sábado, 31 de agosto de 2019

XXII Domingo del Tiempo Ordinario




Primera lectura:
Eclo 3,17-18.20.29-29: Hazte pequeño y alcanzarás el favor de Dios.
Salmo Responsorial:
Sal 67,4-5ac.6-7ab.10-11: Preparaste, oh Dios, casa para los pobres.
Segunda lectura:
Heb 12,18-19.22-24a: Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 14,1.7-14: El que se enaltece será humillado y el que humilla será enaltecido.


Humildad y gratuidad en el seguimiento de Jesús

El Evangelio recuerda que Jesús aceptó la invitación a comer que le hizo un fariseo importante del pueblo. Ha venido a buscar y salvar al hombre y por ello está abierto a todos, ricos y pobres, y siempre con una actitud evangelizadora, como reflejan estas enseñanzas a propósito de lo que estaba viendo: “Notando que los invitados buscaban los primeros puestos”... En este contexto exhorta a la humildad y la gratuidad, necesarias para seguirle en el camino.

Humildad es la verdad, es decir, reconocer nuestra realidad personal y actuar conforme a ella, ni más (orgullo, soberbia) ni menos (complejos de inferioridad). Humanamente es importante vivir en la propia verdad, de acuerdo con las cualidades y posibilidades que tenemos, para poder realizarnos plena y gozosamente; hay quien se siente fracasado y triste por situarse en la mentira, con un vestido que le viene demasiado ancho. Inseparable del reconocimiento de las propias cualidades es el reconocimiento del aprecio que se nos debe por ello. En este punto lo decisivo no es el aprecio que cada uno tenga de sí mismo sino el que tengan los demás a la luz de las cualidades que vean en nosotros y de nuestro comportamiento. En la parábola el que se sienta en los primeros puestos tiene una excesiva estima de sí mismo, pero el que decide el puesto es el que invita a la comida, que le manda retroceder
.
Si es importante la humildad en la convivencia humana normal, igualmente lo es  en la comunidad eclesial, cuya ley fundamental es el amor y el servicio. El papel del discípulo es el de Jesús, que en la Última Cena presidió y lavó los pies de los discípulos a la vez. Aquí cada uno debe esforzarse en vivir en la verdad, de acuerdo con los carismas que ha recibido para servir y no para presumir o recibir honores. El orgullo ha sido causa de muchas desgracias en la Iglesia desde el primer momento, como atestigua Pablo: «No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros... Pues si alguien cree ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Que cada uno examine su propio comportamiento; el motivo de satisfacción lo tendrá entonces en sí mismo y no en relación con los otros. Pues cada cual carga con su propio fardo» (Gal 5,26-6,5).

En esta línea nos invita a la humildad  la primera lectura: «Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes». Jesús profundiza esta idea cuando afirma que Dios se complace en revelar sus secretos a los humildes (Mt 11,25) y, como consecuencia, invita a tener corazón de niño para entrar en el Reino (Mt 19,13-15), es decir, ser personas que reconocen sus limitaciones con naturalidad y saben depender con naturalidad: La autosuficiencia orgullosa aparta de Dios y de los hombres.

En el tiempo de la nueva evangelización Jesús nos invita a una humildad radical y a no buscar oropeles personales. Debemos recitar con frecuencia el sal 130: Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros, no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre...

Junto a la humildad Jesús exhorta a la gratuidad, tan necesaria en la cultura utilitarista y de consumo que vivimos en que se mide a las personas por lo que tienen y pueden dar. La gratuidad es fruto inseparable del amor. El que da gratuitamente no espera recibir nada como contraprestación; da porque reconoce la dignidad del otro y lo estima. Dios nos ha dado a todos gratuitamente la vida, a todos nos ha hechos hijos suyos y hermanos entre nosotros. Como somos limitados, nos manda que nos ayudemos y completemos nuestras deficiencias en un contexto de amor. En este contexto es legítimo el comercio e intercambio de bienes justo, pero viendo siempre en el otro un hermano. Y como desgraciadamente hay hermanos que no tienen medios para intercambiar, se nos manda ejercer la gratuidad con ellos. En la medida de sus posibilidades, el discípulo de Jesús ha de ejercer la gratuidad en las diversas facetas de su vida. La Iglesia debe ser signo de la gratuidad de Dios.

La segunda lectura nos recuerda que somos miembros de una caravana cuya cabeza, Jesús, ya ha llegado a la meta y está intercediendo por nosotros. Humildad y gratuidad son necesarias para caminar hacia la meta, que vale la pena.

En la celebración de la Eucaristía Jesús nos vuelve a recordar a los que estamos a su mesa que imitemos su humildad y gratuidad. La Eucaristía supone humildad y gratuidad y la alimenta.

Dr. don Antonio Rodríguez Carmona


jueves, 29 de agosto de 2019

La prisa del hombre (O ¿Por qué Dios no me hace caso?)



La pregunta está en el aire. ¿Es que Dios no me escucha? Queremos que Dios resuelva nuestras peticiones y nuestros caprichos, sin pensar siquiera si esto realmente lo quiere Dios. Y, claro, cuando no se cumple nuestra voluntad:… ¡Dios no me hace caso…!  

“…Cuando oréis decid así: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos deje caer en tentación…” (Lc 11, 1-4)

En el Evangelio de Jesús según Mateo, se nos dice también: “…Y al orar no habléis mucho como  los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo…” (Mt 6,7)

Es muy clarificador el encuentro de Jesús en Cafarnaúm con el centurión romano: “…Señor, dice el centurión, mi, mi criado yace en casa paralítico con muchos sufrimientos.” Le dice Jesús: “Yo iré a curarlo. Replicó el centurión: Señor, no soy digno que entres en mi casa basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano…” (Mt 8,5-11) 

Cuando tenemos una necesidad, no un capricho, pensemos primero si lo que pedimos es bueno, sobre todo para nuestra alma en orden a la salvación. Si es así, meditemos si es voluntad de Dios, y, ya que Él lo puede todo, tengamos la confianza que Él nos lo concederá en su momento, no en el nuestro. A lo mejor, incluso, no lo llegamos a ver, pero tengamos la seguridad que Él nos lo dará.

Seguro que Dios lo concede, como nos dice Juan: “…En verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi Nombre… Aquel día pediréis en mi Nombre y no os digo que pediré al Padre por vosotros, pues Él mismo os quiere porque me queréis a mí, y creéis que salí del Padre… (Jn 16, 23-29)

Por ello, teniendo la confianza en Dios, en Jesucristo, nuestras plegarias serán escuchadas. Es Palabra de Jesucristo, y Él es fiel, es decir, cumple sus promesas.

(Tomás Cremades) 
comunidadmariamadreapostoles.com


miércoles, 28 de agosto de 2019

La voz del silencio



Es de todo punto necesario la vuelta al interior, entrar dentro de nosotros mismos, para que Dios nazca en el alma. Apremia lograr un fuerte impulso de recogimiento, recoger e introducir todas nuestras potencias, inferiores y superiores, y trocar la dispersión en concentración, pues, como dicen, la unión hace la fuerza. Cuando un tirador pretende golpe certero en el blanco cierra un ojo para fijarse mejor con el otro. Así el que quiera conocer algo a fondo necesita que todos sus sentidos concurran en un punto, dirigirlos al centro del alma de donde salieron.

Al encuentro del Señor

Así nos habremos dispuesto para salir al encuentro del Señor. Salgamos ahora fuera y avancemos por encima de nosotros mismos hasta Dios. Se necesita renunciar a todo querer, desear o actuar propio. Nada más que la intención pura y desnuda de buscar sólo a Dios, sin el mínimo deseo de buscarse a sí mismo ni cosa alguna que pueda redundar en su provecho. Con voluntad plena de ser exclusivamente para Dios, de concederle la morada más digna, la más íntima para que El nazca allí y lleve a cabo su obra en nosotros, sin sufrir impedimento alguno.

En efecto, para que dos cosas se fusionen es necesario que una sea paciente y la otra se comporte como agente. Únicamente cuando está limpio el ojo podrá ver un cuadro colgado en la pared o cualquier otro objeto. Imposible si hubiera otra pintura grabada en la retina. Eso mismo ocurre con el oído: mientras que un ruido le ocupa está impedido para captar otro. En conclusión, el recipiente es tanto más útil cuanto más puro y vacío.

A esto se refiere San Agustín cuando dice: "Vacíate para llenarte, sal para entrar". Y en otro lugar: "Oh tú, alma noble, noble criatura, ¿por qué buscas fuera a quien está plena y manifiestamente dentro de ti? Eres partícipe de la naturaleza divina ¿por qué, pues, esclavizarte a las criaturas? ¿Qué tienes tú que ver con ellas?".

Vacío y plenitud

Si de tal modo el hombre preparase su morada, el fondo del alma, Dios lo llenaría sin duda alguna, lo colmaría. Romperíanse, si no, los cielos para llenar el vacío.

La naturaleza tiene horror al vacío, dicen. ¡Cuanto más sería contrario al Creador y su divina justicia a abandonar a un alma así dispuesta!. Elige pues una de dos. Callar tú y hablar Dios o hablar tú para que El calle. Debes hacer silencio.
Entonces será otra vez pronunciada la palabra que tú podrás entender y nacer: Dios en el alma. En cambio, ten por cierto que si tú insistes en hablar, nunca oirás su voz. Lograr nuestro silencio, aguardando a la escucha del Verbo es el mejor servicio que le podemos prestar. Si sales de ti completamente, Dios de nuevo, se te dará en plenitud. Porque en la medida que tú sales, él entra. Ni más ni menos.

(Juan Tauler, o.p. (1300-1361))

martes, 27 de agosto de 2019

Desde nuestra libertad




Comienza la mañana, te hablo y tu compañía silenciosa, da paso a tu presencia.

Frente a mí, soplas y tu aire llena mis velas de amor para navegar por el mar de la Vida

Sé que, si te busco, si no pierdo tu mirada, todo mi día respirará ese amor porque Tú no puedes renunciar a quien eres.

Pero nos hiciste aves con las alas extendidas para que voláramos por el cielo de nuestra libertad.

Y el día pasa,  volamos en el aire de nuestros pensamientos que, a veces, tantas veces no son los tuyos. 

Tú nos miras, recordando nuestro encuentro esta mañana y nos dejas que volemos, que acertemos y que nos equivoquemos, que regresemos y te busquemos de nuevo, pero siempre desde nuestra voluntad, desde nuestra libertad.

Volar cada día con la huella de tu presencia en nuestro corazón, con el sonido de tu Palabra en nuestro interior. 

Explorar el mundo, descubrir la vida, actuar y ser para saber que, a nuestro regreso, estarás Tú aguardando nuestra vuelta.

Tú, esperando a escuchar nuestro paso por el mundo, nuestras idas y venidas, con las dos manos abiertas para poder recostarnos  y después de descansar, preparar juntos el vuelo que nos espera mañana. 

(Olga) 
comunidadmariamadreapostoles.com


lunes, 26 de agosto de 2019

La inteligencia y la sabiduría







En la actualidad se habla mucho de la inteligencia, y es hasta posible, que se confunda con la sabiduría. Un hombre sabio es un hombre inteligente y viceversa; o no. Pueden ser incluso conceptos antagónicos.

Incluso aparece la figura de la persona “lista”. Es tan rico nuestro lenguaje español, que varias ideas, cuando queremos expresarlas, encontramos palabras que nos pueden parecer sinónimas, y en realidad, no lo son. 

Hoy en día se habla de una “inteligencia artificial”, propia de la técnica actual, tan desarrollada…se habla de los teléfonos inteligentes…los ordenadores…las ondas que circulan por nuestro entorno. Y han sido descubiertas - no creadas, pues la Creación solo es de Dios-, por el hombre. Por el hombre que también es un ser “inteligente”.

La sabiduría es otra cosa; la sabiduría es hija de la Sabiduría, que con mayúscula, es un atributo de Dios. 

“…aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la Sabiduría que procede de Ti, será estimado en nada…” (Sb. 9)

Nos lo recuerda el Libro de la Sabiduría, atribuido al rey Salomón, erróneamente, pues éste fue posterior a la redacción del citado libro. Fue escrito probablemente por un judío helenizado en la segunda mitad del siglo I.

Es muy esclarecedor el libro de los Proverbios, que en su Capítulo 2 dice así:
“…Hijo mío: si aceptas mis palabras y retienes mis mandatos, prestando atención a la sabiduría, y abriendo tu mente a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia; si la buscas como al dinero, y la invocas como a un tesoro, entones comprenderás el temor de Yahvé y encontrarás el conocimiento de Dios.
Porque Yahvé es el que da la Sabiduría y de su boca brotan el saber y la prudencia…entonces comprenderás la justicia, el derecho y la rectitud…” (Pr 2,1-7., 9)

Al principio decía que un hombre sabio es un hombre inteligente o viceversa; o no. Y es que hay personas, que quizá no sepan ni leer, que tiene un don especial concedido por Dios, para ajustarse a Él; son los ”justos” del Evangelio, que “ajustan” su vida al Señor. No son los “sabios” de este mundo. Son los “anawin”, los pequeños de Dios.


(Tomás Cremades) 
comunidadmariamadreapostoles.com


domingo, 25 de agosto de 2019

Sospecha santa


por la puerta estrecha…

Nuestra vida es a veces una contradicción. Nos quejamos de casi todo pero no queremos nada mejor. Adormecemos nuestro corazón y nos tapamos los oídos para no escuchar llamada alguna que nos obligue a cambiar. Sería demasiado arriesgado. Todo antes que reflexionar en serio sobre nuestra vida. Todo antes que meditar sobre el sentido de lo que estamos viviendo.
Cada uno tiene sus propias excusas pero, en el fondo, las razones con que intentamos legitimar nuestra mediocridad son parecidas: todos hacen lo mismo, yo no puedo ser una excepción, me han enseñado a vivir así, es difícil vivir de otra manera, ¿qué puedo hacer?
Mientras tanto, cogidos por los afanes y preocupaciones de cada día, vamos alejándonos cada vez más de nuestro ser más hondo. Perdemos el sentido de lo que es importante y de lo que no es. Alimentamos lo que nos hace daño y no cuidamos lo que nos podría hacer vivir de manera digna y dichosa.
Poco a poco, caemos en la resignación: «yo soy así, eso es todo». Es verdad que sentimos un cierto malestar. No es sólo culpabilidad moral o conciencia de pecado. Es algo más profundo: infidelidad a nosotros mismos. Pero no nos atrevemos a pensar cómo podría ser nuestra vida si pudiéramos empezarla de nuevo. No queremos vivir con metas más elevadas.
Para iniciar un cambio de dirección en nuestra vida hemos de empezar por alimentar una sospecha santa: «Mi vida no ha terminado todavía, ¿por qué no puedo cambiar? Tal vez, me estoy perdiendo algo importante. Hay una felicidad que yo desconozco. Mi alma es más hermosa de lo que yo imagino. ¿Por qué no voy a saborear la vida de otra manera?»
Condicionados por una cultura que busca siempre el bienestar y la comodidad, no se nos hace fácil escuchar la invitación de Jesús a «entrar por la puerta estrecha». Nos parece un camino tenebroso y absurdo que sólo puede llevarnos a la infelicidad y la muerte. No es así. Jesús nos está llamando a una vida más responsables y digna. Un estilo de vivir que muchos rechazan, pero que conduce a la plenitud de la existencia.
Ed. Buenas Noticias


sábado, 24 de agosto de 2019

XXI Domingo Tiempo Ordinario






Primera lectura:
Is 66,18-21: De todos los países traerán a todos vuestros hermanos.
Salmo Responsorial:
Sal 116,1.2: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Segunda lectura:
Heb 12,5-7.11-13: El Señor reprende a los que ama.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas  13,22-30: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha.


El seguimiento de Jesús implica un firme compromiso y navegar contra corriente


Jesús continúa caminando hacia Jerusalén por una senda estrecha que lo llevará a su glorificación e invita a sus discípulos de todos los tiempos a seguirle con seriedad para poder compartir su gloria, cuya puerta es estrecha.

En tiempos de Jesús, lo mismo que ahora, no era infrecuente entre la gente piadosa preguntarse sobre el número de los que se salvan. La experiencia dice que son muchos los que viven ajenos a preocupaciones religiosas y que vivimos en un mundo donde reina la injusticia. Jesús no responde directamente a esta curiosidad sino que exhorta seriamente a la conversión, pues estamos en el plazo concedido gratuitamente para ello. Hay que esforzarse seriamente por entrar por la puerta que conduce a la salvación, pues es estrecha. Se habla de una sola puerta (con artículo determinado, la puerta) y ésta además es estrecha, lo que exige un esfuerzo y que se entra de uno en uno, es decir, por una decisión personal. Además el entrar no depende solo del hombre, sino también y especialmente del «amo de la casa», que a la luz del contexto es el propio Jesús. El amo la cerrará cuando lo determine libremente y ya no será posible la entrada. Entonces, cuando ya haya terminado el plazo de conversión,  no será posible la entrada y no valdrá apelar a que fueron oyentes de Jesús y compartieron con él comida y bebida.

A nivel histórico la frase se refiere a los contemporáneos de Jesús, pero Lucas piensa también en los cristianos de todos los tiempos que asisten a la Eucaristía y no se convierten. Jesús rechaza esta motivación, pues «No sé quiénes sois […] No sé de dónde sois ». Saber tiene un matiz volitivo, conocer con amor. No basta haber tenido una relación material con Jesús, es necesario que esa relación sea amistosa, entre personas que se aman mutuamente, lo contrario es una profanación, que Jesús rechaza con palabras del Sal 6,9: «Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad ».
 A continuación cambia la escena y se describe el banquete que tiene lugar en la sala de fiestas con Jesús y la situación dolorosa de los que quedan fuera. En la mesa del reino de Dios estarán sentados Abraham, Isaac y Jacob, los profetas y muchos gentiles de los cuatro puntos cardinales, mientras que los que no se han convertido quedarán fuera  con «llanto y el rechinar de dientes». Como consecuencia hay últimos, gentiles y pecadores que se han convertido, que serán primeros, y primeros que serán últimos y quedarán fuera, contemporáneos de Jesús y cristianos que no se convierten y no son reconocidos como tales por Jesús. Es el cumplimiento de la promesa recordada en la primera lectura de gentiles que vendrán de lejos a tomar parte del pueblo de Dios.

El seguimiento de Jesús es serio y exige navegar contra corriente contra las tendencias de la mayoría, lo que implica sufrimiento, paciencia y fortaleza. Es uno de los medios que emplea Dios, nuestro padre, para educarnos como hijos suyos (segunda lectura). Las dificultades hacen crecer la calidad de nuestra vida filial.

Esta invitación exigente a la conversión contrasta con los textos sobre la misericordia divina. Ambas afirmaciones son verdad y hay que mantenerlas en tensión permanente, evitando tanto el «compadreo» con Dios  como el temor terrorífico. Dios padre pide un amor serio, que se traduce en convertirse y en tomar en serio las palabras de Jesús.

En la celebración de la Eucaristía compartimos un adelanto sacramental del banquete final junto con los patriarcas y todos los elegidos. En él Jesús “predica en nuestras plazas y comemos y bebemos con él”, pero es necesario que nos unamos a su camino estrecho que lleva al Padre.


Dr. don Antonio Rodríguez Carmona

jueves, 22 de agosto de 2019

Jesús Presidente


                                     


                        
Genial, si fuera Presidente de mi País... Se quedaría el Congreso extasiado -sin mirar el móvil en Sus Sesiones Parlamentarias-. ¡Madre mía, cuánta elocuencia! 

Razón y Bien Decir en medio de tanta falacia de opositores sin Dios.   
   
Magistral, la oposición no sabría como revocar sus argumentos; porque otra cosa no sé, pero Hablar, Habla ex cátedra y hacer, hace lo que nadie es capaz. 

Rectitud, lógica y juicio. Nada de “buenismos”.  

Tendría millones de votos coherentes y no Le haría falta hacer coaliciones con nadie… Pero ¡Terribles adversarios!, hasta los escoltas huirían de pavor… Pero volverían.

Sus Leyes atraparían insurrectos, violentos y “progres” -enemigos de la concordia y la Paz-, construyendo por sí mismos con odio las pocilgas de sus estancias. Esto sucede cuando un Presidente de bien imparte implacable justicia.  

La maldad del adversario intentaría apartarLe con violencia en pos de la esclavitud, pobreza e ignorancia, para seguir existiendo. Pero ¡Ay! de aquellos, el lugar más frío y oscuro del “universo” les estaría esperando por culpables.
  
No, no eliminarían a un Personaje de tal talante -ya somos muchos para evitarlo-, pero pintadas en su Sede ¡Ni os cuento!, y Él les miraría con una cara… Que muchos abandonarían sus Escaños porque la mirada de un Presidente así, traspasa almas.

¡Yo soy de su Partido! Cuida la vida, imparte justicia, compensa el esfuerzo, te hace Libre, te entrega esperanza, defiende sus fronteras, enarbola su Bandera y sobre todo, ensalza el alma y la protege del enemigo.

¿Te apuntas?       

Emma Diez Lobo

domingo, 18 de agosto de 2019

FUEGO DE AMOR



                                                He venido a prender fuego…
Da miedo utilizar la palabra «amor». Ha quedado tan prostituida que el amor es hoy una especie de «cajón de sastre» en el que cabe todo: lo mejor y lo peor, lo más sublime y lo más mezquino. No digamos nada si hablamos de «caridad». Sin embargo, el amor verdadero está en la fuente de cuanto ilumina y enardece nuestro ser. El amor hace crecer, da vigor y sentido a nuestro vivir diario, nos recrea.
Cuando falta el amor, falta el fuego que mueve la vida. Sin amor la vida se apaga, vegeta y termina extinguiéndose. El que no ama se cierra y aísla cada vez más. Gira alocadamente sobre sus problemas y ocupaciones, queda aprisionado en las trampas del sexo, cae en la rutina del trabajo diario: le falta el motor que mueve la vida.
El amor está en el centro del evangelio, no como una ley a cumplir disciplinadamente, sino como un «fuego» que Jesús desea ver «ardiendo» sobre la tierra más allá de la pasividad, la mediocridad o la rutina del buen orden. Según el profeta de Galilea, Dios está cerca buscando hacer germinar, crecer y fructificar el amor y la justicia del Padre. Esta presencia del Dios amante que no habla de venganza sino de amor apasionado y de justicia fraterna es lo más esencial del Evangelio.
Jesús sentía esta presencia secreta en la vida cotidiana: el mundo está lleno de la gracia y del amor del Padre. Esa fuerza creadora es como un poco de levadura que ha de ir fermentando  la masa, un fuego encendido que ha de hacer arder al mundo entero. Jesús soñaba con una familia humana habitada por el amor y la sed de justicia. Una sociedad buscando apasionadamente una vida más digna y feliz para todos.
El gran pecado de los discípulos de Jesús será siempre dejar que el fuego se apague. Sustituir el ardor del amor por doctrina religiosa, el orden o el cuidado del culto; reducir el cristianismo a una abstracción revestida de ideología; dejar que se pierda su poder transformador. Sin embargo, Jesús no se preocupó primordialmente de organizar una nueva religión ni de inventar una nueva liturgia, sino que alentó un «nuevo ser» (Tillich), el  alumbramiento de un nuevo hombre movido radicalmente por el fuego del amor y de la justicia.
Quien no se ha dejado quemar o calentar por ese fuego no conoce todavía lo que Jesús quiso traer a la tierra. Practica la religión pero no ha descubierto lo más apasionante del mensaje evangélico.
Ed. Buenas Noticias


sábado, 17 de agosto de 2019

XX Domingo Tiempo Ordinario




Primera lectura:
Jer 38,4-6.8-10: Me has engendrado para pleitear para todo el país.
Salmo Responsorial:
 Sal 39,2.3.4.18: Señor, date prisa en socorrerme.
Segunda lectura:
Hebr 12,1-4: Corramos con perseverancia en la carrera que nos toca.
Evangelio:
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12,49-53: No he venido a traer paz sino división.


El cristiano ha de ser constructor de la paz y esto implica luchar contra las paces injustas y el ser perseguido

Jesús ha venido a traer la verdadera paz, creando la verdadera armonía entre todas las personas. El hebreo chalom, paz, significa etimológicamente armonía, orden, salud (pues hay salud cuando cada miembro del organismo actúa armónicamente con relación con los demás). Un sentido secundario es tranquilidad, fruto de la armonía entre todos los miembros.

Jesús, muriendo y resucitando, ha creado la verdadera paz, pues ha establecido la debida armonía entre el hombre y todos los seres: con Dios, pues nos ha hecho hijos; entre nosotros, pues nos ha hecho hermanos: con las cosas, pues las ha ordenado al bien de los hombres como medios para realizarnos. Por ello para el cristiano la paz no es una teoría ni un libro, sino una persona: Él es nuestra paz (Ef 2,14).

Por el bautismo nos unimos a Jesús y así recibimos radicalmente el don de la paz, en él somos hijos de Dios y hermanos entre nosotros, estamos radicalmente pacificados, con una vida con sentido.

Pero la paz traída por Jesús rompe la falsa paz-tranquilidad existente en el mundo, fundada en el egoísmo y en el poder de unos pocos, y que se traduce en opresión, hambre, miseria, dolor y muerte. Este es el sentido de las palabras de Jesús: la verdadera paz que él trae rompe la falsa paz-tranquilidad existente y, como consecuencia los que crean y se benefician de este desorden se alzaron contra él y se alzarán contra sus seguidores que continúan su obra.

La paz es un don de Dios que se nos da en Cristo por medio del Espíritu, uno de cuyos frutos es la paz (Gal 5,22), pero es también una tarea que hay que realizar. Por ello en las bienaventuranzas se felicita a los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). Hay que trabajar por la paz verdadera, luchando contra la falsa paz-tranquilidad existente en el orden-desorden mundial tanto en el aspecto político como en el económico: hambre en el mundo, explotación laboral, muerte de inocentes… La consecuencia será la persecución, compartiendo la suerte de Jesús. La primera lectura recuerda la persecución del profeta Jeremías por su predicación de la verdadera paz en nombre de Dios, mensaje contrario a la política oficial de los gobernantes y poderosos de su tiempo. El cristiano que trabaja por la paz ha de ser consciente de su suerte y ha de estar preparado a sufrir con paciencia: corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo (segunda lectura).

Trabajar por la paz implica tener una postura activa en política, que no consiste en pertenecer a un partido político, que también, sino en estar informado de todo lo que sucede, tomar parte activa en la denuncia de toda injusticia y colaborar en la solución de los desórdenes sociales por medios no violentos activos. Vivimos en tiempos de descrédito de la política, sin embargo la democracia es lo mejor dentro de lo peor, que sería una dictadura como alternativa. La persona que “no quiere saber nada de política” es el mejor abono para que prospere la corrupción política, pues con su pasividad está permitiendo que otros continúen con sus abusos.

En la celebración de la Eucaristía compartimos la muerte de Jesús y nos alimentamos para seguir luchando y poder compartir también su resurrección.

Dr. don Antonio Rodríguez Carmona