Primera lectura:
Eclo
35,12-14.16-18: Los gritos del pobre atraviesan el cielo
Salmo Responsorial:
Sal
32,2-3.17-18.19-23: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
Segunda lectura:
2 Tim 4,6-8.16-18: Ahora me aguarda la corona de
justicia
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 18,9-14:
El publicano bajó a su casa justificado, el fariseo no.
Bienaventurados
los que tienen un corazón pobre
Es totalmente lógico. No se
puede llenar un vaso, si previamente no está vacío, el hombre no puede llenarse
de Dios, si previamente no está vacío de autosuficiencia. La parábola del
fariseo y el publicano invita a tomar conciencia de un peligro que amenaza a
toda persona religiosa “practicante”, como son los judíos y los cristianos.
Consiste en la idea que se tiene de la vida religiosa y de las obras anejas a
ella: comercio o regalo.
En el primer caso la persona actúa como el que está comprando
la salvación a costa de sus obras y propio esfuerzo. El hombre reconoce la
primacía de Dios, que impone las reglas, las acepta y realiza con su propio
esfuerzo; como consecuencia de este contrato Dios está obligado en justicia a cumplir lo pactado. El hombre
está en el centro y busca su seguridad trabajando por su autoestima, por su
buen nombre de cara a los demás y por su salvación eterna, comprándola a Dios.
La vida religiosa es un mercantilismo con sus tendencias a rebajas y
trapicheos. Esta visión ha pasado a la historia con el nombre de fariseísmo con
referencia a las conductas que denunció Jesús y más tarde Pablo, pero
fácilmente se da también entre los cristianos, cuando mercadean la salvación:
“He hecho esto y esto, ¿me puedo quedar tranquilo?”, preguntan algunos. O
cuando creen que con sus obras están haciendo un favor a Dios: ¿Qué sería de
Dios y la religión si yo no me comprometiera?” El papa Francisco presente en su
exhortación Gaudete presenta esta postura como nuevo pelagianismo,
voluntarismo.
En
el segundo caso el hombre se centra en Dios, de quien ha recibido
inmerecidamente un doble regalo, el don de ser su hijo por medio de Jesús y la
posibilidad de cooperar con él con humildad y acción de gracias. Ésta postura
sitúa al hombre en su realidad existencial ante Dios: somos pobres creaturas,
débiles y pecadoras; podemos trabajar en la obra de la salvación, pero siempre
como pobres instrumentos. Todo es gracia
y misericordia. En este contexto la vida religiosa es un diálogo de amor entre
padre e hijo, un padre que quiere volcarse totalmente en el hijo en la medida
en que éste se deja llenar, y un hijo que quiere responder, con sus altos y
bajos, pero siempre en contexto de amor humilde. Aquí no hay lugar para el
mercadeo: Dios me ama con amor total y me pide que le corresponda con amor
total, lo que implica que hay que cooperar cada vez más con este amor: Sed
misericordiosos como vuestro padre es misericordioso (Lc 6,36); amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón... y al prójimo como a ti mismo (Mt 22,37-39). La entrega total de
Dios exige una entrega total del hombre que se debe traducir en la entrega a
los hermanos, trabajando por sus necesidades espirituales y materiales. En este
campo nunca se llega a la medida, siempre hay deudas, por lo que hemos hecho
mal y por lo que hemos dejado de hacer. Por eso es necesario constantemente el
perdón de Dios: perdónanos nuestras deudas... (Mt 6,12). La segunda lectura presenta el ejemplo de
Pablo: es consciente de que todo lo debe a la misericordia a Dios (cf 1 Tim
1,12-17) y agradece el haber cooperado hasta el final. No se trata de ocultar
las buenas obras realizadas, sino de vivirlas y presentarlas como regalo de
Dios, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro padre que
está en los cielos (Mt 5,16).
Jesús
declara bienaventurada esta actitud en la primera bienaventuranza (Mt 5,3):
pobre de espíritu o corazón pobre es el que reconoce su situación existencial
ante Dios, limitado, pecador, instrumento en sus manos. Jesús lo felicita
primero porque es señal de que Dios le ha dado un corazón nuevo, y después
porque está cooperando. Y por eso anima a continuar cooperando hasta llegar a
la plenitud. Realmente “quien no reciba el reino de Dios como un niño, no
entrará en él” (Mc 9,15).
Ésta
debe ser la actitud del cristiano en la celebración de la Eucaristía, que es
toda ella acción de gracias. No se trata de “quedarse tranquilo”, ni de hacer
un favor a Dios, sino de agradecer al Padre por medio de Jesús los dones que
nos da: la vida y la salud, el perdón, el ser sus hijos, el ser miembros de su
familia, la capacidad de pensar y obrar bien, las buenas obras realizadas, la
promesa de compartir plenamente su felicidad. Y de pedir la gracia de cooperar
y superar las dificultades.
Dr. don Antonio Rodríguez Carmona
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