miércoles, 31 de enero de 2018

Los mágicos de Dios

                                                                                      
Son mágicos, son sacerdotes de Dios para nosotros. Es genial. No sabe el mundo la suerte del que es y se hace cristiano católico, no, no tiene ni idea.

Todos diferentes y todos en Dios ¿Os acordáis cuando nadie reconoció a Jesús después de su Resurrección? Pues ahora, lo mismo, ni Jesús se parecía entonces, ni los sacerdotes “se parecen a las estampas de Jesús”. Pero amigo, cuando nos Hablan, Jesús nos vuelve a Hablar.   

Ellos son llamados a la puerta de sus almas y Le siguen sabiendo que hasta la muerte actuarán en su Nombre. Son libres en su decisión y el que dice SÍ, será para siempre porque es Dios quien decidió llamarle.

Es cierto que hay quienes empiezan y no son “perpetuos”, simplemente equivocaron la llamada Divina, ellos creían… Pero no era así.  

Seguir la vida de Cristo, no es fácil, nada fácil y sufren muchísimo, pero la Gracia y el Espíritu Santo hacen una labor fantástica; al final, no cambiarían su vida por nada. 
     
Hace 2000 años Jesús eligió a 12 hombres, hoy escoge a más de 12. No son hombres iluminados ni tienen visiones celestiales, son como cualquiera de nosotros, y a veces “hailos” que hasta Le pueden traicionar, igual que entonces.   
Siempre habrá Judas, Pedros, Bartolomés y Paulos de Tarso, todos llamados para salvarnos del infierno. Así lo dispuso Dios. Tú, yo y un montón más, somos “ayudantes” gracias a ellos.

Es genial pertenecer a esa Empresa. Lo mejor es el sueldo con unas subidas de 70 veces 7 por %. En fin una barbaridad y eso que muchos son y somos pensionistas… Aquí en la tierra me han subido 1€ al mes ¡jajaja, qué ridículo!, claro, es que son terrícolas y no deben estar en la Empresa de Dios…

Emma Díez Lobo 



martes, 30 de enero de 2018

Siem­pre mos­tran­do la cer­ca­nía de Dios a los hom­bres




Aca­ba­mos de ce­le­brar la Se­ma­na de Ora­ción por la Uni­dad de los Cris­tia­nos con la con­vic­ción ab­so­lu­ta de que so­la­men­te el Se­ñor tie­ne fuer­za para re­unir­nos y unir­nos a to­dos. Por eso el lema de este año ha sido Fue tu dies­tra quien lo hizo, Se­ñor, res­plan­de­cien­te de po­der (Ex 15, 16). El Se­ñor quie­re que es­te­mos uni­dos, ya que así ha­re­mos creí­ble a quien anun­cia­mos que es el mis­mo Je­su­cris­to. He­mos de mos­trar la cer­ca­nía de Dios a los hom­bres ma­ni­fes­ta­da y re­ve­la­da por Je­su­cris­to. La evan­ge­li­za­ción, el anun­cio de Cris­to, nos está pi­dien­do la uni­dad. Os in­vi­to a vi­vir mos­tran­do la cer­ca­nía de Dios al hom­bre.

El papa Pa­blo VI afir­ma­ba que «evan­ge­li­zar es, ante todo, dar tes­ti­mo­nio, de una ma­ne­ra sen­ci­lla y di­rec­ta, de Dios re­ve­la­do por Je­su­cris­to me­dian­te el Es­pí­ri­tu San­to. Tes­ti­mo­niar que ha ama­do al mun­do en su Hijo» (EN 26). No se tra­ta de trans­mi­tir una doc­tri­na, sino de anun­ciar a Je­su­cris­to, de dar a co­no­cer el mis­te­rio de su per­so­na y de su amor. ¿Qué es lo que su­ce­de en ese pa­sa­je del Evan­ge­lio en el que el cie­go pide al Se­ñor ver? Algo muy sen­ci­llo y muy nor­mal, que acon­te­ce to­dos los días en nues­tra vida. Al bor­de del ca­mino hay un hom­bre cie­go (la ce­gue­ra no so­la­men­te es la fí­si­ca) que está pi­dien­do, fal­to de vida y de ver­dad, pero nin­guno de los que pasa a su lado le da lo que más ne­ce­si­ta: el amor, la cer­ca­nía, la com­pren­sión para sa­lir de la an­gus­tia, la des­es­pe­ran­za y la de­silu­sión, en­con­trar apo­yo en los de­más… Esta ham­bre so­la­men­te la pue­de qui­tar Dios. ¡Qué be­lle­za tie­ne la Igle­sia cuan­do la con­tem­pla­mos des­de la mi­sión que le ha dado Cris­to! Sea­mos Él en me­dio de los hom­bres. ¡Qué im­por­tan­te fue para aquel cie­go que hu­bie­se al­guien que le di­je­se con cla­ri­dad: «Pasa Je­sús el Na­za­reno»! En nues­tra vida es muy im­por­tan­te que exis­ta gen­te que nos re­cuer­de que el Se­ñor está a nues­tro lado, que Dios no es un ex­tra­ño a la vida y a la his­to­ria per­so­nal y co­lec­ti­va de cada ser hu­mano.

En el mo­men­to his­tó­ri­co que vi­vi­mos, tie­ne una im­por­tan­cia ca­pi­tal que haya hom­bres y mu­je­res que nos mues­tren con sus vi­das el ros­tro del Se­ñor. Quien se en­cuen­tra con Cris­to, tie­ne que sa­lir a anun­ciar­lo, va uni­do. En­cuen­tro y mi­sión son in­se­pa­ra­bles, como se ve en esa pá­gi­na del Evan­ge­lio de san Ma­teo (Mt 20, 19-23).
Vi­vi­mos un mo­men­to ex­tra­or­di­na­rio de la hu­ma­ni­dad, en el que se per­ci­be la ne­ce­si­dad que tie­nen los hom­bres del Dios vivo y ver­da­de­ro. Por no­so­tros mis­mos no lo­gra­mos lo más ne­ce­sa­rio para vi­vir como her­ma­nos, aflo­ran egoís­mos tre­men­dos en la vida de las per­so­nas que mi­ran más para sí mis­mas y ol­vi­dan a los de­más. Cada dis­cí­pu­lo de Cris­to sabe que su mi­sión es ha­cer ver­dad el man­da­to de Cris­to: «Se­réis mis tes­ti­gos». Se tra­ta de ser tes­ti­go de Cris­to y, por ello, mi­sio­ne­ro como Él, es­tar en me­dio de los hom­bres, lle­var la Bue­na No­ti­cia a to­dos los lu­ga­res… He­mos de pre­gun­tar­nos sin mie­dos: ¿soy cau­ce para que otros pue­dan co­no­cer y en­con­trar­se con el Se­ñor?, ¿in­for­mo con mi vida y mis obras que Él pasa por aquí con obras y pa­la­bras?, ¿doy a co­no­cer con mi modo de es­tar en me­dio de esta his­to­ria que Dios pasa por aquí y que está al lado del hom­bre?
En nues­tro mun­do se si­gue ma­ni­fes­tan­do ese con­flic­to en­tre dos amo­res del que ha­bla­ba san Agus­tín: el amor de Dios lle­va­do has­ta el des­pre­cio de sí, y el amor de sí mis­mo lle­va­do has­ta el des­pre­cio de Dios (Cfr. S. Agus­tín, De Ci­vi­ta­te Dei, XIV, 28: CSEL 40, II, 56s.). A no­so­tros los cris­tia­nos, eso nos lle­va a te­ner más con­cien­cia de la mi­sión y de la ne­ce­si­dad de vi­vir lo que el Papa Fran­cis­co nos in­vi­ta a ha­cer en la ex­hor­ta­ción apos­tó­li­ca Evan­ge­lii Gau­dium, don­de «se­réis mis tes­ti­gos» tie­ne un nom­bre: ser «dis­cí­pu­los mi­sio­ne­ros» para «lle­var la ale­gría del Evan­ge­lio».
Los tes­ti­gos de Cris­to, que son dis­cí­pu­los mi­sio­ne­ros y que sa­len al mun­do, tie­nen el atre­vi­mien­to de de­cir a los hom­bres que se en­cuen­tran por el ca­mino: «¿Qué quie­res que haga por ti?». Con sus vi­das ga­ran­ti­zan que los de­más son más im­por­tan­tes que uno mis­mo. El Papa Fran­cis­co nos se­ña­la tres as­pec­tos que es ne­ce­sa­rio in­cor­po­rar en la ac­ción pas­to­ral de la Igle­sia para ha­cer lle­gar la ale­gría del Evan­ge­lio:
1. Je­su­cris­to nos apre­mia a que la Igle­sia se arries­gue a sa­lir de sí mis­ma, a te­ner y vi­vir celo apos­tó­li­co: cuan­do el Papa nos dice que sal­ga­mos a las pe­ri­fe­rias geo­grá­fi­cas y exis­ten­cia­les, nos está in­vi­tan­do a sa­lir a las pe­ri­fe­rias del mis­te­rio del pe­ca­do, del do­lor, de las in­jus­ti­cias, de la ig­no­ran­cia, del pen­sa­mien­to, a toda mi­se­ria, la más gran­de es des­co­no­cer a Dios.
2. Je­su­cris­to nos apre­mia a des­cu­brir que cuan­do la Igle­sia no sale de sí y es re­fe­ren­te de sí mis­ma, en­fer­ma: de­je­mos en­trar a Je­su­cris­to en nues­tras vi­das; en el li­bro del Apo­ca­lip­sis se nos dice así de Je­sús: «Es­toy a la puer­ta y lla­mo». Es ver­dad que se re­fie­re al he­cho de que Je­sús des­de fue­ra lla­ma a la puer­ta para po­der en­trar, pero yo qui­sie­ra re­fe­rir­lo a cómo tam­bién Je­sús des­de den­tro nos está pi­dien­do sa­lir, que de­je­mos la au­to­rre­fe­ren­cia­li­dad. Avan­zar en el ca­mino de una con­ver­sión pas­to­ral y mi­sio­ne­ra no pue­de de­jar las co­sas igual. No bas­ta la ges­tión, pues cons­ti­tuir­se en un es­ta­do per­ma­nen­te de mi­sión es en­trar en las en­tra­ñas de lo que el Se­ñor quie­re de la Igle­sia. Bus­car a to­dos los hom­bres, en­trar en to­das las si­tua­cio­nes en las que es­tén y vi­van, es nues­tra mi­sión.
3. Je­su­cris­to nos apre­mia a de­jar de vi­vir de la mun­da­ni­dad es­pi­ri­tual: nun­ca vi­va­mos para dar­nos glo­ria los unos a los otros, vi­vi­mos para anun­ciar a Je­su­cris­to. El Se­ñor nos lla­mó a la per­te­nen­cia ecle­sial para sa­lir y en­tre­gar su ros­tro, acer­car­lo a to­dos los hom­bres y en to­das las si­tua­cio­nes. La Igle­sia se hace mun­da­na cuan­do vive en sí mis­ma, para sí mis­ma, des­de sí mis­ma. ¡Qué pa­la­bras las del Papa Fran­cis­co: «Os ex­hor­to a im­pul­sar un pro­ce­so de­ci­di­do de dis­cer­ni­mien­to, pu­ri­fi­ca­ción y re­for­ma»! No bas­ta ese «siem­pre se ha he­cho así» del que nos ha­bla el Papa. Tam­po­co la re­for­ma de es­truc­tu­ras por ha­cer­la, ya que sin con­ver­sión pas­to­ral no se vol­ve­rán más mi­sio­ne­ras. La au­da­cia, la crea­ti­vi­dad, re­pen­sar ob­je­ti­vos, es­ti­los y mé­to­dos, la bús­que­da co­mu­ni­ta­ria de los me­dios para que no se que­de todo en fan­ta­sía, son ne­ce­sa­rios. Es im­por­tan­te no ca­mi­nar so­los, he­mos de con­tar con los her­ma­nos y con quie­nes tie­nen la mi­sión de pre­si­dir la co­mu­ni­dad, para así po­der ha­cer­lo todo des­de un sa­bio y rea­lis­ta dis­cer­ni­mien­to pas­to­ral.

Te­ne­mos que apren­der de nues­tro Se­ñor Je­su­cris­to cómo Él se em­pe­ñó en ser Evan­ge­lio para los hom­bres. Un tri­ple amor ma­ni­fes­tó en su vida: con su Pa­la­bra, con sus dis­cí­pu­los, con el mun­do. Este amor tri­ple tie­ne que ser el ma­nan­tial de don­de sur­ja todo nues­tro em­pe­ño evan­ge­li­za­dor: amor a la Pa­la­bra de Dios, amor a la Igle­sia y amor al mun­do. Y ello por­que, a tra­vés de la Pa­la­bra, Cris­to se nos da a co­no­cer en su Per­so­na, en su vida, en su doc­tri­na; por­que al lla­mar­nos a la per­te­nen­cia ecle­sial ha que­ri­do con­tar con no­so­tros para se­guir mos­tran­do su ros­tro, y por­que desea que ha­ga­mos vida lo que Él nos dice: «He ve­ni­do no para con­de­nar al mun­do sino para sal­var­lo». So­la­men­te la Pa­la­bra pue­de cam­biar el co­ra­zón del hom­bre, aco­ja­mos a Cris­to con el mis­mo de­seo que el cie­go te­nía de es­tar al lado de Je­sús: «En­ton­ces em­pe­zó a gri­tar: ¡Je­sús, hijo de Da­vid, ten com­pa­sión de mí!».
Con gran afec­to, os ben­di­ce,
+ Car­los Card. Oso­ro, ar­zo­bis­po de Ma­drid



lunes, 29 de enero de 2018

Traición


     


                                                                      
Cuando “decides” que Jesús es tu vida y a Él te entregas… Qué triste Señor que te vuelvan a traicionar ¡Oh Judas! Ni tu vil recuerdo hace cambiar la mente de muchos.   

¿Cómo es posible la traición? Lo es una y mil veces. Ya el pecado no es simplemente pecado sino traición apostólica: Dinero, placeres, vanidad… La vida a pesar de su “corto tiempo”, siempre querrá llevarte por donde no debes y más aún si eres de Dios. Es lo que tiene ser de Dios, te dedicas a Él y el maligno se dedica a ti…  Entonces, cierra los ojos, apartarte del mundanal ruido y ORA, ORA sin parar; no hay mejor imagen y ejemplo que la de Jesús en el desierto… Vencerás, venceremos.

Jesús oraba todos los días y lograba el triunfo. Los Judas, no lo hacen y “se van” con el maligno, ellos lo saben… Unos se arrepentirán y otros arrastraran con ellos almas débiles en la fe. ¡Una tenebrosa desgracia!

Se crucifica a Dios cada día con pecados y traición. Me da una pena terrible: Por Él, porque vino a salvarnos de la condena; por nosotros, porque podemos elegirla por incrédulos.

No quiero pensar en los Judas que juraron fidelidad a Dios; pero hasta el último segundo de vida, confesando la miseria, actúa la Misericordia.

Fortalezcamos el alma y no habrá traición aunque sí pecado, porque a por pecadores pasó por la tierra. “No necesitan médico los sanos…” (Mateo 9,9-13).

Recemos mucho por los ministros de Dios y por la fe.


Emma Díez Lobo

domingo, 28 de enero de 2018

Vol­ver a lo co­ti­diano





Tras el via­je apos­tó­li­co del Papa a Perú, en el que pude re­pre­sen­tar a la Con­fe­ren­cia Epis­co­pal es­pa­ño­la, vol­ve­mos al tra­jín de lo co­ti­diano don­de nos es­pe­ran las mis­mas co­sas que de­ja­mos, qui­zás aho­ra vi­vi­das de otra ma­ne­ra por la gra­cia re­ci­bi­da en unos días que siem­pre re­cor­da­re­mos. Que­dan atrás es­tos cua­tro días de una in­men­sa in­ten­si­dad en don­de he po­di­do asis­tir en pri­me­ra lí­nea a algo que te toca el co­ra­zón y te hace pre­gun­tas que no pue­des ro­dear ni ma­qui­llar. En pri­mer lu­gar, la fuer­za que tie­ne la fe, aun­que tan­tas ve­ces sea una creen­cia in­ma­du­ra, par­cial. La mi­ra­da no sabe ni pue­de de­jar de aso­mar­se a un ho­ri­zon­te de es­pe­ran­za para el que na­ci­mos, en don­de to­das nues­tras jus­tas in­quie­tu­des en­cuen­tran de Je­sús la más inau­di­ta e in­me­re­ci­da res­pues­ta. Así pasó hace dos mil años cuan­do el Se­ñor fue via­je­ro que iba con­ta­gian­do su Bue­na No­ti­cia a tan­ta gen­te za­ran­dea­da por la vida y por la muer­te, ante to­das las pe­nu­rias de tan­tas ma­ne­ras. He vis­to la fe de un pue­blo sen­ci­llo, una fe más gran­de que to­das nues­tras in­cohe­ren­cias jun­tas, in­fi­ni­ta­men­te ma­yor que nues­tros pe­ca­dos cua­les­quie­ra. Es­tos hom­bres y mu­je­res, ni­ños y adul­tos, jó­ve­nes y an­cia­nos, pe­dían la ben­di­ción de Dios por do­quie­ra que fue­ras, la ben­di­ción de Dios, sí… aun­que ésta les lle­ga­se por tus ma­nos.

En segun­do lu­gar, he vis­to cómo que­da una he­ren­cia evan­ge­li­za­do­ra y cul­tu­ral de pri­mer ran­go, cuan­do du­ran­te si­glos lle­va­ron ade­lan­te una pre­cio­sa la­bor tan­tos hom­bres y mu­je­res que ha­bien­do de­ja­do pa­tria, fa­mi­lia, casa y ha­cien­da, se alle­ga­ron a es­tas tie­rras, se en­tre­ga­ron a es­tas gen­tes. Sin más pago que la ale­gría del Evan­ge­lio sem­bra­ron de es­pe­ran­za los sur­cos de los co­ra­zo­nes. Nues­tros mi­sio­ne­ros se de­ja­ron su vida y su tiem­po para anun­ciar la más be­lla Bue­na No­ti­cia, de­fen­dien­do los de­re­chos de Dios y los de sus hi­jos que siem­pre se­rán nues­tros her­ma­nos.

En ter­cer lu­gar, me vuel­vo a con­mo­ver ante el mes­ti­za­je de Dios: Él es in­dí­ge­na, es cho­lo, ha­bla que­chua, y le gus­ta la mi­ra­da lim­pia de es­tos oji­tos acei­tu­na­dos, y el co­lor de su piel mo­re­na y co­bri­za, y sus dan­zas vis­to­sas con sus co­lo­res y can­tos va­ria­dos, y la ar­mo­nía en­tre una na­tu­ra­le­za ce­lo­sa de su vir­gi­nal be­lle­za y el res­pe­to de es­tas gen­tes que en ella en­cuen­tran el li­bro de tan­ta sa­bi­du­ría que Dios ha es­cri­to para ellos. No es el Dios “eu­ro­peo” que ha ve­ni­do a esta tie­rra para co­lo­ni­zar tie­rras y per­so­nas se­gún el uso y cos­tum­bres del vie­jo mun­do, sino un Dios que está a la bue­na de Dios en me­dio de sus hi­jos en este nue­vo mun­do de las amé­ri­cas.
Por úl­ti­mo, el paso del Papa Fran­cis­co ha sido un re­ga­lo para tan­tí­si­mos co­ra­zo­nes, que han ex­pre­sa­do de mil mo­dos su gra­ti­tud al San­to Pa­dre y su ale­gría por per­te­ne­cer a un pue­blo cuya fe ha ve­ni­do a con­fir­mar el Su­ce­sor del após­tol Pe­dro. No cam­bia la doc­tri­na cris­tia­na cuan­do se pro­cla­ma el Evan­ge­lio eterno, tal y como lo ha re­ci­bi­do la Igle­sia de su Se­ñor y Maes­tro, como lo han ce­le­bra­do tan­tas ge­ne­ra­cio­nes cris­tia­nas, lo han tes­ti­mo­nia­do has­ta el mar­ti­rio los mi­sio­ne­ros, y lo han en­se­ña­do de pa­dres a hi­jos nues­tras fa­mi­lias y los pas­to­res ver­da­de­ros. Así el men­sa­je que abra­za nues­tras pre­gun­tas to­das te­nien­do como res­pues­ta ese Evan­ge­lio que no tie­ne fe­cha, por ser para cada épo­ca aun per­ma­ne­cien­do siem­pre el mis­mo.
Es jus­to dar gra­cias al Buen Dios por todo ello, y al tér­mino de este pe­ri­plo vi­si­ta­dor de un via­je apos­tó­li­co, po­da­mos to­dos con un co­ra­zón agra­de­ci­do apli­car a nues­tra vida per­so­nal lo que aquí el Se­ñor nos ha en­se­ña­do, nos ha re­cor­da­do, y no­so­tros qui­zás he­mos apren­di­do re­cor­dan­do lo ol­vi­da­do o es­tre­nan­do lo que trae sa­bor a nue­vo.
 + Fr. Je­sús Sanz Mon­tes, ofm
Ar­zo­bis­po de Ovie­do


sábado, 27 de enero de 2018

IV Domingo del Tiempo Ordinario




¿Qué es esto? habla con autoridad

        Después del anuncio de la cercanía del Reino de Dios, Jesús empieza a explicar con sus palabras y con signos en qué consiste esta cercanía del Reino. La primera intervención tiene lugar en la sinagoga de Cafarnaún, donde enseña con poder y con su palabra libera a un endemoniado. El relato subraya que los oyentes se admiraban de este tipo de enseñanza y del poder de su palabra: Habla con poder. Manda a los espíritus impuros y le obedecen. De esta forma Marcos invita a los oyentes actuales a admirarse  de la Palabra de Jesús.

        Es importante para un cristiano llegar a admirarse de la novedad de la obra de Jesús que enseña con autoridad. Jesús no es un maestro del espíritu más, ni un profeta más. Es la palabra del Hijo de Dios hecho hombre, el profeta escatológico anunciado por Moisés (primera lectura), expresión del amor de Dios, que quiere reinar en nosotros y para eso ilumina el camino de nuestra cooperación.

        Dios nos ha creado como seres racionales, capaces de conocer y elegir libremente el camino que hemos de seguir para llegar a él y conseguir la felicidad. Por ello exige y le agrada que actuemos siempre racionalmente, conscientes de lo que hacemos. Pero también hemos de ser conscientes de que la razón natural necesita ayuda, primero porque puede estar obstaculizada por el corazón y sus inclinaciones negativas. De hecho solemos pensar con el Visto Bueno del corazón y cuando anidan en él contravalores, condicionan un juicio recto de la razón. Por otra parte, el campo de la razón está limitado a la inmanencia, por lo que debe estar abierto a la transcendencia. Cuando se da esta apertura, no hay oposición entre razón y revelación. Con la vista natural puedo ver una gota de agua, con un microscopio veo la misma, pero mucho mejor; con la vista natural veo en el firmamento puntos luminosos, con un telescopio veo lo mismo, pero mucho mejor. En ambos campos, inmanente y transcendente, se sitúa la enseñanza de Jesús, hablándonos del Reino de Dios y de nuestra cooperación. Por ello es un elemento importante en la construcción del Reino.

El Evangelio de hoy invita a valorar su enseñanza con poder.  “Enseñar con poder” quiere decir dos cosas: en primer lugar, se refiere a su origen, Dios (“Poder” es una designación de Dios cf.  Mc 14,62); es por tanto la enseñanza verdadera, la auténtica, la que conduce a la plena realización. Esto contrasta con el modo de enseñar de la época en que los maestros enseñan en nombre de otros maestros célebres y se limitan a transmitir sus enseñanzas. Jesús en cambio habla de lo que “ha visto y oído junto al Padre” (Jn 5,19.31). En segundo lugar, significa que es una enseñanza eficaz, que capacita para realizar su contenido al que la acoge con buena voluntad para librarse de los “espíritus inmundos” que lo poseen (odio, egoísmo, envidia...), frutos de Satanás.  La enseñanza de Jesús siempre es factible.

        El contenido de su enseñanza es cristológico, porque realmente enseña cómo seguirle a él para acoger la invitación al Reinado de Dios. Él es la Palabra que nos dirige el Padre (Jn 1,1)  y sus enseñanzas son explicitaciones de su ser y su vida. El cristiano no es el que conoce unas enseñanzas sobre Jesús y su doctrina sino el que se une vitalmente a Jesús y encarna su doctrina en su vida.

        Desde esta perspectiva los medios para ser discípulos de Jesús-Maestro son aquellos que ayudan a conocer a Jesús  y vivir como él. Es importante la Biblia, leída y orada en el contexto de la Iglesia, su auténtica depositaria. La práctica de la Lectio Divina ayudará a familiarizarse con ella. No se trata de ser especialista en la Biblia sino de conocer y asimilar cada vez mejor la enseñanza de Jesús y crecer en la unión con él.

Otro medio importante es la Liturgia de la Palabra en la celebración eucarística. Una auténtica participación en la Eucaristía implica preparar adecuadamente las lecturas que se van a proclamar y la respuesta personal que vamos a dar y que debemos unir al sacrificio de Cristo. Toda celebración eucarística es un diálogo: Dios nos habla por Jesús (liturgia de la palabra) y respondemos al Padre por Jesús (liturgia sacrificial).

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


viernes, 26 de enero de 2018

Premios Bravo



Queridos Hermanos Obispos, Querido Secretario General de la Conferencia Episcopal, Queridos Premiados de esta edición (ya la número 47 de los premios ¡Bravo!), familiares y amigos de los galardonados, amigos todos.

Esta casa, sede de la Conferencia Episcopal Española, como cada año, abre hoy sus puertas a un acontecimiento festivo, celebrativo. El salón de la Plenaria, donde se reúnen todos los obispos de España, os acoge hoy a vosotros para celebrar la entrega de los Premios ¡Bravo! otorgados por la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social. Tiene lugar, como hacemos habitualmente, en torno a la fiesta de S. Francisco de Sales, patrono de los periodistas. Es un acontecimiento alegre porque premiar es reconocer y significar un trabajo bien hecho. En el mundo de la comunicación, las instituciones no siempre sabemos situarnos. Además, en los últimos años, una nueva comunicación ha irrumpido en nuestras vidas de manera creciente a través de nuevos medios y nuevas tecnologías, y por todos los cauces posibles e imposibles.

En la Iglesia, sin embargo, os queremos sentir como compañeros de viaje; compartimos con vosotros un deseo de conocer la verdad y de darla a conocer y, en la medida en que compartimos esos objetivos, estamos con vosotros en el mismo camino.

Además de un reconocimiento, en este día queremos hacer un agradecimiento, porque nuestra sociedad no debe sólo reconocer lo que hacéis sino también agradecerlo. Pocas instituciones como nosotros aprecian lo difícil que es comunicar bien. Por eso, nuestro agradecimiento se dirige al servicio que prestáis a la sociedad y a vuestra aspiración de construir una sociedad más amable y, por tanto, más humana. Ese servicio que se concentra en la responsabilidad de acercar la verdad. Los profesionales soléis decir que sin periodismo no hay democracia. Esta afirmación es consecuencia de otra anterior: sin verdad no hay democracia. Por tanto son necesarios servidores de la verdad, comunicadores, periodistas que hagan posible la democracia con su trabajo.

Agradecimiento y reconocimiento por tanto a todos los premiados.

Algunos como Julián del Olmo, nuestro ¡Bravo! especial este año, acumuláis ya experiencia en estas lides y no por la edad, como pensarán algunos, sino por la calidad. Una calidad profesional que está, en tu caso, al nivel de la calidad personal y humana de la que tantos de los que estamos por aquí somos testigos y beneficiarios. La Iglesia en España, y esta Comisión Episcopal en particular, te agradece y te reconoce hoy por este premio tu trabajo en RTVE, en el programa Pueblo de Dios. Tu buen hacer que nos ha acercado al mundo real, a los que no tienen voz, pero también tu trabajo sacerdotal que te acredita delante de tus compañeros, creyentes o no, como un pastor cercano y acogedor. Gracias, querido Julián.

David Arratibel, Sergio Martín o Pepe Domingo Castaño, también tenéis larga experiencia en recoger premios. No sé si alguno de los que tenéis ya en radio, televisión, o los que han venido este año en cine, os han llegado de la Iglesia. Si es el primero, os deseo que no sea el último, porque sería un signo manifiesto de que vosotros y nosotros estamos en un camino apropiado.

Antonio Pampliega e Íñigo Pírfano utilizáis la comunicación para acercarnos a los que están al otro lado: al otro lado del Mediterráneo, al otro lado de la valla, al otro lado de la paz, y a los que tristemente se han quedado en el medio de su viaje. Muchas gracias y os pedimos, no os canséis de hacerlo.

Hirukide con 2más2Comunicación y 2:59 Films también han puesto nuestra mirada en quienes no están lejos pero a veces están olvidados, y Aleteia ha puesto su portal entre quienes construyen digitalmente una imagen del ser y de la misión de la Iglesia más real, alejada de tópicos, intereses o imágenes prefabricadas.

Al final, pero no las últimas, las diócesis de Cartagena y Santander, que siempre con medios limitados han realizado un trabajo ilimitado para dar a conocer los Años Santos de Caravaca y Liébana.

¡Enhorabuena!

En la función de enseñar del Obispo no está la función de enseñar comunicación, pero el contacto con vosotros me lleva a algunas reflexiones como un destinatario más de vuestro trabajo. En vosotros y en vuestros compañeros del imprescindible mundo de la comunicación pongo mi confianza para informarme de aquello a lo que yo no alcanzo.

La comunicación es una función social muy importante en este tiempo porque el relativismo de hace unos años está dejando paso a un nuevo panorama en el que surgen nuevas y serias dificultades nada pequeñas. Citaría tres. En primer lugar la aparición de una nueva verdad, definitiva, absoluta, indiscutible: la posverdad. Esa verdad que no tiene vínculos con la realidad sino con los sentimientos, los deseos, los consensos, las preferencias o las apetencias. El mundo sigue necesitado de la verdad para crecer, y por tanto necesita servidores de la verdad en la comunicación.

La segunda dificultad, ocasionada por la expansión de la comunicación a través de las redes sociales, ha sido llamada filtros burbuja. Como denunció Eli Pariser hace algunos años, internet iba a ser la clave para ofrecer una sociedad transparente que permitiera a la democracia extenderse y consolidarse en todos los países. Sin embargo, la red y las redes aprenden nuestra forma de pensar y empiezan a ofrecer contenidos adecuados a lo que somos y lo que creemos, recortando notablemente la realidad. Internet está actuando como un filtro más que limita mi conocimiento del mundo. Por otra parte, el conocimiento tan profundo de las personas que genera internet y la consecuente capacidad de segmentar las audiencias con una precisión inimaginable le ha convertido en una herramienta indispensable para la difusión de ideas, productos y servicios. Hoy, el control de la sociedad, de lo que pensamos y de aquello sobre lo que pensamos, es más posible con internet.

Una tercera dificultad es la proliferación de noticias al servicio de ideologías. El riesgo permanente de comunicar nuevos escenarios que no responden ni a la realidad de lo que ocurre, ni al interés de las personas, ni al servicio público. Es comunicación al servicio de intereses particulares que fácilmente desembocan en división, separación y enfrentamiento. Es verdad que la tensión, el quebranto y la polémica dan más réditos de audiencia, pero también dejan una sociedad más deshilachada y menos cohesionada. Es imprescindible superar el discurso del enfrentamiento en nuestros medios, el de la confrontación, la tensión o el odio que estira y visibiliza los extremos y acaba por romper la sociedad.

El periodismo no puede contribuir al quebranto de la sociedad sino a la cohesión de sus miembros; al conocimiento de las razones de los demás y de las propias para facilitar la comprensión de que todos buscamos lo mejor. El servicio al bien común es un servicio a los proyectos comunes que no dividen ni fracturan sino que suman y acaban multiplicando.

Los medios de comunicación, los profesionales y las empresas tienen que estar al servicio de las personas y apartarse de las servidumbres a las que obligan las ideologías, las cifras de audiencias y las cuentas de resultados.

Dentro de unos días celebraremos S. Francisco de Sales, patrono de los periodistas, al que nosotros queremos pedir hoy la vuelta, a un periodismo de prestigio. Un periodismo que contrasta las fuentes, que es riguroso con el género periodístico, que ofrece datos y argumentos, que es capaz de rectificar, que incluye su fe de erratas. Un periodismo con periodistas, con profesionales, conscientes de su trabajo y amantes de la verdad y de la dignidad de una profesión que humaniza. Sin periodistas de vocación y oficio la comunicación acaba inundada de mediocridad, de medias verdades, acaba ahogado en intereses extraños.

A esa comunicación verdadera contribuís vosotros y por eso estamos aquí. No sólo por vuestro pasado, que hemos querido premiar con estos premios ¡Bravo! sino, también por el futuro más luminoso en el mundo de la comunicación que vosotros podéis alumbrar.

Muchas gracias,

† Ginés García Beltrán
Obispo electo de Getafe



jueves, 25 de enero de 2018

¡Perdonar, nos ennoblece!






 Me lo dijo a bocajarro y se quedó tan ancho: «El primero en pedir disculpas es el más valiente. El primero en perdonar, el más fuerte. El primero en recuperar la relación con el otro, que no es lo mismo que olvidar, es el más feliz». Lo bueno es que tiene razón. El perdón nos ennoblece. Como diría Paul Ricoeur, la concepción del perdón no se refiere tanto a la culpa cometida cuanto a la confianza en el hombre, llamado a ser mejor. El perdón sólo puede provenir de una lógica de la sobreabundancia.
La conversión, como es obvio, ha de visibilizarse. Por ello sus presupuestos han de ser necesariamente interiores: cambio de actitud, de criterio y de mentalidad y, por consiguiente, cambio de conducta práctica. La conversión ha de ir acompañada de una adhesión a Cristo en la fe. Convertirse y creer son dos realidades inseparables. Por eso, en los Hechos de los Apóstoles la conversión a Cristo va seguida del bautismo, que es el sacramento de la fe.
El Reino de Dios empieza por la conversión del corazón. Los valores constitutivos del Reino son los valores personales del ser: verdad, santidad, justicia, amor y paz… frente a los del tener: dinero, poder, prestigio, influencia… En el corazón del hombre es donde ha de germinar la pequeña semilla del Reino, porque es en el corazón de las personas donde brota todo lo bueno y lo malo que vemos en el mundo, como nos lo advirtió Jesús. Solamente si nos convertimos a los valores del Reino abandonaremos los criterios del mundo y del hombre terreno, y asimilaremos las actitudes básicas de las Bienaventuranzas: pobreza, hambre y sed de justicia, fraternidad, libertad, solidaridad, no violencia, reconciliación, perdón y amor a los hermanos, incluso a los enemigos.
Sin esta conversión interior es un engaño y una utopía imposible el cambio de las estructuras en la familia y en la sociedad, en la política y en la economía, pues el egoísmo se agazapa en las nuevas situaciones, perpetuándose así el desamor, la explotación de los otros y la opresión de los más débiles. Únicamente la levadura que actúa desde dentro, o sea, la opción evangélica, puede transformar la masa entera y hacer efectivo el proyecto del Reino en nuestra vida y en nuestro entorno.
Los dones que de Dios recibimos tienen una sublime finalidad: colaborar con Él en la construcción del Reino, es decir, en la obra creadora del bien y del amor, aportando cada uno su granito de arena. En cada sitio y situación concreta hay urgencias, necesidades y posibilidades de acción y de compromiso cristiano. Necesitamos un cristianismo de incidencia social. Hay muchas cosas que si nosotros no las hacemos o no las hacemos bien quedarán sin hacer o mal hechas. Por ejemplo, ¿qué hacemos por los derechos humanos, por la paz, por la vida, por la dignidad del ser humano y por la justicia? Tenemos que perder el miedo e implicarnos como cristianos. Irnos formando no sólo humana, teológica y bíblicamente sino también en la acción y en el compromiso social. Liderar el cambio social. Un mundo diferente es posible. Dios puso en manos del hombre el mundo y la historia, la vida y la ciencia, el amor y la justicia, la sociedad y las personas. Todo eso es responsabilidad humana; son los talentos para que el hombre y la mujer los multipliquen y los ennoblezcan, y los pongan al servicio del bien común. En la práctica de todo esto está la mayoría de edad evangélica del cristiano.
El Reino de Dios, que también es de este mundo y no solo del más allá, se realiza y crece en la convivencia humana cuando el Señor encuentra colaboración del hombre y de la mujer que responden a Dios. Creer es comprometerse y asumir consecuentemente la propia responsabilidad y el proyecto personal y comunitario cristiano. Vivir como personas no es simplemente vegetar, sino realizar en nuestra vida la obra confiada por Dios.
Esforcémonos para crecer como personas y como cristianos, porque esa es la regla evangélica del reinado de Dios, esa es la ley de crecimiento a todos los niveles. Que el Señor nos abra los ojos para vernos tal cual somos. Que Él nos conceda el espíritu joven del Evangelio para amar y servir cada día más y mejor. Dios, que es muy espléndido, espera de nosotros tan sólo un atisbo de generosidad para darnos con creces y hacer fructificar nuestro esfuerzo. Gracias por aceptar este reto de conversión.
Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón

miércoles, 24 de enero de 2018

A la luz del Salmo 91



“…Proclamar por la mañana tu Misericordia y de noche tu fidelidad…”

Todos los Salmos, la oración de Jesucristo, se refieren y cumplen en Él, y en cuantos queremos ser sus discípulos. Muchos son, en la Escritura, los conceptos antagónicos, tales como: estar sentado o de pie; subir o bajar…la mañana o la noche. En esta ocasión, me detengo en esta última apreciación: la mañana y la noche.

Por la mañana parece todo más hermoso, los problemas de la vida, del día a día, parecen más pequeños o incluso se difuminan…Amanece y sale el Sol, tanto para buenos como malos, para justos o pecadores (Mt 5,45).

Y el Sol refiere a Jesucristo, como nos dice el canto del Benedictus: “…Nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y sombra  de muerte…” (Lc 1, 68-79)

Me he permitido el poner en negrita la palabra “proclamar”, para que nos demos cuenta que la única Palabra que se proclama en la Escritura es el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Y, en este Salmo, el Señor, con su aparición como Sol para todos, y por medio de su Palabra-Evangelio, tiene Misericordia con nosotros, acordándose que tenemos un corazón lleno de miserias. Y cuando en la noche, cuando todo nos parece peor, cuando se agrandan los problemas del día, cuando nos inundan anegando el alma, el Señor nos recuerda su Fidelidad: la garantía de que va a cumplir sus promesas.

Nos lo recuerda Pablo: “Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos: si morimos con Él viviremos con Él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con Él; si le negamos, también Él nos negará; si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo…” (2 Tim 11-15)

Más adelante, en el Salmo 91, nos habla Dios por boca del salmista, para decirnos: “…el ignorante no los entiende ni el necio se da cuenta…”, refiriéndose a los designios de Dios. El ignorante es el que desconoce sus Palabras; las desconoce porque prescinde de ellas; como nos recordaran los ateos y agnósticos, que tanto abundan en esta sociedad idólatra: hay tantas razones para creer, como para no creer. Craso error. Buscan la justificación falaz para no creer. Son los ignorantes culpables.

Los necios son los opuestos a la Sabiduría, que procede de Dios. ¡Qué necios para no entender las Escrituras (Lc 24,25) reprochó el Señor Jesus a los discípulos de Emaús. Tres años con Él, viviendo con ellos, viendo su vida y sus milagros, viendo cómo se cumplían en Él las Escrituras, y ¡no lo entienden!

¡Tardos y necios! Y en so Corazón Misericordioso, ha de repetirles la Escritura, comenzando por Moisés y los profetas, explicando dónde se escribía de Él.

No hemos de confundir estos ignorantes con los pequeños de Dios, que le hacen exclamar lleno de júbilo: “¡Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños…”(Lc 10,21)

Se puede ser sabio en conocimiento de las cosas del mundo, siendo pequeño a los ojos de Dios, creyendo en su Palabra, su Evangelio, estando en el mundo pero sin pertenecer a él. Esos son los llamados “Anawim”, pequeños de Dios porque creen en su Padre del Cielo, muchas veces sin preguntar, confiando en su Palabra. Cuando uno pregunta mucho, es para buscar  argumentos para “no creer”. Es mejor preguntarle a Jesús, que nos vaya revelando a su tiempo, no al nuestro, sus confidencias.

Alabado sea Jesucristo


Tomás Cremades Moreno

martes, 23 de enero de 2018

El Papa: ¿Por qué es tan importante el silencio en la oración durante la Misa?




 “El silencio no se limita a la ausencia de palabras, sino que nos disponemos a escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo, la voz del Espíritu Santo”, dijo el papa Francisco este miércoles 10 de enero de 2018 en la audiencia general ante 7 mil fieles y peregrinos congregados debido al invierno en el Aula Pablo VI del Vaticano.

El Papa explicó hoy el significado del canto del gloria y de la oración colecta que forman parte de los ritos introductorios de la Santa Misa.

En este contexto, reiteró que orar durante la Eucaristía – por invitación del sacerdote – es tomar conciencia de estar en la presencia de Dios, además de manifestar desde el fondo del corazón las intenciones personales y participar activamente en la Misa.

Así, el Papa continuó con la serie de catequesis sobre la Eucaristía e insistió en el silencio que ayuda a la oración. Incluso invitó a meditar sobre los textos de la Biblia y la homilía aún después de terminar la celebración.
El canto del gloria 

“El canto del gloria comienza con las palabras de los ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén”, explicó. De esta forma, se continúa con “aclamaciones de alabanza y agradecimiento a Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo”.
Indicó que el canto del gloria representa, “en cierto modo, un abrirse de la tierra al cielo en respuesta al inclinarse del cielo sobre la tierra”.
Oración colecta

Luego, el Papa señaló que tras el Gloria viene “la oración llamada colecta”.

“Con la expresión “oremos”, el sacerdote invita al pueblo a recogerse un momento en silencio, para que cada uno tome conciencia de estar en la presencia de Dios y formular en su espíritu sus deseos”, añadió.
En las pasadas audiencias generales sobre el tema, Francisco se enojó con quienes usan celulares en la Misa o chismorrean, en esta ocasión subrayó que “hacer silencio significa disponerse para escuchar la voz de nuestro corazón y sobre todo la del Espíritu Santo”.

“Durante el acto de penitencia y después de la invitación a la oración”, el silencio “ayuda a la meditación; después de la lectura o la homilía, es un llamado a meditar brevemente sobre lo que se ha escuchado; después de la Comunión, favorece la oración interior de alabanza y súplica”.
Entonces, “antes de la oración inicial, el silencio nos ayuda a reunirnos en nosotros mismos y pensar por qué estamos allí. Aquí está la importancia de escuchar nuestra alma y luego abrirla al Señor”.
Confía a Dios dolor, alegría, cansancios

“Tal vez – comentó- vengamos de días de trabajo, de alegría, de dolor, y queremos decirle al Señor, para invocar su ayuda, para pedirle que esté cerca de nosotros; tenemos familiares y amigos que están enfermos o que están pasando por pruebas difíciles; deseamos confiarle a Dios el destino de la Iglesia y del mundo”.
Por eso, necesitamos el “silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común que concluye los ritos de introducción, haciendo precisamente la “colección” de las intenciones individuales”.
El recuerdo del alma

En este sentido, el Papa recomendó a los sacerdotes que conserven este momento de “silencio y que no tengan prisa: “recemos”, y que sea silencioso. Recomiendo esto a los sacerdotes. Sin este silencio, corremos el riesgo de descuidar el recuerdo del alma”.

¿Cómo está compuesta la oración colecta? Primero se trata de una “invocación del nombre de Dios, y en la que se hace memoria de lo que él ha hecho por nosotros, y en segundo lugar, de una súplica para que intervenga”.

El “sacerdote – prosiguió – recita esta oración con los brazos abiertos imitando a Cristo sobre el madero de la cruz. En Cristo crucificado reconocemos al sacerdote que ofrece a Dios el culto agradable, es decir, el de la obediencia filial”.

Al final, saludó cordialmente a los peregrinos en varios idiomas. “Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para que la Santa Misa sea de verdad una auténtica escuela de oración, en la que aprendamos a dirigirnos a Dios en cualquier momento de nuestra vida. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias”.



lunes, 22 de enero de 2018

La codicia




Termina la parábola del rico insensato (Lc 12, 13-21): “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has acaparado?

Nos pasamos media vida, y la otra media también, procurando guardar para después. Un después que no es incierto, sino muy cierto y seguro para los que tenemos fe; porque todos tenemos asumido como seguro y cierto que en cualquier momento pueden llamarnos a rendir cuentas y que en ese momento aquí se queda todo. Entonces verdaderamente se cumple aquello de (cf 10, 4) no llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, todos tenemos meridianamente claro esto: para ese camino nada necesitamos; sin embargo nos seguimos afanando para tener las trojes, metafóricamente hablando, llenas, sabiendo ciertamente que ese día es incierto en cuanto a la hora, pero muy cierto y seguro en su llegada.

Está claro que casi todos los seres humanos debemos de tener alguna lesión cerebral, no sé cómo la denominarán los psicólogos, que nos impide distinguir entre lo que es bueno para el alma y lo que es bueno para el cuerpo y en consecuencia mezclamos ambas preocupaciones no homogéneas. No nos damos cuenta de que las riquezas de aquí abajo nada tienen que ver con las de allí arriba, que las cuentas de ahorro bancarias no nos sirven a la hora de presentar nuestro boleto de entrada en la otra vida. Sabemos que las necesidades materiales nada tienen que ver con las espirituales y que el alimento espiritual es distinto al sustento corporal, pero también es cierto que tampoco estorban unos menesteres a otros.

Jesús no criticó la previsión de aquel hombre por preparar un amplio lugar de almacenamiento para una buena cosecha, sino la mezcla de las necesidades corporales con las espirituales; el tasar lo material como valor seguro para el espíritu es lo que censuró. A mi humilde parecer lo que reprendió fue la confusión y la identificación de lo uno con lo otro: “…alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe banquetea alegremente” (cf 12, 19). Aquí está la equivocación de aquel hombre en sumar valores heterogéneos. Creo que Jesús no vitupera la previsión material, sino la imprevisión en ese mismo quehacer espiritual y en no poner el mismo empeño en saciar el alma con la misma ansia con que lo hacemos con el cuerpo.

Lo que debemos de hacer, en consecuencia, es saber separar lo material de lo espiritual y priorizar en la escala de valores. Los cristianos sabemos que una cuenta corriente bancaria no impide el tener otra mayor y más abultada en valores espirituales y menos si se comparte aquella en proporciones oportunas y correspondientes con los necesitados. Sabemos que tener lleno el frigorífico de casa no es pecaminoso, si se transfiere su contenido a manos llenas y con toda generosidad en favor de Cáritas o de cualquier banco de alimentos, pero aún mucho mejor si además aportamos nuestro tiempo como voluntariado a cualquiera de las mencionadas entidades. Sabemos que no es pecado asistir, cuando la ocasión lo precise, a alegres fiestas y a comidas con buenas viandas regadas de mejores vinos, pero anteponiendo asiduamente el suculento banquete eucarístico del Cuerpo y Sangre de Cristo. En resumen que los desvelos corporales no sean un fin y menos impidan la dedicación prioritaria a los asuntos del alma.


Pedro José Martínez Caparrós