Necesidad de la austeridad
San Lucas subraya la originalidad de la
salvación cristiana frente a un ambiente de salvación pagana que pone su
esperanza en el dinero, el poder, el placer, la fama. El dinero no salva. El Evangelio
de hoy forma parte de sus enseñanzas sobre el uso cristiano de los bienes.
Ya en el AT el libro del Eclesiastés (1ª
lectura) pone en guardia ante el engaño de absolutizar los bienes de todo tipo.
Ninguno da la salvación, y expone un caso con cierto paralelismo al de la
parábola del Evangelio, uno que trabaja muy bien y lo deja a un hijo que lo
destroza. La segunda lectura afirma cuál es nuestra verdadera riqueza y ofrece
la clave que debe iluminar nuestra postura ante los bienes: somos hijos de
Dios, ciudadanos del cielo y tenemos que usar de todas las cosas como
ciudadanos del cielo. Pero, ¿no es esto una alienación, invitándonos a mirar al
cielo y cerrarlos ante las realidades de este mundo? De ninguna manera, sino
que es una invitación a atesorar en el cielo por medio de las realidades de este mundo, usándolas según el plan
de Dios.
Los bienes de todo tipo entran en el
plan de Dios, que los ha creado como medios
y para todos. Por una parte, necesitamos
comer, vestir, bienes de diverso tipo para poder realizarnos como personas en
nuestra sociedad concreta y para esto necesitamos dinero, pero tanto cuanto realmente es necesario en
nuestra situación particular, sin caer en la tentación de absolutizarlos,
creyendo que nos dan la salvación. Ciertamente resuelven muchas necesidades de
la persona, pero ni todas ni las más importantes, pues no libran de la muerte.
Vivir para tener, poniendo nuestro corazón en los bienes es una necedad, afirma
el Evangelio de hoy. Por otra, los bienes son para todos, tienen una finalidad
social y no es justo acumular en perjuicio de los demás, esto es avaricia que es una idolatría, como dice san
Pablo en la 2ª lectura, que se traduce en necesidad de muchas personas, un gran
pecado social. El avaro se incapacita para oír la palabra de Dios y se cierra a
la salvación. En la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, el rico, cuando
está en el infierno, pide a Abraham que envíe a un muerto a sus hermanos para
evitar esa condenación que les espera y Abraham le responde que basta la
palabra de Dios, pues si no hacen caso a esta palabra, que es eficaz, tampoco
lo harán a un muerto que vuelva a la vida (Lc 16,19-31). Por eso la palabra de
Dios invita a los que poseen muchos bienes a que vean la situación peligrosa en
que se encuentran. No es malo tener bienes, lo malo es absolutizarlos y no
usarlos socialmente. Esto es muy importante en nuestro contexto social en que
se generaliza la idea de la corrupción en el uso de los bienes en los niveles
políticos y privados.
El
Evangelio invita a los cristianos a vivir austeramente y a compartir, teniendo
así un tesoro en el cielo. Austeridad es vivir con aquello que es necesario
para realizarse como persona en mi contexto social. Esto es un concepto
relativo y por eso la austeridad de cada persona será diferente, pero lo
importante es que nos planteemos
seriamente ante Dios y por amor cuál debe ser mi austeridad, pues al
final tenemos que dar cuenta a él y no a los demás, ya que al final seremos
examinados de amor. Vivimos en una cultura que invita a tener cada vez más
cosas, a veces necesarias y que facilitan la vida y el trabajo, a veces
perfectamente inútiles.
Participar
la Eucaristía es entrar en la dinámica de Jesús, que vive solo para hacer la
voluntad del Padre y servir a los hombres por amor. Con esta dinámica tenemos
que usar nuestros bienes.
Rvdo. don Antonio Rodríguez Carmona
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