sábado, 23 de julio de 2016

XVII Domingo Tiempo Ordinario



Contenido de la oración cristiana

         El texto del evangelio de hoy contiene la oración breve del Padrenuestro, seguida de una exhortación a la perseverancia en la oración, confirmada con algunos ejemplos. Como la exhortación a la perseverancia reaparecerá el domingo 29º de este tiempo ordinario, este comentario se centra en el contenido de la oración.

         Es interesante conocer el momento en que Jesús enseñó esta fórmula para conocer su finalidad. Estuvo orando durante la noche y, por la mañana, los discípulos le piden que les enseñe a orar como Juan Bautista enseñó a sus discípulos, es decir, no piden aprender a orar sin más, porque ya lo sabían, ya que todo judío aprende a orar en su familia y en la sinagoga. Lo que piden es un modo de orar acorde con el mensaje que está proclamando, lo mismo que hizo Juan Bautista con sus discípulos.  Seguramente Juan enseñó a sus discípulos una forma de orar acorde con su predicación de conversión. En el Padrenuestro Jesús enseña a sus discípulos a orar de acuerdo con su mensaje, que se centra en que Dios es Padre y que va a reinar. Esto explica perfectamente el contenido de la oración. Por ello la finalidad de esta oración no es que se repita la fórmula sin más como si fuera una oración mágica (se puede hacer, despacio, siempre que sea expresión de los sentimientos del corazón) sino decir los elementos que tiene que tener la oración del discípulo de Jesús. La oración de Jesús nos ha llegado en dos formulaciones, la de san Lucas y la de san Mateo. Aquella es más breve y los especialistas la consideran más cercana a la que enseñó Jesús, pues san Mateo explicitó algunos elementos para que quedara más claro su contenido.

         Lo primero que ha de hacer el discípulo es invocar a Dios como Padre, es decir, ponerse en la presencia de Dios como Padre y sintonizar con él, sintiéndose confiadamente unido a él como hijo (san Mateo explicita que es Padre nuestro, lo que implica que hay que sintonizar también con todos los hermanos; y además que es el que está en el cielo, el Dios transcendente). A continuación lo primero que tiene que hacer el discípulo es alabar al Padre, pues la relación con el Padre debe desarrollarse en contexto de gratuidad y alabanza. La fórmula usada expresa un deseo de que todos los hombres lo alaben y reconozcan su bondad. A continuación el discípulo desea que se realice plenamente el plan del Reino de Dios. Hasta aquí todo es teocéntrico. El discípulo se siente hijo, alaba al Padre y se identifica totalmente con su plan salvador y sus implicaciones. La segunda parte es antropocéntrica. Jesús nos enseña que, en este contexto del primado de la voluntad de Dios, expongamos nuestras necesidades existenciales, la primera es el pan necesario de cada día, es decir, nuestras necesidades materiales (el pan, el vestido, la vivienda, el trabajo, la salud...), la segunda es la virtud de la penitencia, es decir, vivir constantemente en el perdón de Dios y perdonando mutuamente a los que nos ofenden, la tercera y última es la perseverancia en la fe, que es la gran tentación que acecha al discípulo.

         Toda oración del cristiano debe contener explícita o implícitamente estos elementos para que sea cristiana.

         Todo ello está contenido en la celebración de la Eucaristía. En ella todas las oraciones van dirigidas al Padre por medio de Jesús y además están dirigidas en primera persona del plural, es decir, oramos como Iglesia, unidos a los hermanos. En ella domina el tema de la alabanza, que culmina en un crescendo continuo en la doxología final. Hay quien dice que la misa “no le dice nada”; realmente “no tiene nada que decir”, puesto que no es ni un concierto ni una conferencia sino celebración comunitaria de nuestro agradecimiento al Padre en que le ofrecemos nuestra existencia y le pedimos su ayuda. En ella nos habla el Padre por Jesús en orden a su reino, sugiriéndonos motivos de conversión y colaboración en la obra del reino. En ella presentamos nuestras necesidades existenciales, materiales y espirituales. En ella el Padre nos renueva su amor entregándonos a su Hijo en la comunión.     Todo ello implica una preparación remota e inmediata, pues es sacramento de la fe, y esta es oscura.


Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona

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