Primera lectura:
Eclo 3,17-18.20.29-29: Hazte pequeño y alcanzarás el
favor de Dios.
Salmo Responsorial:
Sal 67,4-5ac.6-7ab.10-11: Preparaste, oh Dios, casa
para los pobres.
Segunda lectura:
Heb 12,18-19.22-24a: Os habéis acercado al monte
Sión, ciudad del Dios vivo.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
14,1.7-14: El que se enaltece será humillado y el que humilla será enaltecido.
Humildad y gratuidad en el
seguimiento de Jesús
El Evangelio recuerda que Jesús
aceptó la invitación a comer que le hizo un fariseo importante del pueblo. Ha
venido a buscar y salvar al hombre y por ello está abierto a todos, ricos y
pobres, y siempre con una actitud evangelizadora, como reflejan estas
enseñanzas a propósito de lo que estaba viendo: “Notando que los invitados
buscaban los primeros puestos”... En este contexto exhorta a la humildad y la
gratuidad, necesarias para seguirle en el camino.
Humildad es la verdad, es decir,
reconocer nuestra realidad personal y actuar conforme a ella, ni más (orgullo,
soberbia) ni menos (complejos de inferioridad). Humanamente es importante vivir
en la propia verdad, de acuerdo con las cualidades y posibilidades que tenemos,
para poder realizarnos plena y gozosamente; hay quien se siente fracasado y
triste por situarse en la mentira, con un vestido que le viene demasiado ancho.
Inseparable del reconocimiento de las propias cualidades es el reconocimiento
del aprecio que se nos debe por ello. En este punto lo decisivo no es el
aprecio que cada uno tenga de sí mismo sino el que tengan los demás a la luz de
las cualidades que vean en nosotros y de nuestro comportamiento. En la parábola
el que se sienta en los primeros puestos tiene una excesiva estima de sí mismo,
pero el que decide el puesto es el que invita a la comida, que le manda
retroceder
.
Si es importante la humildad en la
convivencia humana normal, igualmente lo es
en la comunidad eclesial, cuya ley fundamental es el amor y el servicio.
El papel del discípulo es el de Jesús, que en la Última Cena presidió y lavó
los pies de los discípulos a la vez. Aquí cada uno debe esforzarse en vivir en
la verdad, de acuerdo con los carismas que ha recibido para servir y no para presumir o recibir honores. El orgullo ha
sido causa de muchas desgracias en la Iglesia desde el primer momento, como
atestigua Pablo: «No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros,
envidiándonos unos a otros... Pues si alguien cree ser algo, no siendo nada, se
engaña a sí mismo. Que cada uno examine su propio comportamiento; el motivo de
satisfacción lo tendrá entonces en sí mismo y no en relación con los otros.
Pues cada cual carga con su propio fardo» (Gal 5,26-6,5).
En esta línea nos invita a la
humildad la primera lectura: «Hijo mío, en tus asuntos
procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en
las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la
misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes». Jesús profundiza
esta idea cuando afirma que Dios se complace en revelar sus secretos a los
humildes (Mt 11,25) y, como consecuencia, invita a tener corazón de niño para
entrar en el Reino (Mt 19,13-15), es decir, ser personas que reconocen sus
limitaciones con naturalidad y saben depender con naturalidad: La
autosuficiencia orgullosa aparta de Dios y de los hombres.
En el tiempo de la nueva
evangelización Jesús nos invita a una humildad radical y a no buscar oropeles
personales. Debemos recitar con frecuencia el sal 130: Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros, no pretendo
grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como
un niño en brazos de su madre...
Junto a la humildad Jesús exhorta
a la gratuidad, tan necesaria en la cultura utilitarista y de consumo que
vivimos en que se mide a las personas por lo que tienen y pueden dar. La
gratuidad es fruto inseparable del amor. El que da gratuitamente no espera
recibir nada como contraprestación; da porque reconoce la dignidad del otro y
lo estima. Dios nos ha dado a todos gratuitamente la vida, a todos nos ha
hechos hijos suyos y hermanos entre nosotros. Como somos limitados, nos manda
que nos ayudemos y completemos nuestras deficiencias en un contexto de amor. En
este contexto es legítimo el comercio e intercambio de bienes justo, pero
viendo siempre en el otro un hermano. Y como desgraciadamente hay hermanos que
no tienen medios para intercambiar, se nos manda ejercer la gratuidad con ellos.
En la medida de sus posibilidades, el discípulo de Jesús ha de ejercer la
gratuidad en las diversas facetas de su vida. La Iglesia debe ser signo de la
gratuidad de Dios.
La segunda lectura nos recuerda
que somos miembros de una caravana cuya cabeza, Jesús, ya ha llegado a la meta
y está intercediendo por nosotros. Humildad y gratuidad son necesarias para
caminar hacia la meta, que vale la pena.
En la celebración de la Eucaristía
Jesús nos vuelve a recordar a los que estamos a su mesa que imitemos su humildad
y gratuidad. La Eucaristía supone humildad y gratuidad y la alimenta.
Dr. don Antonio Rodríguez Carmona