Estos días está
haciendo mucho calor. A las cuatro de la tarde no hay nadie por las calles de
la ciudad ni por las de los pueblos. Algunos en las piscinas, y la mayoría en
sus casas buscando el lugar más fresco, echando la siesta y venciendo el sopor.
Pero no existe solo el sopor del calor, existe también el sopor de la vida.
En nuestra sociedad de las prisas, del stress, el ser humano entra en un cierto
sopor. A veces nos quema el trabajo, las circunstancias sociales, políticas,
culturales y económicas. Piensa, por ejemplo, en el atentado de Niza, en
el “golpe de estado o autogolpe” de Turquía, en la subida de
impuestos que se avecina, etc. A muchas personas les produce un estado de
frustración, de sentir la incapacidad de que algo cambie, se sienten vacíos,
perdidos y quemados. Y, ¿qué hacer? Muchos se refugian en la diversión
(volcarse fuera), en la dispersión y diseminación (sembrarse fuera) y se
sientes divididos. Esperan que lleguen las fiestas, o la noche de los viernes y
los sábados para “salir a divertirse”, beber, etc. Buscamos la
quietud en las cosas inquietas, queremos devorar los tiempos y somos devorados
por lo temporal.
Vivimos
volcados hacia fuera y hemos olvidado el interior del hombre. Muchos damos la
razón a San Agustín cuando dice: «los hombres saber hacer turismo para
admirar las crestas de los montes, el oleaje proceloso de los mares, el fácil y
copioso curso de los ríos, las revoluciones y los giros de los astros. Y, sin
embargo, se pasan de largo a sí mismos. No hacen turismo interior». Y en el
interior del hombre habita la verdad. Los griegos decían: «Hombre, conócete a
ti mismo».
Hoy te propongo
beber en el hontanar fresco, fecundo y revitalizante del interior. Vuelve a ti
mismo, a tu interior. Piensa en ti, en tu realidad. Ya sé que es difícil, que
no es fácil, pero es feliz, te encontrarás mejor, como cuando uno puede
refrescarse en un manantial de aguas frescas.
Para eso te
propongo unos pasos.
1. Dedícate media hora cada día de vacaciones, o
más. Tú verás si puedes más.
2. Apaga la tele, deja la serie, el móvil, el
ordenador, etc.
3. Busca un lugar tranquilo en tu casa.
4. Ámate a ti mismo y dedícate a conocerte.
5. Cierra los ojos y piensa: ¿De dónde vengo? ¿A
dónde voy? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Soy feliz y hago felices a los que
están a mi lado en la familia, en el trabajo, en el vecindario? ¿Dónde pongo el
tesoro de mi vida? Si quieres, puedes anotar tus respuestas, y dentro de un
tiempo repasar y repensar.
5. Da gracias a Dios, a los que te precedieron o a
los que conviven contigo en tu misma casa por lo positivo que hay en tu vida,
tus cualidades, tus virtudes y valores, por lo que has recibido de ellos.
Valóralo y agradécelo.
6. Si has visto fallos, inconsecuencias e
incongruencias, pecados, etc., no de reprimas. Reconócelo -nunca es más grande
el hombre que cuando reconoce sus faltas con humildad ante Dios, ante sí mismo
y los demás-, sin engañarte a ti mismo y sin culpar ni a los tiempos, ni a la
sociedad, ni a los demás, y perdónate a ti mismo, disponte a pedir perdón a los
demás y a Dios, que siempre está dispuesto a la misericordia y al perdón.
7. Comprométete a cambiar algo. Tú verás. Algo se
puede cambiar, algo puede mejorar siempre si te lo propones. Que no te pase
como aquel que se miró en el espejo, se vio la cara manchada y sucia, y no se
lavó. Para ese viaje no hacían falta las alforjas.
8. Y por último, si me lo permites, te sugiero que
hables con otro, con tu esposo o esposa, con un sacerdote amigo, o con un grupo
de amigos que te puedan escuchar, comprender y animar. Así lo hacen muchos
grupos y da resultado.
9. No olvides que Dios te ama como eres; que para
Él eres su hijo o hija en quien se complace y que hace y te desea lo mejor.
10. Reza esta oración que oí una vez y no se me
olvidado: «Señor, concédeme SERENIDAD para aceptar las cosas que no
puedo cambiar; VALOR para cambiar las que puedo, y SABIDURÍA para reconocer la
diferencia».
+ Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia
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