lunes, 25 de julio de 2016

Señor, enséñanos a orar




Un hombre soñó que era llevado al cielo. Deambulaba por el cielo cuando se encontró con Jesucristo que le invitó a asomarse y contemplar lo que pasaba en la tierra.
Vio una iglesia donde se celebraba la misa del domingo.
El organista tocaba entusiasmado y sus dedos se movían con gran agilidad y las teclas subían y bajaban, pero no podía oír ningún sonido.
Veía el grupo de cantores, bocas abiertas, pronunciando todas las palabras, pero no podía oír ningún sonido.
Veía al sacerdote y a los fieles que se levantaban y se sentaban y abrían sus bocas para recitar las oraciones, pero no podía oír ningún sonido.
Asombrado, se dirigió a Jesús y le preguntó por qué no podía oír nada. Jesús le contestó: “Tienes que entender que si no oran y cantan con sus corazones aquí no podemos oírles”.
¿Es este nuestro caso?
¿Oramos con nuestros corazones?
¿Estamos aquí, en la iglesia, no sólo con nuestros cuerpos sino también con nuestros corazones?
Enséñanos a orar
Por ahí debiéramos de comenzar, por querer aprender a orar, para que alguien nos enseñe a orar. Damos por hecho de que sabemos orar y la verdad es que no sabemos hacerlo. Hasta Pablo lo reconoce en la Carta a los Romanos: “Pues nosotros no sabemos pedir como nos conviene.” Por eso nos dice que es el Espíritu el que intercede por nosotros. (Rom 8,26)
Con frecuencia nuestra oración se convierte en una visita al supermercado a comprar lo que necesitamos. Nuestra oración parte más de nuestras necesidades que de la verdadera voluntad de Dios y de los intereses de Dios.
“PADRE, YO TENGO DISTRACCIONES…”
Pues yo también. En algo ya coincidimos. ¿Alguien tiene el don de no distraerse? Se cuenta de San Bernardo que tenía un lindo burrito. Un aldeano que lo vio le dice: “Padre Bernardo, qué hermoso burro tiene usted. ¿No lo tendrá en venta?”
“No, hijo. Yo no vendo el burro por nada, pero puedo regalártelo.”
“¿No me diga? ¿Y qué tengo que hacer?”

“Te lo regalo si eres capaz de rezar un Padrenuestro sin distraerte.”
“¿Tan fácil?”

“Así de fácil.”

Y el aldeano comenzó a rezar el Padrenuestro. Cuando llegó al “hágase tu voluntad” interrumpe y le dice:

“Padre Bernardo, ¿y también las albardas?”

Ya ves no pudo rezar un Padrenuestro sin distraerse y San Bernardo lo sabía muy bien, por eso se lo prometía de regalo sabiendo que no lo ganaría.
Santa Teresa también se distraía y se quejaba al Señor: “Señor, ¿por dónde anda la loca de casa?” Llamaba loca a su fantasía que no siempre podemos nosotros controlar. Por eso, hemos de hacer lo posible para concentrarnos y prestar atención, pero no por distraernos hemos de dejar de orar. ¿Que la fantasía anda por los aleros del Castillo? Pues la volvemos a traer a casa y seguimos orando. De seguro que Dios se divierte viéndonos luchar con nuestras distracciones.
No son las distracciones las que hacen mala nuestra oración sino el orar tratando de domesticar la voluntad de Dios en nuestro favor. La oración no es una manera de doblegar y domesticar la voluntad de Dios, sino de doblegar la nuestra a la voluntad de Dios. Esto sí es lo difícil de la oración: “Hágase tu voluntad, no la mía.” El día que seamos capaces de decirlo con sinceridad, ese día comenzamos a orar como Jesús oraba y como Jesús quiere que oremos.

J. Jáuregui

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