Celebramos
este domingo la Jornada Mundial de las Misiones, que este año tiene lugar en el
marco del mes misionero extraordinario convocado por el Papa en toda la
Iglesia. Por ello, como indiqué en mi escrito de la semana pasada, el día del
DOMUND debería resaltarse de una manera especial en nuestras parroquias, sobre
todo en la celebración de la Eucaristía dominical. Os invito, por tanto, a
hacer un esfuerzo para que esta jornada reavive cuatro actitudes en aquellos
cristianos que participen en la Eucaristía.
En primer
lugar despertemos en ellos un sentimiento de aprecio por las misiones y por
quienes las hacen posible: los misioneros y las misioneras. El Papa nos
recuerda que una actitud que paraliza la vida de la Iglesia es la auto-referencialidad.
En el fondo es una actitud egoísta (primero solucionemos nuestros problemas y
después ya nos preocuparemos de los demás). Como nuestros problemas nunca
acaban de resolverse plenamente, al final no tenemos tiempo para los otros.
Vivir de este modo acaba matando cualquier signo de vida evangélica. Hemos de
dar a conocer y provocar la admiración hacia aquellos que, tanto actualmente
como en épocas pasadas, han dedicado su vida al anuncio del Evangelio y la han
entregado sirviendo a los demás, en unas condiciones de vida que en la mayoría
de los casos no son mejores que las nuestras. Su generosidad no debe ser
olvidada y hemos de recompensarla con nuestra generosidad económica.
En
segundo lugar recordemos que el tesoro más grande que los misioneros y misioneras
ofrecen y por el que dan la vida no es otro que Jesucristo. Él es el camino de
la Iglesia. Ellos saben que si todos conocen y aman a Jesucristo, nuestro mundo
será más digno del ser humano. Anunciar el Evangelio no es lo secundario en la
misión, sino lo principal. Dejarlo como tarea accidental, en el fondo supone
pensar que el mundo se puede salvar sin Cristo.
Recordemos
a los cristianos que todos somos misioneros también en nuestras circunstancias
concretas. El lema del mes misionero es Bautizados y enviados. El
tesoro de la fe no lo hemos recibido para que nos lo guardemos, sino para que
transforme nuestra vida y sea una luz que brille en el mundo. Dios ha pensado
una misión para cada uno de nosotros. Nuestro camino de santidad consiste en
descubrir qué es lo que Dios nos pide a cada uno. Cualquier vocación que tiene
su fundamento en el bautismo y que normalmente se concreta en alguno de los
estados de vida posibles para un cristiano (ministerio ordenado, matrimonio,
consagración religiosa o secular) es por naturaleza misionera, porque si se
vive santamente se convierte en sal de la tierra y luz del mundo.
Y este
año pensemos de manera especial que la misión es lo que nos da la clave para
afrontar los retos de nuestra Iglesia aquí y ahora. En nuestra sociedad no
todos son cristianos. Ello no nos lleva a condenar al mundo, sino a intentar
que todos se acerquen al Señor. Cualquier encuentro con personas no creyentes
se puede convertir en un acontecimiento misionero si las acogemos con el mismo
amor de Cristo.
Con mi afecto y mi bendición,
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa
Obispo de Tortosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario