jueves, 31 de octubre de 2019

Ni hallowen ni holywins, santos de la puerta de al lado




Incluso los agnósticos y los ateos ―como dice el prestigioso sociólogo Juan González- Anleo ― necesitan del sabor de lo sagrado, de la liturgia ―aunque sin cura― con olor a incienso y cera para evocar (ritualizar) los grandes momentos de la vida. Halloween es fiel reflejo de tal incoherencia.
Los que creemos en la vida eterna celebramos la fiesta de todos los santos y evocamos, al día siguiente, con emoción contenida, a nuestros muertos que viven ―aunque invisibles― de forma «transparente» junto a Dios eternamente felices en el cielo.
Media España peregrina este día al pueblo donde yacen los restos de sus padres o de sus abuelos para tributarles respeto y gratitud.
Muchos pueblos festejan a sus héroes anónimos haciéndoles un monumento al soldado, al maestro o al pastor desconocido. Los cristianos honramos a nuestros seres más queridos, cuyo rostro y nombre llevamos grabados en el corazón, evocando la huella que dejaron a su paso por el mundo e imitando su entrega total y su servicio desinteresado por el bien de la humanidad.
Se trata de esa multitud de hombres y de mujeres de toda raza, edad y condición… a los que el Papa Francisco ha calificado como «santos de la puerta de al lado», empeñados en construir un mundo más humano, justo y fraterno.
No tenemos que disfrazarnos de santo (holywins) sino ser nosotros mismos. Llevar a cabo el sueño de Dios en nuestra vida (santo). De esta forma podremos dar gracias a Dios por las maravillas que hace en cada persona. Al mismo tiempo podremos ensalzar a todos los seres humanos sencillos, buenos, entregados, generosos y solidarias, que han sido y son los verdaderos protagonistas de nuestra historia. Y, por último, tener presente en nuestra memoria y en nuestro corazón lo útil y lo bueno que cada uno aporta al progreso de la humanidad.
 Con mi afecto y bendición,
 + Ángel Javier Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón


Con todos los santos




       En la vida eterna, con los ojos de la inteligencia contemplaremos la gloria de Dios, de todos los ángeles y de todos los santos, así como la recompensa y la gloria de cada uno en particular, en todas las maneras que querremos. En el último día cuando, por el poder de nuestro Señor, resucitaremos con nuestro cuerpo glorioso, nuestros cuerpos serán resplandecientes como la nieve, más brillantes que el sol, transparentes como el cristal... Cristo, nuestro cantor y maestro de coro, con su voz triunfante y dulce cantará un cántico eterno en alabanza y honor a su Padre celestial. Todos nosotros, llenos de gozo y con voz clara, cantaremos para siempre y sin fin este mismo cántico. La gloria y felicidad de nuestra alma brotará sobre nuestros sentidos y atravesará nuestros miembros; nosotros nos contemplaremos mutuamente con ojos glorificados; escucharemos, diremos, cantaremos la alabanza de nuestro Señor con unas voces que no fallarán jamás.

     Cristo nos servirá; nos enseñara su rostro luminoso y su cuerpo de gloria llevando en él las señales de la fidelidad y del amor. También miraremos los cuerpos gloriosos con todas las señales del amor con el cual han servido a Dios desde el comienzo del mundo... Nuestros corazones vivientes se abrasarán con un amor ardiente por Dios y por todos los santos...

     Cristo, en su naturaleza humana, guiará el coro de la derecha, porque es esta naturaleza la que Dios ha hecho más noble y más sublime. Pertenecen a este coro todos aquellos en quienes él vive y viven en él. El otro coro es el de los ángeles; aunque su naturaleza es más elevada que la nuestra, los hombres hemos recibido más de Jesucristo con quien somos uno. Él mismo será el supremo pontífice en medio del coro de los ángeles y de los hombres, delante del trono de la soberana majestad de Dios. Y Cristo ofrecerá y renovará ante su Padre celestial, el Dios todopoderoso, todas las ofrendas que jamás fueron presentadas ni por los ángeles ni por los hombres; éstas se renovarán y continuarán sin cesar y para siempre en la gloria de Dios.

(Beato Juan van Ruysbroeck)


miércoles, 30 de octubre de 2019

De lo que se trata es de ser santos




La vocación de todo bautizado es la santidad. Es la meta a la que tenemos que aspirar, y toda nuestra vida es el camino que nos ha de llevar a tan gran meta.
¿Quieres ser feliz?, no he encontrado a nadie que lo niegue. ¿Quieres ser santo?, muchos no se lo han planteado, algunos no saben que es la santidad, por lo que no aspiran a ella; tampoco faltan los que les sabe a rancio y a cosa de curas, pero santidad y felicidad tienen mucho que ver.

El Señor Jesús nos presenta un buen programa de santidad en su discurso de la montaña: las Bienaventuranzas. Son un proyecto de felicidad, de la buena. Dice el Papa Francisco que, a la luz de esta enseñanza, “la palabra feliz, o bienaventurado, pasa ser sinónimo de santo, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha” (Gaudete et Exsultate, 64).

No es la santidad una cuestión de un grupo de selectos, sino una vocación universal. Santos podemos y debemos ser todos. La simiente de santidad la tenemos por el bautismo, nuestra tarea es dejar que Dios siga haciendo en nosotros, fiarnos de Él, abandonarnos a su voluntad, para que como buen artesano nos vaya moldeando según su designo que es siempre de amor.

Cada uno es santo según su vocación: El sacerdote siendo un buen pastor, la religiosa viviendo con radicalidad la profesión de los consejos evangélicos, los esposos haciendo de su unión un signo del desposorio de Cristo con su Iglesia, los padres en el amor y el cuidado de sus hijos, los solteros consagrando toda su existencia. Se construye el edificio de la santidad en la familia y en el trabajo, en el trato con Dios y en el servicio a los demás, en lo cotidiano, en lo ordinario que se convierte en extraordinario.

La santidad, en definitiva, es una cuestión de amor. La realiza el Espíritu Santo en nuestros corazones, y se desarrolla en el amor que nosotros tenemos a Dios y a los hermanos. El que ama busca el bien del amado, el que ama a Dios busca la santidad para la que hemos sido creados. Recuerdo las hermosas palabras de S. Alberto Hurtado: “si no se hace amar la virtud, no se la buscará. Se la estimará, pero no se la buscará”.

Es verdad, y no sería justo callarlo, que la santidad conlleva cruz. Es natural. Si es identificación con el Maestro, tiene que pasar por la cruz; pero no es menos cierto que la cruz no es motivo de tristeza sino de alegría. Donde reina la santidad siempre hay alegría, es lo que llamamos el “olor de la santidad”. Es la santidad que sólo veremos plenamente realizad en el Cielo, cuando abracemos a Dios con un abrazo eterno.

Solo me queda invitaros: atrévete a ser santo, inunda tú alrededor y el mundo entero con la santidad de tu vida, como ha hecho la Virgen María y tantos santos antes que nosotros.

+ Ginés García Beltrán
Obispo de Getafe


lunes, 28 de octubre de 2019

Que no te confunda.



Que no te confunda. 
Que no te diga que Dios no te ama, que no te venza. 
Que no hallen espacio sus palabras en tu corazón. 
Que no te engañe, que tu puerta esté cerrada a su mentira y desolación. 
Que no te convenza de que no merece la pena, que no te embriague su voz. 

Dios murió por ti en la Cruz para secar su garganta, para aniquilar su voz.
Dios nunca se agotará de esperar por ti aunque escuches que tu vida  no vale nada. 
Dios espera tu llamada, tu grito diciendo “Padre” para olvidar el ayer y celebrar juntos “hoy”. 

No dejes que te confunda, no le des tu corazón y cada vez que se acerque, ponle enfrente la Palabra de quien le venció en la Cruz.  

(Olga) 
comunidadmariamadreapostoles.com


domingo, 27 de octubre de 2019

Contra la ilusión de la inocencia



Yo no soy como los demás
La parábola de Jesús es conocida. Un fariseo y un recaudador de impuestos «suben al templo a orar». Los dos comienzan su plegaria con la misma invocación: «Oh Dios». Sin embargo, el contenido de su oración y, sobre todo, su manera de vivir ante ese Dios es muy diferente.
Desde el comienzo, Lucas nos ofrece su clave de lectura. Según él, Jesús pronunció esta parábola pensando en esas personas que, convencidas de ser «justas», dan por descontado que su vida agrada a Dios y se pasan los días condenando a los demás.
El fariseo ora «erguido». Se siente seguro ante Dios. Cumple todo lo que pide la ley mosaica y más. Todo lo hace bien. Le habla a Dios de sus «ayunos» y del pago de los «diezmos», pero no le dice nada de sus obras de caridad y de su compasión hacia los últimos. Le basta su vida religiosa.
Este hombre vive envuelto en la «ilusión de inocencia total»: «yo no soy como los demás». Desde su vida «santa» no puede evitar sentirse superior a quienes no pueden presentarse ante Dios con los mismos méritos.
El publicano, por su parte, entra en el templo, pero «se queda atrás». No merece estar en aquel lugar sagrado entre personas tan religiosas. «No se atreve a levantar los ojos al cielo» hacia ese Dios grande e insondable. «Se golpea el pecho», pues siente de verdad su pecado y mediocridad.
Examina su vida y no encuentra nada grato que ofrecer a Dios. Tampoco se atreve a prometerle nada para el futuro. Sabe que su vida no cambiará mucho. A lo único que se puede agarrar es a la misericordia de Dios: «Oh Dios, ten compasión de este pecador».
La conclusión de Jesús es revolucionaria. El publicano no ha podido presentar a Dios ningún mérito, pero ha hecho lo más importante: acogerse a su misericordia. Vuelve a casa transformado, bendecido, «justificado» por Dios. El fariseo, por el contrario, ha decepcionado a Dios. Sale del templo como entró: sin conocer la mirada compasiva de Dios.
A veces, los cristianos pensamos que «no somos como los demás». La Iglesia es santa y el mundo vive en pecado. ¿Seguiremos alimentando nuestra ilusión de inocencia y la condena a los demás, olvidando la compasión de Dios hacia todos sus hijos e hijas?
Ed.  Buenas Noticias

sábado, 26 de octubre de 2019

XXX Domingo del Tiempo Ordinario



Primera lectura:
 Eclo 35,12-14.16-18: Los gritos del pobre atraviesan el cielo
Salmo Responsorial:
 Sal 32,2-3.17-18.19-23: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Segunda lectura:
2 Tim 4,6-8.16-18: Ahora me aguarda la corona de justicia
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 18,9-14: El publicano bajó a su casa justificado, el fariseo no.

                   Bienaventurados los que tienen un corazón pobre

Es totalmente lógico. No se puede llenar un vaso, si previamente no está vacío, el hombre no puede llenarse de Dios, si previamente no está vacío de autosuficiencia. La parábola del fariseo y el publicano invita a tomar conciencia de un peligro que amenaza a toda persona religiosa “practicante”, como son los judíos y los cristianos. Consiste en la idea que se tiene de la vida religiosa y de las obras anejas a ella: comercio o regalo.

        En el primer caso la persona actúa como el que está comprando la salvación a costa de sus obras y propio esfuerzo. El hombre reconoce la primacía de Dios, que impone las reglas, las acepta y realiza con su propio esfuerzo; como consecuencia de este contrato Dios está obligado  en justicia a cumplir lo pactado. El hombre está en el centro y busca su seguridad trabajando por su autoestima, por su buen nombre de cara a los demás y por su salvación eterna, comprándola a Dios. La vida religiosa es un mercantilismo con sus tendencias a rebajas y trapicheos. Esta visión ha pasado a la historia con el nombre de fariseísmo con referencia a las conductas que denunció Jesús y más tarde Pablo, pero fácilmente se da también entre los cristianos, cuando mercadean la salvación: “He hecho esto y esto, ¿me puedo quedar tranquilo?”, preguntan algunos. O cuando creen que con sus obras están haciendo un favor a Dios: ¿Qué sería de Dios y la religión si yo no me comprometiera?” El papa Francisco presente en su exhortación Gaudete presenta esta postura como nuevo pelagianismo, voluntarismo.

        En el segundo caso el hombre se centra en Dios, de quien ha recibido inmerecidamente un doble regalo, el don de ser su hijo por medio de Jesús y la posibilidad de cooperar con él con humildad y acción de gracias. Ésta postura sitúa al hombre en su realidad existencial ante Dios: somos pobres creaturas, débiles y pecadoras; podemos trabajar en la obra de la salvación, pero siempre como pobres instrumentos.  Todo es gracia y misericordia. En este contexto la vida religiosa es un diálogo de amor entre padre e hijo, un padre que quiere volcarse totalmente en el hijo en la medida en que éste se deja llenar, y un hijo que quiere responder, con sus altos y bajos, pero siempre en contexto de amor humilde. Aquí no hay lugar para el mercadeo: Dios me ama con amor total y me pide que le corresponda con amor total, lo que implica que hay que cooperar cada vez más con este amor: Sed misericordiosos como vuestro padre es misericordioso (Lc 6,36);  amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón... y al prójimo como a ti mismo (Mt 22,37-39). La entrega total de Dios exige una entrega total del hombre que se debe traducir en la entrega a los hermanos, trabajando por sus necesidades espirituales y materiales. En este campo nunca se llega a la medida, siempre hay deudas, por lo que hemos hecho mal y por lo que hemos dejado de hacer. Por eso es necesario constantemente el perdón de Dios: perdónanos nuestras deudas... (Mt 6,12).  La segunda lectura presenta el ejemplo de Pablo: es consciente de que todo lo debe a la misericordia a Dios (cf 1 Tim 1,12-17) y agradece el haber cooperado hasta el final. No se trata de ocultar las buenas obras realizadas, sino de vivirlas y presentarlas como regalo de Dios, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro padre que está en los cielos (Mt 5,16).

Jesús declara bienaventurada esta actitud en la primera bienaventuranza (Mt 5,3): pobre de espíritu o corazón pobre es el que reconoce su situación existencial ante Dios, limitado, pecador, instrumento en sus manos. Jesús lo felicita primero porque es señal de que Dios le ha dado un corazón nuevo, y después porque está cooperando. Y por eso anima a continuar cooperando hasta llegar a la plenitud. Realmente “quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc 9,15).

Ésta debe ser la actitud del cristiano en la celebración de la Eucaristía, que es toda ella acción de gracias. No se trata de “quedarse tranquilo”, ni de hacer un favor a Dios, sino de agradecer al Padre por medio de Jesús los dones que nos da: la vida y la salud, el perdón, el ser sus hijos, el ser miembros de su familia, la capacidad de pensar y obrar bien, las buenas obras realizadas, la promesa de compartir plenamente su felicidad. Y de pedir la gracia de cooperar y superar las dificultades.

Dr. don Antonio Rodríguez Carmona


viernes, 25 de octubre de 2019

Los siete pecados capitales de la Magdalena



Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana, y otras muchas que les servían con sus bienes. (Lc 8, 1-3).

Siempre que meditamos este Evangelio se nos presenta María llamada Magdalena como una mujer pecadora de la que el Señor Jesús había expulsado siete demonios. Y así fue, tal y como se narra. Y nos asusta, y hasta nos alarma…Estos siete demonios no son ni más ni menos, que los siete pecados que todos, de una forma o de otra,  llevamos o hemos llevado dentro: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza: los siete pecados capitales. Pecados capitales que son llamados así por ser “cabeza” de otros muchos (de caput-capitis= cabeza). 

Por tanto, nada de “demonizar” a la Magdalena… mejor mirarnos adentro y ver que los personajes del Evangelio eran personas como nosotros, que el Señor fue “puliendo” en su alma, fue modelando su “barro”, como probablemente esté realizando con nosotros. 

Si consultamos la Biblia de Jerusalén, en este episodio de “las mujeres que acompañaban a Jesús”, hace una llamada importante: Dice “María llamada Magdalena”; es decir, nacida en un pueblo cercano que se llamaba Magdala. Pero claramente especifica que no era María Magdalena que acompañó en tantas ocasiones al Maestro, incluso al Calvario. NI tampoco era María, la hermana de Lázaro y de Marta. 

Este relato lo sitúa Lucas inmediatamente después del llamado “de la pecadora perdonada”, mujer que, arrepentida de su vida, llora a los pies de Jesús, le lava y rocía con perfume. Esta mujer que tampoco es la que fue sorprendida en fragante adulterio y también es perdonada de la lapidación por Jesús.

Brevemente quería comentar este episodio, que muchas veces pasa desapercibido, de lavar los pies. Era una costumbre en el pueblo de Israel lavar los pies de los caminantes que, en aras de la hospitalidad, ofrecían este descanso, al tiempo que algún refrigerio para continuar el camino. Era un trabajo encomendado siempre al más pequeño de la familia, no como humillación, sino como acto de humildad. 
También el Divino Maestro lavó los pies de sus discípulos en la “noche santa”, diciendo a los discípulos que ellos hicieran lo mismo unos con otros, colocándose Él, el más Grande, como el más humilde. 

Pero hay una bellísima interpretación en el lavatorio de los pies. Los pies en la Escritura representan el Evangelio, la Buena Nueva de Jesús. Ya se anuncia por el profeta Isaías (Is 52,7): 

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del Mensajero que anuncia la Paz, que trae Buenas Nuevas, que anuncia la salvación, que dice a Sión: ¡Ya reina tu Dios! 

Este Mensajero es Jesucristo, el que trae la Buena Noticia del Evangelio, el que trae la Paz y la salvación al mundo. 

(Por Tomás Cremades) 
comunidadmariamadreapostoles.com


jueves, 24 de octubre de 2019

Alma mía



                                                    Alma mía 
Dónde vas tan deprisa
dónde vas si aún no ha nacido el sol,
dónde vas si aún pareces dormida, la noche esta cernida y aún… no amaneció,
dónde vas con la llama prendida...
entre la noche escondida, con sigilo, andas descalza en lo oscuro y no ves donde pisas,
dónde vas de puntillas entre sombras, si aún no ha corrido la cortina la luz del nuevo día y la luna esta noche no brilla.

Dónde vas con esa sonrisa, henchida de alegría, rebosando amor.

Voy a esperar impaciente a mi Señor, que pronto llega, vestida estoy de brocados y diamantes engarzados que resplandecen, eclipsando la luz del sol. 

Le aguardare en la puerta, la dejare entre abierta porque quiero ver brillar la luz de su rostro cuando entre por ella y alumbre lo más recóndito y secreto de este su pequeño templo, descansar así en los brazos amorosos de mi Señor.

Desde entrada la noche llevo aguardando, velando su venida con guirnaldas entre mis manos y un frasco de perfume de alabastro… para ungir a mi Señor,

He puesto un candil encendido en el alfeizar de mi ventana por si se pierde y no me encuentra pues anda buscándome desde la eternidad. Yo, no lo sabía…  lo buscaba por todas partes sin encontrarlo…ahora ando añorando que entre por esa puerta, antes de que llegue la aurora y amanezca, para de rodillas postrarme y adorar a mi Señor.


(Loles) 
comunidadmariamadreapostoles.com


miércoles, 23 de octubre de 2019

Jerzy Popiełuszko, sacerdote


   

Me arrodillo ante este Beato de nuestra era. Santo de Dios para el mundo y perseguido por el comunismo hasta su muerte. El día 19 de octubre de 1984, de camino a Varsovia, se consumaría la terrible amenaza. Fue secuestrado, brutalmente torturado, atado por los tobillos y manos hacia atrás junto con el cuello… Y con vida aún, arrojado al río Vístula con una bolsa llena de piedras sujeta a los pies.  
  
Me entristece su espantosa muerte, me alegra su santidad. Gracias Benedicto XVI por darle el reconocimiento que Dios le había otorgado en vida para su tierra, Polonia.

“Combatir el mal con el bien” era su lema. Hombre de paz necesitado por miles de almas que encontraban en él la comprensión y la justicia con el Rosario… Mártir por hacer la paz en medio de la infamia comunista.

Sus homilías hablaban de templanza y no de venganza, carácter pacífico y comprometido con las personas católicas de su País. ¡Pobre amigo de Dios!, Jesús dijo una vez: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros, porque al elegiros os he sacado del mundo y por eso os odia” (Jn 15, 18-19). Todo se cumple.

A ti mi dedicación y mis oraciones pos-mortem para que, si Dios lo concede, te “durmieras sin dolor” antes de tu terrible agonía, antes de que Dios te diera la mano. 

¡Qué espanto de maldad y almas perdidas! La madre de Jerzy dijo: “La mayor alegría sería la conversión de quienes mataron a mi hijo”. Ojalá Dios la escuche.    
Emma Díez Lobo



lunes, 21 de octubre de 2019

CHRISTUS VIVIT (II)




Queridos hermanos y hermanas:

Hace un mes publiqué una carta con un comentario sobre los cuatro primeros capítulos de la exhortación apostólica Christus vivit del papa Francisco. Os recuerdo que su argumento fundamental era la pastoral juvenil y vocacional. En ella se recogen los frutos del último Sínodo. Os recuerdo también las primeras palabras del Papa: “Cristo vive, esperanza nuestra y Él es la más hermosa juventud de este mundo…  las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!”.

En el capítulo quinto el Papa inculca a los jóvenes algunas convicciones: Dios es amor, Cristo vive y nos salva y el Espíritu Santo cambia nuestra vida, la ilumina y le imprime un rumbo mejor. A continuación, el Papa invita a los jóvenes a vivir y experimentar la amistad con Jesús con estas palabras terminantes, destino y meta de toda pastoral juvenil: Por más que vivas y experimentes no llegarás al fondo de la juventud, no conocerás la verdadera plenitud de ser joven, si no encuentras cada día al gran amigo, si no vives en amistad con Jesús”. El Papa invita también a los jóvenes a ser apóstoles y a compartir la fe en Jesús: “¿Por qué no hablar de Jesús, por qué no contarles a los demás que Él nos da fuerzas para vivir, que es bueno conversar con Él, que nos hace bien meditar sus palabras? Jóvenes, no dejéis que el mundo os arrastre a compartir sólo las cosas malas o superficiales. Sed capaces de ir contracorriente y sabed compartir a Jesús, comunicad la fe que Él os regaló. Ojalá podáis sentir en el corazón el mismo impulso irresistible que movía a san Pablo cuando decía: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16)”.

El capítulo sexto se titula Jóvenes con raíces. Tener raíces es estar conectado a una historia, a una familia, a una cultura, a unos amigos, a unos padres y a unos abuelos a los que hay que escuchar, huyendo de la superficialidad y de la manipulación que halaga a los jóvenes, “que desprecian la historia, que rechazan la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoran todo lo que los ha precedido”. Son los puntos de arraigo que nos permiten asumir con realismo y amor el momento presente con sus posibilidades y riesgos, con sus alegrías y dolores, para anunciar la Buena Noticia en estos tiempos nuevos.

El séptimo capítulo el Papa anima a encontrar nuevos caminos, creativos y audaces para la pastoral juvenil. En ellos se debe privilegiar el idioma de la proximidad, el lenguaje del amor desinteresado, que toca el corazón, llega a la vida y despierta esperanza. Es necesario acercarse a los jóvenes con la gramática del amor. El lenguaje que los jóvenes entienden es el de aquellos que dan la vida, el de quien está allí por ellos y para ellos, y el de quienes, a pesar de sus límites y debilidades, tratan de vivir su fe con coherencia. El punto de llegada y la meta es la experiencia de Dios, el encuentro con Jesús que transforma los corazones. Después vendrá la formación doctrinal y moral y la experiencia de la generosidad, la vivencia de la fraternidad y el servicio a los pobres, iniciándoles además en el apostolado, todo ello en un marco de familia, haciendo de la parroquia un verdadero hogar para tantos jóvenes sin arraigo familiar.

El octavo capítulo está dedicado a la vocación. Para el Papa “lo fundamental es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada joven es ante todo su amistad”. En el marco de esa amistad, afirma, “somos llamados por el Señor a participar en su obra creadora, prestando nuestra aportación al bien común a partir de las capacidades que recibimos”. La vida del joven y de cualquier persona debe ser para los demás ordinariamente en el marco de la familia y del trabajoA algunos, sin embargo, el Señor les llama a seguirle en el sacerdocio o en la vida consagrada, camino que debemos proponer a los jóvenes con valentía. Los jóvenes no deberían descartar esta posibilidad si sienten la mirada atractiva y fascinante de Jesús.

El capítulo noveno está dedicado al discernimiento vocacional. El Papa comienza afirmando que “sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento”. Se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno. Se trata de reconocer la propia vocación en un clima de soledad, silencio, oración y apertura a la escucha de la llamada del Amigo, todo ello con el acompañamiento de personas solventes y la ayuda maternal de María, la Virgen fiel, modelo de los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Para todos los jóvenes y cuantos les acompañan, mi saludo fraterno y mi bendición,

 + Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla


domingo, 20 de octubre de 2019

¿Hasta cuándo va a durar esto?



Hazme justicia…Lc 18,1-8
La parábola es breve y se entiende bien. Ocupan la escena dos personajes que viven en la misma ciudad. Un «juez» al que le faltan dos actitudes consideradas básicas en Israel para ser humano. «No teme a Dios» y «no le importan las personas». Es un hombre sordo a la voz de Dios e indiferente al sufrimiento de los oprimidos.
La «viuda» es una mujer sola, privada de un esposo que la proteja y sin apoyo social alguno. En la tradición bíblica estas «viudas» son, junto a los niños huérfanos y los extranjeros, el símbolo de las gentes más indefensas. Los más pobres de los pobres.
La mujer no puede hacer otra cosa sino presionar, moverse una y otra vez para reclamar sus derechos, sin resignarse a los abusos de su «adversario». Toda su vida se convierte en un grito: «Hazme justicia».
Durante un tiempo, el juez no reacciona. No se deja conmover; no quiere atender aquel grito incesante. Después, reflexiona y decide actuar. No por compasión ni por justicia. Sencillamente, para evitarse molestias y para que las cosas no vayan a peor.
Si un juez tan mezquino y egoísta termina haciendo justicia a esta viuda, Dios que es un Padre compasivo, atento a los más indefensos, «¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?».
La parábola encierra antes que nada un mensaje de confianza. Los pobres no están abandonados a su suerte. Dios no es sordo a sus gritos. Está permitida la esperanza. Su intervención final es segura. Pero ¿no tarda demasiado?
De ahí la pregunta inquietante del evangelio. Hay que confiar; hay que invocar a Dios de manera incesante y sin desanimarse; hay que «gritarle» que haga justicia a los que nadie defiende. Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
¿Es nuestra oración un grito a Dios pidiendo justicia para los pobres del mundo o la hemos sustituido por otra, llena de nuestro propio yo? ¿Resuena en nuestra liturgia el clamor de los que sufren o nuestro deseo de un bienestar siempre mejor y más seguro?
Ed.  BUENAS NOTICIAS


sábado, 19 de octubre de 2019

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario




PRIMERA LECTURA.
Lectura del libro del Éxodo 17,8-13: Mientras Moisés tenía en alto las manos vencía Israel.
SALMO
 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8:El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
SEGUNDA LECTURA:
 Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 31,14-4,2: El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
EVANGELIO:
 Lectura del santo evangelio según san Lucas 18,1-8: Dios hará justicia a los elegidos que clamarán a él.


perseverar en la oración
Jesús invita a perseverar en las diversas formas de oración, pues es propio de un hijo el relacionarse con su padre dando gracias, alabando y también pidiendo. Hay quién dice que la oración de petición no tiene sentido, pues Dios ya sabe lo que nos sucede y no es necesario dárselo a conocer. Es verdad que Dios lo sabe, lo dice el mismo Jesús (Lc 12,30), y, a pesar de eso, nos dice que pidamos. Dios no quiere que pidamos para darle a conocer lo que ya sabe, sino para que nos presentemos ante él como pobres y necesitados. Y cuando se pide por otros, lo que le agrada es vernos solidarios con las necesidades de los demás.

La parábola que se ha proclamado enseña directamente la necesidad de perseverar en la petición, sin cansarse, a pesar de que aparentemente Dios no escucha. Si la insistencia es capaz de cambiar al juez indispuesto, ¡cuánto más a Dios, que está dispuesto! Ciertamente, escuchará sin tardar. El problema está en lo que pedimos y cómo lo pedimos. Nuestra petición nunca puede ser dictar a Dios lo que tiene que darnos. Es legítimo que expresemos  nuestra petición pidiendo algo concreto, pero sin matiz de dictar. El Padre siempre oye, pero da lo que más conviene. La experiencia de Jesús en Getsemaní es aleccionadora: empieza la oración lleno de temor y angustia (Mc 14,33), pide en concreto que pase el cáliz, pero “que no haga mi voluntad sino la tuya”; el Padre le oye, dándole no lo que pedía concretamente  sino ánimo para afrontar la muerte, que era lo mejor para consumar su obra. El Padre siempre oye, pero a su manera y en su tiempo. De aquí la necesidad de perseverar para acoger lo mejor que nos dará el Padre, pero en su tiempo. La misma perseverancia ya es respuesta de Dios, pues crea un corazón humilde y confiado en su providencia, capaz de recibir los grandes dones, que el Padre desea darnos. Pero dada la mentalidad utilitaria reinante, “¿encontrará el Hijo del hombre cuando venga esta fe en la tierra?”

En el Padrenuestro Jesús nos da las líneas generales de toda oración cristiana: sintonizar con Dios nuestro padre, alabarlo (santificado...), identificarnos con su plan salvador a favor de toda la humanidad (Venga tu reino). Y en este contexto, peticiones por nuestras necesidades existenciales. La primera, el “pan” nuestro y todas las necesidades materiales, pero junto a esto otras peticiones importantes para la vida cristiana: la virtud de la penitencia (recibir constantemente su perdón y capacitarnos para que perdonemos) y superar la tentación, especialmente la gran tentación de perder la fe. Las peticiones del cristiano no pueden quedar encerradas en el pequeño círculo de sus necesidades materiales inmediatas.

Perseverar en la Eucaristía, la gran oración cristiana. Sin ella no hay vida cristiana ni comunidad cristiana. Jesús nos mandó celebrarla para que todas las generaciones se beneficien de su obra salvadora. En ella damos gracias, alabamos y pedimos como miembros del pueblo de Dios por todas las necesidades de la Iglesia y la humanidad. Frente a una mentalidad utilitarista, hay que descubrir su riqueza, conociendo sus diversos elementos; prepararse para participar, leyendo previamente las lecturas y pensando un compromiso concreto... Todo, menos la rutina.

Dr. don Antonio Rodríguez Carmona