Primera lectura:
Sab 18,6-9: Con una misma acción castigabas a los
enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti.
Salmo Responsorial:
Sal 32,1.12.18-19.20.22: Dichoso el pueblo que el Señor
se escogió como heredad.
Segunda lectura:
Hebr
11,1-2.18-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
12,32-48: Vigilad. Estad preparados.
Vigilad, sed responsables.
El Evangelio de hoy está
compuesto de tres parábolas sobre la vigilancia, que pronunció Jesús en
diversas ocasiones y que san Lucas ha reunido aquí en este texto. Las dos
primeras hablan de vigilancia de forma genérica, la tercera de forma
específica, referida a nuestra
responsabilidad sobre las personas que nos han encomendado.
El hombre es imagen de Dios porque es inteligente y
libre. Capacitado de esta forma, Dios ha puesto toda la creación en sus manos,
pero no como dueño absoluto, sino como administrador que tiene que darle cuenta
de su administración de todos los bienes recibidos. Al final de nuestra vida
tenemos que dar cuenta de todos los dones que hemos recibido en administración,
de la vida y del uso que hemos hecho de ella, de las capacidades recibidas y
del uso que hemos hecho de ellas. Como no sabemos cuándo será este momento de
dar cuenta, la palabra de Dios nos invita a estar siempre preparados,
vigilando, pues no sabemos el día ni la
hora.
Pero no se trata solo de este último examen final
sino de otra serie de visitas intermedias que nos hace el Señor resucitado y
para las que debemos vivir vigilantes para recibirlo adecuadamente. En nuestras administraciones, por ejemplo, en
la inspección de Hacienda, hay inspecciones fijas, que se realizan en una fecha
determinada, y otras imprevistas, por lo cual hay que estar siempre preparados.
Lo mismo sucede en nuestra vida cristiana, hay inspecciones fijas en que damos
cuenta de nuestra administración de los bienes recibidos de Dios, como cuando
nos confesamos, pero hay también inspecciones imprevistas para las que hay que
estar siempre preparados para recibir adecuadamente al que viene a
inspeccionar.
Vigilar es ser plenamente consciente de la situación
en que me encuentro, con los cinco sentidos despiertos, de forma que pueda
saber dónde estoy, a dónde me dirijo, qué hago, qué sentido tiene mi vida. Hay
realidades que favorecen la vigilancia, como la oración y la palabra de Dios, y
otras que la dificultan e impiden, como la inquietud por las riquezas que
ciegan y ensordecen (recordar el Evangelio del domingo anterior), vivir para el
placer o la propia gloria… cf. Lc 21,34-36.
La vigilancia de que hablan las parábolas se
refieren en concreto a la espera de un señor. El cristiano tiene que estar con
los cinco sentidos despiertos a la espera del Señor. En el bautismo fuimos
injertados en él y nuestra tarea a partir de ese momento es crecer en él, configurarnos con él. Esto
lo realizamos acogiéndolo todas las veces que viene a nuestro encuentro tanto en actos religiosos (Eucaristía,
oración) como profanos, a través de personas y acontecimientos que requieren
nuestro servicio gratuito y por amor. Jesús viene a nuestro encuentro por medio
de personas que requieren nuestra ayuda
espiritual o material, por medio de acontecimientos y necesidades sociales que
exigen nuestra colaboración, por medio de signos
de los tiempos que piden que los examinemos y escuchemos lo que él nos
quiere decir… Y todo esto exige vivir vigilantes, estar despiertos para recibir
a Jesús y crecer en el amor. Todos ellos son como una preparación del último
encuentro.
Vigilar de forma específica es servir a los hermanos a cuyo servicio
hemos sido puestos: el sacerdote sobre su comunidad, el catequista sobre su
grupo, el padre y madre de familia sobre sus hijos, el patrono sobre sus
obreros… Vigilar es recordar
constantemente que se ocupa un puesto de servicio, lo que implica que uno está
subordinado a las necesidades de cada una de las personas encomendadas,
con ojos y oídos abiertos para conocer
cuáles son sus necesidades reales y poder satisfacerlas, como Jesús que vino a
servir y no a ser servido (Mc 10,45). Jesús recuerda hoy la responsabilidad que
hemos contraído con los bienes recibidos y tareas encomendadas, de todos hemos
de dar cuenta, pues de todos somos administradores. Al que más se le dio, más
se le exigirá. Por todo ello es fundamental vivir despiertos y vigilantes.
Celebrar la Eucaristía es unirse a Jesús, el que veló para hacer en
cada momento la voluntad del Padre.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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