nuestra situación particular, sin caer en la tentación de absolutizarlos, creyendo que nos dan la salvación. Ciertamente resuelven muchas necesidades de la persona, pero ni todas ni las más importantes, pues no libran de la muerte. Vivir para tener, poniendo nuestro corazón en los bienes es una necedad, afirma el Evangelio de hoy. Por otra, los bienes son para todos, tienen una finalidad social y no es justo acumular en perjuicio de los demás, esto es avaricia que es una idolatría, como dice san Pablo en la 2ª lectura, que se traduce en necesidad de muchas personas, un gran pecado social. El avaro se incapacita para oír la palabra de Dios y se cierra a la salvación. En la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, el rico, cuando está en el infierno, pide a Abraham que envíe a un muerto a sus hermanos para evitar esa condenación que les espera y Abraham le responde que basta la palabra de Dios, pues si no hacen caso a esta palabra, que es eficaz, tampoco lo harán a un muerto que vuelva a la vida (Lc 16,19-31). Por eso la palabra de Dios invita a los que poseen muchos bienes a que vean la situación peligrosa en que se encuentran. No es malo tener bienes, lo malo es absolutizarlos y no usarlos socialmente. Esto es muy importante en nuestro contexto social en que se generaliza la idea de la corrupción en el uso de los bienes en los niveles políticos y privados.

        El Evangelio invita a los cristianos a vivir austeramente y a compartir, teniendo así un tesoro en el cielo. Austeridad es vivir con aquello que es necesario para realizarse como persona en mi contexto social. Esto es un concepto relativo y por eso la austeridad de cada persona será diferente, pero lo importante es que nos planteemos  seriamente ante Dios y por amor cuál debe ser mi austeridad, pues al final tenemos que dar cuenta a él y no a los demás, ya que al final seremos examinados de amor. Vivimos en una cultura que invita a tener cada vez más cosas, a veces necesarias y que facilitan la vida y el trabajo, a veces perfectamente inútiles.

        Participar la Eucaristía es entrar en la dinámica de Jesús, que vive solo para hacer la voluntad del Padre y servir a los hombres por amor. Con esta dinámica tenemos que usar nuestros bienes.  


Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona

La extraordinaria alegría de ser instrumentos de la misericordia de Dios



La Palabra de Dios nos enseña que “la felicidad está más en dar que en recibir”(Hch 20,35). Por este motivo la quinta Bienaventuranza declara felices a los misericordiosos. Sabemos que es el Señor quien nos ha amado primero. Pero sólo seremos de verdad bienaventurados, felices, cuando entremos en la lógica divina del don, del amor gratuito, si descubrimos que Dios nos ha amado infinitamente para hacernos capaces de amar como Él, sin medida. Como dice San Juan: “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.[…] Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” (1 Jn 4,7-11).

Me viene a la mente el ejemplo del beato Pier Giorgio Frassati. Él decía: “Jesús me visita cada mañana en la Comunión, y yo la restituyo del mísero modo que puedo, visitando a los pobres”. Pier Giorgio era un joven que había entendido lo que quiere decir tener un corazón misericordioso, sensible a los más necesitados. A ellos les daba mucho más que cosas materiales; se daba a sí mismo, empleaba tiempo, palabras, capacidad de escucha. Servía siempre a los pobres con gran discreción, sin ostentación. Vivía realmente el Evangelio que dice: “Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto” (Mt 6,3-4). Piensen que un día antes de su muerte, estando gravemente enfermo, daba disposiciones de cómo ayudar a sus amigos necesitados. En su funeral, los familiares y amigos se quedaron atónitos por la presencia de tantos pobres, para ellos desconocidos, que habían sido visitados y ayudados por el joven Pier Giorgio.

A mí siempre me gusta asociar las Bienaventuranzas con el capítulo 25 de Mateo, cuando Jesús nos presenta las obras de misericordia y dice que en base a ellas seremos juzgados. Les invito por ello a descubrir de nuevo las obras de misericordia corporales: dar de comer a los hambrientos, dar de beber a los sedientos, vestir a los desnudos, acoger al extranjero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: aconsejar a los que dudan, enseñar a los ignorantes, advertir a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, soportar pacientemente a las personas molestas, rezar a Dios por los vivos y los difuntos. Como ven, la misericordia no es “buenísimo”, ni un mero sentimentalismo. Aquí se demuestra la autenticidad de nuestro ser discípulos de Jesús, de nuestra credibilidad como cristianos en el mundo de hoy.


 (Del mensaje del Papa Francisco para la JMJ de Cracovia)

jueves, 28 de julio de 2016

Matar o beber té

                                                                                          

  
Ni el Islam los quiere… Es frenética la escalada de muertes sin razón en el mundo.

¿Tanta ignorancia rodea a estos hombres? Más que eso, mentes débiles, acomplejadas y vengativas, se han radicalizado a manos de líderes, Bel cebúes  en acción que  desde la retaguardia adoctrinan en el odio y la tortura.

¡Les ha vuelto locos la locura del fanatismo social, religioso y político! Satanás no pierde su tiempo… 

Jesús nos decía:

-“No temáis, podrán matar el cuerpo pero no el alma”, es el apoyo de Dios a sus amigos, la  fuerza que necesitamos para seguir sin entender una sola muerte inocente; es la profecía en cumplimiento. 

Ya no sabe uno ni por quien rezar, interminables atentados islamistas para ganar un “paraíso infernal”.  ¡Pobres asesinos seguidores de no se sabe qué!

La vida es un don inalienable que se arrebata como el que come pipas o bebe un vaso de té… No puedo calificar tal barbarie, supera mis sentidos. Lo más triste es que los sucesos son tan habituales que acabas por acostumbrar tus oídos y, te vas a la cama rezando por “tu hijo que no tiene trabajo” 

¡Válgame Dios!  

¿Dónde la hermandad? No basta que unos la sientan, es imprescindible que la sintamos todos por todos.

Oremos por ellos, víctimas y verdugos, por nosotros y, aunque en medio de tan  larga lista caigamos en “brazos de Morpheus”, Dios apunta, nos calma y nos dice: “Paz a vosotros”.

-¡Gracias Dios!, teniendo el Espíritu en paz, bendito sufrimiento el Tuyo y el mío.

Emma Díez Lobo




miércoles, 27 de julio de 2016

Oración de petición, pero no así




El evangelista san Mateo en 20,21 nos da una pista de lo que no es la oración de petición.

La madre de los Zebedeos le dice a Jesús: “Ordena…” Primeramente el uso de este verbo, y no digamos el modo imperativo, ya nos indica que vamos por mal camino. La oración es una súplica con humildad. Ni se le puede ordenar al que le pedimos, ni le podemos decir que ordene lo que el suplicante pretende alcanzar. Tampoco me parece que se deben pedir cosas excesivamente grandiosas: “…se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Enseguida Jesús corta por lo sano y sin rodeos le impone la realidad: “No sabéis lo que pedís”.

La oración debe ser una súplica no una orden; una súplica, que como indica el propio significado del vocablo, debe ser con humildad y sumisión. No podemos pedir con autoritarismo porque lo más probable es que pronto, como es el caso, obtengamos la negativa y el efecto contrario al pretendido. Con humildad y sumisión para causar en el interior del destinatario, Dios nuestro Padre, la verdadera sensación de necesidad, igual que ocurre en cualquier petición en la vida terrenal. Nuestra condición de demandante debe prescindir de cualquier atisbo de altanería; si verdaderamente tengo necesidad de algo, tengo que trasmitir dicha necesidad, no que parezca que es un capricho. Nuestra actitud tiene que transmitir a la vez que nuestras palabras la verdadera necesidad que solicitamos.

Lógicamente tampoco podemos pedir cosas que no vengan al caso, cosas que superen con exceso la necesidad, cosas que sean superfluas. El mendigo que pide en la calle pide para comer no para tomarse una cerveza, aunque él es digno de dicho capricho, ya que el fruto no será el mismo. Así no podemos pedirle a Dios o a su Santísima Madre cosas de  las que podemos prescindir o que escapan a nuestra capacidad del verdadero sentido de la razón.

Además de enseñarnos implícitamente con el Padre Nuestro, el mismo Jesús nos dio otra pista, en otra ocasión, cuando dijo: “Pedid y se os dará”.


Así que lo debemos tener claro: pedir lo razonable con insistencia, con cordura y sensatez, con buen razonamiento, pero sin exigencias.

Pedro José Martínez Caparrós

martes, 26 de julio de 2016

Aceptar la propia realidad


Queridos ancianos:

En la vida hay un principio fundamental: el principio de realidad.

Hay soñadores que viven de puros sueños. Viven soñando grandezas que nunca llegan. Pero también hay quienes quieren ser tan realistas que se encierran en sí mismos, en su realidad, y no son capaces de ver más allá de la misma. Y tan malo es vivir como astronautas del espacio, como encerrados como el caracol en su propio caparazón.

La realidad nos hace poner los pies en el suelo. Ser realista es vivir lo que soy. Lo cual no implica que uno siempre tenga aspiraciones de superación. Ser realista es:

Aceptarme como soy.

Sentirme a gusto como soy.

Disfrutar de la vida como soy.

Lo cual tampoco resulta siempre fácil. Y hasta diríamos que puede ser duro.
Los ancianos, de ordinario, más que aceptar conscientemente su atardecer, prefieren vivir del recuerdo: “cuando yo era”. En el fondo es una manera de evadir y llenar los vacíos que ofrece la vejez.

Otros, solucionan el problema, con el descontento interior. No se adaptan a su realidad. Y por otra parte, la realidad se les impone, y entonces, entran en una especie de amargura e irritabilidad.

Aunque a decir verdad, siempre será más fácil adaptarse a la realidad de la juventud, que a la realidad de ancianos. La juventud se nos presenta llena de vida y de sueños y posibilidades, en tanto que la ancianidad está más cargada de limitaciones, carencias y dificultades.

“Fui, pero ya no soy”. “Hice, pero ya no puedo hacer”. “Soñé, pero ya cuesta soñar”. No es fácil aceptar gozosos los declives de la vida. No es fácil aceptar toda esa serie de limitaciones e impotencias. Porque una cosa es “no quiero hacerlo” y otra muy distinta “no puedo hacerlo”. El “no puedo” o incluso el “no me dejan” siempre hace chirriar un poco nuestros ejes vitales.

Y sin embargo, no hay más que una manera digna, humana, elegante y gozosa de ser anciano: “aceptarse como anciano”. Decir sí a la ancianidad. No como un acto de resignación sino como el gozo de quien puede presentarse como el testigo de toda una historia.


J. Jáuregui

lunes, 25 de julio de 2016

Señor, enséñanos a orar




Un hombre soñó que era llevado al cielo. Deambulaba por el cielo cuando se encontró con Jesucristo que le invitó a asomarse y contemplar lo que pasaba en la tierra.
Vio una iglesia donde se celebraba la misa del domingo.
El organista tocaba entusiasmado y sus dedos se movían con gran agilidad y las teclas subían y bajaban, pero no podía oír ningún sonido.
Veía el grupo de cantores, bocas abiertas, pronunciando todas las palabras, pero no podía oír ningún sonido.
Veía al sacerdote y a los fieles que se levantaban y se sentaban y abrían sus bocas para recitar las oraciones, pero no podía oír ningún sonido.
Asombrado, se dirigió a Jesús y le preguntó por qué no podía oír nada. Jesús le contestó: “Tienes que entender que si no oran y cantan con sus corazones aquí no podemos oírles”.
¿Es este nuestro caso?
¿Oramos con nuestros corazones?
¿Estamos aquí, en la iglesia, no sólo con nuestros cuerpos sino también con nuestros corazones?
Enséñanos a orar
Por ahí debiéramos de comenzar, por querer aprender a orar, para que alguien nos enseñe a orar. Damos por hecho de que sabemos orar y la verdad es que no sabemos hacerlo. Hasta Pablo lo reconoce en la Carta a los Romanos: “Pues nosotros no sabemos pedir como nos conviene.” Por eso nos dice que es el Espíritu el que intercede por nosotros. (Rom 8,26)
Con frecuencia nuestra oración se convierte en una visita al supermercado a comprar lo que necesitamos. Nuestra oración parte más de nuestras necesidades que de la verdadera voluntad de Dios y de los intereses de Dios.
“PADRE, YO TENGO DISTRACCIONES…”
Pues yo también. En algo ya coincidimos. ¿Alguien tiene el don de no distraerse? Se cuenta de San Bernardo que tenía un lindo burrito. Un aldeano que lo vio le dice: “Padre Bernardo, qué hermoso burro tiene usted. ¿No lo tendrá en venta?”
“No, hijo. Yo no vendo el burro por nada, pero puedo regalártelo.”
“¿No me diga? ¿Y qué tengo que hacer?”

“Te lo regalo si eres capaz de rezar un Padrenuestro sin distraerte.”
“¿Tan fácil?”

“Así de fácil.”

Y el aldeano comenzó a rezar el Padrenuestro. Cuando llegó al “hágase tu voluntad” interrumpe y le dice:

“Padre Bernardo, ¿y también las albardas?”

Ya ves no pudo rezar un Padrenuestro sin distraerse y San Bernardo lo sabía muy bien, por eso se lo prometía de regalo sabiendo que no lo ganaría.
Santa Teresa también se distraía y se quejaba al Señor: “Señor, ¿por dónde anda la loca de casa?” Llamaba loca a su fantasía que no siempre podemos nosotros controlar. Por eso, hemos de hacer lo posible para concentrarnos y prestar atención, pero no por distraernos hemos de dejar de orar. ¿Que la fantasía anda por los aleros del Castillo? Pues la volvemos a traer a casa y seguimos orando. De seguro que Dios se divierte viéndonos luchar con nuestras distracciones.
No son las distracciones las que hacen mala nuestra oración sino el orar tratando de domesticar la voluntad de Dios en nuestro favor. La oración no es una manera de doblegar y domesticar la voluntad de Dios, sino de doblegar la nuestra a la voluntad de Dios. Esto sí es lo difícil de la oración: “Hágase tu voluntad, no la mía.” El día que seamos capaces de decirlo con sinceridad, ese día comenzamos a orar como Jesús oraba y como Jesús quiere que oremos.

J. Jáuregui

domingo, 24 de julio de 2016

¿Lástima de vida perdida? Hch 12,1-5



Se ha dicho que Dios escribe derecho con renglones muy torcidos. Llama la atención la facilidad con que Dios permite que le maten a uno de sus principales apóstoles casi sin darle tiempo a que predicara su Evangelio. Sólo habían pasado 14 años desde la muerte de Jesús. Herodes, leemos en los Hechos de los Apóstoles, echó mano de algunos discípulos de Jesús para maltratarlos, y mandó decapitar a Santiago, y luego, viendo que los judíos le aplaudían, mandó encarcelar también a Pedro con intención de matarle. Pero ahí Dios dijo: “esto ya no” y libró a Pedro del rey Herodes.

Pero uno se pregunta: “¿Por qué no libró también a Santiago?” Jesús había dedicado especial atención a la formación de Santiago. Le tenía consigo, junto con Pedro y con Juan, en los momentos de más intimidad: en el monte Tabor donde se les aparecieron los profetas Moisés y Elías; en la casa donde resucitó a la encantadora “Talita”; en Getsemaní donde Jesús dejó ver que también a él le acobardaban la muerte y los sufrimientos como nos acobardan a nosotros. Y, después de tanto esmero que Jesús puso en formarlo, ahora Dios permite que Herodes le mate, como quien dice, antes de empezar su trabajo; y Herodes sigue viviendo tan satisfecho.

Tenemos que creer que la vida de Santiago no fue una pérdida a pesar de haber sido tan breve. Dice el Salmo que ante Dios no hay gran diferencia entre un día y mil años. Aunque el libro de los Hechos de los Apóstoles no dice casi nada de Santiago, sin duda trabajó duro en los pocos años que vivió después de la muerte de Jesús. Además nosotros creemos que Santiago no ha muerto sino que vive otra vida más plena que la que vivimos nosotros aquí en la tierra, y no hay por qué pensar que en aquella vida del cielo, Santiago está totalmente inactivo. El que España le haya considerado desde antiguo como su patrón, puede corresponder al hecho de que desde el cielo Santiago ha orado especialmente por nuestra nación.

Los métodos de Dios son distintos de los nuestros. Pensándolo bien, también Dios permitió que a Jesús lo mataran muy temprano; no le dejaron proclamar su Evangelio más que en Israel y sólo por tres o cuatro años. Si fuéramos nosotros, hubiéramos enviado a Jesús, en vez de enviar a Pablo, a extender el Evangelio por todo el mundo conocido hasta llegar a Roma y acaso hasta España. Pero Dios no; el plan de Dios es que Jesús, en su ser visible y tangible, desaparezca pronto, pero que continúe entre nosotros de otra manera menos tangible y más espiritual, y que nosotros seamos los pies, los brazos y el corazón de Jesús, como lo fue Pablo. Con Pablo llegó Jesús hasta Roma, y con nosotros llega a nuestros hermanos.


 Rvdo. don Santiago Alonso Vega

sábado, 23 de julio de 2016

XVII Domingo Tiempo Ordinario



Contenido de la oración cristiana

         El texto del evangelio de hoy contiene la oración breve del Padrenuestro, seguida de una exhortación a la perseverancia en la oración, confirmada con algunos ejemplos. Como la exhortación a la perseverancia reaparecerá el domingo 29º de este tiempo ordinario, este comentario se centra en el contenido de la oración.

         Es interesante conocer el momento en que Jesús enseñó esta fórmula para conocer su finalidad. Estuvo orando durante la noche y, por la mañana, los discípulos le piden que les enseñe a orar como Juan Bautista enseñó a sus discípulos, es decir, no piden aprender a orar sin más, porque ya lo sabían, ya que todo judío aprende a orar en su familia y en la sinagoga. Lo que piden es un modo de orar acorde con el mensaje que está proclamando, lo mismo que hizo Juan Bautista con sus discípulos.  Seguramente Juan enseñó a sus discípulos una forma de orar acorde con su predicación de conversión. En el Padrenuestro Jesús enseña a sus discípulos a orar de acuerdo con su mensaje, que se centra en que Dios es Padre y que va a reinar. Esto explica perfectamente el contenido de la oración. Por ello la finalidad de esta oración no es que se repita la fórmula sin más como si fuera una oración mágica (se puede hacer, despacio, siempre que sea expresión de los sentimientos del corazón) sino decir los elementos que tiene que tener la oración del discípulo de Jesús. La oración de Jesús nos ha llegado en dos formulaciones, la de san Lucas y la de san Mateo. Aquella es más breve y los especialistas la consideran más cercana a la que enseñó Jesús, pues san Mateo explicitó algunos elementos para que quedara más claro su contenido.

         Lo primero que ha de hacer el discípulo es invocar a Dios como Padre, es decir, ponerse en la presencia de Dios como Padre y sintonizar con él, sintiéndose confiadamente unido a él como hijo (san Mateo explicita que es Padre nuestro, lo que implica que hay que sintonizar también con todos los hermanos; y además que es el que está en el cielo, el Dios transcendente). A continuación lo primero que tiene que hacer el discípulo es alabar al Padre, pues la relación con el Padre debe desarrollarse en contexto de gratuidad y alabanza. La fórmula usada expresa un deseo de que todos los hombres lo alaben y reconozcan su bondad. A continuación el discípulo desea que se realice plenamente el plan del Reino de Dios. Hasta aquí todo es teocéntrico. El discípulo se siente hijo, alaba al Padre y se identifica totalmente con su plan salvador y sus implicaciones. La segunda parte es antropocéntrica. Jesús nos enseña que, en este contexto del primado de la voluntad de Dios, expongamos nuestras necesidades existenciales, la primera es el pan necesario de cada día, es decir, nuestras necesidades materiales (el pan, el vestido, la vivienda, el trabajo, la salud...), la segunda es la virtud de la penitencia, es decir, vivir constantemente en el perdón de Dios y perdonando mutuamente a los que nos ofenden, la tercera y última es la perseverancia en la fe, que es la gran tentación que acecha al discípulo.

         Toda oración del cristiano debe contener explícita o implícitamente estos elementos para que sea cristiana.

         Todo ello está contenido en la celebración de la Eucaristía. En ella todas las oraciones van dirigidas al Padre por medio de Jesús y además están dirigidas en primera persona del plural, es decir, oramos como Iglesia, unidos a los hermanos. En ella domina el tema de la alabanza, que culmina en un crescendo continuo en la doxología final. Hay quien dice que la misa “no le dice nada”; realmente “no tiene nada que decir”, puesto que no es ni un concierto ni una conferencia sino celebración comunitaria de nuestro agradecimiento al Padre en que le ofrecemos nuestra existencia y le pedimos su ayuda. En ella nos habla el Padre por Jesús en orden a su reino, sugiriéndonos motivos de conversión y colaboración en la obra del reino. En ella presentamos nuestras necesidades existenciales, materiales y espirituales. En ella el Padre nos renueva su amor entregándonos a su Hijo en la comunión.     Todo ello implica una preparación remota e inmediata, pues es sacramento de la fe, y esta es oscura.


Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 22 de julio de 2016

Siempre recomenzando


El curso ya se terminó. Se han hecho algunos balances para mejorar lo que era mejorable, afianzar lo que estaba bien hecho y pedir luz al Señor para que nos señale los caminos que Él frecuenta y en los que quiere encontrarnos.

Así les ha pasado también a nuestros pequeños y a los jóvenes tras los sopores de un primer calor agobiante. No era la temperatura sin más lo que les hizo soplar por los calores, sino la cita anual con exámenes y evaluaciones finales. Todo se junta para hacernos sudar, han podido decir ellos, especialmente cuando algunas materias han quedado pendientes. Así también la comunidad cristiana debe mirar al curso pasado una vez terminadas las catequesis, celebradas las despedidas, y estando ya en marcha los planes para el período veraniego con actividades diversas. Nos paramos para evaluar nuestra andadura de un año pastoral que concluyó y en vistas al que tenemos delante.
Desde el Plan Pastoral diocesano que aprobé como gran hoja de ruta hasta el año 2018, siempre hay tres referentes que nos permiten confrontarnos con nuestra salud cristiana real. Un primer aspecto, auténtico principio y fundamento, se refiere a la relación con Dios. Los sacramentos vividos y la oración son en nuestra vida cristiana la fuente de todo lo demás. La Palabra de Dios que escuchamos e interiorizamos, nos permite después contar con los labios y con la misma vida la historia de salvación de la que formamos parte. La Eucaristía que celebramos como Presencia del Señor nos sacia nuestras hambres y nos acompaña en nuestro caminar. Ante los pecados que ofenden el corazón de Dios, que nos dividen por dentro y nos enfrentan por fuera, el Señor nos ofrece el sacramento de la confesión para ser abrazados por su misericordia que nos hace nuevos.
Un segundo aspecto, y consecuencia del anterior, se refiere a la comunión entre nosotros. Una comunión en primer lugar con la misma Iglesia, para que no haya nadie que camine en solitario y a sus expensas. No es la Iglesia la que tiene que plegarse a nuestros criterios, opciones o trayectoria, sino justamente al revés. Pero, dicho esto, no somos clones gregarios sino hijos de Dios libres, con la peculiaridad que el mismo Dios ha querido imprimir en cada uno de nosotros. De ahí nacen las distintas espiritualidades y caminos con los que el Señor bendice a nuestra Diócesis a través de comunidades religiosas, movimientos eclesiales e instituciones. Se trata de mirarnos y tratarnos en la caridad que nos permite complementarnos, cuando cada uno con el don que ha recibido se pone al servicio de los demás (1 Pe 4, 10).
Finalmente, el tercer aspecto tiene que ver con la misión que juntos queremos abordar en este tramo de nuestra historia; una misión a la que somos enviados por el Señor y por su Iglesia, y que hemos querido discernir como concreciones para este curso pastoral. Es aquí donde deberemos preguntarnos qué hemos logrado realizar, qué está a medio hacer o dónde todavía estamos sin empezar, de cuanto nos habíamos propuesto para este año.
En los distintos arciprestazgos y en las parroquias, vamos viendo estos tres grandes referentes (relación con Dios como consagración, relación con la Iglesia en la comunión, y quehacer apostólico como misión), para revisar la marcha de nuestro Plan Pastoral diocesano y los objetivos de este año. Este es nuestro tiempo de exámenes, sin sonrojo y sin sopor, sino queriendo agradecer los logros, avanzar en lo inacabado y aprender incluso de nuestros errores. El Señor y la Santina nos acompañan y sostienen.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo


jueves, 21 de julio de 2016

Lo quieran o no

                       


Es un hecho incuestionable para bien o para “mal”: Jesús y católicos en boca del mundo. ¿Por qué? Por verdadera religión. En ella se confirma su persecución, su negación, su manipulación… Y quienes lo han hecho, hacen y harán, sólo demuestran que es ÚNICA y que está en la mente humana.   
  
Para “suprimir” al Hijo de Dios, es evidente contar con Él y les guste o no, cada “invento” por alterar su Palabra o secta que sale, reafirma el Poder del catolicismo. Todo está escrito, todo. Ellos hacen más grande la EVIDENCIA del católico (ayuda gratis).  

Hay frases y hechos de antiguo en boca de cualquiera: “La verdad te hará libre; nadie es profeta en su tierra; no soy quien para juzgar (por lo de la viga en el propio ojo). Palabras que salieron sólo de Jesús y como estos ejemplos, cientos; a veces parecidos pero basados en Su origen. Un sencillo ejemplo: Papa Noel (moderno) viene con regalos en Navidad por causa de que los Reyes Magos lo hicieron.  

Reflexiono y me pregunto: ¿Quién persigue a politeístas, al Islam o a los testigos de Jehová? La cuestión es clara, no son “interesantes”… Fijaros también en la fe cristiana mal entendida: Hitler y su genocidio, La Inquisición, la veneración a Satán… Da igual por dónde se mire, siempre la misma base: Jesús. 
 
Cristiano viene de Cristo y Católico, del cumplimiento de su Palabra. 

Después de Pruebas periciales… Fallo de Sentencia (lo quieran o no):

Jesús y su Palabra, Únicos por excelencia.

Emma Díez Lobo