Jesús iba caminando de
ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena
Noticia del Reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres que
habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María llamada
Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un
administrador de Herodes; Susana, y otras muchas que les servían con sus
bienes. (Lc 8, 1-3).
Siempre que meditamos
este Evangelio se nos presenta María llamada Magdalena como una mujer pecadora
de la que el Señor Jesús había expulsado siete demonios. Y así fue, tal y como
se narra. Y nos asusta, y hasta nos alarma…Estos siete demonios no son ni más
ni menos, que los siete pecados que todos, de una forma o de otra,
llevamos o hemos llevado dentro: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula,
envidia y pereza: los siete pecados capitales. Pecados capitales que son
llamados así por ser “cabeza” de otros muchos (de caput-capitis= cabeza).
Por tanto, nada de
“demonizar” a la Magdalena… mejor mirarnos adentro y ver que los personajes del
Evangelio eran personas como nosotros, que el Señor fue “puliendo” en su alma,
fue modelando su “barro”, como probablemente esté realizando con
nosotros.
Si consultamos la
Biblia de Jerusalén, en este episodio de “las mujeres que acompañaban a Jesús”,
hace una llamada importante: Dice “María llamada Magdalena”; es decir, nacida
en un pueblo cercano que se llamaba Magdala. Pero claramente especifica que no
era María Magdalena que acompañó en tantas ocasiones al Maestro, incluso al
Calvario. NI tampoco era María, la hermana de Lázaro y de Marta.
Este relato lo sitúa
Lucas inmediatamente después del llamado “de la pecadora perdonada”, mujer que,
arrepentida de su vida, llora a los pies de Jesús, le lava y rocía con perfume.
Esta mujer que tampoco es la que fue sorprendida en fragante adulterio y
también es perdonada de la lapidación por Jesús.
Brevemente quería
comentar este episodio, que muchas veces pasa desapercibido, de lavar los pies.
Era una costumbre en el pueblo de Israel lavar los pies de los caminantes que,
en aras de la hospitalidad, ofrecían este descanso, al tiempo que algún
refrigerio para continuar el camino. Era un trabajo encomendado siempre al más
pequeño de la familia, no como humillación, sino como acto de humildad.
También el Divino
Maestro lavó los pies de sus discípulos en la “noche santa”, diciendo a los
discípulos que ellos hicieran lo mismo unos con otros, colocándose Él, el más
Grande, como el más humilde.
Pero hay una bellísima
interpretación en el lavatorio de los pies. Los pies en la Escritura
representan el Evangelio, la Buena Nueva de Jesús. Ya se anuncia por el profeta
Isaías (Is 52,7):
¡Qué hermosos son sobre
los montes los pies del Mensajero que anuncia la Paz, que trae Buenas Nuevas,
que anuncia la salvación, que dice a Sión: ¡Ya reina tu Dios!
Este Mensajero es
Jesucristo, el que trae la Buena Noticia del Evangelio, el que trae la Paz y la
salvación al mundo.
(Por Tomás Cremades)
comunidadmariamadreapostoles.com
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