Es de todo
punto necesario la vuelta al interior, entrar dentro de nosotros mismos, para
que Dios nazca en el alma. Apremia lograr un fuerte impulso de recogimiento,
recoger e introducir todas nuestras potencias, inferiores y superiores, y trocar
la dispersión en concentración, pues, como dicen, la unión hace la fuerza.
Cuando un tirador pretende golpe certero en el blanco cierra un ojo para
fijarse mejor con el otro. Así el que quiera conocer algo a fondo necesita que
todos sus sentidos concurran en un punto, dirigirlos al centro del alma de
donde salieron.
Al encuentro del Señor
Así nos
habremos dispuesto para salir al encuentro del Señor. Salgamos ahora fuera y
avancemos por encima de nosotros mismos hasta Dios. Se necesita renunciar a
todo querer, desear o actuar propio. Nada más que la intención pura y desnuda
de buscar sólo a Dios, sin el mínimo deseo de buscarse a sí mismo ni cosa
alguna que pueda redundar en su provecho. Con voluntad plena de ser
exclusivamente para Dios, de concederle la morada más digna, la más íntima para
que El nazca allí y lleve a cabo su obra en nosotros, sin sufrir impedimento
alguno.
En efecto, para
que dos cosas se fusionen es necesario que una sea paciente y la otra se
comporte como agente. Únicamente cuando está limpio el ojo podrá ver un cuadro
colgado en la pared o cualquier otro objeto. Imposible si hubiera otra pintura
grabada en la retina. Eso mismo ocurre con el oído: mientras que un ruido le
ocupa está impedido para captar otro. En conclusión, el recipiente es tanto más
útil cuanto más puro y vacío.
A esto se
refiere San Agustín cuando dice: "Vacíate para llenarte, sal para
entrar". Y en otro lugar: "Oh tú, alma noble, noble criatura, ¿por
qué buscas fuera a quien está plena y manifiestamente dentro de ti? Eres
partícipe de la naturaleza divina ¿por qué, pues, esclavizarte a las criaturas?
¿Qué tienes tú que ver con ellas?".
Vacío y plenitud
Si de tal modo
el hombre preparase su morada, el fondo del alma, Dios lo llenaría sin duda
alguna, lo colmaría. Romperíanse, si no, los cielos para llenar el vacío.
La naturaleza
tiene horror al vacío, dicen. ¡Cuanto más sería contrario al Creador y su
divina justicia a abandonar a un alma así dispuesta!. Elige pues una de dos.
Callar tú y hablar Dios o hablar tú para que El calle. Debes hacer silencio.
Entonces será
otra vez pronunciada la palabra que tú podrás entender y nacer: Dios en el
alma. En cambio, ten por cierto que si tú insistes en hablar, nunca oirás su
voz. Lograr nuestro silencio, aguardando a la escucha del Verbo es el mejor
servicio que le podemos prestar. Si sales de ti completamente, Dios de nuevo,
se te dará en plenitud. Porque en la medida que tú sales, él entra. Ni más ni
menos.
(Juan Tauler, o.p. (1300-1361))
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