Un hombre
soñó que era llevado al cielo. Deambulaba por el cielo cuando se encontró con
Jesucristo que le invitó a asomarse y contemplar lo que pasaba en la tierra.
Vio una iglesia donde se
celebraba la misa del domingo.
El organista tocaba entusiasmado y sus dedos se movían con gran agilidad y las
teclas subían y bajaban, pero no podía oír ningún sonido.
Veía el grupo de cantores, bocas abiertas, pronunciando todas las palabras, pero no podía oír ningún sonido.
Veía el grupo de cantores, bocas abiertas, pronunciando todas las palabras, pero no podía oír ningún sonido.
Veía al sacerdote y a los
fieles que se levantaban y se sentaban y abrían sus bocas para recitar las
oraciones, pero no podía oír ningún sonido.
Asombrado, se dirigió a Jesús y le preguntó por qué no podía oír nada. Jesús le contestó: “Tienes que entender que si no oran y cantan con sus corazones aquí no podemos oírles”.
Asombrado, se dirigió a Jesús y le preguntó por qué no podía oír nada. Jesús le contestó: “Tienes que entender que si no oran y cantan con sus corazones aquí no podemos oírles”.
¿Es este
nuestro caso?
¿Oramos
con nuestros corazones?
¿Estamos
aquí, en la iglesia, no sólo con nuestros cuerpos sino también con nuestros
corazones?
Enséñanos
a orar
Por ahí debiéramos de
comenzar, por querer aprender a orar, para que alguien nos enseñe a orar. Damos
por hecho de que sabemos orar y la verdad es que no sabemos hacerlo. Hasta
Pablo lo reconoce en la Carta a los Romanos: “Pues nosotros no sabemos pedir
como nos conviene.” Por eso nos dice que es el Espíritu el que intercede por
nosotros. (Rom 8,26)
Con frecuencia nuestra
oración se convierte en una visita al supermercado a comprar lo que
necesitamos. Nuestra oración parte más de nuestras necesidades que de la
verdadera voluntad de Dios y de los intereses de Dios.
“PADRE, YO TENGO
DISTRACCIONES…”
Pues yo también. En algo ya
coincidimos. ¿Alguien tiene el don de no distraerse? Se cuenta de San Bernardo
que tenía un lindo burrito. Un aldeano que lo vio le dice: “Padre Bernardo, qué
hermoso burro tiene usted. ¿No lo tendrá en venta?”
“No,
hijo. Yo no vendo el burro por nada, pero puedo regalártelo.”
“¿No me
diga? ¿Y qué tengo que hacer?”
“Te lo regalo si eres capaz de rezar un Padrenuestro sin distraerte.”
“¿Tan
fácil?”
“Así de fácil.”
Y el aldeano comenzó a rezar el Padrenuestro. Cuando llegó al “hágase tu voluntad” interrumpe y le dice:
“Padre Bernardo, ¿y también las albardas?”
Ya ves no pudo rezar un Padrenuestro sin distraerse y San Bernardo lo sabía muy bien, por eso se lo prometía de regalo sabiendo que no lo ganaría.
Santa Teresa también se
distraía y se quejaba al Señor: “Señor, ¿por dónde anda la loca de casa?”
Llamaba loca a su fantasía que no siempre podemos nosotros controlar. Por eso,
hemos de hacer lo posible para concentrarnos y prestar atención, pero no por
distraernos hemos de dejar de orar. ¿Que la fantasía anda por los aleros del
Castillo? Pues la volvemos a traer a casa y seguimos orando. De seguro que Dios
se divierte viéndonos luchar con nuestras distracciones.
No son las distracciones
las que hacen mala nuestra oración sino el orar tratando de domesticar la
voluntad de Dios en nuestro favor. La oración no es una manera de doblegar y
domesticar la voluntad de Dios, sino de doblegar la nuestra a la voluntad de
Dios. Esto sí es lo difícil de la oración: “Hágase tu voluntad, no la mía.” El
día que seamos capaces de decirlo con sinceridad, ese día comenzamos a orar
como Jesús oraba y como Jesús quiere que oremos.
J. Jáuregui
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